Poema Bárbara de Jon Juaristi



Vuelvo a leer tus cartas de hace un siglo,
de cuando estaba en el cuartel, ¿recuerdas?,
o en la trena, mi amor, no exactamente
en la Cárcel de Amor, o en las terribles

provincias que he olvidado. Amarillean
los sobres de hilo, corazón. Los sellos
habrán cobrado algún valor. No en vano
oro es el tiempo de la filatelia.

Me hablas de tu fractura de escafoides,
de tu dolor de muelas, de tu perro,
de lo mal que lo pasas en agosto,

de una excursión a Andorra… Poco a poco,
me has vuelto desabrida la nostalgia:
mi dulce bien, no me quisiste nunca.

«Suma de varia intención» 1987



Poema Amor de Delmira Agustini



Lo soñé impetuoso, formidable y ardiente;
hablaba el impreciso lenguaje del torrente;
era un mar desbordado de locura y de fuego,
rodando por la vida como un eterno riego.

Luego soñélo triste, como un gran sol poniente
que dobla ante la noche la cabeza de fuego;
después rió, y en su boca tan tierna como un ruego,
soñaba sus cristales el alma de la fuente.

Y hoy sueño que es vibrante y suave y riente y triste,
que todas las tinieblas y todo el iris viste,
que, frágil como un ídolo y eterno como Dios,

sobre la vida toda su majestad levanta:
y el beso cae ardiendo a perfumar su planta
en una flor de fuego deshojada por dos….



Poema La Nodriza de Delfina Acosta



Me quieres por ser triste y por mayor.
Me quieres pues no tienes aún edad
para llevar a una mujer a misa.
Te permito morder, lamer, sanar.
Tú bebes de los ríos de mis senos
el agua de las rocas frente al mar.
Me pides que te muerda, y al besarte,
te pinte mi boquita de labial.
Te dejo susurrarme en el oído
lo que otro día a otra le dirás:
«¡ Ay, triste mía, mía, sólo mía !»
El amor como el vino habla demás.
Ninguno como tú, entre todos dios.
Te enseño a ser varón y te me das.
Aprende niño hermoso que el amor
lleva en su tibia sangre la maldad.



Poema Nadie Te Ha Dado Nada de María Sanz



Nadie te ha dado nada, tú lo sabes.
Y lo entiendes mejor cada mañana
cuando abres tu vacío a los primeros
rayos del sol. Entonces agradeces
tener por toda herencia tus sentidos
para ese instante alado de gorriones
que te hace despertar, para ese aroma
florido de la brisa más temprana.
Y lo entiendes mejor. Sabes que el tiempo
acabará con toda pertenencia,
con todo lo que aún no se posee,
y hasta con esas luces que te inundan
de su clara verdad. Nadie te ha dado
más que órdenes, leyes y consejos
a seguir, por las buenas o las malas;
tristezas en la noche, frases hechas,
remedios inservibles contra el frío
y un poco de otras muchas vanidades.
Pero tú lo agradeces. Así nunca
tendrás que devolver ciento por uno
de tales donaciones. Y lo entiendes
mejor cuando te acuerdas de ese día
en que habrás de partir, dejando sólo
unos versos escritos como ejemplo
de tu digna pobreza. Nadie cumple
más deseos por ir con su abundancia
sobre los hombros, por tener sus bienes
a salvo de un fracaso inoportuno.
Por eso, vive en paz con tu vacío,
con la luz matinal, con este aroma
de soledad en flor, con el silencio
que igual que tú, sin nadie, fructifica.



Poema María de Ignacio M. Altamirano



Allí en el valle fértil y risueño,
do nace el Lerma y, débil todavía
juega, desnudo de la regia pompa
que lo acompaña hasta la mar bravía;
allí donde se eleva
el viejo Xinantecatl, cuyo aliento,
por millares de siglos inflamado,
al soplo de los vientos se ha apagado,
pero que altivo y majestuoso eleva
su frente que corona eterno hielo
hasta esconderla en el azul del cielo.
Allí donde el favonio murmurante
mece los frutos de oro del manzano
y los rojos racimos del cerezo
y recoge en sus alas vagarosas
la esencia de los nardos y de las rosas.

Allí por vez primera
un extraño temblor desconocido,
de repente, agitado y sorprendido
mi adolescente corazón sintiera.

Turbada fue de la niñez la calma,
no supe que pensar en ese instante
del ardor de mi pecho palpitante
ni de la tierra languidez del alma.

Era el amor: más tímido, inocente,
ráfaga pura del albor naciente,
apenas devaneo
del pensamiento virginal del niño;
no la voraz hoguera del deseo,
sino el risueño lampo del cariño.

