poemas vida obra andres eloy blanco

Poema La Órbita Del Agua de Andres Eloy Blanco



Vamos a embarcar, amigos,
para el viaje de la gota del agua.
Es una gota, apenas, como el ojo de un pájaro.

Para nosotros no es sino un punto,
una semilla de luz,
una semilla de agua,
la mitad de lágrimas de una sonrisa,
pero le cabe el cielo
y sería el naufragio de una hormiga.

Vamos a seguir, amigos,
la órbita de la gota de agua:
De la cresta de una ola
salta, con el vapor de la mañana;
sube a la costa de una nube
insular en el cielo, blanca, como una playa;
viaja hacia el Occidente,
llueve en el pico de una montaña,
abrillanta las hojas,
esmalta los retoños,
rueda en una quebrada,
se sazona en el jugo de las frutas caídas,
brinca en las cataratas,
desemboca en el río, va corriendo hacia el Este,
corta en dos la sabana,
hace piruetas en los remolinos
y en los anchos remansos se dilata
como la pupila de un gato,
sigue hacia el Este en la marea baja,
llega al mar, a la cresta de su ola
y hemos llegado, amigos… Volveremos mañana.



Poema La Mujer De Sal de Andres Eloy Blanco



¡Oh, blancura imposible de la Amada imposible!
¡Por todos mis desvelos cruza, como un fantasma,
como un jirón de invierno, su carne sin penumbras,
inverosímilmente blanca!

¡Oh, blancura imposible,
que integra mis delirios y va sobre mi alma,
con la apariencia leve de un sudario
y la verdad de mármol de una lápida!

Si alguna vez la viste, filósofo ambulante,
devanador de calles, enredador de plazas,
tejedor de monólogos, si alguna vez la viste,
di si es verdad que te espantó mirarla.

El resumen de todas las blancuras
en Ella se anidó como una garza,
y fue en sus manos un sopor de ovejas
y fue lienzo de altar en su garganta.

Vibrante, musical y suspendida
sobre la tierra, su blancura se alza
y va floreando sobre el alto cielo
como un arbusto bajo la nevada.

¡Blancura universal, ¡cómo te miro
resumida al mirarla!
¡EI blancor de esos días tercamente lluviosos;
las estatuas de mármol recién inauguradas;
el estertor de la pechuga exangüe;
el ruedo que la mar prende a su falda;
la capa voladora del beduino
y sus tiendas errantes, palomar del Sahara;
los caminos ahogados en la arena;
al fondo de los árboles, la pared de una casa;
las tumbas escondidas en la noche;
el cirio iluminando la mortaja;
¡yacente livor del esqueleto
que el cincel del gusano cincelara;
esas frases inéditas, alargadas de aes,
con que los sordomudos desahogan su rabia;
las gotas de azahar sobre las bodas,
y en la Suprema hora de las ansias,
en el instante de aflojar los brazos,
aquel blanco en los ojos de la mujer cansada!

Blancura universal, ¡Cómo te miro
resumida, al mirarte!
El remoto dolor de los pañuelos
que aletean de adioses en la playa;
las velas de cien barcos bajo el sol,
que parece
que un gran lirio se hubiera deshojado
en la rada;
las nubecillas huérfanas que entristecen
los cielos
con la miseria de su buche de agua;
la alegría lustral del primer diente
que en la frescura del pezón se clava
y en la inquietud de una cabeza negra
la aguja cruel de la primera cana;
el alba, cuando bajo los rayos del ordeño
se amanece de leche la penumbra del ánfora;
el pan de trigo antes de entrar al horno;
el lecho albar que está estrenando sábanas
y la cuerda del patio con la ropa
que ponen a secar por la mañana!…

Mucho de amargo y mucho de imposible
tiene, en verdad, la carne de la Amada;
en Ella hay la amargura de esas drogas blanquísimas,
y es imposible como el Himalaya.

Su carne es la Primera Comunión de la Carne,
y tiene lo intocado de las páginas
donde no escribió nadie, porque esperan la mano
que escriba con su sangre la Primera Palabra.

