Poema Cuando Ya No Hay Qué… de Eduardo Milán
Cuando ya no hay qué
decir, decirlo. Dar
una carencia, un hueco en la conversación,
un vacío de verdad: la flor,
no la idea, es la diosa de ahí.
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Cuando ya no hay qué
decir, decirlo. Dar
una carencia, un hueco en la conversación,
un vacío de verdad: la flor,
no la idea, es la diosa de ahí.
Un mendigo yace en la vereda,
aquí en pleno centro de Santiago,
y dormirá esta noche a la intemperie,
dormirá todas las noches de este invierno
apenas abrigado por periódicos,
y nosotros pasaremos a su lado cien veces
como el viento que arrasa su lecho de papeles,
como un escalofrío más en su cuerpo amoratado.
En este día bebíme tres cervezas por usted,
por Juan y juan, indistintamente hombre o poeta;
conspiré por la poesía toda,
escribí un poema de amor
sobre la lápida donde escarbo mi sueldo semanal,
leí a Tuñón, hermoso,
y aun sin haber encontrado una ranura
donde echar veinte centavos, miré el mundo,
el verdadero, el otro,
por el que conspiramos y escribimos,
por el que amamos aunque a veces
la mujer sea parecida a una seca negación.
El sexto whisky, que no había confesado,
se derramó por Dylan Thomas y su burra,
por un sorbo y el último hielo
que en su garganta se detuvo
para que el mundo generara temblores.
Y si el mundo tiembla
es una forma también de celebrar su cumpleaños,
juan poeta.
Qué carajo, Juan Gelman:
que usted la pase bien.
Ebrio viene el hombre nuestro
En sus piernas arrastra el secreto de Dios
Tropieza con el aire como un pájaro ciego
Las palabras de su lento alcohol
las entienden los niños y los árboles
Agoniza entre muros de la ciudad ajena
bajo el cielo plomizo de un amor extraviado
No tiene más dolores que su solo alcohol
y en sus brazos la fuerza de una bestia herida
Su pecho se agota finalmente
y su puño se crispa como un nido apedreado
donde agoniza el trino de un gorrión de viento.
Contemplo tu rostro de escarpados gestos
cuando paseas merodeando mis sienes.
Opaco es el ópalo de tus ojos,
que son lastre de un grisú
demoledor de sinfonías y cantinelas.
No
te
acerques.
Yo no soy la estrella Siro que ansía copular
con tu boca enfebrecida.
No quiero una desaforada catarsis que reúna
a mis pies la película exhumada
de mis cumpleaños.
No quiero tu nada y tu abismo,
el frío de tu lápida que escondería mi voz
en el pozo del cieno de la pena,
en el fango del venero cruel de los solitarios.
No
te
acerques
– ¿cómo eres?
– soy alta, delgada, de cabello claro (a media espalda), ojos grandes y verdes… ¿y tú?
– yo soy alto, moreno, de ojos y manos grandes….. ¿te gusta el cine?
– si
– ¡ a mi también! ¡no cabe duda que somos iguales!
– si, es difícil encontrar a alguien así…
(… Y así pasaron la noche dos almas siamesas con un chatroom común, se inventaron sus nombres,
hicieron el cyberamor, tocaron sus cuerpos con cada letra que tecleaban y en cada silencio sintieron
el suave movimiento del cursor sobre su espalda…)
sería bueno convencerte de las ventajas de tenerme
presentarme un día a tu puerta y con un catalogo a color
venderte la idea de un amor compartido, por semanas para dos
en algún lugar paradisiaco, como puede ser mi habitación
por la noche siendo sombras nos inventariamos el uno al otro
y de mañana me vestiría de luz para abrazarte mientras duermes
me encontrarías como fruta al desayuno
y al resbalar por tu boca el sabor te resultaría familiar,
voltearías a la cama, sintiendo que estoy ahí pero sería tarde
yo ya habría volado al closet, para esperar a que vistieras
de cal y canto sobre tu cuerpo con mi blanca sombra terciopelo
sería la envidia del las aguas y los soles,
del viento ocuparía el lugar en tus pulmones,
para que no me olvides
para que no me olvides
sobre tu pecho anidaría cual voz con alas
para volar rompiendo silencios que no existen.
