Poema Correspondencia Del Fuego de Tilo Wenner



Mientras yo te miro, tú muestras tu alma.
Tus detalles más pequeños me conmueven;
por ejemplo, un cabello sobre tu frente, un
lunar en tu vientre.
Todos los días te descubro y describo;
al día siguiente vuelves a ser la desconocida.
Nunca faltaré a tus citas.
Nada me parece inútil en ti.
Lo revelador es el modo como compones tu
imagen.
Decir que eres la dueña de las nubes, es
apenas indicar uno de tus atributos.
Todo lo que tocas se convierte en correspondencia
del fuego.
Tus manos lucen mejores que las estrellas
en una noche de verano en el mar.
Estás llena de señales; eres como un mapa
de un país imaginario.
Eres transparente y sabia.
Tu sangre es mansa y volcánica.
Eres tan cambiante como la permanencia.
Lo que reflejan tus ojos es lo distinto que
podría ocurrir.
Siempre estás abierta.
El magnetismo que irradias contamina a todos
los que se te acercan.
Escandalizas con tu inocencia al cielo y la
tierra.
Brillás más que una garza en un plenilunio
de otoño.
Eres como una lluvia imprevisible.
Amo cada uno de tus momentos.
Eres real, y sin embargo eres la ilusión
perfecta.
Eres niña como un gran pan de azúcar.
Cuando tú me miras callo y sonrío.



Poema Los Estatutos Del Hombre de Thiago De Mello



Traducción de Mario Benedetti

Artículo 1.
Queda decretado que ahora vale la vida,
que ahora vale la verdad,
y que de manos dadas
trabajaremos todos por la vida verdadera.

Artículo 2.
Queda decretado que todos los días de la semana,
inclusive los martes más grises,
tienen derecho a convertirse en mañanas de domingo.

Artículo 3.
Queda decretado que, a partir de este instante,
habrá girasoles en todas las ventanas,
que los girasoles tendrán derecho
a abrirse dentro de la sombra;
y que las ventanas deben permanecer el día entero
abiertas para el verde donde crece la esperanza.

Artículo 4.
Queda decretado que el hombre
no precisará nunca más
dudar del hombre.
Que el hombre confiará en el hombre
como la palmera confía en el viento,
como el viento confía en el aire,
como el aire confía en el campo azul del cielo.

Parágrafo único:
El hombre confiará en el hombre
como un niño confía en otro niño.

Artículo 5.
Queda decretado que los hombres
están libres del yugo de la mentira.
Nunca más será preciso usar
la coraza del silencio
ni la armadura de las palabras.
El hombre se sentará a la mesa
con la mirada limpia,
porque la verdad pasará a ser servida
antes del postre.

Artículo 6.
Queda establecida, durante diez siglos,
la práctica soñada por el profeta Isaías,
y el lobo y el cordero pastarán juntos
y la comida de ambos tendrá el mismo gusto a aurora.

Artículo 7.
Por decreto irrevocable
queda establecido
el reinado permanente
de la justicia y de la claridad.
Y la alegría será una bandera generosa
para siempre enarbolada
en el alma del pueblo.

Artículo 8.
Queda decretado que el mayor dolor
siempre fue y será siempre
no poder dar amor a quien se ama,
sabiendo que es el agua
quien da a la planta el milagro de la flor.

Artículo 9.
Queda permitido que el pan de cada día
tenga en el hombre la señal de su sudor.
Pero que sobre todo tenga siempre
el caliente sabor de la ternura.

Artículo 10.
Queda permitido a cualquier persona,
a cualquier hora de la vida,
el uso del traje blanco.

Artículo 11.
Queda decretado, por definición,
que el hombre es un animal que ama,
y que por eso es bello,
mucho más bello que la estrella de la mañana.

Artículo 12.
Decrétese que nada estará obligado ni prohibido.
Todo será permitido.



Poema Nuevo Milenio de Teresa Riggen



A Eva Tóth

El primer día
la mujer repitió en voz baja las palabras:
«Hágase la luz»
al abrir las persianas,
descolgó una botella de suero semivacía
la puso en el cesto con los algodones, gasas
y cinta adhesiva
y la luz se hizo en la recámara.
Encendió una grabadora, las notas de una
flauta dulce
nombraron al día por su nombre
entonces ella se atrevió a nombrarlo también
segura de que la noche había terminado.

El segundo día
recogió agua de lluvia y la calentó con sus
manos
hasta hacerla mansa como el cuerpo del
hombre que yacía en la cama
sus dedos lo humedecieron despacio
después de secarlo
lo envolvió en sábanas lavadas con manzanilla
y luna.