Yo la miré una vez -virgen querida,
despertaba cual yo, del sueño blando
de las primeras horas de la vida;
pura azucena que arrojó el destino
de mi existencia el primer camino,
recibían sus pétalos temblando
los ósculos del aura bullidora,
y el tierno cáliz encerraba apenas
el blanco aliento de la tibia aurora.

Cuando en ella fijé larga mirada
de santa adoración, sus negros ojos
de mí apartó; su frente nacarada
se tiño del carmín de los sonrojos;
su seno se agitó por un momento,
y entre sus labios expiró su acento.

Me amó también – Jamás amado había;
como yo, esta inquietud no conocía,
nuestros ojos ardientes se atrajeron
y nuestras almas vírgenes se unieron
con la unión misteriosa que preside
el hado entre las sombras, mudo y ciego,
y de la dicha del vivir decide
para romperla sin clemencia luego.

¡Ay! que esta unión purísima debiera
no turbarse jamás, que así la dicha
tal vez perenne en la existencia fuera:
¿cómo no ser sagrada y duradera
si la niñez entretejió los lazos,
y la animó, divina, entre sus brazos,
la castidad de la pasión primera?

Peor el amor es árbol delicado
que el aire puro de la dicha quiere,
y cuando el dolor el cierzo helado
su frente toca, se doblega y muere.

¿No es verdad? ¿No es verdad, pobre María?
¿por qué tan pronto del pesar sañudo
pudo apartarnos la segur impía?
¿Cómo tan pronto oscurecernos pudo
la negra noche en el nacer del día?

¿Por qué entonces no fuimos más felices?
¿Por qué entonces no fuimos más constantes?
¿Por qué, en el débil corazón, señora,
se hacen eternos siglos los instantes,
desfalleciendo antes
de apurar del dolor la última hora?

¡Pobre María! entonces ignorabas,
y yo también, lo que apellida el mundo
amor… ¡amor! y ciega no pensabas
que es perfidia interés, deleite inmundo
y que tu alma pura y sin mancilla
que amó como los ángeles amaran
con fuego intenso, mas con fe sencilla,
iba a encontrarse sola y sin defensa
de la maldad entre la mar inmensa.

Entonces, en los días inocentes
de nuestro amor, una mirada sola
fue la felicidad, los puros goces
de nuestro corazón… el casto beso,
la tierna y silenciosa confianza,
la fe en el porvenir y la esperanza.

Entonces, en las noches silenciosas,
¡ay! cuántas horas contemplamos juntos
con cariño las pálidas estrellas
en el cielo sin nubes cintilando,
como si en nuestro amor gozaran ellas;
o el resplandor benéfico y amigo
de la callada luna,
de nuestra dicha plácida testigo,
o a las brisas balsámicas y leves
con placer confiamos
nuestros suspiros y palabras breves.

¡Oh! ¿qué mal hace al cielo
este modesto bien, que tras él manda
de la separación al negro duelo,
la frialdad espantosa del olvido
y el amargo sabor del desengaño,
tristes reliquias del amor perdido?

Hoy sabes que es sufrir, pobre María,
y sentiste al presente
el desamor que mezcla su hiel fría
de los placeres en la copa ardiente,
el cansancio, la triste indiferencia,
y hasta el odio que el impío
el antes cielo azul de la existencia
nos convierte en un cóncavo sombrío,
y la duda también, duda maldita
que de acíbar eterno el alma llena,
la enturbia y envenena
y en el caos del mal la precipita.

Muy pronto, si, nos condenó la suerte
a no vernos jamás hasta la muerte;
corrió la primera lágrima encendida
del corazón a la primer herida,
mas pronto se siguió el pesar profundo,
del desdén la sonrisa amenazante
y la mirada de odio chispeante,
terrible reto de venganza al mundo.

Mucho tiempo pasó- Tristes seguimos
el mandato cruel del hado fiero,
contraria sendas recorriendo fuimos,
sin consuelo ni afán… ¿También, señora,
podemos sin rubor mirarnos ora?
¡Ah! ¿qué ha quedado de la virgen bella?
tal vez la seducción marcó su huella
en tu pálida frente ya surcada,
porque contemplo en tus hundidos ojos
señal de llanto y lívida mirada
con el fulgor de acero de la ira.
¡Se marchitaron los claveles rojos
sobre tus labios, ora contraídos
por risa de desdén que desafía
tu bárbaro pesar, pobre María!
Y yo… yo estoy tranquilo:
del dolor las tremendas potestades,
roncas rugieron agitando el alma;
la erupción fue horrible y poderosa…

