Poema El Encuentro de Gabriela Mistral



Le he encontrado en el sendero.
No turbó su ensueño el agua
ni se abrieron más las rosas;
abrió el asombro mi alma.
¡Y una pobre mujer tiene
su cara llena de lágrimas!
Llevaba un canto ligero
en la boca descuidada,
y al mirarme se le ha vuelto
grave el canto que entonaba.
Miré la senda, la hallé
extraña y como soñada.
¡Y en el alba de diamante
tuve mi cara con lágrimas!
Siguió su marcha cantando
y se llevó mis miradas…
Detrás de él no fueron más
azules y altas las salvias.
¡No importa! Quedó en el aire
estremecida mi alma.
¡Y aunque ninguno me ha herido
tengo la cara con lágrimas!
Esta noche no ha velado
como yo junto a la lámpara;
como él ignora, no punza
su pecho de nardo mi ansia;
pero tal vez por su sueño
pase un olor de retamas,
¡porque una pobre mujer
tiene su cara con lágrimas!
Iba sola y no temía;
con hambre y sed no lloraba;
desde que lo vi cruzar,
mi Dios me vistió de llagas.
Mi madre en su lecho reza
por mí su oración confiada.
Pero ¡yo tal vez por siempre
tendré mi cara con lágrimas!



Poema El Corro Luminoso de Gabriela Mistral



Corro de las niñas
corro de mil niñas
a mi alrededor:
¡oh Dios, yo soy dueña
de este resplandor!
En la tierra yerma,
sobre aquel desierto
mordido de sol,
¡mi corro de niñas
como inmensa flor!
En el llano verde,
al pie de los montes,
que hería la voz,
¡el corro era un solo
divino temblor!
En la estepa inmensa,
en la estepa yerta
de desolación,
¡mi corro de niñas
ardiendo de amor!
En vano quisieron
quebrarme la estrofa
con tribulación:
¡el corro la canta
debajo de Dios!



Poema El Ángel Guardián de Gabriela Mistral



Es verdad, no es un cuento;
hay un Ángel Guardián
que te toma y te lleva como el viento
y con los niños va por donde van.
Tiene cabellos suaves
que van en la venteada,
ojos dulces y graves
que te sosiegan con una mirada
y matan miedos dando claridad.
(No es un cuento, es verdad.)
Él tiene cuerpo, manos y pies de alas
y las seis alas vuelan o resbalan,
las seis te llevan de su aire batido
y lo mismo te llevan de dormido.
Hace más dulce la pulpa madura
que entre tus labios golosos estrujas;
rompe a la nuez su taimada envoltura
y es quien te libra de gnomos y brujas.
Es quien te ayuda a que cortes las rosas,
que están sentadas en trampas de espinas,
el que te pasa las aguas mañosas
y el que te sube las cuestas más pinas.
Y aunque camine contigo apareado,
como la guinda y la guinda bermeja,
cuando su seña te pone el pecado
recoge tu alma y el cuerpo te deja.
Es verdad, no es un cuento:
hay un Ángel Guardián
que te toma y te lleva como el viento
y con los niños va por donde van.



Poema El Amor Que Calla de Gabriela Mistral



Si yo te odiara, mi odio te daría
en las palabras, rotundo y seguro;
pero te amo y mi amor no se confía
a este hablar de los hombres, tan oscuro.
Tú lo quisieras vuelto en alarido,
y viene de tan hondo que ha deshecho
su quemante raudal, desfallecido,
antes de la garganta, antes del pecho.
Estoy lo mismo que estanque colmado
y te parezco un surtidor inerte.
¡Todo por mi callar atribulado
que es más atroz que el entrar en la muerte!



Poema Dulzura de Gabriela Mistral



Madrecita mía,
madrecita tierna,
déjame decirte
dulzuras extremas.
Es tuyo mi cuerpo
que juntaste en ramo;
deja revolverlo
sobre tu regazo.
Juega tú a ser hoja
y yo a ser rocío:
y en tus brazos locos
tenme suspendido.
Madrecita mía,
todito mi mundo,
déjame decirte
los cariños sumos.