El tercer día
ungió sus yemas con sábila para alisar
cada surco
amasar con savia blanca la flacidez de brazos
y piernas
para dar fuerza a los músculos
en esa tierra aún fértil.

El cuarto día
mientras pasaba el rastrillo por Jas
barbas jabonosas
le habló del sol y de las estaciones
hasta que él retomó el tiempo que parecía
haberse detenido.

El quinto día
cerró los periódicos con fotografías de
guerras y temblores,
al romper una receta que había quedado
sobre el buró
rogó que los años por venir se multiplicaran
como las aves y los peces
y poblaran la casa que había estado un tanto
abandonada.

El sexto día
pulió con paciencia de alfarero el torso
varonil, el cuello, la cabeza,
repasó una y otra vez el bordo de la oreja
presionó con firmeza las plantas de los pies.
Acercó su boca hasta infundirle su aliento
ayudó a incorporarse a ese hombre
cuya imagen no era semejante a ella
y vio que lo hecho era bueno.

El séptimo día
el olor a café y pan recién horneado Ja fue
trenzando a él
se tendió a su lado
antes de descansar decidió contar de nuevo
los dedos unos a uno
pasó su lengua entre ellos
encontró gozo en moldear con sus manos un
poco del barro que había quedado blando
hasta darle forma
el séptimo día no hubo reposo.



Poema La Mentira de Teresa Palazzo Conti



A veces vivo un poco,
y ostento la evidencia
como un coleccionista.

Algún trofeo
rutila en las escarchas de mi nombre
y emerge la que era
en el engaño del verbo flagelado.

Mi intemperie
descansa un instante
en el pedestal de hierba de sus ojos,
hasta volver,
crucificada,
a la oración unitaria de la casa.



Poema Desmemoria de Teresa Palazzo Conti



Desgajado de mí,
fue arena movediza y desvarío.

Por las nuevas llanuras
inauguró confines sin espigas
y se hundió
en desarraigos.

Algún recuerdo
lo desvela
de la piel para adentro
y provoca la huella
del camino primero.

El río de la sangre recupera su cauce.

Surge un estallido
entre la desmemoria
y vuelve su caudal
a confluir en mi tierra.

Todas las semillas son de fuego
y yo arrojo los paisajes mancillados
al impacto certero
de su vuelta.



Poema Itaca de Teresa Ortiz



Tal como prometió ha vuelto el rey de Ítaca.
Ha sido un largo viaje.
Por ti desafié la ira de los dioses.
Atrás quedaron tierras, caricias de otros brazos.
La música más bella que un mortal escuchara.

Hoy brilla el mismo sol en este hermoso cielo
que iluminó violento los días de mi dicha.
Bajo él vi muchachos que luego fueron hombres.
?Ambición y codicia cambiaron sus miradas
como cambian al mar el viento y las tormentas.?
Y aunque rogué a los dioses no ver esta mañana
de nada me ha servido.

Cumplido he mi destino: de mi astucia y mi fuerza
guardarán fiel recuerdo los hombres y los mares.
Todo valió la pena pues me esperaba Ítaca.
Mas Ítaca eras tú, mi prudente Penélope
que guardaste mi casa, defendiste mi hacienda.
Quien osó despojarnos lo pagó con la vida.

Al igual que esta tierra he sido sólo un sueño.
Demoré cuanto pude tu estancia lejos de ella.
Yo fui Circe, Nausícaa… Ítaca no existió.
Tu vuelta me condena al reino de las sombras.

Muertos los pretendientes ya todo es como antes.
Nada importa si el tiempo dejó huella en tu rostro:
para mí serás siempre aquella que me espera,
tejiendo mi regreso.

¿Los pretendientes, dices?… Soy demasiado vieja.
Casi no te recuerdo y nunca esperé a un héroe.
Sí, mi nombre es Penélope.



Poema Epístola De Antínoo de Teresa Ortiz



«Había mucho de angustia en mi necesidad de herir
aquella sombría ternura que amenazaba complicar mi vida.»

