Deja que vuelva atrás, hacia tu tiempo.
Otra vez nos citamos donde siempre.
Veo la negra pasarela -hierros
delgados-, cielo blanco, hierba humilde
en tierra de carbón, y oigo el silbido
del expreso. A nuestro lado -hemos de hablarnos
a gritos- pasa. Desistimos, y yo río
al ver que ríes tú y que no te oigo.
Tu blusa gris, color de cielo; azul
marino, cortas y anchas, son tus faldas,
y hay en tu cuello un amplio foulard rojo.
La bandera de tu país, te dije.
Todo como aquel día. Van volviendo
las palabras que nos dijimos. ¿Ves?
Vuelve aquel mal momento. Sin razón,
callamos. Tu mano sufre, y, como
entonces, tiene un vuelo vacilante,
y el abandono, y juega con el ruido
triste del timbre de la bicicleta.
Suerte que ahora, como entonces, llegan
aquellos pasos férreos, la excesiva
canción de hombres de verde, con sus cascos
de acero, nos rodea, y ahora un grito
se nos dirige, autoritario, como
oro maligno de una sierpe, y hemos
de ocultar la cabeza en el regazo
acogedor del miedo, hasta que al fin
se alejan. Ya nos hemos olvidado
de nosotros, y porque se alejan
somos felices otra vez. Nos lleva
a reencontarnos este movimiento
sin recuerdo, y por estar aquí
los dos somos felices, y no importa
que callemos. Podemos besarnos.
Somos jóvenes, y no sentimos
piedad por los silencios que han pasado;
tenemos miedos de otros, miedos que
podrían distraernos de los nuestros.
Bajamos la avenida. A cada árbol
sentimos frío, entre la sombra espesa.
Vamos de frío en frío, sin pensarlo.
Versión de Pere Gimferrer