Poema La Zandunga de Rodulfo Figueroa



Cuando en la calma de la noche quieta
triste y doliente la zandunga gime,
un suspiro en mi pecho se reprime
y siento de llorar ansia secreta.

¡Cómo en notas sentidas interpreta
esta angustia infinita que me oprime!
¡El que escribió esa música sublime
fue un gran compositor y un gran poeta!

Cuando se llegue el suspirado día
en que con dedo compasivo y yerto
cierre por fin mis ojos la agonía,

la zandunga tocad, si no despierto
al quejoso rumor de la armonía,
¡dejadme descansar que estaré muerto!…



Poema Dolor Del Hombre de Rafael Morales



La tristeza es arena de desierto,
sombra de soledad, sombra del aire,
larga ausencia de Dios que nos circula
por el llanto olvidado de la sangre.

Todo está triste hoy y es un desierto
mi corazón, que apenas si es de alguien;
todo está triste, sí, todo está triste
en esta inmensa y desolada tarde.

Madera de ataúd es lo que crece
en esta primavera de los árboles,
mientras proyecta el cielo largamente

su soledad vastísima en mi carne,
en mi alma sin dueño, en esta pena
que me crece y me crece interminable.



Poema En Su Clara Verdad de Jorge Rojas



«…porque había derramado mi alma sobre la arena,
amando a un mortal como si no fuera mortal».
San Agustín, Confesiones. IV-VIII-13

Perdóneme el Amor haberlo amado
en el cuajado sol de los racimos;
en la pronta vendimia de los labios;
en el cristal en fuga de los días.

Perdóneme el Amor haberlo amado
sobre la rosa que meció su vida
pendiente de la luz
y en pétalos de sombra se deshizo.

Perdóneme el Amor haberlo amado
en el azoro de pupilas húmedas:
en fáciles paréntesis de abrazo;
sobre entregados hombros me llevaron
sin devoción el peso de mi sangre.
Perdóneme el Amor, siendo tan puro,
haberlo amado en la caída sombra
que limita la piel de las criaturas,
y haber vertido en sus oscuros ríos
mi sangre de campanas navegantes
y mi gozo que abría las mañanas
azules, en los ojos del rocío,
para fundar la luz sobre la hierba.

Y le ofrezco al Amor el tierno tallo
de sollozo en mi cuello florecido.
Y la semilla de mi sal doblando
la espiga horizontal de las pestañas.
Y mi verdad tan claramente mía,
oscurecida por buscarla blanda
hechura de materias derrumbables.
Y le ofrezco al amor haber tenido
un transparente corazón de agua
y haberlo dado pródigo en mis manos
a la sed de los otros, y dejado
sólo a mi sed la piedra de su cauce.
Y le ofrezco al Amor volver al ancho
lugar de soledad donde me espera
y dice su silencio, sin garganta
para expresar su voz que no limita
ni acento, ni palabra, ni sentido.

Y prometo borrar bajo mis ojos
el rostro de mujer que pintó el sueño
en los lienzos purísimos del alba;
y su cuerpo de ardidas geometrías
con su sombra de lirio entre mis brazos;
y la callada curva de su alma
que en el maduro instante del encuentro
pesaba blandamente contra el hombro.

Y prometo arrancar del leve tacto
la sensación de fruta que me daba
la tierna pelusilla de la carne,
cuando pasaba yo sobre su cuerpo
la cóncava frecuencia de mis manos;
y su oculta tibieza y sobresalto,
y el casi pensamiento de los senos
en la quietud redonda de sus mieles.

Y prometo también que los pequeños
cálices que florecen en su lengua,
y los racimos de viscosos jugos
que cogen los sabores y los hacen
una insistente flora submarina
donde recuerda el beso los corales,
no me darán su hiel de verde espada,
ni sus dulces violines derretidos,
ni las rendidas sales de su llanto,
ni el limón sorprendente a que sabía
la piel bajo los vellos que ocultaban
su minuciosa red de escalofríos.

Y prometo arrojar sobre una playa
-a orillas del silencio y del sollozo-
el caracol sin mar de mis oídos,
para olvidar su voz entrecortada
por sirenas de música y espumas
de risa en las riberas de su labio.

Y prometo que el aire que la envuelve
no dejará que yo bajo la noche,
pueda medir, basado en el aroma,
el alto sueño y el profundo abrazo
de su cuerpo entreabierto dulcemente,
ni que sus muslos como dos rosales
en perfumada laxitud me digan
el olor de sus sangre enamorada.

Y prometo también no ver la noche
para abolir la sombra de su sexo;
y destruir el fondo de mí mismo
donde crecen columnas en mis huesos
y el silencio se comba como un templo
sobre el arco tendido de la sangre.

Y qué rumor de lienzos desgarrados
rodará del recuerdo. Qué vitrales
de partido color mostrará el ojo
caídos bajo el polvo de las lágrimas.
Y cuánta dura arista habrá en la dulce
huida redondez de las imágenes.
Y cuánta soledad contra los muros
donde estuvo mi lámpara alumbrando.
Y cuánto corazón bajo las ruinas
de tantos corazones destrozados.

De tal destrozo quedaré yo solo
de pie, pero tendidos en el alma,
cuántos alzados ríos de voz clara,
cuánto dolor caído de mi gozo,
cuántas vidas marchitas en mi vida,
cuánta perdida fe y oscura grieta,
del odio en los cimientos quebrantados.

