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Poema De La Toma De Larache de Luis De Gongora



La fuerza que infestando las ajenas
Argentó luna de menguante plata,
Puerto hasta aquí del bélgico pirata,
Puerta ya de las líbicas arenas.

A las señas de España sus almenas
Rindió al fiero león que en escarlata
Altera el mar, y al viento que le trata
Imperioso aun obedece apenas.

Alta haya de hoy más volante lino
Al Euro dé y al seno gaditano
Flacas redes, seguro, humilde pino

De que, ya deste o de aquel mar, tirano
Leño holandés disturbe su camino,
Prenda su libertad bajel pagano.



Poema Danza De La Muerte de Federico García Lorca



El Mascarón. ¡Mirad el mascarón!
¡Cómo viene del África a New York!
Se fueron los árboles de la pimienta,
los pequeños botones de fósforo.
Se fueron los camellos de carne desgarrada
y los valles de luz que el cisne levantaba con el pico.
Era el momento de las cosas secas,
de la espiga en el ojo y el gato laminado,
del óxido de hierro de los grandes puentes
y el definitivo silencio del corcho.
Era la gran reunión de los animales muertos,
traspasados por las espadas de la luz;
la alegría eterna del hipopótamo con las pezuñas de ceniza
y de la gacela con una siempreviva en la garganta.
En la marchita soledad sin honda
el abollado mascarón danzaba.
Medio lado del mundo era de arena,
mercurio y sol dormido el otro medio.
El mascarón. ¡Mirad el mascarón!
¡Arena, caimán y miedo sobre Nueva York!
*
Desfiladeros de cal aprisionaban un cielo vacío
donde sonaban las voces de los que mueren bajo el guano.
Un cielo mondado y puro, idéntico a sí mismo,
con el bozo y lirio agudo de sus montañas invisibles,
acabó con los más leves tallitos del canto
y se fue al diluvio empaquetado de la savia,
a través del descanso de los últimos desfiles,
levantando con el rabo pedazos de espejo.
Cuando el chino lloraba en el tejado
sin encontrar el desnudo de su mujer
y el director del banco observaba el manómetro
que mide el cruel silencio de la moneda,
el mascarón llegaba al Wall Street.
No es extraño para la danza
este columbario que pone los ojos amarillos.
De la esfinge a la caja de caudales hay un hilo tenso
que atraviesa el corazón de todos los niños pobres.
El ímpetu primitivo baila con el ímpetu mecánico,
ignorantes en su frenesí de la luz original.
Porque si la rueda olvida su fórmula,
ya puede cantar desnuda con las manadas de caballos;
y si una llama quema los helados proyectos,
el cielo tendrá que huir ante el tumulto de las ventanas.
No es extraño este sitio para la danza, yo lo digo.
El mascarón bailará entre columnas de sangre y de números,
entre huracanes de oro y gemidos de obreros parados
que aullarán, noche oscura, por tu tiempo sin luces,
¡oh salvaje Norteamérica! ¡oh impúdica! ¡oh salvaje,
tendida en la frontera de la nieve!
El mascarón. ¡Mirad el mascarón!
¡Qué ola de fango y luciérnaga sobre Nueva York!
*
Yo estaba en la terraza luchando con la luna.
Enjambres de ventanas acribillaban un muslo de la noche.
En mis ojos bebían las dulces vacas de los cielos.
Y las brisas de largos remos
golpeaban los cenicientos cristales de Broadway.
La gota de sangre buscaba la luz de la yema del astro
para fingir una muerta semilla de manzana.
El aire de la llanura, empujado por los pastores,
temblaba con un miedo de molusco sin concha.
Pero no son los muertos los que bailan,
estoy seguro.
Los muertos están embebidos, devorando sus propias manos.
Son los otros los que bailan con el mascarón y su vihuela;
son los otros, los borrachos de plata, los hombres fríos,
los que crecen en el cruce de los muslos y llamas duras,
los que buscan la lombriz en el paisaje de las escaleras,
los que beben en el banco lágrimas de niña muerta
o los que comen por las esquinas diminutas pirámides del alba.
¡Que no baile el Papa!
¡No, que no baile el Papa!
Ni el Rey,
ni el millonario de dientes azules,
ni las bailarinas secas de las catedrales,
ni construcciones, ni esmeraldas, ni locos, ni sodomitas.
Sólo este mascarón,
este mascarón de vieja escarlatina,
¡sólo este mascarón!
Que ya las cobras silbarán por los últimos pisos,
que ya las ortigas estremecerán patios y terrazas,
que ya la Bolsa será una pirámide de musgo,
que ya vendrán lianas después de los fusiles
y muy pronto, muy pronto, muy pronto.
¡Ay, Wall Street!
El mascarón. ¡Mirad el mascarón!
¡Cómo escupe veneno de bosque
por la angustia imperfecta de Nueva York!



