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Poema Los Triunfos de Andres Trapiello



En toda victoria un dolor
tiene su origen. El estío,
cuando se abre el alto ventanuco,
se desgarra sobre los chopos que clarean.
La traza de aire fresco
que entra entonces, levanta
de la madera un fresco olor a lejía
de suelos muy fregados.
Y algo que fue sombra y vigilia
en la pensión, cobra forma
con la ligera luz del alba.
En el vasar, sobre blanca labor
de lienzo y almidón,
unos cuantos jazmines, aún lozanos.
Y quien lo ve, añora
ese privilegiado amor que impulsa
a quien obtuvo la prodigiosa flor,
al abrigo de la fría Segovia.

«Las tradiciones» 1982



Poema Nocturno de Andres Trapiello



Para Carlos Pujol

Como el llover doblaba aquel piano
mi soledad y en su cristal caía.
Eran lentas las notas que llegaban
hasta el torpe temblor de la hojarasca.

Sonaba a sombras frías esa tarde,
el laurel y la yedra, el pozo, el aire,
pero más dulce que el paisaje era
aquella melodía para nadie.

Yo la escuchaba atento y nada oía
salvo las gotas repicar monótonas.
Penumbrosa canción que en sí encerraba
al rosal, al mastín, al que naufraga.

Al que va peregrino no sabiendo
y a aquel que recorrió todo el camino
y ya nada le queda. Misteriosa
canción de viento, de hojarasca y miedo.

[…]

Lo que era jardín en la ventana
es noche al fin, espesa y negra noche,
y este silencio un eco también negro
de lo que no sonaba.

«El mismo libro» 1989



Poema Una Muchacha de Andres Trapiello



(Sobre de un tema de Anacreonte)

Pienso que tú, y el sueño me envanece,
una muchacha sólo,
vendrás hacia mi encuentro preguntando por mí.
Juegas con una rama de mirto y da tu pelo,
como rosa, leve sombra a tu espalda.

Mas yo, después de tanto tiempo solo,
¿cómo sabré besarte sin que dejes
de jugar con tu rama,
sin que mis manos borren
la sombra de esos pétalos?

Es, pues, mejor que sigas
vagando por mi sueño.
No quieras ser real
ni vengas hasta mí. Vete, muchacha.
Hay todo un mar enfrente de las ruinas.

«Acaso una verdad» 1993



Poema Tiempo Del Aire de Andres Trapiello



Miro pasar los barcos
y oigo el ruido
de sus viejos motores
como tu corazón, lejano.
Oscilan las linternas de los mástiles,
son líneas en el agua
las rosas de los vientos.
Nada deseo sino ver la costa
que se pierde a lo lejos.
Nada sentir, sino sentir
los ácidos olores de este mar,
el amarillo yodo y el brillar de las algas
mezclados por la noche.
Nada amar,
cegar hasta cegarse
de oscuridad los ojos y de amor.

Pasan los viejos barcos,
brama el tiempo del aire
y las torres que pueden
ver desde el otro lado,
sombrías, solitarias, se asemejan
a las que vemos allí,
perdidas flores,
semillas de luz
aventadas en el mar.

Todos los puertos son el mismo,
uno y el mismo,
donde cantan las brumas
y una ciudad se apaga y un estrecho,
sin que nunca sepamos
si vamos, si venimos
o si estaremos siempre.

«Junto al agua» 1980



Poema Testamento de Andres Trapiello



He muerto ya, paisaje que yo he amado
tantas veces aquí, rincón del alma.
Una vez más vengo por verte. A un lado,
encinares y olivos, y la calma

de ver, al otro, olivos y encinares.
Algunos caserones con jardines
llenos de ortigas ya, viejos lagares
con aspecto de viejos polvorines.

Un camino con olmos en hilera,
una majada, una almazara en ruinas,
musical, perezosa, la palmera,
y un Gredos azulado entre neblinas.

Nada de cuanto miro está en mis ojos
ni el olor del jazmín lo lleva el viento.
He muerto ya. Contempla mis despojos:
te dejo este paisaje en testamento.

«Acaso una verdad» 1993



Poema Quién Tuviera Todavía de Andres Trapiello



Quién tuviera todavía
aquella suave elegancia
de rimar Francia y fragancia
como Lamartine hacía.

Quién tuviera todavía
en el cristal de los ojos
un bergantín viajero
con el amor verdadero
de los crepúsculos rojos.

La vieja melancolía
de cerrados caserones
junto a abandonados huertos
y de los sonidos muertos
que tienen los esquilones
la muerta melancolía.

Quién pudiera todavía
vagar como los vilanos
en deriva silenciosa
hasta la fosa
y si estuviera en mis manos,
quién pudiera todavía
morir de melancolía.

«La vida fácil» 1985



Poema Por Si Un Día Quedaras de Andres Trapiello



Por si un día quedaras
del lado de la noche,
en su fría frontera un no sé qué
esperando del horizonte vasto,
yo recuerdo tu voz
limpia como una almendra
y ese cantar con distraído acento
y todo cuanto ardía sin que tú lo supieses.
Como pasa la luz por una copa
de Oporto, así acaba la tarde.
Si algo deseara ahora,
que fueran como semillas que arraigaran seguras
estas pocas palabras. Como grana
de salvia que en cada primavera
llevase sus raíces, un poco más allá,
a donde cierra tus párpados
de eternidad la tierra.

«La vida fácil» 1985



Poema Por Los Caminos Del Tedio de Andres Trapiello



La vida necesita de ese siglo anterior
que la haga soportable. Aquel momento
en que la luz dorada sobre el bosque
ardía en el quinqué prendido dentro.
Y debió ser hermoso ese pensar
de los viejos románticos en palacios barrocos.
Vivir con la mirada puesta atrás,
como el que sigue amando. Nunca
aquellos hombres supusieron
que su dolor sería, con los años,
el sueño venidero en un perdido otoño.

«Las tradiciones» 1982



Poema Museo Romántico de Andres Trapiello



La penumbra vacía de esa pequeña sala
guarda las campanadas de un reloj de pared.
Como un juguete antiguo suena su mecanismo,
la cuerda de hojalata entre nácares negros.

Poco a poco la tarde asoma encapotada
a las vitrinas, triste. Las encuadernaciones
con el oro cansado y las viejas granadas
de los lomos ya crujen de carcoma y polilla.

Abiertos sobre la mesa, pesada como un barco,
hay un montón de libros. Y estampas militares
que al rozarlas el aire desprenden un perfume
de caudaloso Sena, de cueva y humedades.

Éste es sitio tranquilo con algo galdosiano:
mecedoras que suenan, candelabros, espejos
con azogues leprosos y en el vitral pintado
un jardín erudito de fuente con Cupido.

Ya hace falta encender unas bombillas pobres
para ver aquí dentro. Pega fuera la lluvia.
Y cuando vuelve a oírse la hora en el reloj,
por estas mismas sombras han pasado cien años.

«La vida fácil» 1985



Poema Monólogo de Andres Trapiello



Como una niña habla para sí
misma, sentada sola al tocador
de su madre, con rouge en las mejillas.
Habla de aquel que la amará y llora
de contento, a pesar del maquillaje
excesivo. Las lágrimas le anuncian
un ángel, pero también la muerte
que ella ignora, aturdida en esas sedas.
El ruido del cepillo en el cristal
le asusta de repente.
Levanta su mirada hasta el espejo
y se contempla en unos ojos que son suyos,
pero después de muchos años.

«Las tradiciones» 1982



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