Poema Las Quejas De Su Amor de Jose De Espronceda



Bellísisma parece
al vástago prendida,
gallarda y encendida
de abril la linda flor;
empero muy más bella
la virgen ruborosa
se muestra, al dar llorosa
las quejas de su amor.

Suave es el acento
de dulce amante lira,
si al blando son suspira
de noche el trovador;
pero aun es más suave
la voz de la hermosura
si dice con ternura
las quejas de su amor.

Grato es en noche umbría
al triste caminante
del alma radiante
mirar el resplandor;
empero es aun más grato
el alma enamorada
oír de su adorada
las quejas de su amor.



Poema Brindis Por Un Instante de Poemas Autores Varios



Voy a bordar de tibias lentejuelas
este instante que es mío,
a tapizar de fresas y esperanzas
su borde inmaculado.

Mientras mañana, o todos los momentos
que velan tras el muro de las horas
permanezcan ocultos,
voy a tomar alegre de la mano
el sol que ya comienza a besar mi butaca,
el vaivén de las hojas
que sobrepasan libres los últimos balcones,
el perro que dormita confiado.
Voy a beber la copa del silencio
que siembra paz y amor en el ambiente
para elevar un brindis de ternura
por el dulce recuerdo
de todos mis amigos.

Ahora, cuando el pájaro del sueño
revolotea lejos de mis cuatro paredes,
voy a gustar el vino sorbo a sorbo
de este instante de luz que me acompaña.

TERESA BERENGUER ( España )



Poema La Dulce Evidencia de Elsie Alvarado De Ricord



Se ramifica el frenesí en tus dedos
predispuestos al viaje apasionado
sobre las aguas, que en silencio esperan…
O tal vez, más efímero,
en impetuoso vuelo sin escalas,
tan lejos del dolor como de la esperanza,
porque en esta confluencia venturosa
besas hacia el adiós, sin recordarlo.

Recorres, vida adentro, las tangibles
regiones del espíritu, que oscila
-turbado péndulo- entre impulso y muertee.

Vertiginosamente
el mar gime y me arrastra,
girando en la ternura que derrama
tu amor, hecho evidencia.



Poema Esa Fría Luz De La Memoria de Blanca Varela



Es fría la luz de la memoria
lo apenas entrevisto brilla
con insistencia
gira buscando el casco de botella
o el charco de lluvia

tras cualquier puerta que se abre
está la luna
tan grande y plana
tan fuera de lugar
como si de un cuadro se tratara
óleo sobre papel
endurecido por el tiempo

así cayeron en la mente
formas y colores
casualidades
azar que anuda sombras
vuelcos en la negra marmita
donde a borbotones
se cuecen gozo y espanto

crece el yeso de un cielo
mil veces lastimado
mil veces blanqueado
se borra el mundo y se vuelve
a escribir
hasta el último aliento

sólo esto
eternidad aparente
mísera astilla de luz en
la entraña
del animal
que apenas estuvo



Poema Lebreles de Miguel Huezo Mixco



Nunca hubo una idílica estación
cuando los hombres tomaban del mundo nada más
lo necesario
La fruta
El paseo del ojo entre la hierba
La paz nunca rompió las ásperas ligas del mundo

Siempre un gesto de violencia
al desprender el tallo
y pronunciar la O rotunda, del hambre sobre la pulpa
El cazador apostado
el ojo móvil
perfumando la flor de sangre de la presa
No tuvimos que esperar el mundo dividido
para escuchar puñales trizando el alba

Ahora mismo
Dios tiene necesidad de un ángel

¿No escuchas
el corno de caza
el tropel de la caballada y los ladridos?

Estás en el coto del rey
¿No te das cuenta?
Es a ti a quien persiguen los lebreles



Poema La Escena Tan Temida… de Mercedes Roffé



La escena tan temida -finalmente- está teniendo lugar. Allí, siempre, del otro lado. No hay justicia poética. ¿Quién narra, si la hay? ¿O era éste el deseo? La expectativa ¿de qué audiencia? El soñador que sueña la pesadilla ¿qué se desea? Si toda la Comedia es sólo el andamiaje del carro de Beatrice, si el imperio de Adriano no es más que la medida del solipsismo suicida de un esclavo ¿será el desasosiego la vara que mide la liberación? ¿el sueño la medida de la luz que se hace al despertar? Descubrir que aquello que en la trama era el lugar de la sospecha, no era más que el recurso -el más flagrante- puesto allí para ocultar el resto del absurdo.

La escena tan temida sigue teniendo lugar. Irremisiblemente.

Tener miedo y saber, soñar y despertar no son actos puntuales.



Poema Cuando La Lluvia Se Ha Ido… de Julia Otxoa



Cuando la lluvia se ha ido
he salido descalza al exterior,
el olor a tierra mojada era tan intenso….
parecía que toda la montaña
latía con fuerza dentro de mi estómago.

