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Poema Infancia 1942 de Manlio Argueta



La infancia era la noche especialmente,
y pensar en el día que vendría mañana,
mamás enfermas, papás que no llegaban nunca,
hermanos que se iban olvidando
a medida que ya no regresaban.

Y era la muerte la mátalascallando,
como si se enojara todo el tiempo.
Iba y venía perra de los atardeceres
llevándonos amargas cicatrices y gritos
y angustias y dolores y lágrimas y mares.

La infancia era la muerte cagándose de risa.
Se nos quedaba viendo de a poquito
desde las uñas de los pies
hasta la punta de los pelos parados.
Comenzaba a escoger como si nada.
Recorría los barrios,
se llevaba a los niños más hermosos y pobres
dejándonos dolor y sacrosanta herida.
El aire entonces con sus manos aves
jugaba con nosotros para que no temiéramos.

Sin embargo moríamos de miedo,
mirándola implacable
con sus terribles dientes de caballo.
De uno en uno se acaba hasta la raza,
decían los papás y las mamás temblando.

La infancia es esta muerte satisfecha,
sus monedas de plata, sus corbatas,
cuchillo de oro, bala envenenada.
Y nos dejaba penas, desconsolados siempre.
Porque si algo dolía en estos barrios,
era la dura muerte, la inflexible,
que además se burlaba de nosotros
porque no éramos aptos para absorber horrores.

Y quedábamos solos, hijos de Dios,
niños abandonados al temor de la noche.

Preguntamos por qué tanta desgracia.
Por qué la muerte infame
se llevaba a los buenos y a los malos,
pero siempre a los pobres, eso sí.
Y se echaban los padres, los abuelos y tíos
un trago. Más que trago era copa de lágrimas.
Mientras tanto los niños debajo de las sábanas
oíamos retumbos
que venían del fondo del volcán.



Poema Infantil de Luz Méndez De La Vega



Me haces tanta falta,
Dios,
que voy a inventarte
como otra gran mentira.
Como se inventan los sueños
y los recuerdos
o como se inventa el amor
para sobrevivir los días.

Voy a inventarte,
Dios,
como inventaba
mis juegos de niña.
¡Y serás tan mío y poderoso!
como los muñecos
que apretaba en la sombra
cuando, a solas, en mi alcoba
veía crecer la noche.



Poema Irene de Luis García Montero



Así amanece el día
Claudio Rodríguez

¿Conoces ya la tinta meditada
de la primera luz?
Mira el esfuerzo
que en la copa más alta del bosque más oscuro
raya un momento, avisa y mientras cae
forma la claridad.
Así comienza el día.
Así también, contigo,
cobran todas las cosas
un impreciso afán por empezar de nuevo,
por ser tu compañía
cuando el tiempo aparezca.

Y no es el mecanismo
oxidado de un tren lo que se mueve,
ni las maderas de la barca
están secas aún. No en todas las historias
el tiempo necesita la nostalgia.

Pero tiene la luz recuerdos que son nuestros.
Van a bajar los dioses de sus libros,
alguien descubrirá que el mundo es navegable,
habrá días y noches, y en la luna
de lo ya sucedido
respirará la fábula blanca del calendario.

¿Qué haremos de nosotros
ahora que los espejos todavía
no tienen una sombra que llevarse a sus láminas
y los recuerdos nacen aprendiendo
a contar hasta diez?
¿Qué podemos hacer con lo que nos han dado?

Como una insinuación, como la piedra
interroga al estanque,
cae la luz en el sueño de la casa.

Y la distancia,
esa divinidad que medita en el agua
de los puertos,
vuelve al pasado, busca entre sus mitos
un ángel sin heridas,
una nueva metáfora,
algo que no es tu nombre,
pero que yo pronuncio desde el fondo
abierto de tus ojos.



Poema I (de Diario Cómplice) de Luis García Montero



Yo sé
que el tierno amor escoge sus ciudades
y cada pasión toma un domicilio,
un modo diferente de andar por los pasillos
o de apagar las luces.

Y sé
que hay un portal dormido en cada labio,
un ascensor sin números,
una escalera llena de pequeños paréntesis.

Dé que cada ilusión
tiene formas distintas
de inventar corazones o pronunciar los nombres
al coger el teléfono.
Sé que cada esperanza
busca siempre un camino
para tapar su sombra desnuda con las sábanas
cuando va a despertarse.