¡Mujer de Nieve, inédita de los llanos polares!
¡Mujer de Sal, como la vieja Estatua!
Cuando duerme, su rostro
se debe confundir con la almohada,
y cuando muere la creerán dormida,
porque después de muerta no podrá ser más pálida.

¡Mujer de Nieve, efigie de la Muerte,
Mujer de Sal, Estatua!
Si has de venir a mí, ven por la senda
más nocturna o más blanca;
así te fundirás en el camino
y yo no te veré hasta la llegada.

Vendrás diciendo una palabra hueca,
con muchas aes y la voz muy baja;
tus dedos azulados palparán las tinieblas,
y un collar de corales, ciñendo tu garganta,
suspenderá hasta el vértice
de mis presentimientos
la evocación de las descabezadas.

Mujer de sal, mujer de nieve, siento
como un largo vacío tu blancura en el alma,
y voy a ti como al abismo el ciego,
aunque presienta que has de ser mañana,
Como la muerte, fría e imposible
y como la mujer de Lot, amarga…



Poema El Dulce Mal de Andres Eloy Blanco



Vuelvo los ojos a mi propia historia.
Sueños, más sueños y más sueños… gloria,
más gloria… odio… un ruiseñor huyendo…
y asómbrame no ver en toda ella
ni un rasgo, ni un esbozo, ni una huella
del dulce mal con que me estoy muriendo.

Torno a mirar hacia el camino andado…
Mi marcha fue una marcha de soldado,
con paso vencedor, a todo estruendo;
mi alegría una bárbara alegría…
Y en nada está la sombra todavía
del dulce mal con que me estoy muriendo.

Surgió una cumbre frente a mí; quisieron
otros mil coronarla y no pudieron;
sólo yo quedé arriba, sonriendo,
y allí, suelta la voz, tendido el brazo,
nunca sentí ni el leve picotazo,
del dulce mal con que me estoy muriendo.

Volví la frente hacia el más bello ocaso…
Mil bravos se rindieron al fracaso
mas, yo fui vencedor del mal tremendo;
fui gloria empurpurada y vespertina,
sin presentir la marcha clandestina
del dulce mal con que me estoy muriendo.

Fuerzas y potestades me sitiaron
y, prueba sobre prueba, acorralaron
mi fe, que ni la cambio ni la vendo,
y yo les vi marchar con su despecho
feliz, sin presentir nada en mi pecho
del dulce mal con que me estoy muriendo.

Mujeres… por mi gloria y por mis luchas
en muchas partes se me dieron muchas
y en todas partes me dormí queriendo
y en la mañana hacia otro amor seguía,
pero en ninguno el dardo presentía
del dulce mal con que me estoy muriendo.

Y un día fue la torpe circunstancia
de quedarnos a solas en la estancia,
leyendo juntos, sin estar leyendo,
mirarnos en los ojos, sin malicia,
y quedarnos después con la delicia
del dulce mal con que me estoy muriendo.



Poema ¿cuántas Estrellas Tiene El Cielo? de Andres Eloy Blanco



La última noche que pasamos juntos,
lo preguntó:
-¿Cuántas estrellas tiene el cielo?
-Trescientas cincuenta mil.
-¿A que no?
-¿A que sí?

-Cállate. Esta noche
no quiero que preguntes esas cosas.
Esta noche, si quieres preguntar
cuántas estrellas tiene el cielo,
o cualquier otra cosa,
pregunta algo así como ¿me quieres?
¿tienes frío? ¿quién dice que tiene hambre?

Esta noche, pregunta algo que sea
contestado en el mundo sin palabras.
Interroga con toda tu sangre
algo en que toda la vida del mundo
esté preguntando,
algo así como ¿quién llora?
¿hace falta algo?

Y verás como todo hace falta
y sabrás cuántas estrellas tiene el cielo
cuando sepas que el cielo tiene una sola estrella
para cada momento,
porque con una que se pierda
dará un paso de sombra la luz del Universo.



