Poema Casandra de María Rosal



Desmedida en tu huella,
eres hija inocente
del desierto y las olas.
Azul incandescencia.
Remota en tus senderos,
en la cumbre perfecta
del racimo y los labios,
cíngulo de tu aliento,
dormido en las adelfas.

¿Eres diosa o camino?
Mujer acaso. Y basta.



Poema Safo de María Rosa Gálvez



Noche desoladora, fiel imagen
de mis continuos bárbaros tormentos,
no cese tu rigor, no tus furores;
el hórrido silbido de los vientos,
el rayo desprendido de la esfera,
el ronco son del pavoroso trueno
halaga un corazón desesperado.
¡Ah! perezca en tu horror el universo,
perezca la morada que mantiene
al hombre entre los hombres más perverso;
anégale en tus aguas, mar undoso,
y entre tus ondas su cadaver yerto
suba al Olimpo y del Olimpo baje
a sepultarse en el profundo averno;
mas tú te calmas; ¿eres insensible
a mi fatal plegaria, a mis lamentos?
¿Eres como Faon? ¡ay! ni su nombre
piadoso vuelve a repetir el eco.
¡Espantosa quietud! Todo enmudece,
y al tormentoso horror sigue el silencio.
Las negras furias que mi amor persiguen
me privan hasta el bárbaro consuelo
de ver el orbe vacilar al choque
de los embravecidos elementos.
Vecina el alba, volverá a la tierra
el marchito verdor; placido el cielo
ofrece al fin serenidad y vida.
Hoy, por la última vez, el firmamento
verán mis ojos de llorar cansados.
Sol, apresura tu brillante vuelo;
verás a Safo en su postrera angustia
perecer, u olvidar su ingrato dueño.



Poema Oda de María Rosa Gálvez



¡Portentosa natura! Yo en mi mente
Saludo tus augustas maravillas,
Obra de un Dios de eterna omnipotencia;
Permíteme que pueda reverente
Al tiempo que me humillas
Con tu magnificencia,
Del Teyde abrasador cantar la cumbre,
Su altura prodigiosa,
Su hondo abismo y su mole cavernosa.
El astro de la luz, padre del día
Del globo de la tierra
Sus rayos escondía
Cuando yo penetraba
De Laguna la selva deliciosa.
Si entre el horror sangriento de la guerra
Sublime Tasso en su cantar mudaba
La horrible trompa en cítara de amores
Que en la selva de Armida resonaba,
Del bosque de laguna Apolo en tanto
La imagen inspiró a su dulce canto.
Por él mil arroyuelos se deslizan
Que en tortuoso giro
Cortan del valle el plácido retiro.
Allí en largas praderas fertilizan
El plátano sabroso;
Aquí verdes colinas esquivando
Su falda van lamiendo
Y del tronco pomposo
Del drago la altivez desenvolviendo,
Que de su seno abriendo las vertientes,
De púrpura matiza las corrientes.
Las frutas y las flores
Lisonjean y halagan los sentidos
Con su sabor y olores;
Encantan los oídos
Las quejas de los dulces ruiseñores,
Y del canario y colorín hermosos
A par resuenan ecos armoniosos.
La bóveda perpetua de verdura
De esta selva sombría
Pasó entre sus antiguos moradores
Por el elíseo campo
Do en eterna ventura
Habitaban las sombra inmortales
De los varones y héroes virtuosos;
Al tiempo que en Teyde los malvados,
Testigos desgraciados
De su gloria, lloraban envidiosos
Y con hondos clamores
Del volcán agotaban los ardores.
Envuelta en estas lúgubres ideas
Mi mente se agitaba
Cuando veloz la noche desplegaba
Su manto por el mundo;
Las sombras por el viento descendían,
En los copador arboles caían,
Y el silencio profundo
De las aves mostraba al caminante
Del forzoso descanso el dulce instante.
La senda dejo y encontrar procuro
Un asilo propicio a mi reposo;
Busco y elijo como el más seguro
De una alta roca el hueco pavoroso,
Por donde entre el horror que le acompaña
Su cóncavo presenta la montaña.
Dejo el temor, y al resplandor sombrío
De las humosas teas
Me adelanto con planta vacilante;
Mis ojos vagan por el centro frío,
Y en el ¡Gran Dios! encuentro la morada
De la implacable muerte;
Ella su trono obstenta
De esta horrible mansión en el silencio…