Tú solo, Amor, me prestarás tu nuevo
labio perennemente preparado;
tu estambre de cristal que clarifica
con azúcar de soles la mañana,
tu espacio de milagro donde flota,
perdido el peso y dolorosamente.
el corazón del hombre como un barco
de sollozo en un agua de saetas.
Te buscaré en el quieto movimiento
de mi ansiedad que espera tu llegada;
bajo el caído párpado del sueño
donde guardas tus luces esenciales;
en el follaje de la interna noche
pugnando por cubrir tu inmensidad.
Sabré de tu presencia, sin sentidos
que te tiendan espacios, ni volumen
para medir tu aliento imponderable.
En el cambio ordenado de las cosas
el llanto será mar o enredadera,
vendrás amor, y encontrarás más limpia
y oreada mi voz en los collados
de mi eterna esperanza que se abre
de par en par al «aire de tu vuelo»».

Tú solo, Amor, me plantarás la rosa
fuerte, que, con sus pétalos de instante
temblorosa de júbilo y de esfuerzo,
detenga y pasme en mágico equilibrio
la inminente llegada de la muerte.



Poema Infiere, De Los Achaques De La Vejez, Cercano El Fin A Que, Católico, Se Alienta de Luis De Gongora



En este occidental, en este, oh Licio,
Climatérico lustro de tu vida,
Todo mal afirmado pie es caída,
Toda fácil caída es precipicio.

¿Caduca el paso? Ilústrese el juïcio.
Desatándose va la tierra unida;
¿Qué prudencia, del polvo prevenida,
La ruina aguardó del edificio?

La piel no sólo sierpe venenosa,
Mas con la piel los años se desnuda,
Y el hombre, no. ¡Ciego discurso humano!

¡Oh aquel dichoso, que, la ponderosa
Porción depuesta en una piedra muda,
La leve da al zafiro soberano!



Poema Detrás Del Monasterio de Ernesto Cardenal



Detrás del monasterio, junto al camino,
existe un cementerio de cosas gastadas,
en donde yacen el hierro sarroso, pedazos
de loza, tubos quebrados, alambres retorcidos,
cajetillas de cigarrillos vacías, aserrín
y cinc, plástico envejecido, llantas rotas,
esperando como nosotros la resurrección.



Poema Retrato De Una Virgen de Fina García Marruz



Ella no sabe bien lo que ha pasado.
Él era su amigo, y ahora
le ha dicho adiós.
¡Ella que lo veía
como el padre, el esposo
que iba a ser!
Ahora pasea con otra,
van riendo.
Ella no entiende
pero se ha quedado
quieta, como quien espera
una orden, o como el agua
antes de recoger la imagen
del rostro amado.
No se ha entregado al llanto.
No tiene una alborotada
imaginación. Sigue
yendo a sus clases. Cuida
cosas pequeñas: las libretas,
la raya en el orden, igual
que el pelo al levantarse.
Hace lo mismo que antes,
sólo un poco más triste.
La luz que la abandona
la dibuja un momento.
No sabe que está sola.
Ese ignorar la guarda.



Poema Serenamente de Carlos Murciano



«Creímos que todo estaba
roto, perdido, manchado…
-Pero, dentro, sonreía
lo verdadero, esperando-.»
Juan Ramón Jiménez

Serenamente digo:
«Empiezo.» La mañana
se desnuda. Testigo
único, la campana.

Su son, su son lejano
me salva, me convoca.
Plenitud del verano:
la flor sobre la roca.

Cielo malva, luz pura.
El agua se despeña.
Arriba, una figura
-memoria, tiempo- sueña.

La palabra no brota
de los labios. Asombro.
Una mirada -¿rota?-
dice lo que no nombro.

Empiezo. Lento, vuelvo
la página. Y escribo.
Y en la tinta me absuelvo
y me condeno. Y vivo

Del libro «Este claro silencio»



Poema Piscina de Gabriel Zaid



Vengo al aire, del agua, más ligera,
a reanudar la que se rememora.
Saco el pecho en el tiempo. ¿Ves ahora
los cuerpos de esta falsa primavera?

¡Qué pretensión de paraíso fuera
equilibrar el aire de la aurora!
Yo me vuelvo a los vientres de la hora
a clavar mis silencios en la espera.

No me des a la luz, madre, te pido,
que aquí ni prisa ni temor me asalta
y oigo el tiempo flotante y suspendido.

Quiero la libertad, y la más alta
libertad del silencio en el olvido
¡y es el aire del mundo el que me falta!



Poema Renacer de Marilina Rebora



Estoy sola, Señor, y hay mucha gente en torno,
estoy triste ?no obstante la riente algazara?
y mi imagen es débil, perdida, sin contorno,
bien que la luz del sol le dé sobre la cara.

Temerosa, Señor, del más humilde adorno
y de otras tantas cosas que el mundo nos depara,
pienso en la noche próxima del viaje sin retorno,
el instante postrero que a todos nos separa.

Mas te siento, Señor, junto a mí por momentos,
tu divina presencia ilumina el ambiente
y percibo que vuelven a su ritmo mis días,
para que así se acaben entonces mis lamentos,
renaciendo a mi propia existencia sonriente
pues que Tú me regalas con nuevas alegrías.



Poema Elogio De La Quietud de Alfredo Buxán



Nada tienes que decir, después
de tantos años de inútiles esfuerzos
por nombrar lo indeciso.
Te ayudan a saberlo un puñado
de libros, la atroz benevolencia
que adiestra tu mirada,
los continuos achaques, la soledad
y los amigos.
Tu corazón pervive
como aguardan las piedras
en la orilla del río.
Son hermosas y limpias como tardes de otoño.
La suave tolerancia que propicia la edad
te permite mirarlas con un resto
de emoción, te induce
a compartir su invisible desgaste
con indiferencia.



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