Poema La Noria de Jaime Torres Bodet



He tocado los límites del tiempo.
Y vuelvo del dolor como de un viaje
alrededor del mundo…
Pero siento
que no salí jamás, mientras viajaba,
de un pobre aduar perdido en el desierto.

Caminé largamente, ansiosamente,
en torno de mi sombra.
Y los meses giraban y los años
como giran las ruedas de una noria
bajo el cielo de hierro del desierto.

¿Fue inútil ese viaje imaginario?…
Lo pienso, a veces, aunque no lo creo.
Porque la gota de piedad que moja
mi corazón sediento
y la paz que me une a los que sufren
son el premio del tiempo en el desierto.

Pasaron caravanas al lado de la noria
y junto a la noria durmieron los camellos.
Cargaban los camellos las alforjas de diamantes.
Diamantes con el alba, rodaban por el suelo…

Pero en ninguna alforja
vi nunca lo que tengo:
una lágrima honrada, un perdón justo,
una piedad real frente al esfuerzo
de todos los que viven como yo
?en el sol, en la noche, bajo el cielo de hierro?
caminando sin tregua en torno de la noria
para beber, un día,
el agua lenta y dura del desierto.



Poema Invitación Al Viaje de Jaime Torres Bodet



Con las manos juntas,
en la tarde clara,
vámonos al bosque
de la sien de plata.

Bajo los pinares,
junto a la cañada,
hay un agua limpia
que hace limpia el alma.

Bajaremos juntos,
juntos a mirarla
y a mirarnos juntos
en sus ondas rápidas…

Bajo el cielo de oro
hay en la montaña
una encina negra
que hace negra el alma:

Subiremos juntos
a tocar sus ramas
y oler el perfume
de sus mieles ásperas…

Otoño nos cita
con un son de flautas:
vamos a buscarlo
por la tarde clara.



Poema El Puente de Jaime Torres Bodet



¿Cómo se rompió, de pronto,
el puente que nos unía
al deseo por un lado
y por el otro a la dicha?

¿Y cómo ?en la mitad del puente
que a pedazos se caía?
tu alma rodó al torrente
y al cielo subió la mía?



Poema Continuidad de Jaime Torres Bodet



No has muerto. Has vuelto a mí. Lo que en la tierra
?donde una parte de tu ser reposa?
sepultaron los hombres, no te encierra;
porque yo soy tu verdadera fosa.

Dentro de esta inquietud del alma ansiosa
que me diste al nacer, sigues en guerra
contra la insaciedad que nos acosa
y que, desde la cuna, nos destierra.

Vives en lo que pienso, en lo que digo,
y con vida tan honda que no hay centro,
hora y lugar en que no estés conmigo;

pues te clavó la muerte tan adentro
del corazón filial con que te abrigo
que, mientras más me busco, más te encuentro.

II

Me toco… y eres tú. Palpo en mi frente
la forma de tu cráneo. Y, en mi boca,
es tu palabra aún la que consiente
y es tu voz, en mi voz, la que te invoca.

Me toco… y eres tú, tú quien me toca.
Es tu memoria en mí la que te siente:
ella quien, con lágrimas, te evoca;
tú la que sobrevive; yo, el ausente.

Me toco… y eres tú. Es tu esqueleto
que yergue todavía el tiempo vano
de una presencia que parece mía.

Y nada queda en mí sino el secreto
de este inmóvil crepúsculo inhumano
que al par augura y desintegra el día.

III

Todo, así, te prolonga y te señala;
el pensamiento, el llanto, la delicia
y hasta esa mano fiel con que resbala,
ingrávida, sin dedos, tu caricia.

Oculta en mi dolor eres un ala
que para un cielo póstumo se inicia;
norte de estrella, aspiración de escala
y tribunal supremo que me enjuicia.

Como lo eliges, quiero lo que ordenas;
actos, silencios, sitios y personas.
Tu voluntad escoge entre mis penas.

Y, sin leyes, sin frases, sin cadenas,
Eres tú quien, si caigo, me perdonas,
Si me traiciono tú quien te condenas…

Y quien, si te olvido, me abandonas.

IV

Aunque si nada en mi interior te altera,
todo, fuera de mí te transfigura
y, en ese tiempo que a ninguno espera,
vas más de prisa que mi desventura.

