Poema Daimon Atopon (i) de Jaime Siles



(A Marifé y Pepe Piera)

Se te puede buscar bajo un ciprés de espuma,
en los dedos del aire, metálico, del sueño,
en un volcán de pájaros incendiados de nieve
o en las olas sin voz de los peces de plata.

Te ocultas en los ríos,
en las hojas de piedra,
en las lunas heladas.
Vives tras de las venas,
al borde de los dientes,
invisible en la sangre, desnuda, de la aurora.

Te he visto muchas veces arder en los cristales,
saltar en las pupilas,
consumirte en los ecos de un abismo innombrable.

Tu sombra me dio luz,
acarició mi frente,
se hizo cuerpo en mi boca.
Y tu mirada quema, relámpago de hielo,
humo en las cejas,
lava.



Poema Convento De Las Dueñas de Jaime Siles



A Federico Ordiñana

El oscuro silencio tallado sobre el tacto
golpea sin tocar la luz de esta materia,
de esta altura perdida persiguiendo
la eternidad donada a sus figuras.

Un sosiego perenne asciende hasta la música,
difumina los ecos sonoros del espacio
y pulsa, impele, domeña, geometriza
la mágica sorpresa del aire en surtidores,

Infiel al arbotante, a la jamba convexa,
al ritmo que la mano con claridad impone,
deja un aliento verde para llegar al sueño,
al éxtasis que crece desde la piedra en fuga.

Y queda un resplandor, una callada imagen,
un fragmento de tiempo que impreciso se ahonda
y nunca más se ha sido: se está siendo
porque en su dimensión la forma dura.



Poema Biografía de Jaime Siles



Mi ayer son algas de pasión,
luces de espuma.
Y una arena insaciable que devora
los cuerpos submarinos.
Un cielo blando donde beben
las palomas sin rumbo del estío.



Poema Ven de Jaime Saenz



Ven; yo vivo de tu dibujo
y de tu perfumada melodía,
soñé en la estrella a que con un canto se podría llegar
-te vi aparecer y no pude asirte, a turbadora distancia
te llevaba el canto
y era mucha lejanía y poco tu aliento para alcanzar
a tiempo un fulgor de mi corazón
-el que ahora estalla ahogado por alguna lluvia compasiva.

Ven, sin embargo; deja que mi mano imprima
inolvidable fuerza a tu olvido,
acércate a mirar mi sombra en la pared,
ven una vez; quiero cumplir mis deseos de adiós.



Poema Eres Visible de Jaime Saenz



Permaneces todo el tiempo en el olor de las montañas
cuando el sol se retira,
y me parece escuchar tu respiración en la frescura de la sombra
como un adiós pensativo.

De tu partida, que es como una lumbre, se condolerán
estas claras imágenes
por el viento de la tarde mecidas aquí y a lo lejos;
yo te acompaño con el rumor de las hojas, miro por
ti las cosas que amabas
-el alba no borrará tu paso, eres visible.



Poema A Ti(jaime Saenz) de Jaime Saenz



Al calor de tu forma progresa mi sangre, en el aire
de sueño
el clima para lo solo eres tú
-una sombra canta para ti en el fondo del agua al
compás de mi corazón
y en tu mirar mis ojos están silenciosos por la música
al soplo de la luz,
en el cielo y en la oscuridad.

Esta noche reuno tu forma,
el eco de tu boca en medio de una olvidada canción
-y te doy un abrazo.



Poema Rescoldo de Jaime Labastida



Se va hacia atrás el horizonte.
La estrella Sirio vuelve hasta su origen
(¿cuál, oh dioses, a dónde va
con esa prisa oscura?).
Otros planetas surcan, en órbitas,
mi sangre. El agua ya es tiniebla,
el árbol se comprime.
¿Por qué la estrella y la conciencia?
¿Por qué la tempestad, inhóspito,
el desierto? El sol de cobre derretido
y llaga. El polvo, el óxido, la lengua.

Todo viene hasta aquí. Lo mismo
un perro que una hormiga,
hasta el centro, en mi vértebra
impar, en mi jardín izquierdo, aquí,
junto a mi mano torpe. Como si el pelo,
la pupila, los tejidos, la sangre polvo
y la ceniza ronca. Toca el tiempo
con dedos húmedos la lenta y larga,
tranquila voz de las castañas.

Se desnuda un sonido cadáver.
Todo viene hasta aquí,
lento y furioso.
La amada que lastima
y la ciudad herrumbre, el tiempo,
plazas, árboles, siniestros.
Un rostro azúcar tal vez en la ventana.
Los tristes, los zapatos. Lo mismo
el odio que el metal y el cuero.
La ciudad, insisto, que se estira,
el tiempo, el rostro ayer y la agonía,
el ojo hundido, ciego, en la borrasca.
Llega la pobre lavandera, cruje
ya el cielo lastimado de humo.

Un cuervo azul sobre el azul desliza
su vuelo duro contra el bosque ausente.
Pastan caballos en el bosque magro.
El ala luz de la paloma leve
silba un látigo dulce
y aroma el aire el vuelo. Viene
un ladrido horror contra la luna.
Viene el lucero Venus, Aldebarán,
la Cruz del Sur, en grave, callada
gracia giran, crecen en un relámpago
de acero. Igual que este dolor
en el costado. Igual como estridula
el grillo. Lo mismo que un disparo
o una tortuga gris con ojos miopes.
Igual que un árbol diminuto,
torturado. Lo mismo que el cartílago
del pollo, que la sangrante voz del bajo.

Todo viene hasta aquí y dulce,
torpemente, canta. Igual que el más pequeño
de mis vasos, tan necesario el astro
como el ave. Vienen aquí.
Quema el sonido de la luna fría.



