poemas vida obra a

Poema Ausencia de Romeo Murga



Veinte ciudades de hombres me separan de ti,
pequeñita que llenas mi corazón tan grande.
Entre nosotros dos, la distancia enemiga
aleja nuestros cuerpos, ávidos de estrecharse.

La lejanía yergue sus muros invisibles,
en donde nuestras manos vanamente golpean.
Miro, a través de largo camino polvoriento,
tus brazos cariñosos que, allá lejos, me esperan.

Estás ausente tú, la que no ha muchas tardes
se ceñía a mi cuerpo con amoroso lazo;
la que llenó de amor con su carne aromada
la trémula oquedad que le hicieron mis brazos.

Y hoy estos brazos caen, vencidos, agobiados.
La vida, en torno a mí, se desliza tranquila.
No estás tú, mi pequeña, no estás, y este hombre triste
no ha de mirarse al fondo de tus negras pupilas.

Otros ojos te ven y yo no puedo verte,
yo, que te sé mirar como nadie te mira.
Almas de otros recogen tu perfume de pena,
cuando en las tardes tristes, tu corazón suspira.

Mal de ausencia es el mío, y el tuyo es mal de ausencia,
mal de quererse mucho sin poderse querer,
sin que puedan los labios decir eso divino
que en el beso se dicen el hombre y la mujer.

Hoy, el cielo está gris, y mi alma gris, pequeña.
allá donde tú estás se alza toda la aurora.
Sólo con tu recuerdo -la recordaba lejos-
busco el rincón distante donde te encuentras, sola.

Y pienso que mañana te encontraré de nuevo.
de nuevo, en carne y alma, junto a tu amor, feliz.
Pero la vida es corta, mi pequeña, muy corta,
¡y un día de mi vida, yo he pasado sin ti!



Poema Amarrado Al Duro Banco de Luis De Gongora



Amarrado al duro banco
De una galera turquesca,
Ambas manos en el remo
Y ambos ojos en la tierra,

Un forzado de Dragut
En la playa de Marbella
Se quejaba al ronco son
Del remo y de la cadena:

«¡Oh sagrado mar de España,
Famosa playa serena,
Teatro donde se han hecho
Cien mil navales tragedias!,

»Pues eres tú el mismo mar
Que con tus crecientes besas
Las murallas de mi patria,
Coronadas y soberbias,

»Tráeme nuevas de mi esposa,
Y dime si han sido ciertas
Las lágrimas y suspiros
Que me dice por sus letras;

»Porque si es verdad que llora
Mi captiverio en tu arena,
Bien puedes al mar del Sur
Vencer en lucientes perlas.

»Dame ya, sagrado mar,
A mis demandas respuesta,
Que bien puedes, si es verdad
Que las aguas tienen lengua,

»Pero, pues no me respondes,
Sin duda alguna que es muerta,
Aunque no lo debe ser,
Pues que vivo yo en su ausencia.

»¡Pues he vivido diez años
Sin libertad y sin ella,
Siempre al remo condenado
A nadie matarán penas!»

En esto se descubrieron
De la Religión seis velas,
Y el cómitre mandó usar
Al forzado de su fuerza.



Poema Al Amor De La Lumbre de Carlos Pezoa Veliz



A la señora Dolores Endeyza de Silva.

Junto a las grutas de las quebradas
donde las aguas alborotadas
charlan de asuntos si ton ni son,
hay una casa de corredores
donde hay palomas tiestos con flores,
y enredaderas en el balcón.

Es una casa de tres ventanas
donde la madre luce sus canas
como argumento de algo gentil,
y unos modales llenos de gracia
que hacen más grave la aristocracia
del aire místico y señoril.

Si fueran cosas de tiempo antiguo,
más de una oda de metro exiguo
hubiera escrito Fray Luis de León,
sobre la dama de blanco pelo,
sobre las dichas que allá en el cielo
tendrán los buenos de corazón.

Y en verdad digna es de verso y prosa
la blanca mesa, la blanca loza,
la porcelana de albo matiz,
los cuchicheos, los tenues corros
y el agua alegre que salta a chorros
por una enorme llave matriz.

Es una dicha que causa pena…
La broma alegre, la charla amena
y allá en el piano, la, si, do, re…
Los besos largos, las risas claras
y el tintineo de las cucharas
sobre las blancas tazas de té.

Unos comentan el cuento charro;
éste que piensa fuma el cigarro
mirando el humo subir, subir.
Hace proyectos mientras bosteza
y ve en las brumas de su pereza
las alegrías que han de venir.

La madre cose; la joven piensa;
la chica enreda su oscura trenza;
los grandes hurgan temas de amor.
Y si a la larga se ponen tristes,
el más alegre cuenta unos chistes
que a todos ponen de buen humor.

Mientras, las flores pueblan la mesa
y la bandeja de plata gruesa
y las cajitas donde hay café,
en cuyas clásicas etiquetas
hay unos chinos que hacen piruetas
sobre cajones llenos de té.

En los jarrones de porcelana
hay una torre y una campana
que casi, casi repica ya…
un cuadro antiguo, colgado al muro,
y en él un gesto grave y seguro
sobre el retrato del buen papá.

