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Poema Ripios Para Un Amigo Y Tres Viejos Maestros de Andres Trapiello



Es de noche hace rato y ha llovido
en un Madrid dormido y otoñal.
En cada gota del cristal
se refleja mi lámpara y me reflejo yo,
y un rincón de este cuarto y del buró
que fue de Valentín,
y este muerto papel en el que escribo
se refleja también como un recibo
donde llevo las cuentas de mi soleen.
El cielo de mi calle iluminado y rosa
también abre un lugar de este reflejo,
parecido a la boca de una fosa
que besara la muerte en un espejo.
Son ya las nueve, y llueve.
Que nadie te sorprenda preocupado
por saber si esta lluvia es muy distinta
de la que vio Unamuno una vez en Bilbao,
negra como la tinta
o aquella que hace un siglo a Pimentel en Lugo
tanto al hombre le plugo,
o la suya, que vio en París Verlaine,
del color de los charcos
o de los tristes barcos
o cual adiós que nos arranca un tren.
Tampoco te preocupe saber si este poema
antes que aquí se ha escrito.
No es esa la cuestión ni es el problema.
No quieras ser maldito.
Busca, por el contrario,
las fuentes de Unamuno, Verlaine y Pimentel.
Busca en ellos la hiel. Busca su miel.
Que la lluvia de entonces
llora ahora en sus tumbas.
Es dulce y es amarga
y eternamente interminable y larga.
Es la lluvia de siempre. La actual.
Que en lo tocante a lluvias
es un absurdo ser original.



Poema Retrato De Mi Padre de Andres Trapiello



La foto fue tomada en un estudio
pueblerino y de feria. El decorado
es de escayola y él está de lado,
arrogante y feliz. Fue su preludio.

Luego herido en Teruel. Duras batallas
si dura fue la guerra. Aún en los ojos
lleva un botín de miedo y de despojos
que guarda en una caja de medallas.

A su manera bueno. Un gran furtivo
en ristalinos ríos. De su vida
sólo puede decirse: fue un trabajo

del que la vida nunca le distrajo.
Es viejo ya y espera la partida.
Más solo cada vez. más pensativo



Poema Reencuentro Con El Otoño de Andres Trapiello



En esta vieja casa; en los olivos viejos;
en la noche templada con la hierba que baja
pisando el blando musgo con un olor a paja
mojada; en el silencio que se oye a lo lejos,

tan terco su latido como pulso de vena,
de ansiedad y de sueño; en el sordo zumbido
de la mosca postrera; en el oscuro nido
que vació el olvido; en la hierba que estrena

su corpiño más verde; en el fuego discreto
que esparce por la estancia recuerdos inefables;
en todos los sonidos sombríos y admirables
donde se cifra un símbolo y se cela un secreto;

en todo lo que, muerto, cobra de nuevo la vida;
en las viejas palabras gastadas como tramos
de la secreta escala y en los fúnebres ramos
de este octubre en Las Viñas; en la llama encendida

y en la suma de cosas que vuelven cada año
sin variación a hacer otoños de la nada;
en la repetición y en la costumbre amada
se descubre el temblor del más hondo y extraño

sentimiento del alma: el tiempo nos devuelve
a un lugar sólo nuestro, sin ayer, sin futuro,
donde por un instante el hombre se hace puro
y acepta la verdad de todo lo que vuelve.



Poema Preferencias de Andres Trapiello



Ni las cumbres sublimes ni los ríos
que no han sido ensuciados por los hombres;
ni los palacios ni las blancas ruinas
de los templos antiguos, ni los dioses
de mármol o bronce, iguales todos,
ni la alada victoria ni un bugatti,
y menos aún la música y el baile,
con sus amanerados sacerdotes:
ninguna de esas cosas y de otras
tan admiradas por los más sensibles
y que tienen que ver con el buen gusto
me proporciona una emoción profunda.
Si acaso, los hangares en desuso,
las estaciones fuera de servicio,
el laberinto de las fundiciones,
el brumoso extrarradio, un descampado
en el que sólo puede comprenderse
la perpleja tristeza de los hombres,
y los ríos que arrastran su miseria,
oscuros, majestuosos y solemnes,
y las descomunales escombreras.



Poema Para Un Combatiente Del Ebro de Andres Trapiello



A Soledad
«Un instante de azul es más que un alma»

¿Qué sabemos nosotros
de los viejos caminos llenos de barro y lodo?
¿Qué podemos nosotros recordar
de la pasada guerra,
de esos pueblos pequeños rodeados de viñas?
¿De esos bailes de pueblo
sobre las verdes eras y a la luz del carburo,
cuando el sagrado azul, el azul del crepúsculo
se queda entre las tumbas, viejas y abandonadas?

Otoño, otoño mío,
¿Qué sabemos nosotros de la guerra?
Dime por qué el azul, sagrado azul,
es el color de los que nunca vuelven,
de aquellos que partieron
una mañana antigua
por los viejos caminos llenos de barro y lodo.