Poema Ayer Vino La Paloma de Andres Eloy Blanco



Ayer vino la paloma
que viene todos los días,
ayer se paró en la reja
y comió de mi comida,
ayer vino hasta mis hierros,
ayer me escuchó tranquila
y digo en el romancillo
las cosas que le decía:

-Paloma, vuelve a los cielos
y mira hacia los tejados;
cuando veas una casa
grande, que tiene tres patios;
el primero con palmeras,
el segundo con mosaicos,
el tercero, un patio grande
con azotea de un lado
y arboleda y gallinero
y olor de jabón pintado,
cuando veas esa casa
verás en el primer patio
cuatro mujeres cosiendo
cuatro mujeres bordando.
Allí llegarás, paloma
y allí bajarás al patio
y caerás en las rodillas
de la del pelo dorado;
después volarás de nuevo
y volverás a mi lado,
y entonces sabré, paloma,
si la del pelo dorado
tiene las manos cosiendo,
tiene los ojos llorando.

Ayer vino la paloma
que viene todos los días,
ayer se paró en mi reja
y comió de mi comida,
ayer vino hasta mis hierros,
ayer hablóme tranquila
y digo en el romancillo
las cosas que me decía:

-Prisionero, fui a los cielos
y miré hacia los tejados
hasta que encontré una casa
grande, que tiene tres patios;
el primero guarnecido
Con zócalo de mosaicos,
lleno de tiestos con flores
y sillas de junco blanco,
con un vitral en el fondo
de vidrios esmerilados;
el segundo, con columnas
y reja de alicatados
y con una enredadera
y unos rosales cargados;
y el tercero con gallinas
y una higuera y unos plátanos
y un hilo con ropa blanca
y olor de jabón pintado.

Allí llegué, prisionero,
y encontré en el primer patio
tres niños con las cabezas
como zagal de retablo.
Y en el segundo encontré
cinco mujeres bordando
cuatro con el pelo negro
y una con el pelo blanco.
Allí llegué, prisionero,
y allí me metí en el patio
y le caí en las rodillas
de aquella del pelo blanco.
Tiene las manos cosiendo,
tiene los ojos llorando.



Poema A Un Año De Tu Luz de Andres Eloy Blanco



A un año de tu luz, e iluminado
hasta el final de su latir, por ella,
desanda el viaje el corazón cansado.

De tu voz, de tu mano y de tu huella
retorna a la niñez, donde palpita
sangres de luz tu corazón de estrella.

Vamos los dos a la esperada cita
y parece saltar de mi costado,
santa y clara, tu voz de agua bendita.
Y así al solar de la niñez llegado,
mi corazón, devuelto de tu muerte,
a un año de tu luz, e iluminado.

Luna de Cumaná, para encenderte
la lámpara de arrullo que me duerma
y el postigo de voz que me despierte.

Luna en el pan de la colina yerma,
en el río, en la sabana,
pavón lunar de mariposa enferma;

y luna en el cocal, junto a Chiclana,
donde el recuerdo azul de tus amores
se echa a dormir, como una caravana;

luna para los mapas de colores
que teje la nocturna confidencia
rumbo a la calle de Flor de las Flores

y luna que en tus uvas aquerencia
para miel de aquellas de tu parra
y el limón de las doce de tu ausencia.

Ancha la casa que el poema narra:
blancas mujeres, de azabache el pelo,
hechas al par de hormiga y de cigarra;

buenas para el bautizo y para el duelo,
parejas en el hambre o en la medra,
del sueño canto y del dolor pañuelo.

Galaica flor en castellana piedra:
vaciada al acueducto segoviano
la ría de cantor de Pontevedra

Así te halló el esposo y hortelano,
Doctor para saber cómo se tienta
el pulso al corazón desde la mano.

Así el hogar, señora y cenicienta,
nodriza y enfermera en el manejo
y en el combate al sol, lugartenienta.

