Poema País De Hadas de Edgar Allan Poe



VALLES de sombra y aguas apagadas
y bosques como nubes,
que ocultan su contorno
en un fluir de lágrimas.
Allí crecen y menguan unas enormes lunas,
una vez y otra vez, a cada instante,
en canto que la noche se desliza,
y avanzan siempre, inquietas,
y apagan el temblor de los luceros
con el aliento de su rostro blanco.
Cuando el reloj lunar señala medianoche,
una luna más fina y transparente
desciende, poco a poco,
con el centro en la cumbre
de una sierra elevada,
y de su vasto disco
se deslizan los velos dulcemente
sobre aldeas y estancias,
por doquier; sobre extrañas
florestas, sobre el mar
y sobre los espíritus que vuelan
y las cosas dormidas:
y todo lo sepultan
en un gran laberinto luminoso.
¡Ah, entonces! ¡Qué profunda
es la pasión que ponen en su sueño!
Despiertan con el día,
y sus lienzos de luna
se ciernen ya en el cielo,
con inquietas borrascas,
y a todo se parecen: más que nada
semejan un albatros amarillo.
Y aquella luna no les sirve nunca
para lo mismo: en tienda
se trocará otra vez, extravagante.
Pero ya sus pedazos pequeñitos
se tornan leve lluvia,
y aquellas mariposas de la Tierra
que vuelan, afanosas del celaje,
y bajan nuevamente,
sin contentarse nunca,
nos traen una muestra,
prendida de sus alas temblorosas.

Versión de Màrie Montand



Poema Retrato de Jorge Eduardo Eielson



Cuanto puede el aire es
Mostrarnos su semblante
De planeta vencido,
Quizás servirte de espejo
Cuando te desnudas
O tomar, sombríamente,
Tu lugar cuando respiro.

De «Doble diamante» Lima, 1947



Poema El Dolor De La Noche de José María Eguren



Cuando tiembla la noche tardía
en los arenales y los campos negros,
se oyen voces dolientes, lejanas,
detrás de los cerros.
¡Es el canto del bosque perdido,
con la gama antigua de silvestres notas,
o el gemir del turbón ignorado,
por vegas y sombras!
¡O el distante clamor de las fieras
que en las pampas brunas
y en las lomas y campos eriales
envían al hombre sus iras nocturnas!
¡El coro que sube remoto a los cielos
será de la muerte la roja palabra
o el clamor de ciudad brilladora
que se hunde, se apaga!
¡El rondó que triste
las pendientes dormidas circunda:
el grito del odio será de los montes,
será de las tumbas!
Cuando se obscurecen las bromas erguidas
en los arenales y los campos negros,
cómo suena el dolor de la noche
¡detrás de los cerros!



Poema Elegía A Un Retrato de Dionisio Ridruejo



Muerta que mueve a amor, presente vida
con la sangre arrastrada por pinceles
y de nuevo en mis ojos concebida.

Muerta en muerte nublada por laureles,
con los últimos llantos enterrados,
en el descanso de tu carne, fieles.

Muerta de los minutos reposados,
lejana de tus siglos de ceniza
y de tus breves años animados.

Caliente juventud que se eterniza
en el único vuelo de mirada
que a una luz sin edades paraliza.

Vida por blandas rosas encauzada,
venas al tiempo del mejor latido
vertidas en la boca enamorada.

Seno en la nieve del suspiro erguido,
frente en el frágil pensamiento fría
bajo oro en seda sin rubor ceñido.

Peso de nube, grave de armonía,
en cándido vestido sin materia
que de ascua cede al hielo su porfía.

Oh, muerte dulce, tu presencia sería
posada, sin atmósfera en el lecho
hiela del tiempo la fluida arteria.

La voz que guarda tu lejano pecho
habla en la risa de tu nueva esencia
adolescente, del ayer deshecho.

Tus ojos me revelan la evidencia
de aquellos ojos que brotaron flores
en polvo de tu muerte sin ausencia.

Tu talle, apenas arco de temores,
libra sus flechas hacia el bosque yerto,
en el que fueron ramas tus temblores.

Sólo mi amor para la angustia abierto
sufre de no llegar a las entrañas
del dolor a mis venas descubierto.

Oh, forma que a amor mueves y que engañas
-viva sin existir, muerta sin piedra-
al fuego frío que sin llanto bañas.

Dime cuál árbol de tus huesos medra,
señálame el verdor que te levanta
y al tronco limpio juntaré mi hiedra.

Pero en la fiel mudez de tu garganta
vuelvo a verte tan cierta y renacida
velada por un aire que no canta,

que se torna la muerte la fingida.
Y tú, la trenzadora del anhelo
que asciende casi eterno por mi vida,
confuso si de tierra o si de cielo.