Poema La Vanidad De Los Placeres de María Rosa Gálvez



Oigo del mundo el eco lisonjero
sonar gozoso en torno de mi mente,
y la insensata gente
veo correr en vano
sin poder halagar ningún sentido:
¿será, que la fortuna a los mortales
jamás otorgue algún placer cumplido;
o que el fastidio siga a las pasiones,
que no pueden saciar sus corazones?

Genio, que inspiras sin cesar mi canto,
yo me abandono a ti; guía mi acento;
vuela en pos del contento
que el hombre te presenta en su grandeza,
cuando engañado su vivir fatiga,
y sus tesoros por gozar prodiga.

Jamás el espectáculo pomposo
vio del sol al nacer, ni sus oídos
el canto de las aves melodioso
gozaron, cuando el orbe se ilumina;
sumido en ocio, de velar cansado,
la noche se avecina
cuando el lecho dejando lentamente,
torna de los placeres al bullicio,
con que el mundo le encubre el precipicio.

Piensa que puede amar, y ser amado;
y los deleites del amor siguiendo,
un instante engañado
vivió de su ilusión encantadora;
pero nunca gozó: desconfianzas,
ingratitud, traiciones le atormentan;
celos devoradores
le acosan sin cesar con sus furores;
y si en la variedad busca delicias,
el interés le vende sus caricias.

El lujo le previene los banquetes
que la gula inventó; soberbio en ellos
adula su deseo caprichoso
con viandas exquisitas:
naturaleza de su seno hermoso,
los dones le presenta, que cultiva
bañado de sudor el desvalido,
allí desvanecido,
de falaces amigos rodeado,
con extraños licores lisonjea
su apetito estragado,
hasta que en el desorden ya beodo
pierde con la razón el placer todo.

Envilecido entonces, degradado
del nombre racional corre aturdido
del circo al espectáculo sangriento,
en él, igual a las sañudas fieras,
del hombre perseguidas,
tranquilo goza el bárbaro contento
de ver los inocentes animales
rabiando de perecer; y si la suerte
no protege los diestros lidiadores
también sin susto ve llegar su muerte.

Si asiste del teatro a las delicias,
sólo es por vanidad; su entendimiento
desconoce del arte los encantos:
el vano lucimiento
ocupa su atención; no las pasiones
que ve representar; no las desgracias,
ni el castigo, que alcanza el vicio impío,
su corazón movieron,
de sentimientos y virtud vacío.

Alguna vez de estruendo venatorio
seguido al campo sale;
y en el placer de muerte embebecido
las libres aves su rigor destruye;
que el privilegio de volar no vale
contra el ronco estallido
de la pólvora atroz; ni el manso ciervo,
ni la tímida liebre,
ni el veloz gamo su vivir libraron;
todos perecen: ¡ay!, cuando se aleja,
rastros de sangre por el valle deja.

Corre luego al festín; el atractivo
de la danza le ofrece sus deleites;
allí en tropel festivo
los mortales alegres se abandonan:
quien, en vueltas acá y allá girando,
en sus brazos conduce la doncella;
quien, rápido saltando,
del bello sexo la pasión excita;
quien, por danzar se agita,
y a los espectadores atropella:
los ojos se deleitan, los oídos;
y el tacto encanta los demás sentidos.

En vano este delirio pasajero
su languidez desvela,
mas poderoso objeto necesita,
para gozar placer; al juego vuela,
al juego destructor; en él consume
su tiempo y su riqueza:
en sus falaces suertes pierde el oro,
que socorrer pudiera cien familias,
y deja entre las manos de un malvado,
lo que aliviar debiera al desdichado.