Poema Descubrimiento De América de Oscar Castro



Habría que empezar de nuevo.
Partir de la raíz del indio.
Ir al origen puro sin conceptos ya hechos.
Sólo así encontraremos la América no descubierta,
la América del vientre claro y los jocundos pechos,
la América con su propio idioma cantador,
galopando su libertad de yegua joven bajo cielo.

Tenemos cuatro siglos de invasiones.
No sabemos usar nuestros ojos.
Pies extraños caminan por nuestras heredades.
Extranjeras palabras definen gestos nuestros.
Oro, cobre y sudor americanos
-amalgama de gritos y protestas-
surcan el mar en barcos de incomprensibles nombres.

América. Digo: la América de los bananos,
y los cafetales, y las caucheras y los minerales.
La América que pare abundancia.
La América de los grandes ríos y las montañas grandes.
El Nuevo Mundo que amamanta el mundo viejo.
La tierra en que mis hermanos los parias tienen hambre.
La América, si, la América quo no necesita nodrizas,
porque bebe leche de cielo en la cumbre del Aconcagua.

No la escolar América sabida por los mapas:
tierra tatuada de nombres y colores,
partida en Panamá por un canal de fierro
y comida en el Sur por los hielos australes,
sino ésta otra, ésta que nace
en el pétreo filo de los Andes
y cae como un poncho verde a dos mares azules.
Esta que va en mi canto americano,
resonando en el galope del charro,
del huaso, del llanero, del indio y del gaucho.
Esta que va en la espalda del cargador de muelles,
y en la espuela grandona, y en el sombrero floreado,
y en la ojota besada por aguas y tierras,
y en el olor del mate amargo,
y en el lamento de la quena y la trutruca,
y en el aroma de la piña madura,
y en el maíz que ríe con risa de sátiro,
y en el coco y la jícara que recibe su jugo.
Esa es la América, hermanos.

Es pura la mañana. Cantan los pájaros.
Canta el sinsonte y el quetzal es un relámpago.
Vamos a descubrir la América nuestra.
El día agita sus banderas anchas.
Es hora de partir y amanecer.
Partamos.



Poema Después Que Rompiste, Ingrata de Lope De Vega



«?Después que rompiste, ingrata,
de amor el estrecho nudo,
pruebo a sujetar el cuello
y no consiente otro yugo.

Gocé libertad tres años,
si aquel es libre y seguro
que de llorar tus mudanzas
no tiene su rostro enjuto.

Pensaba que era en amarte
cuando menos sin segundo
pero ya me dice el tiempo
que han sido primeros muchos.

Y que acuden a tu casa
más galanes al descuido
que caben ríos ni arroyos
en el reino de Neptuno.

Y para más afrentarme,
porque me escarnezca el vulgo,
has dado en hacerme esclavo
con los hierros a tu gusto.

De agravio y desdenes tales
sólo a mi firmeza culpo,
que no acierta a ser mudable
cursando tanto en tu estudio.

Mas ay, que es venir a menos
aunque pueda hacer un hurto
más famoso que el de Elena
negarte mi alma tributo;

y así le cuento a Cupido
la vez que a su templo acudo
más quejas que en el Senado
el villano del Danubio.

Todos los amantes oye,
para mí está sordo y mudo;
no sé si el traidor procura
lo que yo también procuro;

que según es tu belleza
aunque tenga de Dios humos,
no deja de ser quien es
en ser de tus siervos uno;

y si va a decir verdades,
aunque de falsa te acuso,
a manos de tu ira muera
si fuere de otra y no tuyo?».



Poema Dora Panchita de Luis Llorens Torres



A doña Panchita el sol
la hizo de carne trigueña.
El sol la hizo buena moza.
El sol la hizo buena hembra.

Le puso negro el cabello;
negras las pupilas negras;
le puso dulces los labios;
le puso dulce la lengua.

Dicen que dicen que doña Panchita
novia es del sol tropical que la besa.
Dicen que dicen que doña Panchita
siente que hierve la sangre en sus venas.