Como amar
como verde amar y las lagunas,
sin sentir y sin sentido.
Como amar
profundo tibio y cielo,
sin pasión y sin medida.
Como amar
incandescente y tardío,
desentrañable y cronológico.
Como amar
repetitivo y poético,
recurrente y sin amor,
esa es tu forma: mi mar.
IV
Como la babosa deja su rastro en la bola de cristal
así es el silencio de los ancianos.
I
Ya hemos vuelto de nuevo al invierno de la lluvia.
Tocamos la gran piedra y su alquimia
nos redujo a cenizas.
De nada sirve, pues, la espesa tundra
de pensamientos firmes que tuvimos.
Hemos bajado al cálculo, nosotros,
los que erigimos torres
y fingimos silencios previamente.
Nuestras manos comienzan a diluirse, empero,
no quedó ningún verso capaz de pervivirnos.
Hemos vuelto al silencio,
al oscuro exactísimo que nadie deseamos.
Las gacelas no vierten sus más ligeros pasos
y hace un frío de vidrio que penetra los huesos.
De regreso al lugar donde nos sobra el nombre,
nosotros, los oscuros, no tenemos ya tiempo.
Los hijos, espantados, huyeron tercamente
y sólo somos miedo en las horas nocturnas.
Hemos vuelto a verter, entre la falda
pútrida de la tierra, nuestras viejas pasiones.
Aquí yacen ahora los más deseados pechos,
las narices perfectas de algún actor de moda,
los pinceles secretos que guardara el pintor
más dentro de sus ojos,
la moral predilecta de algún hijo de Dios
cuyo hábito podrido nos muestra los girones
de la ambigua materia.
Aquí se desparraman niños,
vaginas no tocadas convierten en caminos
de larvas su pureza,
se desafora el pánico de no ser más besado,
se diluye la fe
como en un territorio de dioses pequeñísimos
que corroen la carne, impunemente.
Hemos vuelto de nuevo al jardín del invierno
a convertirnos tercos en suicidas rosales.
Si existe el jardinero que cuide nuestros tallos
habrá llegado tarde,
la nieve de la duda ahogó todos los cálices
y en el lugar secreto de la corola muerta
flotan lágrimas frías.
II
Le singulier aspect de cette solitude
Et d´un grand portrait langoureux,
Aux yeux provocateurs comme son attitude,
Révèle un amour ténébreux,
Une coupable joie et des fêtes étranges
Pleines de baisers infernaux,
Dont se réjouissait l?essaim des mauvais anges
Nageant dans les plis des rideaux;
La muerte de la paz o la paloma abierta.
La historia derramada o el silencio.
El chico que murió, aplastado en el Yemen,
cuando el civil surgía de otro pánico.
El parricida austero que matara a la madre,
la idea de la madre, truculenta,
en un charco de sangre.
Esa columba livia del destino.
Aalto, Alvar
En la Maison Carrée, tras el espejo.
Diego Abad de Santillán
Rebelado y final contra el gobierno de la muerte.
Joaquín Abarca
Desterrado a los cielos en mil ochocientos cuarenta y cuatro.
Abd el-Kader
Derrotado en Damasco.
Cementerios de arena, los nombres confundidos,
intercalados, puestos ante las flores,
tenebrosos y oscuros de los muertos.
Incontables, putrefactos, los sueños.
Extrañas sementeras donde crece
la flor bilis del pánico.
Los cuerpos, macerados, disueltos en vitrales,
con la vida mirando hacia el azogue.
Ordóñez de Montalvo
Cabalga hacia la muerte como Amadís de Gaula.
Periandro de Corinto
Balbuceando, tirano, entre lo oculto.
Pericles de Jantipo
Arrasado por fuegos interiores.
Harrison Salisbury
Contradiciendo aún la guerra fría…
Und plötzlich in diesem mühsamen Nirgends, plötzlich
die unsägliche Stelle, wo sich das reine Zuwenig
unbegreiflich verwandelt-, umspringt
in jenes leere Zuviel.
Wo die vielstellige Rechnung
zahlenlos aufgeth.