poemas vida obra a

Poema Amor, Mueve Las Alas Y Tan Alto de Gutierre De Cetina



Amor mueve mis alas, y tan alto
las lleva el amoroso pensamiento,
que de hora en hora así subiendo siento
quedar mi padescer más corto y falto.

Temo tal vez mientra mi vuelo exalto,
mas llega luego a mí el conoscimiento
y pruébase que es poco en tal tormento
por inmortal honor un mortal salto.

Que si otro puso al mar perpetuo nombre
do el soberbio valor le dio la muerte,
presumiendo de sí más que podía,

de mí dirán: «Aquí fue muerto un hombre
que si al cielo llegar negó su suerte,
la vida le faltó, no la osadía.»



Poema A Un Costado De La Autopista… de Esteban Moore



?del estado más sereno? *

a un costado de la autopista -miramos la extendida
llanura arada/ el tramado orden mecánico -de esos
surcos químicamente limpios de la apretada asfixia
de yuyales y maleza/ en cuya cima las hojas -de los
primeros brotes/ traspasan con firmeza la capa ?del
blanco rocío escarchado

* ?del estado más sereno?
Luis de Góngora, Soneto XII.



Poema Ave Podrida Que Me Ronda de Rafael Gutiérrez



Que no puedo, digo,
Que no aguanto
esta ave podrida que me ronda aúlla muerde,
esa isla paridora de augustos esqueletos,
esta hedionda, matutina bocanada
que bautiza mi aire de pezuñas y baba.

Supremo cielo de espinas en que vivo.
Única región florida del mundo en donde llueve alfileres.

Que no oyen, pregunto
Que no oyen
el vuelo
de este país
que
cae
-mitad águila mitad carroña-
bajo el peso de su silente gusanera?



Poema Amor De Tarde de Mario Benedetti



Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las cuatro
y acabo la planilla y pienso diez minutos
y estiro las piernas como todas las tardes
y hago así con los hombros para aflojar la espalda
y me doblo los dedos y les saco mentiras.

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las cinco
y soy una manija que calcula intereses
o dos manos que saltan sobre cuarenta teclas
o un oído que escucha como ladra el teléfono
o un tipo que hace números y les saca verdades.

Es una lástima que no estés conmigo
cuando miro el reloj y son las seis.
Podrías acercarte de sorpresa
y decirme «¿Qué tal?» y quedaríamos
yo con la mancha roja de tus labios
tú con el tizne azul de mi carbónico.



Poema Alguien Que Despierta de Aldo Pellegrini



Abre tus ojos de barro
tus ojos de cielo y de noche interrumpida
tus ojos de alfombra, tus ojos pisoteados
ábrete a la luz y ala sombra y a los vientos
a la sombra negra que arrojan los cuerpos.

Árbol de la ceguera, de las muertes,
camino de las desapariciones,
marchas hacia los ojos abiertos del tiempo
hacia el agua pura del instante que corre
cuando te detienes te tornas invisible
cuando andas te destruyes
sólo eres la sombra de la idea de ser
pero con el hueco de tu mano ves todo
por el hueco de tu mano te derramas,
cuerpo ávido de caricias de atmósferas,
mil veces impasible, mil veces tierno
pero finalmente absorbido por la nada
que corroe lentamente el agua del tiempo.



Poema A Mari Romero de Julio Leite



Cuando el viento
sacude las chapas
acá
en este sur,
el mismito de siempre,
siento
que las hendijas lloran
gotitas de luz
para la gente.
Mari
lava ropas de amigos,
cocina guisos…
sonríe…
Yo la miro
y la ternura
me sabe a romero.



Poema Ars Magna de Leopoldo Maria Panero



Qué es la magia, preguntas
en una habitación a oscuras.
Qué es la nada, preguntas,
saliendo de la habitación.
Y qué es un hombre saliendo de la nada
y volviendo solo a la habitación.