M. Yourcenar, Memorias de Adriano.

Tenía mi juventud, mi niñez casi,
y toda la belleza de la vida que empieza.
Libertad sin saberlo.
La tristeza de un sol que se apaga al ocaso
para volver de nuevo sobre montes y valles
más brillante, más dulce.
Tú eras el poder: hombres, legiones, reinos
a ti se doblegaban.
Tuyo era el placer, los amantes, la intriga
hasta llegar al crimen, a la sangre, la guerra.
Yo admiré todo eso, también tu inteligencia,
y me sentí halagado cuando tú me elegiste
para hablarme de amor,
de cosas ignoradas y apenas presentidas
cuando me entretenía en el vuelo de un pájaro
o en el canto de un grillo al caer de la tarde.
Cuánto aprendí contigo, amigo padre, amante.
Sólo empecé a temerte al descubrir tu miedo.
Supe que estabas solo. Habías elegido
hace mucho un destino: el que te condenaba
a ser dios, soberano;
el mismo que te trajo aquel día en Bitinia
a una fuente, a un patio, y hasta mi vida en fin.
Ya pasado algún tiempo odié tu indiferencia,
cuántas veces fingida, por el mundo, los hombres,
la adulación o el tiempo.
Ese afán de mostrarme de la vida lo oscuro,
la mentira, traiciones… Lo que yo presentía
y tan sólo se aprende al correr de los años.
Me estabas preparando para tu propio miedo.
Sentí piedad por ti.
Y te quise mostrar que podía enseñarte
algo que no sabías o ya no recordabas.
Lo que yo te ofrecí era el mejor regalo
y quizá el más terrible.
Porque tengo certeza de que al menos un tiempo
yo seré el soberano y tú tan sólo el hombre,
el amante que espera solo el postrer consuelo,
la hora del olvido.
No fue sólo soberbia. Yo te quise y lo sabes.
Con mi muerte renuncio a una tristeza áurea.
Huyo así de mi miedo y también de tu olvido.
De esa vida que tú me mostraste y presiento,
de los días sombríos, los míos y los tuyos.
Renuncio a todo eso, y aunque ahora te duela
y en medio del dolor me llames o maldigas,
en el futuro un día, cuando ya seas viejo,
recordarás a un joven que te amó y que quiso
recordarte que hay seres que aman y renuncian
sin esperar por ello fidelidad o gloria.
No, no es sólo soberbia. Es algo que te entrego
sabiendo de antemano que es terrible y precioso
porque es mi propia vida. No podrás rechazarla
tú que todo lo puedes.
Y con ella en tus manos olvidarás el miedo.



Poema La Primera Palabra de Teresa Martín Taffarel



La primera palabra se anuncia en el silencio.
Es un pliegue del aire, un resquicio del tiempo
y no sabe si es agua, o pájaro o estrella,
y si nombra, si llama, si se niega o espera.

La sustancia del viento se resuelve en un signo:
las farolas, el libro, la cuna, las estatuas.
Y el mundo que se inventa de nuevo en la mañana
para hacerse y rehacerse como ilusión de río.

Hilandera de nubes en la arena impasible,
se cierra la escritura como azul entramado.
Los anillos de savia intentan un suspiro
en los leños que arden en la tarde apacible.

Las palabras se pierden en decires lejanos
Y vuelve la tristeza que acumula artificios.



Poema Este Juego Inaudito De Los Días de Teresa Martín Taffarel



Este juego inaudito de los días
ya no puede atraparme en su engranaje.
La estrategia del tejo que se pierde
es el signo de un tiempo sin rescate.

Como el niño que elige los reflejos,
coloreo las copas de los árboles,
una casa, las nubes, los caminos,
y modelo las flores de la tarde.

Evoco incomprensibles retahílas,
converso con la sombra en las paredes,
camino sin salirme de las rayas.

Las estatuas del patio no me miran.
El cielo del dibujo se ha borrado.
Sólo queda la luna de la infancia.

Yo dije mis palabras
con un temblor que contenía
esa pena honda que siempre me acompaña
estaba sola entre mis signos
pero yo sé que todos me escuchaban

Y sí, tuve miedo
de quedarme esencial y desolada
frente a la mirada interrogante
de quienes esperaban
leerse en mis imágenes
en los nombres que para cada uno
tienen las cosas habituales
y en aquellas otras
las que no se dicen
porque cualquier palabra las empaña

Aquel día
yo dije mis palabras
y supe que mi tiempo
era un canto sin dueño
que volaba entre lluvias y neblinas
para anidar en otros campanarios.



Poema Escribir El Instante de Teresa Martín Taffarel



Escribir el instante
que no es poco.
Inventarlo, intentarlo
con palabras indóciles.
Acomodar los signos
en desacuerdo con el día.
Saber un poco más
o un poco menos.
Y adivinar que mañana
habrá otro borrador indescifrable.



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