Así la lucha y la prisión, espejo
de aquella tierra de recluta y canto,
panal del niño y retamal del viejo.

Y tu niño en la flor del camposanto
y el Esposo en el sol de los caminos
el exilio y el mar: cosas del llanto.

La isla de los lobos peregrinos,
de níspero el sabor, de perla el flanco,
de sal, de sol, de piedra los marinos.

Copia de espuma y ola en el barranco,
de noche y playa, médico y cochero,
el coche negro y el caballo blanco.

Y la Virgen del Valle y el vallero,
perla para los buzos hacia arriba,
madre del mar y de su marinero.

La Isla, como tú, del mar cautiva,
con eso de la sed y de la vela,
siempre llegando y siempre fugitiva.

Dormir allí, bajo tu cantinela
soñar domingos de color de playa
en la semana de color de escuela.

Dormir allí, pescado en la atarraya
de tu labor de estambre y mecedora,
mi sueño, entre las dunas de tu saya.

¡Ay, las hermanas de durazno y mora!
¡Ay, mi hermano de amor y de centella!
¡Ay, mi Padre de luz y tú de aurora!

¡Ay, el claro querer sin la querella!
Tu pan, tu sol, tus ojos, para el día;
para la noche, kerosén y estrella.

Para la noche de ponerte fría,
cuando oíste subir de tus hinojos
el llanto de mi verso que nacía.

Yo en tus rodillas, en la calle abrojos,
en la acera los dos, y una saeta
mi primer verso fue para tus ojos.

Me alzaste en brazos; trémula y coqueta,
fuiste y volviste de la risa al lloro
y empezaste a gritar: -Tengo un Poeta!

tú quisiste decir: – Tengo un tesoro,
tengo un ovillo de torzal de plata
y una cocina de fogón de oro…

Así la Isla: calles de piñata,
amor de la muñeca y la gaviota,
cartas de sol con lunas de postdata.

Hasta el día en que el mar, gota por gota,
cayó desde las nubes de tu llanto
hasta los pies de tu muñeca rota;

y otro pedazo tuyo al camposanto:
niña del mar, que te prestó la tierra;
tanto te daba y te quitaba tanto.

Y al mar de nuevo, la balandra en guerra.
Y el cabo al tajamar y el salto al valle
del pequeño calvario y la alta sierra.

La ciudad linda, de guirnalda al talle,
el bronce amado y verdugo triste
y el silencio del hombre de la calle.

Y tus manos de bruja artesanía
en el punto cabal de la chaqueta
y en escarpines de juguetería.

(Por eso, tejedora en el poeta,
en la dantesca red de los tercetos
engarzo a ti lazada y cadeneta).

Y el regreso a los hijos y los nietos,
feliz de tus estancias favoritas
y enredada la lengua de alfabetos;

y la puntualidad de tus visitas
a misa de San Juan, por la mañana,
a la capilla de las hermanitas.

Morir, morir… La insustituible hermana
al reino de la nube y de la flecha,
luna descalza, huyó por la ventana.

No fue más que otra deuda satisfecha
en el trueque de savias y de flores
que había entre la tumba y tu cosecha.

Tu casa de San Luis de los Dolores
alzó al lacrimatorio de los pinos
la conciencia de ángel de las flores.

Y tú a sus pies; el odio en los caminos
y tú ofreciendo en el cruzar del fuego
aire de amor a todos los molinos.

Era molerte el alma; el mundo ciego
luchando, y tú, en el centro de la guerra,
sin queja, sin rencor y sin sosiego.

Y al ultimo dolor, tu vida cierra
balance de los hombres de tu entraña:
bajo la tierra, dos, y uno sin tierra.

Al mar de nuevo, a darme en tierra extraña
la valiente mirada que quería
luchar contra la gota en la pestaña.

Después, aquellos hombres de alma fría;
el inhóspito lecho hospitalario,
sobre la tela del cercano cielo,
el encaje final de tu rosario.