«Poesía» 1970 – 1985



Poema Altazor de Vicente Huidobro



Prefacio

Nací a los treinta y tres años, el día de la muerte de Cristo; nací en el Equinoccio, bajo las hortensias y los aeroplanos del calor.
Tenía yo un profundo mirar de pichón, de túnel y de automóvil
sentimental. Lanzaba suspiros de acróbata.
Mi padre era ciego y sus manos eran más admirables que la noche.
Amo la noche, sombrero de todos los días.
La noche, la noche del día, del día al día siguiente.
Mi madre hablaba como la aurora y como los dirigibles que van a caer. Tenía
cabellos color de bandera y ojos llenos de navíos lejanos.
Una tarde cogí mi paracaídas y dije: «Entre una estrella y dos golondrinas». He aquí
la muerte que se acerca como la tierra al globo que cae.
Mi madre bordaba lágrimas desiertas en los primeros arcos iris.
Y ahora mi paracaídas cae de sueño en sueño por los espacios de la muerte.
El primer día encontré un pájaro desconocido que me dijo: «Si yo fuera dromedario
no tendría sed. ¿Qué hora es?» Bebió las gotas de rocío de mis cabellos, me lanzó
tres miradas y media y se alejó diciendo: «Adiós», con su pañuelo soberbio. Hacia las dos, aquel día, encontré un precioso aeroplano, lleno de escamas y
caracoles. Buscaba un rincón del cielo donde guarecerse de la lluvia.
Allá lejos, todos los barcos anclados, en la tinta de la aurora. De pronto, comenzaron
a desprenderse, uno a uno, arrastrando como pabellón jirones de aurora
incontestable.
Junto con marcharse los últimos, la aurora desapareció tras algunas olas
desmesuradamente infladas.
Entonces oí hablar al Creador, sin nombre, que es un simple hueco en el vacío,
hermoso como un ombligo.
«Hice un gran ruido y este ruido formó el océano y las olas del océano».
Este ruido irá siempre pegado a las olas del mar y las olas del mar irán siempre
pegadas a él, como los sellos en las tarjetas postales.
Después tejí un largo bramante de rayos luminosos para coser los días uno a uno; los
días que tienen un oriente legítimo o reconstituido, pero indiscutible.
Después tracé la geografía de la tierra y las líneas de la mano.
Después bebí un poco de coñac (a causa de la hidrografía).
Después creé la boca y los labios de la boca, para aprisionar las sonrisas equívocas,
y los dientes de la boca, para violar las groserías que nos vienen a la boca.
«Creé la lengua de la boca que los hombres desviaron de su rol, haciéndola aprender
a hablar… a ella, ella, la bella nadadora, desviada para siempre de su rol
acuático y puramente acariciador».
Mi paracaídas empezó a caer vertiginosamente. Tal es la fuerza de atracción de la
muerte y del sepulcro abierto.
Podéis creerlo, la tumba tiene más poder que los ojos de la amada. La tumba abierta
con todos sus imanes. Y esto te lo digo a ti, a ti que cuando sonríes haces pensar
en el comienzo del mundo.
Mi paracaídas se enredó con una estrella apagada que seguía su órbita
concienzudamente, como si ignorara la inutilidad de sus esfuerzos.
Y aprovechando este reposo bien ganado, comencé a llenar con profundos
pensamientos las casillas de mi tablero:
«Los verdaderos poemas son incendios. La poesía se propaga por todas partes,
iluminando sus consumaciones con estremecimientos de placer o de agonía».
«Se debe escribir en una lengua que no sea materna».
«Los cuatro puntos cardinales son tres; el sur y el norte».
«Un poema es una cosa que será».
«Un poema es una cosa que nunca es, pero que debiera ser».
«Un poema es una cosa que nunca ha sido, que nunca podrá ser».
«Huye del sublime externo si no quieres morir aplastado por el viento».
«Si yo, no hiciera al menos una locura por año, me volvería loco».
Tomo mi paracaídas, y del borde de mi estrella en marcha me lanzo a la atmósfera
del último suspiro.
Ruedo interminablemente sobre las rocas de los sueños, ruedo entre las nubes de la
muerte.
Encuentro a la Virgen sentada en una rosa, y me dice:
«Mira mis manos: son transparentes como las bombillas eléctricas. ¿Ves los
filamentos de donde corre la sangre de mi luz intacta?»
«Mira mi aureola. Tiene algunas saltaduras, lo que prueba mi ancianidad».
«Soy la Virgen, la Virgen sin mancha de tinta humana, la única que no lo sea a
medias, y soy la capitana de las otras once mil que estaban en verdad
demasiado restauradas».
