Poema Ofrendas de Angel Crespo



En cada mano, el mundo deja
aquello que no tiene su medida:
lo que pesa demás, lo que es ardiente
en exceso -pues nadie
que tenga un alma puede
impasible aguardar como la estrella.

No es que no tenga luz, pero sus rayos
deben llegar a donde no ilumina
el fuego general -al subterráneo
de cada vida, al breve paraíso
que brota de su sed como un relámpago.



Poema Pebetero de Aníbal Núñez



Que me traigan el humo dijo Ciro
y le trajeron todas sus victorias.

«Taller del hechicero» 1979



Poema Relámpagos De Asombro de Eugenia Domínguez



Y cuando llegue el día,
¿qué salvaré de mi cajón de tiempo?
¿Cuántos momentos
podré llamar,
sin duda ni vergüenza,
Vida?

*

Se desnudó mi árbol.
Ya no he de ver sus hojas
flotando leves.

*

¿Y el corazón?
Suspendido en las ramas
frágiles del deseo.

*

Me queda la tristeza,
que no es poco,
y las alas intactas.

*

Quise ser luz y fui hondo silencio,
tan radiante, tan lleno
que me olvidé de ser luz. Y fui luz.

*

Se puso las gafas.
No estaban preparados
sus ojos de asfalto
para tanta luz.



Poema También Mueren Caballos En Combate de Julio Martínez Mesanza



También mueren caballos en combate,
y lo hacen lentamente, pues reciben
flechazos imprecisos. Se desangran
con un noble y callado sufrimiento.
De sus ojos inmóviles se adueña
una distante y superior mirada,
y sus oídos sufren la agonía
furiosa y desmedida de los hombres.



Poema El Extranjero de Roger Wolfe



Me asomo a la terraza.
Una mujer se arregla el pelo
delante de un espejo
en el edificio de enfrente
de mi casa.
Estaba leyendo
a Dostoyewski. Cierro el libro,
lo dejo encima de la mesa,
me siento y abro
otra cerveza. Qué aburrido,
Dostoyewski, la cerveza,
las mujeres, los libros,
los espejos. Qué aburrido
sentarse y esperar la muerte
mientras la gente fornica,
come, trabaja o se solaza
bajo el sol sucio de septiembre,
y uno sabe, positivamente,
que nada va a ocurrir.



Poema Mía de Euler Granda



Oh rota,
oh carcamal,
recontra mía,
hasta cuando no pueda más;
hasta la cacha mía;
en las malas y en las peores
pegada a mí,
a mí adherida;
pereciente ventosa,
liquen,
jarro viejo,
queloide,
que a veces da vergüenza acostarse
contigo.
Como los que no pisan en el suelo
yo renegué de ti,
yo te mandé a comer en la cocina;
al virar las esquinas te pateaba
pero tú me seguías;
para dejarte atrás
me ponía a volar
pero tú me seguías;
me emborrachaba y vomitaba
pero tú me seguías
y cuando me quitaba la peluca
de las buenas costumbres
y me tiraba de cabeza en el silencio
al lado me gemías como un perro.
Tú me comprendes,
las mujeres a veces,
te echaba a que durmieras en la calle,
me escondía de ti, pero tú me seguías
y hasta hubo un momento
que llegué a creerme demasiado bueno
para ti,
pero igual me seguías.
Oh! miísima,
oh! contrahecha,
oh! patoja,
oh! tuerta,
oh! desdentada,
bacinilla de a perro,
oh! vida sarnosamente mía,
he regresado a ti
hasta que llegue el día
en que no puedas soportarme.



Poema Maternidad de Pablo Neruda



Por qué te precipitas hacia la maternidad y verificas
tu ácido oscuro con gramos a menudo fatales?
El porvenir de las rosas ha llegado! El tiempo
de la red y el relámpago! Las suaves peticiones
de las hojas perdidamente alimentadas!
Un río roto en desmesura
recorre habitaciones y canastos
infundiendo pasiones y desgracias
con su pesado líquido y su golpe de gotas.

Se trata de una súbita estación
que puebla ciertos huesos, ciertas manos,
ciertos trajes marinos.

Y ya que su destello hace variar las rosas
dándoles pan y piedras y rocío,
oh madre oscura, ven,
con una máscara en la mano izquierda
y con los brazos llenos de sollozos.

Por corredores donde nadie ha muerto
quiero que pases, por un mar sin peces,
sin escamas, sin náufragos,
por un hotel sin pasos,
por un túnel sin humo.

Es para ti este mundo en que no nace nadie,
en que no existen
ni la corona muerta ni la flor uterina,
es tuyo este planeta lleno de piel y piedras.