Poema Stretta de Paul Celan



Deportado al campo
de la huella infalible.
Hierba escrita: dispersa. Las piedras,
blancas,
y las sombras de los tallos:
¡No leas más -mira!
¡No mires más -camina!
Camina, tu hora
no tiene hermanas, tú estás-
estás en tu casa. Una rueda gira,
lenta, desde sí misma; sus rayos
ascienden,
ascienden por el campo oscuro, la noche
no necesita estrellas, en ninguna parte
preguntan por ti.

En ninguna parte
preguntan por ti.
El lugar, donde estaban,
tiene un nombre -no
tiene ninguno. No estaban allí. Algo
estaba entre ellos.
No veían al través.
No veían, no,
hablaron de
palabras. Ninguna
despertó, el
sueño
se les vino encima.

Se les vino encima
En ninguna parte preguntan-
Soy yo, yo
estaba entre ellos,
abierto,
audible, yo les di la alarma, su aliento
obedeció, soy el mismo, todavía;
sí, ellos duermen.

Soy el mismo, todavía.

Años,
años, años, un dedo,
palpa abajo, arriba,
palpa alrededor:
suturas palpables, aquí
se abren, aquí
cicatrizan de nuevo -¿quién
las cubrió?

¿quién
las recubrió?
Venía, venía,
venía, una palabra, venía,
venía a través de la noche,
quiso resplandecer, quiso resplandecer.
Ceniza.
Ceniza, ceniza.
Noche.
Noche-y-noche. -Acude
al ojo, al húmedo.

Al ojo
acude,
al húmedo-
Huracanes.
Huracanes de siempre,
torbellinos de átomos; lo otro,
tú lo sabes,
lo leímos en el libro,
era era sólo apariencia.
Era, era
sólo apariencia. ¿Cómo
nos asimos -con estas manos?
Estaba escrito que.
¿Dónde? Tendimos
encima un silencio
nutrido con veneno, inmenso,
un
verde
silencio, una hoja como un cáliz,
una idea adherida a lo vegetal,
verde, sí,
adherida, sí,
bajo el cielo maligno.
Adherida, sí,
vegetal.
Sí.
Huracanes, torbellinos
de átomos: quedó
el tiempo, quedó,
de intentarlo en la piedra-,
ella fue hospitalaria,
no cercenó la palabra.
Qué holgadamente vivíamos:
Granulada,
granulada y fibrosa, cualiforme,
compacta;
ubiforme, irradiada, reniforme,
aplanada,
aglomerada, esponjosa, ramificada-:
no cercenó la palabra, habló,
habló suavemente a los ojos secos,
antes de cerrarlos.
Habló, habló.
Era, era.
Nosotros
no cedimos, estábamos
en medio, una estructura porosa,
y llegó.
Se nos vino encima,
se abrió camino, zurciendo
invisible, zurciendo
hasta la última membrana
y
el mundo,
un millar de prismas,
cristalizó, cristalizó.

Cristalizó, cristalizó.
Entonces-
Noches, sin mezcla. Círculos
verdes o azules, rojos
cuadrados: el mundo
pone su entraña
en juego
con las horas inéditas.- Círculos
rojos o negros, claros
cuadrados: no hay sombras
en vuelo,
planchetas, ningún almahumo
asciende y participa
en el juego.

Asciende
y participa en el juego.
Cuando huyen las lechuzas,
en la lepra petrificada,
en nuestras manos en fuga,
en la última abyección,
en la red caza balas
del muro derruido:
visibles de nuevo:
los surcos,
los coros antiguos,
los salmos. Ho, hosanna.
Entonces
hay aún templos en pie.
Una estrella
quizá da luz todavía.
Nada,
nada se ha perdido
Hosanna.
Cuando huyen las lechuzas, aquí,
el diálogo -gris como el día-
en las huellas del agua subterránea.

(Gris como el día,
en las huellas
del agua subterránea.
Deportado al campo
de la huella infalible:
Hierba.
Hierba, escrita: dispersa.)