Poema En Llamas de Luis García Montero



A Jon Juaristi

Canciones que no pueden ser cantadas,
banderas que me manchan con su sangre las manos,
libros oscurecidos por el tiempo,
plazas que sólo existen en las fotografías.

Como el águila vivo
en un bosque incendiado.
El brillo de mis ojos es de llamas extrañas.
Me persiguen las ascuas de una luz enemiga.

Y vuelo, vuelo,
sin un lugar a salvo, sin poder detenerme.



Poema Cuando El Rojo Se Detiene de Fabricio Estrada



En esta esquina, el peón
y en esta otra, la torre.

Salto como un caballo al centro de la pista,
me niego al juego
a costa de volverme humano
y atropellable.
Con un pase de pecho,
Evito la corneada del último auto
y siguiendo el ritmo, giro
en un torbellino de risa
que apaga y destroza pancartas.

Una sonrisa en la nuca, me salva,
espanta puñales…

Semáforo en rojo y palpito,
detengo por breves segundos
la muerte en los cristales,
la próxima estocada del mundo
que resopla
y se me viene encima.



Poema Estos Versos Que Ya Se Van de Ricardo Dávila Díaz Flores



«… Desde tu corazón me dice adiós un niño.
Y yo le digo adiós».
Pablo Neruda.

Sus labios eran como la espalda de la
muerte,
y su cuerpo
era fogata viva para mis manos de leña.
Ella nunca lo supo,
pero su espalda era mi luz,
y en sus piernas yo renunciaba a todo
cobardemente.
Ah, cuántas veces morimos ella y yo;
los cuerpos como dos tumbas,
y en ellas los besos, las olas, los suspiros.
Qué ternura sus ojos cerrados,
qué ternura sus ojos tranquilos.

Aún la recuerdo cuando cae la lluvia, cuando
pasa el viento, cuando llevo prisa.

Nosotros, los que rompimos tormentas con
las manos,
los que clavamos promesas en el aire,
los que siempre, malditamente siempre,
caíamos jurando sobre nuestras almas, tropezando con la misma huella,
ya no estamos vivos.

Ah, estos versos que ya se van.

La recuerdo aunque no la recuerde,
y sus labios eran la espalda de la muerte.

Afuera ladra un perro, y los grillos hacen su
canto,
y si presto atención, un tren se despide.

Yo atravesaba sombras para recuperarla,
juntaba los escombros para reconstruirlo
todo;
hoy sólo me quedo mirando al tiempo.

En estos versos van los días en que
creímos poderlo todo;
va su cabellera;
va el agua en la que tantas veces arroje mi
corazón para que no tocara la piedra,
el agua que erosionó la piedra.

Ya no recuerdo su voz. Ya no la recuerdo.

En medio de esta noche,
no puedo negar que una espina de nieve teje
miedo en mis venas
y que un escalofrío sube hasta mi voz.

Porque ahora sí,
estos versos se van,
y yo
les digo adiós.



Poema Playas De Exmouth de Carlos Sahagun



Me pregunto si un hombre, ante estas playas,
tiene derecho a que se acuerden
de su amor, de lo que antes pronunciaron
sus labios, de sus pasos por los caminos
con sol, o de sus manos
que en la noche se hundían alguna vez, o iban
entrelazadas a las tuyas
como a un presente vivo de cristales.

Y si así fuera, si tú me esperaras,
he de tender los brazos en este mar del norte
y arribaría a ti.
Porque si en este instante tú estás allí con
caracolas,
acercando tu olvido a mis palabras,
y si las sientes como verdaderas,
yo no estoy olvidado.

Diez, doce barcas de los pescadores,
como atadas también a mi esperanza,
están aquí y están tirando
de mí mismo, o quizá
no estén tan cerca y sí en la lejanía.
Mi corazón podría recordarlas,
llevarlas a otro tiempo.
Barcas que vi a tu lado una mañana,
en España, a dos pasos
de la felicidad de estar contigo.



Poema Roguemos Que Mañana de Rafael Gutiérrez



No hay remedio, compañera.

En este país
hasta las hormigas confabulan contra la alegría.

Roguemos que mañana
lluevan sobre nosotros
bestias de amnesia
para quedar, ahora sí, soterrados todos
bajo
un
alud
de
bruma

de la que nunca, oh efímeros, debimos haber salido.



Poema Fuego Y Hielo de Robert Frost



El mundo acabará, dicen, presa del fuego;
otros afirman que vencerá el hielo.
Por lo que yo sé acerca del deseo,
doy la razón a los que hablan de fuego.
Mas si el mundo tuviera que sucumbir dos veces,
pienso que sé bastante sobre el odio
para afirmar que la ruina sería
quizás tan grande,
y bastaría.

Versión de Agustí Bartra



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