Si honoríficos puestos solicita,
¡cuánto a su orgullo que sufrir le espera!
La brillante carrera
de los premios emprende,
sin merecer ninguno; en ella ansioso
teme desaires, humillado ruega,
lisonjea, importuna,
y si acaso concede la fortuna
a su anhelar la injusta recompensa,
llega la senectud, y en pos la muerte
se presenta, seguida
del atormentador remordimiento,
de dolencia y terror; en vano entonces
remedios busca, por alivio clama;
el sepulcro lo llama;
baja a su seno, y su memoria en tanto
de nadie logra compasión ni llanto.

¿Y qué placer gozó? Todos huyeron
fugaces, del destino a la inconstancia;
todos en aflicción se convirtieron
cuando llegó su fin. ¿Acaso existe
algún placer durable cual la vida?
¿Acaso el mundo los consuelos niega
de recordar la dicha, aunque perdida?
No, débiles mortales;
la sagrada virtud en nuestros males
brilla, como la luz en las tinieblas;
ella conforta el corazón humano
contra la adversidad; y el poderoso,
que al triste socorrió con larga mano,
consigue venturoso
el supremo placer de hacer felices:
este es solo el deleite duradero
hasta el instante de vivir postrero.



Poema Octavas A La Memoria De Su Hermano Don Pedro De Helguero de María Nicolasa De Helguero Y A



Desgajado el ciprés, rota la lira,
Mal concertado el susto con el canto,
empiece el triste númen que me inspira
a dar tímida voz envuelta en llanto;
Que mal entre congojas se respira,
Que poco explica quien padece tanto;
Pero si he de cantar, sea el tormento
El que sirva esta vez por instrumento.
Amaba yo a Petronio gneroso
Ufana de que fuese hermano mío,
Miraba que a su genio belicoso
Las Gracias asistían sin desvío,
No desdeñando al joven animoso
Docta, canora, sonorosa Clío;
Gracias y Musas se unen a elevarle
Y las Furias y Parca a derribarle.
Heredó de Cantabria el ardimiento,
Imitó del Gran Noja las acciones,
Advertido ilustró su entendimiento
Tomando de Minerva las lecciones;
Supo dar a su empleo cumplimiento,
Supo también robar las aficiones
Cuando en el regio Nápoles florido
Brilló gallardo y se explicó entendido.
Del Betis caudaloso en la ribera
Festivo divirtió los cortos años
Logrando en la fortuna lisonjera
Los aplausos de propios y extraños;
Corrió veloz, y al fin de la carrera
Enseñó a los mortales desengaños,
Dejando entre cenizas sepultado
El valor adquirido y heredado.
Cuando el sabio Pastor americano
Sulcaba el golfo por gozar su esposa,
El furor atrevido de Vulcano
Arrojó al vaso llama pavorosa;
Diestro Petronio, con activa mano
Cortó el incendio y dio quietud dichosa
A los que ya entre sustos desmayaban
en vista de la muerte que esperaban.
No experimentó en Tolon el triste estrago
Cuando en nave fatal dio providencia
De un sitio a otro discurriendo vago,
Armado de valor y de prudencia.
El mismo fuego le sirvió de halago;
No naufragó, que la alta Providencia
A más glorioso fin le reservaba
En morir por la fe que profesaba.
Del mar funesto el agua procelosa
Anegaba sangrienta el roto pino,
Riesgos surca la gente lastimosa
Sin rumbo, sin aliento, sin destino;
Más avistando (bien que temerosa)
A la excelsa colonia de Barquino,
En su noble piedad hallaron puerto,
Petronio triste y Olivares muerto.
Cercábame el dolor un triste día
En que más su peligro imaginaba,
A su seguridad le persuadía
Mi voz, que en los afectos se animaba;
Desatendió la justa pena mía
Porque de los temores se burlaba,
Y en la causa infeliz de mis enojos
Líquido el corazon corrió a los ojos.
Volvió Petronio al mar y bramó el viento
Enmudecen tritones y sirenas
Ronco sonó el bélico instrumento,
Infausto anuncio de futuras penas;
Sólo Petronio, instado de su aliento
Pisó ardiente las húmedas arenas
Por acercarse al término preciso
De que el mismo nacer le dio el aviso.
¿Adónde vas, Petronio valeroso?
Huye del golfo, que Neptuno airado
Oculta en su domino proceloso
Agareno furor de fuego armado;
Pero en vano es el ruego cariñoso
Que el corazón te envidia lastimado;
Magnánimo, constante, fiel y fuerte,
mi voz no escuchas por buscar tu muerte.
Descúbrense las naves enemigas;
Da la española al viento la bandera,
Corta veloz las olas cristalinas,
Apresa a la otomana más velera;
Petronio, con azañas peregrinas
Mayor victoria conseguir espera;
A seguir a la que huye se previene,
Cuando su misma muerte le detiene.
Bárbara mano, ¿cómo así atrevida,
Con el fuego y el plomo has conspirado
contra el cántabro bello, cuya vida
En su perfecta edad has marchitado?
De su valor el Africa ofendida
Envidiosa, tirana se ha mostrado
Y el infiel Ismael el tiro ha hecho
En el rosado blanco de su pecho.
Admirable divina providencia
Independiente en tus operaciones,
¿Cómo al inmenso abismo de tu ciencia
Podrán sondear humanas conprehensiones?
Yo imagino, Señor, que fue clemencia
Al alma libertar de sus prisiones;
Tu juicio adoro, y víctima te ofrezco
Con el dolor intenso que padezco.
Murió Petronio, y el ingrato olvido
También cruel su nombre ha sepultado;
No hubo laurel, que desdeñoso ha huido
De un mérito, aunque heroico, desgraciado;
Sólo la bella tropa en quien ha sido
Por sus amable prendas estimado,
De su heroicidad imprime historia
En el terso papel de la memoria.