Hay sombra allí para todas las vidas.
Hay círculos de leche y edificios de sangre,
y torres de aire verde.
Hay silencio en los muros, y grandes vacas pálidas
con pezuñas de vino.

Hay sombra allí para que continúe
el diente en la mandíbula y un labio frente a otro,
y para que tu boca pueda hablar sin morirse,
y para que tu sangre no se derrumbe en vano.

Oh madre oscura, hiéreme
con diez cuchillos en el corazón,
hacia ese ladi, hacia ese tiempo claro,
hacia esa primavera sin cenizas.

Hasta que rompas sus negras maderas
llama en mi corazón, hasta que un mapa
de sangre y de cabellos desbordados
manche los agujeros y la sombra,
hasta que lloren sus vidrios golpea,
hasta que se derramen sus agujas.

La sangre tiene dedos y abre túneles
debajo de la tierra.



Poema Canción De Hojas Y Lejanías de Aurelio Arturo



Eran las hojas, las murmurantes hojas,
la frescura, el rebrillo innumerable,
Eran las verdes hojas -la célula viva,
el instante imperecedero del paisaje-
eran las verdes hojas que acercan en su murmullo,
las lejanías sonoras como cordajes,
las finas, las desnudas hojas oscilantes.

Las hojas y el viento.
Hojas con marino ritmo ondulaban,
hojas con finas voces
hablando a un mismo tiempo, y que no eran
tantas sino una sola, palpitante
en mil espejos de aire, inacabable
hoja húmeda en luces,
reina del horizonte, ágil
avecilla saltante, picoteante por todos
los aros del horizonte, los aros cintilantes.

Las hojas, las bandadas de hojas,
al borde del azul, a la orilla del vuelo.

Eran las hojas y las murmurantes lejanías,
las hojas y las lejanías llenas de hablas,
las lejanías que el viento tañe como cuerdas:
oh pentagrama, pentagrama de lejanías
donde hojas son notas que el viento interpreta.

En las hojas rumoraban bellos países y sus nubes.
En las hojas murmuraban lejanías de países remotos,
rumoraban como lluvias de verdeante alborozo,
reían, reían lluvias de hablas clarísimas
como aguas, hablas alegres de hadas, vocales de gozo.

Y las lejanías tenían rumores de frondas sucesivas,
las lejanías oían, oían lluvias que narran leyendas,
oían lluvias antiguas. Y el viento
traía las lejanías como trae una hoja.



Poema La Celda de Raúl Jaimes Freyre



Hay una Dolorosa que une las manos puras;
Una agria calavera de enigmática mueca;
Una ojival ventana que en limitar se obceca
El abrupto paisaje de perennes alturas

Un flagelo que sabe de piadosas torturas
Y en celestes abrojos las tentaciones trueca;
Una vieja clepsidra – dijerase una rueca
En donde hila la hermana muerte vidas futuras -.

Y una escultura, en fin de Cristo en el madero,
Símbolo del amor que tortura y redime,
Y separa la existencia: vía, verdad y luz.

El espíritu tiende a la ciencia sublime,
La voluntad persigue el divino sendero,
Mas el cuerpo se extingue clavado en una cruz.



Poema La Estación De Los Pájaros (ii) de Nora Méndez



En la punta de tus cabellos
Cabalgan mis poemas
Y es la abreviatura
De tu boca callada
El andamiaje
Donde cabizbajas
Van a besarte mis palabras.

Tu me hablas de un lenguaje olvidado
Nacido en la sepia de tu garganta
Y la soledad perpleja
Se mide condescendiente
Contra tu sombra.

Y a la víbora víbora
De mi mar te nombra
Porque en la fiebre revivida
Eres temblor de lira
Y noche percatada
Cuando la danza de tus pasos…

Y todavía preguntas
Por qué las nubes sobre mi traje
Mírame bien, no esquives mi agonía
Esta es la poeta gris y su pregunta

…De repente el camisón de los jardines
Negra pluma en volandas
En el panteón de los gorriones
Reconoce pues mis madrugadas
Pintura fresca
En la colosal naturaleza humana

Herido va quedando el temblor
Bajo el trasluz de la hoja cercana
Quieto camina el amor
Mientras ciegos repetimos
Del primer hallazgo,
Los gestos
Y rota aflora
La vasija del abecedario

Ahora que los soles son tantos
Y el tiempo insiste con dolor
Tú, hombre de ojos y llanto
Te vuelves
Desde esa puerta de colores
Y reconozco en tu angustia
Mi más profunda ternura…

Eres el pasajero de mi recuerdo
Y esta piel de tren incinera
su memoria
en el afán de borrar las estaciones
Y repetir infinita
Infinita tu parada…



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