He sentido entonces mi silencio emocionado
como un manzano mecido por la brisa.
Luego me he arrodillado
y he estado comiendo tierra
hasta que dentro de ella he oído cantar
a mis abuelos.



Poema Asalto Al Sol 29 de Heddy Navarro Harris



He visto
en mi salto
a un hombre
que caía
sube Altazor
los paracaídas
son muletas
de la muerte
en los tobillos
atesoramos
enormes reservas
de energía
gatíllalas en seguida
y sígueme
no hemos de tener
frío
en el origen
de los cielos
y las palabras no demandan
más combustión
que la ventana abierta
a las ráfagas
del miedo



Poema Las Campanadas De L’horloge de Rogelio Saunders



Entre todo lo que leemos
sólo subsiste un «oh».
Así también en Conrad.
He mirado a través de cientos
de ventanas
y no he visto.
Ciego, palpo como una hormiga.
Alcanzado el mayor refinamiento
la fuerza última es sólo debilidad.
Hemos sido derrotados por el saber.
El ojo comediante hace un guiño
entre la tinta y el surplus
llamado horizonte.
La repetición de la realidad
hace avanzar la frente sobre la cabeza.
Sólo una forma de concentración
cuando se sabe lo que es.
El otro de toda lengua: adiós.
Al que ya era fragmento
nada se podía agregar,
sino sólo quitar
con picoteo neutro.
El rechazo,
la negación creadora
que disemina los cuerpos
en un vasto fiordo frío.
Ojo-témpano sin idioma.
Vítreo esplendeo sin forma.
El inextenso deleo,
calvo resilencio de furiosa
inactividad.
Sacar la cabeza en la cabeza
como una ventana hinchada
en la ventana.
La habitación azul con toscas hilanderas
disfrazadas de hijas de príncipe,
con sordos regazos espesados
por la inacción. Sordas cabezas reclinadas
en el denteo de luz,
allende el mar de limo
donde flota el cadáver reducido-
reductor. Cadáver de niño, de
inmagnus empotrado en el vitral,
intocado, sin solicitud.
Sol de hielo que ríe
en el rosetón quebrado de l?Horloge,
arrancando hojas y rostros
de la pared,
harto de todo lo imposible
y enterrado anónimo en el humus,
gran boca azul de obseso
bañando los pies cosidos
al pavimento de otoño,
dominado por el sueño verdinegro
del arlequín.
Imposible sacar la cabeza
de la cabeza.
Porque los pies que nacen en los pies
no pertenecen a la lengua.
Ni a la locura, Conrad.
La hoja y la visión,
imposibles de diferenciar.
La luz de abajo del abismo arriba.
Cien paredes sin circularidad
rondando la esquina del periódico.
Nada está dicho
en lo dicho.
Cortada la oreja, cuelga el oído
entre el muro y el muro.
Sin cesación
y sin continuidad.
Los colores y los campos,
meras instancias de olvido,
allí decrecen o medran,
en el ciego laqueado de la pupila
recorrida por la uña.
Retirado en lo vivo
el ojo sin nombre, ojo vaciado
del ojo, rueda y ralla
entre la gota y la boca.
Los cabellos
ignorantes
avanzan con salvajismo
en la luz. ¡Oh luz!
Los paisajes corren al ritmo de los pies
y de las cabezas
como torsos que no terminasen
de ponerse un abrigo.
Un hormigueo recorre la madera,
el omnipresente hierro.
Los trenes pasan por la frente
con inmóvil aullido
y caen como soldaditos
los promisorios polybalbos
rechazados ellos también por lo imposible,
en el relato sin salida
lleno de ángulos, de toscas
ráfagas en el sueño de la niña,
sola en su sueño de la escalera,
sola como el que baja sin fin
escalón tras escalón,
paisaje tras paisaje.
No hay pausa ni lengua.
No hay reposo,
no hay signo.
Oh ojo ?dice. Pero el ojo
tampoco devuelve.
Comenzamos por este
no saber nada. O:
los grumos en las comisuras
de la boca, como un barco de vela
siempre por decir.
El ?nuevamente? ¡gulp!
sin caída.
Desapareció la mano
y así
no pudo terminar.
No ?dijo. Cuando la oreja avanzaba.
«Oh».



Poema Amor Empieza Por Desasosiego de Sor Juana Ines De La Cruz



Amor empieza por desasosiego,
solicitud, ardores y desvelos;
crece con riesgos, lances y recelos;
susténtase de llantos y de ruego.

Doctrínanle tibiezas y despego,
conserva el ser entre engañosos velos,
hasta que con agravios o con celos
apaga con sus lágrimas su fuego.

Su principio, su medio y fin es éste:
¿pues por qué, Alcino, sientes el desvío
de Celia, que otro tiempo bien te quiso?

¿Qué razón hay de que dolor te cueste?
Pues no te engañó amor, Alcino mío,
sino que llegó el término preciso.



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