Del árbol que cubrió tu sepultura
quisiera ser raíz, para que fuera
abrazándote a cada primavera
con una vuelta más, lenta y segura.

Pero en la soledad que nos circunda
ella te enlaza, te defiende, te ama,
mientras que yo tan sólo te recuerdo.

Y al comparar su terquedad fecunda
con la impaciencia en que mi amor te llama,
siento por primera vez que te pierdo.

V

Porque no es la muerte orilla clara,
margen visible de invisible río;
lo que en estos momentos nos separa
es otro litoral, aun más sombrío.

Litoral de vida. Tierra avara
en cuyo negro polvo, ávido y frío,
del naufragio que en ti me desampara
inútilmente busco un resto mío.

Es tu presencia en mí la que me impide
recurperar la realidad que tuve
sólo en tu corazón, cuando latía.

Por eso la existencia nos divide
tanto más cuanto más tiempo en mi alma sube
la vida en que tu muerte se confía.

VI

Sí, cuanto más te imito, más advierto
que soy la tenue sombra proyectada
por un cuerpo en que está mi ser más muerto
que el tuyo en la ficción que lo anonada.

Sombra de tu cadáver inexperto,
Sombra de tu alma aún poco habituada
A esa luz ulterior a la que he abierto
Otra ventana en mí, sobre otra nada…

Con gestos, con palabras, con acciones,
creía perpetuarte y lo que hago
es lentamente, en todo, deshacerte.

Pues para la verdad que me propones
el único lenguaje sin estrago
es el silencio intacto de la muerte.

VII

Y sin embargo, entre la noche inmensa
con que me siñe el luto en que te imploro,
aflora ya una luz en cuyo azoro
una ilusión de aurora se condensa.

No es el olvido. Es una paz más tensa,
una fe de acertar en lo que ignoro;
algo ?tal vez? como una voz que piensa
y que se aísla en la unidad de un coro.

Y esa voz es mi voz. No la que oíste,
viva, cuando te hablé, ni la que al fino
metal del eco ajustará en su engaste,

sino la voz de un ser que aún no existe
y al que habré de llegar por el camino
que con morir tan sólo me enseñanste.

VIII

Voz interior, palabra presentida
que, con promesas tácticas, resume
?como en la gota última, el perfume?
en su paciente formación, la vida.

Voz en ajenos labios no aprendida
?¡ni siquiera en los tuyos!?; voz que asume
la realidad del alba estremecida
que alcanzaré cuando de ti me exhume.

Voz de perdón, en la que al fin despunta
esa bondad que me entregaste entera
y que yo, a trechos, voy reconquistando;

voz que afirma tan bien lo que pregunta
y que será la mía verdadera
aunque no sé decir cómo ni cuándo…

IX

¿Ni cuándo?… Sí, lo sé. Cuando recoja
de la ceniza que en tu hogar remuevo
esa indulgencia inmune a la congoja
que, al fuego del dolor, pongo y atrevo.

Cuando, de la materia que me aloja
y cuyo fardo en las tinieblas llevo,
como del fruto que la edad despoja,
anuncie la semilla el fruto nuevo;
cuando de ver y de sentir cansado
vuelva hacia mí los ojos y el sentido
y en mí me encuentre gracias a tu ausencia,

entonces naceré de tu pasado
y, por segunda vez, te habré debido
?en una muerte pura? la existencia.



Poema Civilización de Jaime Torres Bodet



Un hombre muere en mí siempre que un hombre
muere en cualquier lugar, asesinado
por el miedo y la prisa de otros hombres.

Un hombre como yo; durante meses
en las entrañas de una madre oculto;
nacido, como yo,
entre esperanzas y entre lágrimas,
y ?como yo? feliz de haber sufrido,
triste de haber gozado,
Hecho de sangre y sal y tiempo y sueño.

Un hombre que anheló ser más que un hombre
y que, de pronto, un día comprendió
el valor que tendría la existencia
si todos cuantos viven
fuesen, en realidad, hombres enhiestos,
capaces de legar sin amargura
lo que todos dejamos
a los próximos hombres:
El amor, las mujeres, los crepúsculos,
la luna, el mar, el sol, las sementeras,
el frío de la piña rebanada
sobre el plato de laca de un otoño,
el alba de unos ojos,
el litoral de una sonrisa
y, en todo lo que viene y lo que pasa,
el ansia de encontrar
la dimensión de una verdad completa.