Poema Nada de Andres Trapiello



Te imagino, lector, dentro de muchos años
leyendo estas palabras. En tu mesa
una luz de bujía y una rosa
anunciarán el sueño, un cuerpo, nada.
Es inútil que busques. En la ceniza hay brasas
que podrías tener entre las manos
sin quemarte. En tu pulso,
avisos, aprensiones, también nada.
Debes saber que entonces, quiero decir, ahora,
volvían cada año los vencejos
y este viejo Madrid era ya viejo
con sus ciegas veletas y sus jardines muertos.
¿Qué buscas, pues, aquí? ¿Algo distinto?
¿Una forma tan sólo? ¿Esa nueva manera
de traer el ingenio, rimas, nada?
¿Buscas tal vez aliento,
saber que ha de morir contigo el mundo,
el hálito más puro de la vida,
el cantar de los pájaros
y los ríos de susurrar oscuro?
Yo mismo cuántas noches
fui devanando el tiempo
y cuántas, como tú, miré a los ojos
de esa hermosa figura cuyo nombre variaba,
primero amor, luego silencio, nada.
Te imagino, lector, dentro de muchos años.
Sigues aquí conmigo
sin que sepas tú mismo
que aquello que aquí buscas
es tu propio dolor, este Madrid,
el volar de un vencejo,
un tiempo igual al tuyo,
el bálsamo en el alma
de un aire limpio y puro.
Que buscas un misterio, vida, nada.



Poema Mil Novecientos Cincuenta Y Nueve de Andres Trapiello



1959

Enfrente de la plaza de frondosos castaños
hubo un día un hospicio. El caserón tenía
el muro de las cárceles y la melancolía
de los buques fantasmas, misteriosos y extraños.

Yo era muy niño entonces. Mi madre me llevaba
las tardes de domingo de visita a la abuela
y al capellán, mi tío. Se bebía mistela
en diminutas copas y de todo se hablaba.

Era un lugar siniestro donde olía a pobreza,
a tabaco, a sotana, pero entraba un sol suave,
dulce y desanimado que abría con su llave
las prodigiosas cuevas de aquella fortaleza.

Por entonces no había ya ningún hospiciano.
Vivían los dos solos entre orfanales ecos
de sombras y silencio y de sus pasos huecos
brotaba el rumor muerto de un armónium lejano.

Aunque me daban miedo, y cuánto, los pasillos
anchísimos y largos, el negro refectorio
o la escalera, el mísero y glacial dormitorio
con altos ventanales de polvorientos brillos,

aunque temblaba , digo, me pasaba la tarde
encerrado en mi cuarto preferido, una sala
que daba a un patio oscuro cuya única gala
era esa luz felina, agrisada y cobarde.

Aquélla era la sala en la Diputación
guardaba tras las fiestas gigantes, cabezudos…
Yo admiraba sus caras hechas de sueños mudos,
de cólera y de risas, de trampa y de cartón.

¡Con cuánta lentitud el tiempo se frenaba!
La Tarasca caída llena de palitroques,
arlequines, bufones, falsos mozos de estoques…
Todo cuanto pasó y entonces no llegaba.

Al regresar a casa siempre había llovido
y en el jardín de enfrente cogían caracoles
unos hombres terribles, prendían los faroles
y los últimos pájaros retornaban al nido.

Cuando murió mi abuela, me vistieron de luto
y tuve que besarla. Estaba amortajada
con sayal terciario y el frío de la nada
selló también mis labios de nada y de absoluto.

Enfrente de la plaza y del viejo convento
hubo un día un hospicio. Es todo cuanto pueda
tener o recordar, la gastada moneda,
las máscaras, el miedo, los despojos del viento.



Poema La Vida Fácil de Andres Trapiello



Qué fácil es vagar los días grises,
creer que nuestra vida
rebosa de la vida de otros.
Incluso suponer que nosotros seremos
el alto mundo lleno
que vivirán mañana los que vengan.
A tal extremo incita un buque, un árbol,
Alguien que oigamos al piano
a esas perspectivas de un paseo
con gentes que también van suponiendo.
El cielo anubarrado y negro
o los gorriones
saltando entre los coches
saben que vamos
y no nos desengañan.



Poema La Casa De La Vida de Andres Trapiello



Mi corazón es una vieja casa.
Tiene un jardín y en el jardín un pozo
y túneles de yedra y hojarasca.
En esa casa a la que tiran piedras
los niños cuando pasan al volver de la escuela,
después de haber robado de su huerta
magro botín de unas manzanas agrias.
En su tejado hay nidos de pájaros que cantan
y de noche un cuartel de escandalosas ratas.
La glicina cubrió los viejos arcos
y una verja de lanzas
y una terraza alta a donde llega
la copa de un granado con granadas
y un palomar y en ruinas unas cuadras.
Y un trozo de camino y la lejana
claridad del mundo.
Está fuera del pueblo y es indiana
su arquitectura, ya sabéis:
todo un poco mezclado, pero es blanca,
es grande, es vieja, es solitaria.



Poema La Carta de Andres Trapiello



He encontrado la casa
donde te llevaré a vivir. Es grande,
como las casas viejas. Tiene altos
los techos y en el suelo,
de tarima de enebro, duerme siempre
un rumor de hojas secas
que los pasos avivan. A los ocres
de las paredes nada ya parece
retenerles aquí. Igual que frágiles
pétalos, largo tiempo olvidados
en un libro, amarillean todos.
Entre rejas, trenzado,
un rosal sin podar.
En el jardín pequeño, una fuente
y un fauno. Y me dicen
que también unos mirlos.
Cuando en los meses fríos de otoño,
al escuchar sus silbos
cobren vida tus ojos, en el verde
del agua miraré contigo
cómo mueren los días.
Cómo se vuelve polvo en los muebles
oscuros tu silencio
que azotará la lluvia
allí donde te encuentres.



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