Si allá un piloto maniobras manda,
los chicos todos en la baranda
piensas: ¿a dónde va el bergantín?
…Y sopla el viento del mediodía
y una brumosa melancolía
vacía en el aire vahos de esplín.

En las heladas tardes de invierno
se leen libros de arte moderno
o alguna charla de Pedro Gil;
oye la dama de pelo cano,
callado el viento, callado el piano,
y Paderewsky sobre el atril…

Cuando en las noches hay aguacero,
niños y gatos junto al brasero
oyen La lámpara de Aladín;
cuentos de negros duchos en bromas,
niñas que un hada volvió palomas
o gigantones con piel de espín.

…Suenan las doce; la madre reza;
hay en los cielos mucha tristeza,
abajo un vaho sentimental
mientras que enfermas de hipocondría
cantan las ranas su letanía
allá en la orilla de un manantial.

Sueñan los niños que allá en la gloria
hay una inmensa preparatoria
donde Dios hace de preceptor;
y que en las clases, de traje blanco,
a cada uno pone en el banco
una corneta con un tambor.



Poema A Mi Corazón Inconstante de María Cristina Orantes



Aprendí a conocer a la inconstancia
y a alargar el instante que me daba,
fui viviendo a medida que llegaba
el tiempo en el reloj: mágica instancia.

Tiempo de arena. Tiempo detenido
en mi mano alfarera que soñaba
aprisionar al viento que flotaba
sobre mi piel, en beso convertido.

Abrí los ojos. Era un nuevo día,
a lo lejos el viento se mecía
en la barca de un tiempo sin frontera.

Ha de volver un día a mi ventana,
la tarde lo traerá, tal vez mañana,
suspendido en el hilo de mi espera.



Poema Alerta de Vicente Huidobro



Media noche
En el jardín
Cada sombra es un arroyo
Aquel ruido que se acerca no es un coche

Sobre el cielo de París
Otto Von Zeppelín
Las sirenas cantan
Entre las olas negras
Y este clarín que llama ahora
No es un clarín de la Victoria
Cien aeroplanos
Vuelan en torno de la luna
Paga tu pipa

Los obuses estallan como rosas maduras
Y las bombas agujerean los días
Canciones cortadas
Tiemblan entre las ramas
El viento cortisona las calles
Como apagar la estrella del estanque



Poema Arrancarse La Cola de Alfredo Lavergne



Me inspiro
Las estaciones son el suelo
Los puertos el agua y la tierra
Los aeropuertos ¡oh! Los aeropuertos
Porque cuando voy en el aire
Mis sentidos
Despegan
De un viejo poblado
Y de cultos
A nuevas Escuelas Filosóficas.



Poema Amén de Alvaro Mutis



Que te acoja la muerte
con todos tus sueños intactos.
Al retorno de una furiosa adolescencia,
al comienzo de las vacaciones que nunca te dieron,
te distinguirá la muerte con su primer aviso.
Te abrirá los ojos a sus grandes aguas,
te iniciará en su constante brisa de otro mundo.
La muerte se confundirá con tus sueños
y en ellos reconocerá los signos
que antaño fuera dejando,
como un cazador que a su regreso
reconoce sus marcas en la brecha.



Poema Anónima de Víctor Botas



Ni muy feliz, ni triste. Como tantas,
parecerá insensible a cuanto pueda
ocurrir a su lado. Cada día
andará iguales calles y las mismas
sombras la mirarán pasar. No habrá ninguno
capaz de distinguirla de las otras,
así, a primera vista. Cada día
se va muriendo un poco (no comulga
con esa triste rueda de molino
de la moderna mística; el trabajo,
rutinario y vulgar ?bien lo comprende?
la embrutece y anula). Y qué remedio
queda. Y qué remedio.
Pero yo sé que guarda
intacta esa frescura y delicada
del corazón ardiente y una innata,
joven curiosidad. Estará sola,
como solos están los que, de un modo
u otro, son acaso diferentes.
Y no sospechará que hubo una tarde
en la que fue dictándome un poema.



Poema A Esa, A La Que Yo Quiero de Pedro Salinas



A esa, a la que yo quiero,
no es a la que se da rindiéndose,
a la que se entrega cayendo,
de fatiga, de peso muerto,
como el agua por ley de lluvia.
hacia abajo, presa segura
de la tumba vaga del suelo.
A esa, a la que yo quiero,
es a la que se entrega venciendo,
venciéndose,
desde su libertad saltando
por el ímpetu de la gana,
de la gana de amor, surtida,
surtidor, o garza volante,
o disparada -la saeta-,
sobre su pena victoriosa,
hacia arriba, ganando el cielo.



Poema Amor Eterno de Gustavo Adolfo Bécquer



Podrá nublarse el sol eternamente;
Podrá secarse en un instante el mar;
Podrá romperse el eje de la tierra
Como un débil cristal.
¡todo sucederá! Podrá la muerte
Cubrirme con su fúnebre crespón;
Pero jamás en mí podrá apagarse
La llama de tu amor.



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