Poema Engarce de Salvador Diaz Miron



El misterio nocturno era divino.
Eudora estaba como nunca bella,
y tenía en los ojos la centella,
la luz de un gozo conquistado al vino.

De alto balcón apostrofóme a tino;
y rostro al cielo departí con ella
tierno y audaz, como con una estrella…
!Oh qué timbre de voz trémulo y fino!

¡Y aquel fruto vedado e indiscreto
se puso el manto, se quitó el decoro,
y fue conmigo a responder a un reto!

¡Aventura feliz! La rememoro
con inútil afán; y en un soneto
monto un suspiro como perla en oro.



Poema En Un Álbum de Salvador Diaz Miron



Dicen que el nauta que frecuenta el hielo
del yermo boreal, venciendo el frío,
recibe a veces de ignorado cielo
una olorosa ráfaga de estío.

¡Qué beso el de tal hálito de paso!
¡Qué fruición! ¡Qué delicia! ¡Qué embeleso!
¡Sólo un beso de amor produce acaso
mayor placer que semejante beso!

Pues bien, yo experimento a tus miradas
lo que en el polo el peregrino siente,
cuando una de esas brisas perfumadas
va de otro clima a acariciar su frente.

En mi noche invernal, Dios ha querido
que el resplandor de tus pupilas fuera
un efluvio de rosas difundido
en un rayo de sol de primavera.



Poema En El Álbum De Matilde de Salvador Diaz Miron



¡Si yo tuviera aliento como el águila
que se remonta a la región azul,
me elevaría a la mansión espléndida
donde se sienta el Padre de la luz!

Y postrado a sus pies como los ángeles
que bendicen su altísima bondad,
le pidiera la música del céfiro
y el murmullo pacífico del mar;

le pidiera la voz dulce y monótona
del viento en la desierta soledad,
y el gemido del aura melancólica
cuando calma la ronca tempestad.

Y le pidiera más: la voz magnífica
y el arpa melodiosa de David;
y mucho más: la inspiración profética,
¡y todo, todo, por cantarte a ti!

Sí, por cantarte a ti, beldad seráfica,
por cantarte, dulcísima mujer,
aunque dejaras mi plegaria trémula
en alas de la brisa perecer.

Cuando tus ojos de paloma tímida
se humedecen al tacto del dolor,
y se desprende de ellos una lágrima
que pasa y moja tu mejilla cándida,
¡me pareces un ángel del Señor!

Y cuando miro tu cabello undívago
de tus blancas espaldas en redor,
cayendo como leve manto de ébano
y sombreando tu semblante lánguido,
¡me pareces un ángel del Señor!

Cuando te veo que la frente humillas
balbuceando una mística oración,
y empapadas en llanto tus mejillas,
¡me pareces un ángel de rodillas
demandando con lágrimas perdón!

¿Lloras? ¿Acaso entre tu pecho gime
tu leal e inocente corazón,
o algún recuerdo de dolor le oprime?
¡Llora, sí, que llorando eres sublime,
y aún eres más sublime en la oración!



Poema En El Álbum De La Señorita Luz Landero de Salvador Diaz Miron



¡Tus trovas dejan profundos rastros…
Son arroyuelos y ruiseñores:
aves que trinan entre los astros
y ondas que cantan entre las flores!

¡Nada conozco que inspire tanto
como tus versos blondos y suaves,
en que producen divino encanto
flores y astros, ondas y aves!

Pero la perla yace en las simas
y la violeta bajo las frondas…
¡Cuán pocos saben que hay en tus rimas
astros y flores, aves y ondas!

¡Rompe las nieblas que te circundan
y sé la envidia de tus cantores,
y en tierra y cielo vibren y cundan
aves y astros, ondas y flores!

¡Muestre tu numen, cual luz disuelta,
todos sus tonos: ya no lo escondas!
¡Canse los ecos tu voz, que suelta
astros y aves, flores y ondas!

¡Llena estas hojas como alabastros,
con tus arpegios arrolladores:
aves que trinan entre los astros
y ondas que cantan entre las flores!



Poema En El Álbum De La Señorita Ana Markoe de Salvador Diaz Miron



Espléndida rosa de mágico prado
que entreabre sus hojas al sol del amor,
eso eres, Anita. Yo soy, a tu lado,
la espina en la rosa, la nube en el sol.