Poema Dos Ángeles de Gabriela Mistral



No tengo sólo un Ángel
con ala estremecida:
me mecen como al mar
mecen las dos orillas
el Ángel que da el gozo
y el que da la agonía,
el de alas tremolantes
y el de las alas fijas.
Yo sé, cuando amanece,
cuál va a regirme el día,
si el de color de llama
o el color de ceniza,
y me les doy como alga
a la ola, contrita.
Sólo una vez volaron
con las alas unidas:
el día del amor,
el de la Epifanía.
¡Se juntaron en una
sus alas enemigas
y anudaron el nudo
de la muerte y la vida!



Poema Doña Primavera de Gabriela Mistral



Doña Primavera
viste que es primor,
viste en limonero
y en naranjo en flor.
Lleva por sandalias
unas anchas hojas,
y por caravanas
unas fucsias rojas.
Salid a encontrarla
por esos caminos.
¡Va loca de soles
y loca de trinos!
Doña Primavera
de aliento fecundo,
se ríe de todas
las penas del mundo…
No cree al que le hable
de las vidas ruines.
¿Cómo va a toparlas
entre los jazmines?
¿Cómo va a encontralas
junto de las fuentes
de espejos dorados
y cantos ardientes?
De la tierra enferma
en las pardas grietas,
enciende rosales
de rojas piruetas.
Pone sus encajes,
prende sus verduras,
en la piedra triste
de las sepulturas…
Doña Primavera
de manos gloriosas,
haz que por la vida
derramemos rosas:
Rosas de alegría,
rosas de perdón,
rosas de cariño,
y de exultación.



Poema Dios Lo Quiere de Gabriela Mistral



I
La tierra se hace madrastra
si tu alma vende a mi alma.
Llevan un escalofrío
de tribulación las aguas.
El mundo fue más hermoso
desde que me hiciste aliada,
cuando junto de un espino
nos quedamos sin palabras
¡y el amor como el espino
nos traspasó de fragancia!
Pero te va a brotar víboras
la tierra si vendes mi alma;
baldías del hijo, rompo
mis rodillas desoladas.
Se apaga Cristo en mi pecho
¡y la puerta de mi casa
quiebra la mano al mendigo
y avienta a la atribulada!
II
Beso que tu boca entregue
a mis oídos alcanza,
porque las grutas profundas
me devuelven tus palabras.
El polvo de los senderos
guarda el olor de tus plantas
y oteándolas como un ciervo,
te sigo por las montañas…
A la que tú ames, las nubes
la pintan sobre mi casa.
Ve cual ladrón a besarla
de la tierra en las entrañas;
que, cuando el rostro le alces,
hallas mi cara con lágrimas.
III
Dios no quiere que tu tengas
sol si conmigo no marchas;
Dios no quiere que tu bebas
si yo no tiemblo en tu agua;
no consiente que te duermas
sino en mi trenza ahuecada.
IV
Si te vas, hasta en los musgos
del camino rompes mi alma;
te muerden la sed y el hambre
en todo monte o llamada
y en cualquier país las tardes
con sangre serán mis llagas.
Y destilo de tu lengua
aunque a otra mujer llamaras,
y me clavo como un dejo
de salmuera en tu garganta;
y odies, o cantes, o ansíes,
¡por mí solamente clamas!
V
Si te vas y mueres lejos,
tendrás la mano ahuecada
diez años bajo la tierra
para recibir mis lágrimas,
sintiendo cómo te tiemblan
las carnes atribuladas,
¡hasta que te espolvoreen
mis huesos sobre la cara!



Poema Devuelto de Gabriela Mistral



A la cara de mi hijo
que duerme, bajan
arenas de las dunas,
flor de la caña
y la espuma que vuela
de la cascada…
Y es sueño nada más
cuanto le baja;
sueño cae a su boca,
sueño a su espalda,
y me roban su cuerpo
junto con su alma.
Y así lo van cubriendo
con tanta maña,
que en la noche no tengo
hijo ni nada,
madre ciega de sombra,
madre robada.
Hasta que el sol bendito
al fin lo baña:
me lo devuelve en linda
fruta mondada
¡y me lo pone entero
sobre la falda!



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