Ata siempre que puedas la gran oscuridad
a esta pequeña luz de acuario. Y si resbala
moja tus labios de muriente oro
que un vasto astro cansa. ¿Qué más quieres
¡oh asomado! si medras entre manchas
hacia las gemas de los muertos?
¡Valgo más que en el limbo! Ladina luna,
sin excepción tu lumbre arde en mi espalda.
¿Qué otra mentira urde un fuego enhiesto
desde mis pies que lisonjea el mundo?
¿Y hasta dónde ese fuego amarillento?
Siga, siga la arena cansándome este vicio
de huir del instrumento de la mente.
No se detiene este sabor de antro.
¿Qué se han hecho los altos abuelos de la dicha?
Eternamente irradia un son de vida.
Me abandonan los hechos sobre el desierto pico
de una roca no exenta de materia. Felices
los sabios peces cerca de nosotros.
Sienta bien a mi alma el mar eterno.
¡Y tú no ves la actividad creciente de estas nube!
Entúrbianme los ojos las tristes lejanías.
Aquí estoy. Un vigoroso espíritu me invita.
La zozobra me impulsa a la quietud
y el orbe oscuro rehabilita mi ánimo.
¡Pasión, cruza los brazos! Está trtanquilo.
Los eminentes coros me rodean.
Un eje invicto mi presencia guía.
¡No te mueva ni aun la salvación!
De «Poemas»