Dejé mis riberas, mi nido de palma,
colgado de un árbol dejé mi rabel;
tendí en el espacio las alas de mi alma
y llego y murmuro mi nombre a tus pies.

Es flor de los cielos la pálida estrella,
es flor de las ondas la espuma del mar,
es flor del recuerdo mi dulce querella,
es flor que se muere si en tu alma no está.



Poema El Arroyo de Salvador Diaz Miron



No descansas jamás… y alegre y puro,
murmurador y manso,
corriendo vas sobre tu cauce duro…
¡Yo también como tú corro y murmuro,
yo también como tú jamás descanso!
¡Yo camino al vaivén de mis dolores,
tú con ala de céfiro caminas,
tú feliz más que yo, por entre flores,
yo helado más que tú, por entre espinas!
Tú pasas como sombra por el suelo,
siempre en eterno viaje;
vas a la mar con incesante anhelo,
vienes del cielo en volador celaje
y en un rayo de sol vuelves al cielo.
¡Yo voy… ¿dónde? No sé… voy arrastrando
mi fe perdida y mi esperanza trunca,
sombra de un alma entre la luz temblando
y sin poder iluminarse nunca!
Tú cumples con pasar… Yo, si te imito,
no cumplo con vivir… por eso lloro,
y en el infierno de mi afán me agito
cuando ilumina con visiones de oro
las sombras de mi lecho, el infinito.
¡En mi delirio ardiente
sueño a mis pies el pedestal: la gloria
me envuelve con su luz, y mi alma siente
el fuego del aplauso en la memoria
y la frialdad del túmulo en la frente!
¡Y luego, al despertar de mi locura,
al volver de mi ardiente desvarío,
desesperado en realidad oscura
y agonizante de dolor, me río!

Mas ¿qué importa? Sigamos, arroyuelo;
el aura guarda para ti su anhelo
si la borrasca en mi cerebro zumba…
¡Tú eres surco de cielo
y yo surco de tumba!
¡A veces me imagino que en tu arrullo
la voz de un ángel invisible canta;
a veces me imagino que en mi orgullo
la eternidad del genio se levanta!
Delirios, ilusión de mis querellas,
el último eco morirá en mi lira.
¡Yo paso como tú, fingiendo estrellas,
átomo pensador que a todo aspira!
Nacer, pensar, morir. ¡Oh suerte! ¡Oh suerte!
¡Para qué tanto afán, si en ese abismo
de tinieblas polares, en la muerte,
se ha de abismar el pensamiento mismo!
¡Nacer, pensar, morir! ¡Y en la existencia
divinizada la impotente duda,
y en el labio entreabierto de la ciencia
una palabra muda!

¡Oh gentil arroyuelo cristalino!
Quisiera, en tu camino,
ser una flor abandonada y sola;
rambla de arena en tu brillante cauce,
sombra de un cisne, atravesar en tu ola,
o en tu orilla temblar, sombra de un sauce;
y0 quisiera ser tu brisa lisonjera,
ser no más una gota de tu lodo,
un eco de tu voz… porque quisiera,
menos alma que piensa, serlo todo!



Poema Despedida Al Piano de Salvador Diaz Miron



Tristes los ojos, pálido el semblante,
de opaca luz al resplandor incierto,
una joven con paso vacilante
su sombra traza en el salón incierto.

Se sienta al piano: su mirada grave
fija en el lago de marfil que un día
aguardó el beso de su mano suave
para rizarse en olas de armonía.

Agitada, febril, con insistencia
evoca al borde del teclado mismo,
a las hadas que en rítmica cadencia
se alzaron otra vez desde el abismo.

Ya de Mozart divino ensaya el estro,
de Palestrina el numen religioso,
de Weber triste el suspirar siniestro
y de Schubert el canto melodioso.

-¡Es vano! -exclamó la joven bella,
y apagó en el teclado repentino
su último son, porque sabía ella
que era inútil luchar contra el destino.

-Adiós -le dice-, eterno confidente
de mis sueños de amor que el tiempo agota,
tú que guardabas en mi edad riente
para cada ilusión alguna nota;

hoy mudo estás cuando tu amiga llega,
y al ver mi triste corazón herido,
no puedes darme lo que Dios me niega:
¡la nota del amor o del olvido!