Un hombre muere en mí siempre que en Asia,
o en la margen de un río
de África o de América,
o en el jardín de una ciudad de Europa,
Una bala de hombre mata a un hombre.

Y su muerte deshace
todo lo que pensé haber levantado
en mí sobre sillares permanentes:
La confianza en mis héroes,
mi afición a callar bajo los pinos,
el orgullo que tuve de ser hombre
al oír ?en Platón? morir a Sócrates,
y hasta el sabor del agua, y hasta el claro
júbilo de saber
que dos y dos son cuatro…

Porque de nuevo todo es puesto en duda,
todo se interroga de nuevo
y deja mil preguntas sin respuesta
en la hora en que el hombre
penetra ?a mano armada?
en la vida indefensa de otros hombres.
súbitamente arteras,
las raíces del ser nos estrangulan.

Y nada está seguro de sí mismo
?ni en la semilla en germén,
ni en la aurora la alondra,
ni en la roca el diamante,
ni en la compacta oscuridad la estrella,
¡cuando hay hombres que amasan
el pan de su victoria
con el polvo sangriento de otros hombres!



Poema Canción De Las Voces Serenas de Jaime Torres Bodet



Se nos ha ido la tarde
en cantar una canción,
en perseguir una nube
y en deshojar una flor.

Se nos ha ido la noche
en decir una oración,
en hablar con una estrella
y en morir con una flor.

Y se nos irá la aurora
en volver a esa canción,
en perseguir otra nube
y en deshojar otra flor.

Y se nos irá la vida
sin sentir otro rumor
que el del agua de las horas
que se lleva el corazón…



Poema Ambición de Jaime Torres Bodet



Nada más, Poesía:
la más alta clemencia
está en la flor sombría
que da toda su esencia.

No busques otra cosa.
¡Corta, abrevia, resume;
no quieras que la rosa
dé más que su perfume!



Poema Ahora(jaime Torres Bodet) de Jaime Torres Bodet



Ahora que las últimas cohortes
incendiaron las últimas praderas,
en esta soledad de mármol roto,
de lámparas extintas y de palabras yertas;
sobre un polvo que fue trubuna o plinto,
corona de palacio o tímpano de iglesia;
mientras el odio se organiza
para un asedio más, en la tormenta,
contra el pavor de un reino devastado;
pienso en los que vendrán ?¿desde qué estepa??
a poblar estas ruinas,
a erigir su arrogancia en este polvo,
a confiar otra vez en estas praderas…
Y, humildemente,
con la ciudad caída bajo una estela.

Ahora que la tierra toda cruje
como una semilla en la impaciencia
del surco ansioso de agua redentora;
de este lado del tiempo en que las ramas
son nada más raíces en promesa;
aquí, donde la selva presentida
está ?desde hace siglos? anhelando
que nazca el río a cuyas ondas crezca
su aérea profusión de hojas vivaces;
en esta oscuridad de savia en germen
y de patria en potencia,
como un reto al desierto inexorable,
con el árbol caído hago una hoguera.

La hora se pregunta
qué va a salir de su esperanza en vela.
Todo parece muerto y vive.
¡La sombras está dispuesta
a convertirse en luz para el que sabe
cuán lenta es siempre el alba de una idea!
Soy el único náufrago de una isla invisible,
el postrer descendiente de una época,
el último habitante de una tumba.
Y sin embargo escucho
el corazón de un pueblo que me llama,
el grito de un hermano que me alienta.
¡Nadie muere sin fin! ¡Nadie está solo!

Y silenciosamente,
con la noche caída hago una estrella.



Poema Agosto de Jaime Torres Bodet



Va a llover… Lo ha dicho al césped
el canto fresco del río;
el viento lo ha dicho al bosque
y el bosque al viento y al río.

Va a llover… Crujen las ramas
y huele a sombra en los pinos.

Naufraga en verde el paisaje.
Pasan pájaros perdidos.

Va a llover… Ya el cielo empieza
a madurar en el fondo
de tus ojos pensativos.



Poema Silencio de Jaime Siles



Equilibrio de luz
en el sosiego.
Mínima tromba.
Ensoñación. Quietud.
Todo:
un espacio sin voz
hacia lo hondo oculto.



Página siguiente »


Políticas de Privacidad