poemas vida obra eugenio de castro

Poema Camino De Paris de Eugenio De Castro



Del sol a los fulgores matutinos,
rumbo a París, atravesando a España,
paró el convoy en aldehuela extraña
que borda un río con sus chopos finos.

Llena el alba florida los caminos…
y yo le digo a aquel que me acompaña:
-«Allí, pastor o cortador de caña,
viviera mansos días cristalinos».

Mas una voz en mi interior murmura:
quiere el lago ser mar y el mar ser fuente;
nuestra vida no es más que un vano empeño

de hallar en lo inestable la ventura;
si vivieses allí, seguramente
que seguir el convoy fuera tu sueño!

Versión de Miguel Rasch-Isla



Poema Naranjas Y Violetas de Eugenio De Castro



LIDIA, la dulce novia de mi infancia,
por cuyo amor de mariposa aún gimo,
me envía de naranjas un racimo
con violetas de mística fragancia.

Unas y otras nacieron en la estancia
más íntima del huerto, a cuyo arrimo,
beso entre beso y nrimo tras de mimo,
nos amamos con púdica ignorancia.

En estas flores, Lidia, hallo el sabroso
perfume de tus frases, como advierto
en las frutas tu boca de ambrosía,

y así tu amor revive victorioso
en cuanto crece en el rincón del huerto
donde le dimos sepultura un día.

Versión de Miguel Rasch-Isla



Poema Lied de Eugenio De Castro



Bajo el milagro lírico de un cielo florecido
que rielaba en tus ojos su inefable fulgor,
una noche te dije, quedamente, al oído:
-¡Cuán pequeño es el mundo cerca de nuestro amor!

Juntos permanecimos escuchando el alado
coro de ruiseñores hasta el alba gentil.
Y cuando sollozante partiste de mi lado,
dejaste entre mis manos tu dedal de marfil.

Te alejaste y contigo se fue la primavera.
Todo muere y al cabo murió nuestra pasión.
(Es justo que en el viejo balcón la hiedra muera
y que la hiedra nueva busque el nuevo balcón).

Mas tarde, en el retiro de un gran pinar sombrío
donde en tu desamparo un refugio busqué,
como llegó el invierno, para ahuyentar el frío
con tus cartas de amores hice un auto de fe.

Se alzaron de la tierra las víboras de fuego
y un instante ondularon a la brisa sutil.
Después las llamas fueron extinguiéndose y luego
llené con las cenizas tu dedal de marfil.

Versión de Roberto Liévano



Poema Las Hilanderas de Eugenio De Castro



La anciana y la doncella
hacen girar sus husos vibrátiles. La anciana,
ciñe una veste negra,
muy negra; la doncella ciñe una veste blanca.

La viejecita llora y hace girar el huso;
la niña también hace vibrar el huso, y canta.

Hay en el cielo estrellas. El agua de los pozos
recibe, en su azulosa profundidad, la sacra
comunión de la luna…

-Linda doncella que hilas el lino de mis sábanas
de bodas, hila pronto, doncella, que me esperan
los brazos y los senos turgentes de mi amada…

(Es de cristal el huso pausado de la niña
de ciprés el huso ligero de la anciana).

-Óyeme, viejecilla,
hagas girar con tanta
presteza el huso frágil en que se enreda el lino
sutil de mi mortaja…

Mírame bien: soy joven, amado y venturoso;
tengo una novia blanca
más suave que las flores;
soy bueno. Hay en mi alma
mucho amor por la vida… Reposa, viejecilla,
continuarás mañana.

La aurora.
El agua lenta del río perezoso
por sobre la llanura se aleja, fatigada
de haber andado toda la noche. La abuelita
ya tiene presto el hilo sutil de mi mortaja;
la niña se ha dormido y el huso cantarino,

el huso que giraba
regocijadamente para aprontar el lino
de mis nupciales sábanas,
yace en el suelo, roto,
roto y disperso en una constelación de lágrimas.

Versión de Eduardo Castillo



Poema Epitafio de Eugenio De Castro



En la tumba de una doncella

Muchas tardes, detrás de mi ventana,
vi anochecer, con ánimo rendido,
en espera del novio presentido
que vi en mi sueño azul de la mañana.

Con ternura solícita de hermana
tánto esperé que conocí el olvido,
pues si acaso pasó, fue confundido
con todos en la turbia caravana.

Mi cuerpo en flor lo marchitó la muerte…
Fíja, doncel que pasas, los ruiseños
ojos aquí; verás cómo suspiras!

Somos quizás, por saña de la Suerte,
tú acaso el que no ví sino en mis sueños,
y yo talvez la que en tus sueños miras!

Versión de Miguel Rasch-Isla



Poema El Peregrino de Eugenio De Castro



En el poniente
el esplendor del sol se diluía.
Y un caballero, en un vetusto puente,
meditaba y decía:

-«Judith, Ana y Arminda,
y Lidia, de labios sensuales,
Inés, la rubia linda,
¡todas fueron iguales!»

¡Soñadas alegrías,
ya sois cual secas rosas!
¡Ay! Y en vano mis días, tristes días,
quisieran ser doradas mariposas.

Cansáronme los besos, y el hastío
a mi lado ya veo.
Del desencanto invade mi corazón el frío,
y no he saciado nunca la sed de mi deseo.

El alma traigo envuelta en una túnica
que ha tejido el Cansancio en horas tristes.
¿En dónde estás, si existes?
¿En dónde estás, oh Única?

¡Responde al que te ama!
¿Debo olvidarte como a bien perdido ?
Responde al que en las sombras a ti clama:
¿vives, moriste acaso, o no has nacido?

Y no cruza ninguna mi camino,
princesa rubia, o bella
zagala, sin que diga a mi destino:
¿será ella?

Una niña vi un día
junto a una anciana de cabello cano,
y me dije: ¿ cuál de ellas es la mía?
¿Llegué tarde tal vez?.. ¿Llegué temprano?

Busco el jardín soñado
do sus encantos a la luz se abrieron,
y la llamo… y tal vez pasó a mi lado,
¡y llorosos mis ojos no la vieron!

Cuando creo que nunca he de encontrarte,
¡cómo sufro al pensar, oh dulce amada,
que quizás vives sola y desgraciada,
y que no puedo ir a consolarte!

Murió la primavera; también pasó el estío,
Y viene ya el otoño las hojas arrancando,
y mientras en tu busca voy llorando,
me esperarás llorando, dueño mío.

Y prosigo buscándote rendido,
aunque una voz, en medio de las sombras,
irónica me diga: «¡La que nombras
ni vendrá… ni está muerta… ni ha nacido!»

Al extremo del puente, airosa dama
surge, suelta la rubia cabellera,
y su voz en el viento, pálida rosa, clama:
«Yo soy la que aguardabas. Ven, que mi amor te espera».

El caballero parte…
Traicionero
abismo era ese puente;
y al instante rodaron al torrente
caballo y caballero…

Hervía un mar de sangre en el poniente
mientras de sangre el agua se teñía;
y allá, al extremo del hundido puente,
la Dama reía… reía… reía.

Versión de Ismael Enrique Arciniegas





Políticas de Privacidad