Poema La Esposa En La Ausencia De Su Amado de María Nicolasa De Helguero Y A



¡Infausta noche oscura
en que mi amable Esposo se ha ausentado!

Por gozar su hermosura
dejaré patria, casa y pueblo amado;
herida de su amor salgo a buscarle,
y no he de descansar hasta encontrarle.

Como divina esencia
estás presente; poderoso, en todo;
pero vuestra clemencia
suspendéis, ¡oh, Señor!, y de tal modo,
que celoso de mí, Dueño querido,
para probar mi fe te has escondido.

Cual el ligero ciervo
huiste de mi vista presuroso,
y del tormento acerbo
mi pecho siente el golpe riguroso.

Más me esfuerza el amor, Dueño Divino,
y no temo los riesgos del camino.

Este desierto triste,
donde faltan de flores las alfombras,
y solamente existe
el horror pavoroso de las sombras,
a los ayes que doy, ¡dolor terrible!,
parece se conmueve, aunque insensible.

No estorbes, alto monte,
los pasos de esta amante peregrina
que deja tu horizonte
y a buscar a su Esposo se encamina.

¿Y cuándo encontrará mi fiel afecto
a mi Bien, a mi Luz, a mi Dilecto?

¿Si oyendo los balidos
de sus ovejas, a quien tanto ama,
estará en los ejidos,
pisando de los campos verde grama?

¿O en las altas nevadas serranías
compadecido de las ansias mías?

¿Si en sencillas aldeas,
fuerza de las ciudades y bullicio,
donde en tantas tareas
el útil labrador cumple su oficio?

Allí podré encontrar mi Rey augusto,
que fija en la humildad su trono y gusto.

Zagalas que en apriscos
cuidadosas guardáis vuestro ganado:
pastores que estos riscos
tantas veces habéis atravesado,

¿habéis visto al más bello peregrino,
que siendo humano tiene ser divino?

Verde prado frondoso,
matizado con tanta margarita,
¿descansó en ti mi esposo,
cuyo inmenso poder no se limita,
del Padre resplandor puro, brillante,
que antes fue que el lucero, y es mi amante?