Dicen que dicen que doña Panchita
ha de pecar bajo el sol que la quema.
Dicen que dicen que si ella pecara
culpa seria del sol de su tierra.

Las flores perfuman.
Los pájaros vuelan.
Y doña Panchita
es hija de Eva.



Poema Décimocuarta Poesía Verical (95) (póstumo) de Roberto Juarroz



Inesperadamente
llega a veces una música
que palpa nuestra palabra más oculta.

Puede ocurrir entonces
que esa música la saque a la luz
o se quede con ella
en el tenebrario más secreto.

En cualquier caso,
nuestra soledad ha encontrado
la compañía que no abandona.



Poema Despedida de Enrique Molina



¡Adiós pájaro definitivo!
Continuarás tu vuelo en mi alma

sin entenderme, pero conmigo.
Es tan bello este día invernal,

hay tanta distancia en tus alas:
lo que vuela contigo es el cielo.

¿Qué podría decir de mí?
¿Qué podría decir en sueños?

Casa pintada de rojo, con un gato,
la ropa tendida en la azotea:

¿quién abrirá la puerta si desapareció
con sus flores, lámparas y muebles,

los amigos que la frecuentaban,
conversaciones, una historia melancólica

y un poco imprecisa. ¿Cuándo terminó?
¿Quién sabe nunca lo que ha amado?

Hay como un resplandor en torno. ¡Adiós
pájaro más profundo que el cielo!



Poema Dormir de Amado Nervo



¡Yo lo que tengo, amigo, es un profundo
deseo de dormir!… ¿Sabes?: el sueño
es un estado de divinidad.
El que duerme es un dios… Yo lo que tengo,
amigo, es gran deseo de dormir.
El sueño es en la vida el solo mundo
nuestro, pues la vigilia nos sumerge
en la ilusión común, en el océano
de la llamada «Realidad». Despiertos
vemos todos lo mismo:
vemos la tierra, el agua, el aire, el fuego,
las criaturas efímeras… Dormidos
cada uno está en su mundo,
en su exclusivo mundo:
hermético, cerrado a ajenos ojos,
a ajenas almas; cada mente hila
su propio ensueño (o su verdad: ¡quién sabe!)
Ni el ser más adorado
puede entrar con nosotros por la puerta
de nuestro sueño. Ni la esposa misma
que comparte tu lecho
y te oye dialogar con los fantasmas
que surcan por tu espíritu
mientras duermes, podría,
aun cuando lo ansiara,
traspasar los umbrales de ese mundo,
de tu mundo mirífico de sombras.
¡Oh, bienaventurados los que duermen!
Para ellos se extingue cada noche,
con todo su dolor el universo
que diariamente crea nuestro espíritu.
Al apagar su luz se apaga el cosmos.
El castigo mayor es la vigilia:
el insomnio es destierro
del mejor paraíso…
Nadie, ni el más feliz, restar querría
horas al sueño para ser dichoso.
Ni la mujer amada
vale lo que un dormir manso y sereno
en los brazos de Aquel que nos sugiere
santas inspiraciones. ..
«El día es de los hombres; mas la noche,
de los dioses», decían los antiguos.
No turbes, pues, mi paz con tus discursos,
amigo: mucho sabes;
pero mi sueño sabe más… ¡Aléjate!
No quiero gloria ni heredad ninguna:
yo lo que tengo, amigo, es un profundo
deseo de dormir…



Poema Diamantes Y Perlas de Carlos Augusto Salaverry



He aquí, lector, la diminuta llave
Que guarda de mis joyas el tesoro;
Privanme la modestia y el decoro
De que yo te las muestre y las alabe.

Quizás tu lente, escrutador, acabe
Por no hallar en mi cofre perlas ni oro
Si tal descubres, por tu honor imploro
Que no lo digas a quien no lo sabe.

Si no hallas en mis versos poesía,
Ni estilo, ni metáforas brillantes,
Mis páginas arroja sin leerlas.

Que otro lector, acaso, encontraría
En los tipos de imprenta – los diamantes,
Y en mis vacías páginas – las perlas.



Poema Destino de Carlos Castro Saavedra



Por mi culpa , mujer, por mis inviernos,
muchas veces tu cara se humedece de lágrimas.
Pero también por culpa de Dios, frecuentemente,
el rostro de la tarde se humedece de lluvia.



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