Poema Dentro De Una Esmeralda de Salvador Diaz Miron



Junto al plátano sueltas, en congoja
de doncella insegura, el broche al sayo.
La fuente ríe, y en el borde gayo
atisbo el tumbo de la veste floja.

Y allá, por cima de tus crenchas, hoja
que de vidrio parece al sol de mayo,
toma verde la luz del vivo rayo,
y en una gema colosal te aloja.

Recatos en la virgen son escudos;
y echas en tus encantos, por desnudos,
cauto y rico llover de resplandores.

Despeñas rizos desatando nudos;
y melena sin par cubre primores
y acaricia con puntas pies cual flores.



Poema Dedicatoria de Salvador Diaz Miron



Cuanto en mí vierte luz y armonía
ha nacido a tus besos de miel;
yo soy bardo y tribuno, alma mía,
porque tú eres aliento y laurel.

Si he lanzado una piedra a los cielos,
si fui cruel, no me guardes rencor;
confesando que ha sido por celos,
harto digo que fue por amor.

No te aflijas si el nauta suspira
tanto nombre en las noches del mar;
si son muchos los astros que mira,
uno solo es la Estrella Polar.

La esperanza, luchando y venciendo,
me promete sin par galardón;
¡a ti vaya, sangrando y gimiendo,
este libro, que es un corazón!

Cuanto en mí vierte luz y armonía
ha nacido a tus besos de miel;
yo soy bardo y tribuno, alma mía,
porque tú eres aliento y laurel.



Poema Date Lilia de Salvador Diaz Miron



¡Clava en mí tu pupila centellante
en donde el toque de la luz impresa
brilla como una chispa de diamante
engastada en una húmeda turquesa!

¡Tal fulgura una perla de rocío
en el esmalte azul de una corola!
¡Tal radia en el crepúsculo sombrío
la estrella del amor, pálida y sola!

Deja que ruede libre tu cabello
como la linfa que desborda el cauce,
para que caiga en torno de tu cuello
como el follaje alrededor del sauce;

para que flote, resplandor de aurora
sobre tu rostro que el sonrojo empaña
como esas tintas con que el sol colora
la nieve que circunda la montaña;

para que al soplo de mi aliento vuele
y tu ígneo labio, cuya esencia adoro,
ría a través cual la amapola suele,
roja y vivaz, en el trigal de oro.

¡Habla! ¡Mas sólo de placer! Exhala
el arrullo nupcial de la paloma!
¡Fuera el temor! ¡La rosa de Bengala
no tiene espinas, mas tampoco aroma!

Tu acento de sirena me embelesa…
Tu palabra es miel híblea derramada…
Tu boca, que cerrada es una fresa,
se abre como se parte una granada.

Pero guardas silencio y te estremeces.
¿Por qué te aflige la mundana insidia?
¡Consuélate pensando que los jueces
que nos condenen, nos tendrán envidia!

¿No me oyes? ¿Cuál ha sido nuestra falta?
¿Es culpable la sed que apura el vaso?
¿Comete un crimen el raudal que salta
cuando halla un dique que le corta el paso?

¿Por qué triste y glacial como la muda
estatua del dolor bajas la vista,
mientras tu mano anuda y desanuda
las puntas del pañuelo de batista?

¿Por que esa gota en que expiró un reproche
corre por tu mejilla ruborosa
corno un hilo de aljófar de la noche
por un tímido pétalo de rosa?

¿Por qué tu pecho en que el candor anida
tiembla con ansia cual batiendo el vuelo
palpita el ala de la garza herida
que pugna en vano por alzarse al cielo?

¡Ya está, vamos! ¡Que cese tu quebranto!
¡Alza tu bella cabecita rubia,
quiero ver tu sonrisa entre tu llanto
como un rayo de sol entre la lluvia!

La palma vuelve su cogollo espeso
a aspirar aire con gentil donaire
y ebria de amor en el festín del beso,
estalla en flores, perfumando el aire.

¡Imita al árbol del desierto! ¡Sacia
tu afán de dicha y que tu canto vibre!
¡Ave María, en plenitud de gracia:
joven, hermosa, idolatrada y libre!



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