Y sé
que hay una fecha, un día, detrás de cada calle,
un rencor deseable,
un arrepentimiento, a medias, en el cuerpo.

Yo sé
que el amor tiene letras diferentes
para escribir: me voy, para decir:
regreso de improviso. Cada tiempo de dudas
necesita un paisaje.



Poema Inscripción Para El Sepulcro De Domínico Greco de Luis De Gongora



Esta en forma elegante, oh peregrino,
De pórfido luciente dura llave
El pincel niega al mundo más süave,
Que dio espíritu a leño, vida a lino.

Su nombre, aun de mayor aliento dino
Que en los clarines de la Fama cabe,
El campo ilustra de ese mármol grave.
Venérale, y prosigue tu camino.

Yace el Griego. Heredó Naturaleza
Arte, y el Arte, estudio; Iris, colores;
Febo, luces ?si no sombras, Morfeo.?

Tanta urna, a pesar de su dureza,
Lágrimas beba y cuantos suda olores
Corteza funeral de árbol sabeo.



Poema Ilustre Y Hermosísima María de Luis De Gongora



Ilustre y hermosísima María,
Mientras se dejan ver a cualquier hora
En tus mejillas la rosada aurora,
Febo en tus ojos, y en tu frente el día,

Y mientras con gentil descortesía
Mueve el viento la hebra voladora
Que la Arabia en sus venas atesora
Y el rico Tajo en sus arenas cría;

Antes que de la edad Febo eclipsado,
Y el claro día vuelto en noche obscura,
Huya la aurora del mortal nublado;

Antes que lo que hoy es rubio tesoro
Venza a la blanca nieve su blancura,
Goza, goza el color, la luz, el oro.



Poema Irme Quiero, Madre… de Luis De Camoes



Mote

Irme quiero, madre,
a aquella galera,
con el marinero
a ser marinera
.

Voltas

Madre, si me fuere,
do quiera yo,
no lo quiero yo,
que el Amor lo quiere.
Aquel niño fiero
hace que me muera
por un marinero
a ser marninera.

Él, que todo puede,
madre, no podrá,
pues el alma va,
que el cuerpo se quede.
Con él, por quien muero
voy, porque no muera:
que si es marinero,
seré marinera.

Es tirana ley
del niño señor
que por un amor
se deseche un rey.
Pues desta manera
quiero irme, quiero,
por un marinero
a ser marinera.

Decid, ondas,¿cuándo
vistes vos doncella,
siendo tierna y bella,
andar navegando?
Mas¿qué no se espera
daquel niño fiero?
Vea yo quien quiero:
sea marinera.