«Hablo una lengua que llena los corazones según la ley de las nubes comunicantes». «Digo siempre adiós, y me quedo».
«Ámame, hijo mío, pues adoro tu poesía y te enseñaré proezas aéreas».
«Tengo tanta necesidad de ternura, besa mis cabellos, los he lavado esta mañana en
las nubes del alba y ahora quiero dormirme sobre el colchón de la neblina
intermitente».
«Mis miradas son un alambre en el horizonte para el descanso de las golondrinas. «Ámame».
Me puse de rodillas en el espacio circular y la Virgen se elevó y vino a sentarse en mi
paracaídas.
Me dormí y recité entonces mis más hermosos poemas.
Las llamas de mi poesía secaron los cabellos de la Virgen, que me dijo gracias y se
alejó, sentada sobre su rosa blanca.
Y heme aquí, solo, como el pequeño huérfano de los naufragios anónimos.
Ah, qué hermoso… qué hermoso.
Veo las montañas, los ríos, las selvas, el mar, los barcos, las flores y los caracoles. Veo la noche y el día y el eje en que se juntan.
Ah, ah, soy Altazor, el gran poeta, sin caballo que coma alpiste, ni caliente su
garganta con claro de luna, sino con mi pequeño paracaídas como un quitasol
sobre los planetas.
De cada gota del sudor de mi frente hice nacer astros, que os dejo la tarea de bautizar
como a botellas de vino.
Lo veo todo, tengo mi cerebro forjado en lenguas de profeta.
La montaña es el suspiro de Dios, ascendiendo en termómetro hinchado hasta tocar
los pies de la amada.
Aquel que todo lo ha visto, que conoce todos los secretos sin ser Walt Whitman,
pues jamás he tenido una barba blanca como las bellas enfermeras y los
arroyos helados.
Aquel que oye durante la noche los martillos de los monederos falsos, que son
solamente astrónomos activos.
Aquel que bebe el vaso caliente de la sabiduría después del diluvio obedeciendo a las
pajamas y que conoce la ruta de la fatiga, la estela hirviente que dejan los
barcos.
Aquel que conoce los almacenes de recuerdos y de bellas estaciones olvidadas.
Él, el pastor de aeroplanos, el conductor de las noches extraviadas y de los
ponientes amaestrados hacia los polos únicos.
Su queja es semejante a una red parpadeante de aerolitos sin testigo.
El día se levanta en su corazón y él baja los párpados para hacer la noche del reposo
agrícola.
Lava sus manos en la mirada de Dios, y peina su cabellera como la luz y la cosecha de
esas flacas espigas de la lluvia satisfecha.
Los gritos se alejan como un rebaño sobre las lomas cuando las estrellas duermen
después de una noche de trabajo continuo.
El hermoso cazador frente al bebedero celeste para los pájaros sin corazón.
Sé triste tal cual las gacelas ante el infinito y los meteoros, tal cual los desiertos sin
mirajes.
Hasta la llegada de una boca hinchada de besos para la vendimia del destierro.
Sé triste, pues ella te espera en un rincón de este año que pasa.
Está quizá al extremo de tu canción próxima y será bella como la cascada en libertad
y rica como la línea ecuatorial.
Sé triste, más triste que la rosa, la bella jaula de nuestras miradas y de las abejas sin
experiencia.
La vida es un viaje en paracaídas y no lo que tú quieres creer.
Vamos cayendo, cayendo de nuestro cenit a nuestro nadir, y dejamos el aire
manchado de sangre para que se envenenen los que vengan mañana a
respirarlo.
Adentro de ti mismo, fuera de ti mismo, caerás del cenit al nadir porque ése es tu
destino, tu miserable destino. Y mientras de más alto caigas, más alto será el
rebote, más larga tu duración en la memoria de la piedra.
Hemos saltado del vientre de nuestra madre o del borde de una estrella y vamos
cayendo.
Ah mi paracaídas, la única rosa perfumada de la atmósfera, la rosa de la muerte,
despeñada entre los astros de la muerte.
¿Habéis oído? Ése es el ruido siniestro de los pechos cerrados.
Abre la puerta de tu alma y sal a respirar al lado afuera. Puedes abrir con un suspiro
la puerta que haya cerrado el huracán.
Hombre, he ahí tu paracaídas, maravilloso como el vértigo.
Poeta, he ahí tu paracaídas, maravilloso como el imán del abismo.
Mago, he ahí tu paracaídas que una palabra tuya puede convertir en un parasubidas
maravilloso como el relámpago que quisiera cegar al creador.
¿Qué esperas?
Mas he ahí el secreto del Tenebroso que olvidó sonreír.
Y el paracaídas aguarda amarrado a la puerta como el caballo de la fuga
interminable.

