Poema Peeping Tom de Jaime Gil De Biedma



Ojos de solitario, muchachito atónito
que sorprendí mirándonos
en aquel pinarcillo, junto a la Facultad de Letras,
hace más de once años,

al ir a separarme,
todavía atontado de saliva y arena,
después de revolcarnos los dos medio vestidos,
felices como bestias.

Tu recuerdo, es curioso
con qué reconcentrada intensidad de símbolo,
va unido a aquella historia,
mi primera experiencia de amor correspondido.

A veces me pregunto qué habrá sido de ti.
Y si ahora en tus noches junto a un cuerpo
vuelve la vieja escena
y todavía espías nuestros besos.

Así me vuelve a mí desde el pasado,
como un grito inconexo,
la imagen de tus ojos. Expresión
de mi propio deseo.



Poema No Volveré A Ser Joven de Jaime Gil De Biedma



Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde
-como todos los jóvenes, yo vine
a llevarme la vida por delante.

Dejar huella quería
y marcharme entre aplausos
-envejecer, morir, era tan sólo
las dimensiones del teatro.

Pero ha pasado el tiempo
y la verdad desagradable asoma:
envejecer, morir,
es el único argumento de la obra.



Poema Loca de Jaime Gil De Biedma



La noche, que es siempre ambigua,
te enfurece-color
de ginebra mala, son
tus ojos unas bichas.

Yo sé que va a romper
en insultos y en lágrimas
histéricas. En la cama,
luego, te calmaré

con besos que me da pena
dártelos. Y al dormir
te apretarás contra mí
como una perra enferma.



Poema Las Afueras (vii) de Jaime Gil De Biedma



Mirad la noche del adolescente.
Atrás quedaron las solicitudes
del día, su familia de temores,

y la distancia pasa en avenida
de memorias o tumbas sin ciudad,
arrabales confusos lentamente

apagados. La noche se afianza
-hasta los cielos cada vez, contigua
la sien late en el centro.

Bajo espesura de rumor la ausencia
se difunde y regresa hacia los ojos
sin sueño abiertos, sensitivos. Algo

que debe de ser brisa, como un rastro
de frescura borrándose, se exhala
desde el balcón por donde entró la noche.

Sus sigilosos dedos de tiniebla
rozan la piel exasperada, buscan
las yemas retraídas de los párpados.

Y la noche se llega hasta los ojos,
inquiere las inmóviles pupilas,
golpea en lo más tierno que aún resiste

en el instante de ceder, irrumpe
cuerpo adentro, la noche, derramada,
y corre despertando cavidades

retenidas, sustancias, cauces secos,
lo mismo que un torrente de mercurio,
y se disipa recorriendo cuerpo.

Es ella misma cuerpo, carne, párpado
adelgazado hasta el dolor, latido
de mucha muerte insomne,

forma sensible de la ausencia -ciego
de noche absorta, gira el pensamiento.
Y la rosa de rejalgar, allí

donde fue la memoria, se levanta,
cabeza de corrientes hacia el sueño
total de otro lado de la noche.



Poema Las Afueras (vi) de Jaime Gil De Biedma



Como la noche no
quiero que tú desciendas,
no quiero cumplimiento
sino revelación.
Desciende hasta mis ojos
veloz, como la lluvia.
Como el furioso rayo,
irrumpe restallando
mientras quedan las cosas
bajo la luz inmóviles.
Que no quiero la dulce
caricia dilatada,
sino ese poderoso
abrazo en que romperme.



Poema Las Afueras (v) de Jaime Gil De Biedma



De noche,
cuando desciendas.

Pero es inútil, nunca
he de volver a donde tú
nacías ya con forma de recuerdo.

Quizá súbitamente crece
la sangre. Crece la sangre
hasta mucho más lejos que aquel brazo.

Nadie más que la mano desarmada,
la tenue palma
y este dolor.



Poema Las Afueras (iv) de Jaime Gil De Biedma



Os acordáis. Los años aurorales
como el tiempo tranquilos, pura infancia
vagamente asistida por el mundo.

La noche aún materna protegía.
Veníamos del sueño, y un calor,
un sabor como a noche originaria
se demoraba sobre nuestros labios,
humedeciendo, suavizando el día.

Pero algo a veces nos solicitaba.
El cuerpo, y el regreso del verano,
la tarde misma, demasiado vasta.