Fresca, agradecida fuente,
que aumentas de estos valles la hermosura,
detén a tu corriente
y de mi pecho templa la amargura;
formando el cristal brillante espejo
en el que de mi bien vea el bosquejo.

¡Oh memoria!, ¡oh memoria!,
no aumentes con recuerdos mi tristeza;
me falta aquella gloria
que el Amado me daba con fineza;
dichosa con su vista descansaba,
y su aliento divino me animaba.

Apreciable tesoro,
precioso, eterno, bello y exquisito,
al rendido adoro,
por ser prenda de Vos, Dios infinito:
mis ojos no te ven, te has ocultado,
mas en ti el corazón tengo fijado.

A la tórtola amante
que en rama seca triste está gimiendo,
pero fiel y constante
desvíos de su Amado padeciendo,
excedo en el dolor, estoy herida,
y ausente de mi bien, pierdo la vida.

Las bellísimas aves
que alegres cantan al rasgar la aurora,
dejen músicas suaves,
suspendan la armonía por ahora
que el increado sol que vi en Oriente
ha escondido su luz resplandeciente.

Vuele el céfiro blando,
llegue veloz a darme algún recreo,
y del que estoy buscando,
a quien amo, a quien sirvo, a quien deso,
toque con suavidad las tiernas huellas
que el Amado estampó con plantas bellas.

¿Adónde entre las flores
sosegará mi Bien la meridiana,
gozando sus amores
el candor puro de la azucena ufana?
Mi Dueño, ¿adónde estás, adónde moras?
De tu ausencia, Señor, cuento las horas.

Todas las criaturas,
a quien disteis el ser, Rey soberano,
y son diestras hechuras
de vuestra liberal divina mano,
aunque unidas concurran a aliviarme,
no es posible que puedan consolarme.

La tempestad terrible
acrecienta las sombras dominantes,
el rasgo más temible
amenaza a mi vida por instantes;
el iris aparezca de bonanza,
pues en él solo tengo mi esperanza.

¿Cuándo aquel verde ramo
la paloma traerá de sacra oliva,
y el Dueño a quien yo amo
aliento me dará para que viva?

Ven, mi Bien; ven, Señor, y sea luego,
y cesará el diluvio en que me anego.

Romperé las fronteras,
surcaré ansiosa procelosos mares;
con quejas lastimeras
penetraré las fuerzas militares:
circundaré la tierra, siempre estable,
que me esfuerza un amor que es admirable.

Llorosa doy las señas
del bien Amado, cuando así padezco;
en poblados y en breñas
pregunto por la luz de que carezco.

Como no me responden, se acrecienta
el poderoso amor que me atormenta.

Oí la voz del Dueño,
cuyos ecos mi pecho liquidaron.

Llamé y con gran ceño
los guardias me siguieron y ultrajaron;
las del muro, aumentando mis asombros,
el palio me quitaron de los hombros.

De Sión nobles hijas
que habitáis en su centro venturosas,
a mis penas prolijas
mitigad con noticias amorosas.

¿Habéis visto en Salen mi Esposo amado,
rubio, perfecto, blanco y encarnado?

Sus labios agraciados
derraman suavemente la dulzura;
son bienaventurados
los que dichosos gozan su hermosura:
camina vencedor, y va con palma,
llevando en pos de sí toda mi alma.

Penetró mi fiel pecho
tu saeta sutil, dueño adorable,
y habiendo el tiro hecho,
te alejaste de mí, bien inefable.

Desfallezco, Señor, muero de amores;
las manzanas me cerquen, y las flores.

Vuelve, vuelve a los lazos
que finamente fuertes aprisionan:
descansa entre mis brazos,
si deliquios amantes te enamoran:
cesen iras, aparta los enojos,
vuelve a mirarme, vuelve a mí tus ojos.