* *



Poema Alicia En Mi Ciudad de Minerva Salado



Los espejos ocultos están frente al Paseo del Prado
para que tú los atravieses.
Del otro lado esperan todas las ilusiones
las piedras en el centro de otro orden
los rastros y los pasos.
Los espejos descubren los caminos
sin saber demasiado hacia dónde
penetran en las estridencias de los sueños
fantásticos como nunca antes
ilusorios
reales para los que olvidaron la esperanza.
El azogue de los espejos parece
una tentación a la que pocos renuncian
los otros yacen sobre las baldosas
sin tiempo para más
esperando en la raíces de una ciudad
que cada día se evade
sin dejar de ser ella.
Suplantada
acartonada
enmascarada
y sin embargo ella bajo toda escenografía
creada
encallecida
abandonada
hermosa para siempre



Poema Manifiesto de Ricardo Bogrand



Mío este cuadro,
este sueño,
esta verdad de polen.

Cruzas sobre mi abierta herida
en la trunca esperanza
en esta tarde de ostracismo.

He visto al mundo desde el plano del mundo,
desde un peldaño más abajo del mundo,
desde ninguna floración de trinos.

Le he visto con estos ojos turbios de pobreza,
con la raída ropa de mi sueño.

¿Cómo decirte?
¿Cómo absorber tu nombre marinero?
Mejor te digo, hermana, camarada.
Hoy ya no temo.
Hoy destrozo mi lámpara ilusoria
y me descubro.
Voy a iniciarte en este nuevo encuentro
de ver las cosas sin ningún paisaje.
A veces pienso que es difícil buscar en esta noche
y tropezar con lo que no se ha visto
y lo que está por descubrir sin tregua
y lo que no te han dicho las mañanas
cuando miras el mar de tu ventana.
A veces pienso que pocos nos quedamos en la sombra
para cantar con nuestros pobres dedos
eso que nadie mira
y nadie toca.

Un día yo te dije:
Ámame, marinera; con tu acuática fiesta de celajes.
Ámame con tu marca elástica de peces.

Ámame con tu puerto y tu escafandra,
con tu cuerpo de esponja y con tu golfo,
con tu piel de cristal y tu silueta.

Ahora yo te digo que me ames
como esa pleamar de los que ansiamos
bebernos las palabras del que muere
imaginando el pan que nunca tuvo.

Quiero que me ames, como yo a los pueblos
cuando abrazan
con los gritos fundidos en su lucha.
Ámame, como amo la libertad, la paz y la justicia,
la vida digna y el pan de todos.



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