¿En qué mañana, os acordais, quisimos
asomarnos al pozo peligroso
en el extremo del jardín? Duraba
el agua quieta, igual que una mirada
en cuyo fondo vimos nuestra imagen.

Y un súbito silencio recayó
sobre el mundo, azorándonos.



Poema Las Afueras (ii) de Jaime Gil De Biedma



Quién? Quién es el dormido?
Si me callo, respira?
Alguien está presente
que duerme en las afueras.

Las afueras son grandes,
abrigadas, profundas.
Lo sé pero, no hay quién
me sepa decir más?

Están casi a la mano
y anochece el camino
sin decirnos en dónde
querríamos dormir.

Pasa el viento. Le llamo?

Si subiera al salón
familiar del octubre
el templado silencio
se aterraría.

Y quizá me asustara
yo también si él me dice
irreparablemente
quién duerme en las afueras.



Poema Las Afueras (i) de Jaime Gil De Biedma



La noche se afianza
sin respiro, lo mismo que un esfuerzo.
Más despacio, sin brisa
benévola que en un instante aviva
el dudoso cansancio, precipita
la solución del sueño.
Desde luces iguales
un alto muro de ventanas vela.
Carne a solas insomne, cuerpos
como la mano cercenada yacen,
se asoman, buscan el amor del aire
-y la brasa que apuran ilumina
ojos donde no duerme
la ansiedad, la infinita esperanza con que aflige
la noche, cuando vuelve.



Poema Lágrima de Jaime Gil De Biedma



No veían la lágrima.

Inmóvil
en el centro de la visión, brillando,
demasiado pesada para rodar por mejilla de hombre,
inmensa,
decían que una nube, pretendían, querían
no verla
sobre la tierra oscurecida,
brillar sobre la tierra oscurecida.

Ved en cambio a los hombres que sonríen,
los hombres que aconsejan la sonrisa.
Vedlos
presurosos, que acuden.
Frente a la sorda realidad
peroran, recomiendan, imponen confianza.
Solícitos, ofrecen sus servicios. Y sonríen,
sonríen.
Son los viles
propagandistas diplomados
de la sonrisa sin dolor, los curanderos
sin honra.

La lágrima refleja
sólo un brillo furtivo
que apenas espejea.
La descubre la sed,
apenas, de los ojos
sobre los doloridos
utensilios humanos
-igual como descubre
el río que, invisible,
espejea en las hojas
movidas-, pero a veces
en cambio, levantada,
manifiesta, terrible,
es un mar encendido
que hace daño a los ojos,
y su brillo feroz
y dura transparencia
se ensaña en la sonrisa
barata de esos hombres
ciegos, que aún sonríen
como ventanas rotas.

He ahora el dolor
de los otros, de muchos,
dolor de muchos otros, dolor de tantos hombres,
océanos de hombres que los siglos arrastran
por los siglos, sumiéndose en la historia.
Dolor de tantos seres injuriados,
rechazados, retrocedidos al último escalón,
pobres bestias
que avanzan derrengándose por un camino hostil,
sin saber dónde van o quién les manda,
sintiendo a cada paso detrás suyo ese ahogado resuello
y en la nuca ese vaho caliente que es el vértigo
del instinto, el miedo a la estampida,
animal adelante, hacia adelante, levantándose
para caer aún, para rendirse
al fin, de bruces, y entregar
el alma porque ya
no pueden más con ella.

Así es el mundo
y así los hombres. Ved
nuestra historia, ese mar,
ese inmenso depósito de sufrimiento anónimo,
ved cómo se recoge
todo en él: injusticias
calladamente devoradas, humillaciones, puños
a escondidas crispados
y llantos, conmovedores llantos inaudibles
de los que nada esperan ya de nadie…
Todo, todo aquí se recoge, se atesora, se suma
bajo el silencio oscuramente,
germina
para brotar adelgazado en lágrima,
lágrima transparente igual que un símbolo,
pero reconcentrada, dura, diminuta
como gota explosiva, como estrella
libre, terrible por los aires, fulgurante, fija,
único pensamiento de los que la contemplan
desde la tierra oscurecida,
desde esta tierra todavía oscurecida.



« Página anterior | Página siguiente »


Políticas de Privacidad