Y el regreso al hogar, el negro vuelo:
con las dos alas el avión cortaba
varas de noche para nuestro duelo.

Aldebarán, que nos acompañaba,
las Pléyades y el mar que las refleja
miraron una urna que volaba.

Al final del estambre en tu madeja
se cuajó en tu mirada nebulosa
la última uva de la noche vieja.

Así fue. Y al morir la dolorosa,
un ave negra le llevó al lucero
en el pico ladrón la mariposa.

Fue en un día tres veces agorero;
ese día de un mes, nos ha quedado
como el mejor para decir «Me muero».

Así fue, madre, el fin de tu bordado
como el mejor para decir «Me muero».

Así fue, madre, el fin de tu bordado.
De tus hijas y nietas el gemido
puso a temblar el pino abandonado.

En hombros te llevaba el pueblo herido,
la múltiple cabeza descubierta,
y al pasar por San Luis, tu viejo nido,

el mundo de tu amor salió a la puerta
y el silencio de un hijo que lloraba
metió el pinar en tu cajón de muerta.

Aquí conmigo estás; yo, que soñaba
viajar contigo, tengo en tu retrato
esa sonrisa que te iluminaba.

Y allá estarás, en el taller beato,
para vestir de blancos faldellines
a mi angelito negro y mulato,

para llenar de azules escarpines,
tejidos con celajes de destellos,
la canastilla de los serafines.

Estamos con los hijos y hasta ellos
vemos caer la luz de tu mirada,
peinando con tu nombre sus cabellos.

Tenemos tu sonrisa iluminada;
la voz de tu trisagio y de tu misa
le grita a mi dolor: -¡No ha muerto nada!

Con bosque y mar, con huracán y brisa,
con esa misma muerte que te encierra,
de la gracia inmortal de tu sonrisa
llenos están los cielos y las tierras.



Poema A Florinda En Invierno de Andres Eloy Blanco



Al hombre mozo que te habló de amores
dijiste ayer, Florinda, que volviera,
porque en las manos te sobraban flores
para reírte de la Primavera.

Llegó el Otoño: cama y cobertores
te dio en su deshojar la enredadera
y vino el hombre que te habló de amores
y nuevamente le dijiste: -Espera.

Y ahora esperas tú, visión remota,
campiña gris, empalizada rota,
ya sin calor el póstumo retoño

que te dejó la enredadera trunca,
porque cuando el amor viene en Otoño,
si le dejamos ir no vuelve nunca.



Poema La Renuncia de Andres Eloy Blanco



He renunciado a ti. No era posible
Fueron vapores de la fantasía;
son ficciones que a veces dan a lo inaccesible
una proximidad de lejanía.

Yo me quedé mirando cómo el río se iba
poniendo encinta de la estrella…
hundí mis manos locas hacia ella
y supe que la estrella estaba arriba…

He renunciado a ti, serenamente,
como renuncia a Dios el delincuente;
he renunciado a ti como el mendigo
que no se deja ver del viejo amigo;

Como el que ve partir grandes navíos
como rumbo hacia imposibles y ansiados continentes;
como el perro que apaga sus amorosos brios
cuando hay un perro grande que le enseña los dientes;

Como el marino que renuncia al puerto
y el buque errante que renuncia al faro
y como el ciego junto al libro abierto
y el niño pobre ante el juguete caro.

He renunciado a ti, como renuncia el loco a la palabra que su boca pronuncia;
como esos granujillas otoñales,
con los ojos estáticos y las manos vacías,
que empañan su renuncia, soplando los cristales en los escaparates de las confiterías…

He renunciado a ti, y a cada instante
renunciamos un poco de lo que antes quisimos
y al final, !cuantas veces el anhelo menguante
pide un pedazo de lo que antes fuimos!

Yo voy hacia mi propio nivel. Ya estoy tranquilo.
Cuando renuncie a todo, seré mi propio dueño;
desbaratando encajes regresaré hasta el hilo.
La renuncia es el viaje de regreso del sueño…



« Página anterior


Políticas de Privacidad