Pero hoy volvió la calma
que se turbó un momento,
y aunque siento el volcán rugir violento
el fuego dentro de él nunca se atreve
su cubierta a romper de dura nieve

Continuemos, mujer, nuestro camino
¿Dónde parar?… ¿acaso lo sabemos?
¿lo sabemos acaso? que el destino
nos lleve, como ayer: ciegos vaguemos,
ya que ni un faro de esperanza vemos.
Llenos de duda y de pesar marchamos,
marchamos siempre, y a perder nos vamos
¡ay! de la muerte en el océano oscuro.
¿Hay más allá riberas? no es seguro,
quien sabe si las hay; mas si abordamos
a esa riberas torvas y sombrías
y siempre silenciosas,
allí sabré tus quejas dolorosas,
y tú también escucharas las mías.



Poema Fatigada Del Baile de Gustavo Adolfo Bécquer



encendido el color, breve el aliento,
apoyada en mi brazo
del salón se detuvo en un extremo.
Entre la leve gasa
que levantaba el palpitante seno,
una flor se mecía
en compasado y dulce movimiento.
Como en cuna de nácar
que empuja el mar y que acaricia el céfiro,
tal vez allí dormía
al soplo de sus labios entreabiertos.
¡Oh! ¡quién así, pensaba,
dejar pudiera deslizarse el tiempo!
¡Oh! si las flores duermen,
¡qué dulcísimo sueño!



Poema Adiós de Gabriela Mistral



En costa lejana
y en mar de Pasión,
dijimos adioses
sin decir adiós.
Y no fue verdad
la alucinación.
Ni tú la creíste
ni la creo yo,
«y es cierto y no es cierto»
como en la canción.
Que yendo hacia el Sur
diciendo iba yo:
«Vamos hacia el mar
que devora al Sol».
Y yendo hacia el Norte
decía tu voz:
«Vamos a ver juntos
donde se hace el Sol».
Ni por juego digas
o exageración
que nos separaron
tierra y mar, que son
ella, sueño y el
alucinación.
No te digas solo
ni pida tu voz
albergue para uno
al albergador.
Echarás la sombra
que siempre se echó,
morderás la duna
con paso de dos…
Para que ninguno,
ni hombre ni dios,
nos llame partidos
como luna y sol;
para que ni roca
ni viento errador,
ni río con vado
ni árbol sombreador,
aprendan y digan
mentira o error
del Sur y del Norte,
del uno y del dos!



Poema Realidad de Poemas de Amor y Románticos



La verdad de este cuerpo
mi más honda verdad.

Invadirlo,
apresarlo,
hasta sentir su carne
prolongada en la mía,
integrada en mi sangre,
y sentir por la suya
esa lava ya fría del ardor del placer.

Hasta su sexo llego
como aquellos amantes
que ante un cuerpo desnudos
oficiaban con fervor y belleza
sabiéndose partícipes de Pan y de Afrodita.
Sobre la tierra inhóspita,
bajo el cielo callado y los dioses ausentes,
avanzo por sus valles, laderas, promontorios,
y en el instante exacto del gemido
asalto, rompo, ocupo
la cueva misteriosa,
el cálido refugio
donde morar silente.

Ya rendidos, y fríos, y exhaustos,
los cuerpos se separan,
sus poderes se anulan:
una tregua se abre sobre los blancos lienzos.

Hasta que una mano furtiva se desliza
por la piel tan surcada,
las piernas se entrelazan,
la carne, enmudecida, recupera sus voces,
y el sexo,
cual un mar saliendo de su calma,
se levanta y avanza:
hacia el cuerpo que amo
y que a mi lado yace.

Hermosa realidad que devoro insaciable.

EMILIO MIRÓ ( España, 1942 )



Poema Ola En Tu Sueño de Juan Cobos Wilkins



Tras el biombo de espejos de la memoria,
en la hoja de octubre
caída al calendario, entre
los pliegues fríos de la sábana
te escondes. No evitarás
el sueño del temor a los sueños.

Cuando la luz se apague, la ola
que cubre -mar
vertical- todo
el horizonte, la que no logran
los ojos abarcar, tu Ola,
ha de volver.

Cuando apague la luz
va a alzarse como el vértigo
el mar puesto de pie:
desde el fondo sobrecogido de mi cuarto.

De «Escritura o paraíso» 1998



Poema Maitines de Carmen Sanchez



El sueño parpadea en los ojos.
Frágiles rudimentos de paloma me vuelven al deseo,
a la reminiscencia de tu abrazo.

A esta mañana
atrio del día que aguarda,
municipio del aire,
hora primera.

Loa a esta ciudad sombría y desvelada
en que rostros sin rostro pasan y están soñando.



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