Poema La Ciudad Nómade de María Negroni



Como si de tanto ser abril, abril se esfumara. Y yo, esa mujer cansada, sin
saber qué hacer con tanta huida, dónde esconder las armas del exilio y
la astucia. Al entrar, primero a un corredor y luego a un patio cuadrado
y generoso, alcanzo a ver al hombre que tal vez me enseñe a amar. Por
un beso, recogería ese umbral, ese cielo más hondo donde sueñan sus
labios, abrazaría mis lágrimas futuras, esta penosa vida que me avanza.
Pero no me detengo, el patio hierve: unos jóvenes corren, un auto frena
en seco, rugen ametralladoras, la noche clandestina, hay un algo de nup-
cias con fantasmas, de cita cantada. De pronto, dice una voz a mi lado:
?Córrete para atrás que ahí viene la ciudad.
Veo que la ciudad se acerca y pasa por delante como si fuera un río.
Una novia clara. Transcurre, de izquierda a derecha, lentamente, con su
perfil de almenas y de lumbre. Alborozada, me pregunto por dónde he
de cruzarla.



Poema Improvisaciones En Babel de María Negroni



al estilo de cendrars o del franco alsaciano arp
que posaban de
políglotas

enamorada de las palabras que acentúan
lo inentendible o verosímil

en aras de pequeñas
desorientaciones
imprescindibles

querida:

exponerse por ahí es verdad que luce el gesto / pero fluctuar entre
representar algo y ser eso / ha sido tarea de cíclopes / desde mary
carmichael para acá.
lo que sucede en el n° 3 de mercer street /
(hay un museo holográfico) / no entra en el atadito de sus cosas / y
el calor y la violencia de un corazón de poeta / negocian desde siempre
mal con el cuerpo.
me pregunto / si no tirarse por la ventana
cual anónima / que no pudiera caminar hasta londres bastaría / o si la
guerra con su destino es el leit motiv del canto.
te escucho hablar / como si escribieras tu
epitafio / como si lo hicieras adrede.

(a Virginia woolf)



Poema Fata Morgana de María Negroni



Venecia completamente hundida. Sólo se ven los duomos, estatuas sobre
los duomos, el cobre de algún campanil. En la tarde, el agua tiene el
color de los espejos falsos. Melancolía en gris, duelo a la deriva. Pasa
un zapato de charol negro, enorme, de taco altísimo. Féretros envueltos
en terciopelo rojo se mecen en el agua, como góndolas. Pienso; Estoy
a salvo. El cementerio es esta isla amurallada. No hay nadie más que yo,
e hileras de camisas con corbata (siempre en tono gris), manos que
salen de la tierra, si uno levanta una de esas manos, aparece una mujer
en vestido de otra época, al instante se desvanece, su expresión no es
infeliz.. (Siguen los ataúdes, siguen los espejos bajo la tarde en vilo.)
Una bufanda azul se agita sobre una cruz, una fecha improbable sobre
un muro. Entonces aparece el ángel con una pluma en la mano y dice:
?Ahora, cierra los ojos y vuelve a perder el sitio de tu extravío.



Poema El Espejo Del Alma de María Negroni



Como el alma que canta por sí misma
en su limpia casa de cristal

Hermann Broch

Tuve que viajar a Nevada para verte. Una gran planicie rodeaba la casa
donde me esperabas con una túnica blanca, más alta que de costumbre.
Presentí que la casa existía en la memoria, cosa que confirmaste atrave-
sando con tu brazo el hielo que suplantaba ahora a las paredes. Acos-
tumbrada a esconderme en las palabras, quise darte una carta. Esa carta
hablaba de las diferencias del río: lo que fue, lo que es, lo que será. Pero
vos eras el río y la imagen del río, visto desde la altura (quiero decir,
la furia misma). Me miraste, morada de ternura, bajo el color inconstante
de la niebla. Terminé por tratar de pinchar la carta a tu plumaje pero te
negaste, afable, como quien aprecia el esfuerzo de simular lo imposible.
El pico tembló ligeramente. Me dejaste a merced de la felicidad, contem-
plándote, ahora que eras un enorme pájaro blanco.



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