Poema Plenitud Del Tiempo de Jaime Labastida



1

La destrucción del fuego, atroz,
y la del tiempo. El bosque que crepita,
a sal, torturas largas. La alegría,
por supuesto. El tiempo reconstruye
la tiniebla. ¿Qué va a ser, si no tiempo,
cada nuez en su rama, exacta, fría?
Adentro de la hoja, el huracán. Hundida
ya en el agua, la tormenta, ese tiempo
feroz que la atosiga. Hasta
en el vientre de la roca mueren
las hormigas, el aroma es de sangre.
Sólo un instante fosforece el viento,
estalla el corazón sólo un minuto,
una ola no más, quizá la dicha:
gira la tierra. ¿Recordarán algunos
mi sonrisa? El hijo, el mar
reconstruyéndose. Un relámpago fluye,
arde el maderamen. Sordo de amor,
ya desnudez, te acoso. El hijo
escucha, sabe que lo busco. El tiempo
sana de todas sus heridas. Arde
entonces el mar sin consumirse.

2

La destrucción del aire, atroz,
y la del tiempo. El hueso que enmohece
la duda, la desgracia. La dicha,
por supuesto. El tiempo entierra dedos,
encuentra su derrota: árboles,
ámbar, sólo pulmones de ceniza
y fango, sólo bocas de mármol:
sube el agua. ¿Qué dejaré
de mí, qué de mis dedos? La hija,
el aire, rebelión, palabras.
Mi sangre te devasta, sufres
y llamas desde la otra orilla,
una voz de clemencia por el río
se escucha, y miro el grito
ciego de la niña adentro
de tu cuerpo abierto. La construcción,
la tierra, la esperanza. El agua
brota ya, plagada de respuestas.
La casa brilla y su color incendia.
El tiempo tiene forma de paloma:
el aire la sostiene y la acaricia.

3

La destrucción de tierra, atroz,
y la del tiempo. La casa que enmudece,
el hielo, la fatiga. El dolor,
por supuesto. El tiempo que edifica
atmósferas y labios. ¿Qué será
tu mirada, si no la casa, la puerta,
los batientes, el musgo que adelgaza
la claridad del día? Sólo intestinos
de rescoldo y canto, sólo unos ojos
de color durazno. ¿Quién buscará
después mis dedos, quién esta piel
del tiempo, destruyéndose? La hija,
el fuego: se detiene el aire.
Remo ya turbio el mío, entro,
en ti germino. El terremoto asciende,
claridad, sonríe. La niña,
el árbol, sonora luz
en lucha contra el viento:
el tiempo largo de sus ramas
crece. La niña es ya
respuesta a mi pregunta.

4

La destrucción del agua, atroz,
y la del tiempo. La piedra que encanece,
el mito, la esperanza. El amor,
por supuesto. El tiempo rasga muertes,
por débiles, sonoras. El fósforo
metálico, ¿qué ha de ser, si no
tiempo? Helada, inmóvil, pasará
la tierra, destruirá tu rostro.
Sólo una mano de argamasa y llanto,
sólo lengua de yeso: repta el fuego.
¿Qué quedará de mí, qué de mis venas?
El tiempo, el hijo mismo,
construcción, el agua. Resplandece
la víctima. Mi amor te aplasta
y ya te sangra vida. El hijo clama
desde el hondo pozo y un grito
en plumas resplandece y queda.
La construcción incendia, amor,
la de la sangre. El agua se abre,
clara de sonrisas. La casa
es blanca ya
y es pleno el tiempo.



Poema Papel Borrado de Jaime Labastida



Cuando termino de escribir todo esto,
después que durante horas me imprimo
como un mecanismo de dulzura y de cólera
én las hojas, y el viento desordena los papeles
y entra un siblido extraño, y merodea en la casa
una noche especial, ajena, sin preguntas;
cuando abro las ventanas para que lleguen
los amigos que tienen nombres de herramienta
y prisines, después que me deshago de este
tósigo, cuando quedo vacío, mi mujer
viene aquí con amor que estrangula.
Amor resplandeciente el nuestro que asume
la crueldad de un pájaro pequeño que picara
su grano, tiernamente, en la herida de un brazo
y más la abriera, que es como un pequeño pájaro
que cantara, cerca, muy cerca, demasiado
cerca del oído, y al que no pudieras callar,
aunque te rompa el tímpano a golpes de dulzura.

Escribo entonces junto al mar.
Asiento mi pisada y mi cansancio
en la áspera arena de la playa, mientras el mar,
ausente, en grises movimientos nos acecha
y borra todo, borra todo, borra
todo de mí, borra todo de mí,
borra todo de mí.



Poema Mentira de Jaime Labastida



Todo cuanto hasta aquí fue escrito,
mentira sorda. No es verdad
que haya sido menos dura
la mandíbula airada de las horas.
Que un pañuelo piedad haya enjugado
el sudor de las víctimas. Falso
también que días más tarde
la vida sea más fácil. L llaga
en la conciencia. La espina,
atroz, en la memoria. Tanto mal
que hemos hecho, sin quererlo
siquiera. Una sonrisa tuerta
en la frontera opaca de la noche.
Una mirada tensa cuando apenas
la niña sonreía. Triunfan siempre
la guerra y los contrarios.
Insaciables las horas, insaciables
los días. Sordomuda
la historia, hostil
la vida: el equilibrio es tenso.
Caminar es violencia.
Estamos hechos para devorarnos.
Mentira, pues, que este dolor acabe.

Clamaba a ti, desde lo hondo,
oh polvo, padre bestial,
inhóspito, implacable.
Clamaba a ti, y no me has escuchado.
Mi mano tartamuda había mentido.



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