Poema Infancia De La Maravillosa de Luis Benítez



Y allí estabas, viva,
venías de los candentes países que no recuerda nadie
sino en el ultimo minuto, al inicio del tiempo estabas
entre la sangre y la luz como una llorosa perla entre raíces,
allí estabas luego de la larga agonía entre dos respiraciones,
luego del largo túnel y el sueño donde eras una sola Humanidad,
¿recuerdas? un minuto antes eran las calles de Ur,
la turbia prehistoria, el ciclo de la savia a la sangre,
la desnuda inocencia de un mezclado universo donde todo convivía;
¿recuerdas? oh sí dime que lo recuerdas largo y centellante amor mío,
dime que te acuerdas de tu rostro en un lago que se secó hace siglos,
que memoras la sangrienta imagen del interior del útero
donde toda la historia pasaba veloz por las paredes
y dime que te acuerdas de alguien que te amó
y que no era yo y que era un fenicio, un tirio,
un hombre de lejanas edades y de tu vestido
desgarrado en la cámara del rey.
Yo hablaré del tiempo en que te he reconocido,.
como reconociste al fuego, ese movedizo compañero
que te entibió las manos, que te quemó los dedos.
Tenías dos años, ¿recuerdas? Dime que recuerdas,
un pesado secreto puede hacerse pedazos tan sólo por ese olvido,
dime que te acuerdas de hombres y mujeres gigantes
y de paredes enormes y así sabré que es cierto:
antes, en ese tiempo, danzaba el tiempo
y tú corrías como corrimos todos detrás de duendes y de hadas
que se tragó un lento movimiento hacia nosotros,
hacia estas manos y rostros que insultan el espejo.
¿Tienes presentes a tus muñecas? ¿Te acuerdas de la negra
que odiabas y de la deshilachada rubia que veías,
porque tú la veías, no es cierto, llorar sobre tu falda?
Y los pequeños animales, los míticos y los otros,
formaban el cortejo de una niña sola.
Te acuerdas del miedo, ese viejo emisario,
te acuerdas de la sombras en un rincón del cuarto,
de la horrible lámpara que te hacía llorar.
Allí del miedo nació tu risa, ésa que yo solo puedo ver,
ese gesto infinito que borra la muerte de las edades,
esa revancha del hombre sobre el polvo que será.
Y allí seguías viva sobre un billón de muertos,
sobre todos los muertos y nada detenía el pujar de los huesos,
el avance del cuerpo entre los cuerpos, la lanzada
mente hacia la luz corría, entre precipicios y sombras
y entre sangres y olvidos de lo que eras ayer, venías,
sí, tú venías atravesando tu espacio, tu forma, tu materia,
eras un universo en viaje a través del universo.
Pero de dónde vino ese rostro a preocuparme de sí,
de dónde ese olor que se ignora a sí mismo, desde
qué entonces sutil ya te conocía.
¿Te acuerdas de un aula donde ya eras callada y peregrina
entre papeles y canastos y mapas?
Hoy la mitad de esos niños son fantasmas
que erran por el mundo,
ellos no te recuerdan y sin embargo envidio
su inútil privilegio:
el haber visto en flor tus ocho años
cuando el inocente trazo del mundo era feliz.
¿Recuerdas? ¿Recuerdas la jirafa de un domingo lluvioso
de la mano de tu padre? Bien, yo envidio
a ese alto animal que se sonríe siempre,
porque te vio una tarde, hace ya mucho.
El amor es dadivoso: nos da lo irreparable
y no se vuelve a ese ya nunca donde vivimos tanto,
aunque por qué no gozar la fruta de la memoria.
Todo es suponible y yo supongo que esa manchada,
elevada arquitectura, desde su tiempo sin límites
es la misma que vio lo que ya jamás podrás mostrarme:
esa alma primera que todavía, entonces,
hablaba con todos los animales y el centro de las cosas.
¿Pero de dónde vino este rostro a llamarme
desde un tiempo ido que ni él recuerda
aunque nunca lo olvida?
¿Pero de dónde, dónde?
Los objetos, las llaves, los cuadernos, las aves, los insectos,
las nubes de los cielos que hubo, los paisajes
donde hoy se han derrumbado casas y se han sacado muertos,
las noches y los días por los que has caminado sola,
vuelven en cada medianoche, en cada mediodía,
vamos a llorar sobre esas imágenes,
vemos a gritar sobre esas imágenes y sobre el mismo llanto
que no reconocemos: un hombre, una mujer
que se han perdido son una victoria más
de un cerrado círculo, la sombra sobre la luz
traza su cono arduo, hemos perdido ambos
esta guerra infinita. Hemos perdido ambos lo más preciado:
a un desconocido.
Yo imaginé tu infancia.
Yo fui valiente.



Poema Inténtalo, Sensitivo de Luis Antonio De Villena



Si me lo hubieran descrito, hubiese dicho
no, no se puede vivir ahí. La oscuridad que hay
dentro quiere destruirte. Y el desprecio,
la desgana, la fatalidad buscan la muerte.
Claro que tampoco quieres morir, o no exactamente
morir, cesar acaso. Porque es muy difícil vivir ahí.
Los pensamientos te tambalean. Se despeñan.
Gesticulan. Golpean contra ti. Buscan herirte
fingiendo otras destrucciones. Tu pensamiento
se vuelve violento, paria, obtuso, y quiere,
quiere morir, o no exactamente, cesar. No se puede
vivir ahí. Un yermo. Ajeno al aire. Poca la luz.
Ajeno al movimiento. Sin gozo, sin voz casi,
con luces agrias. Si te lo describo con imágenes
de delirio y pesantez: No, no se puede vivir ahí.
El dolor es un país inhabitable, que
está habitado. Y cuantos recorren ese país
-por un mismo camino- viajan solos…
No se puede vivir. Voy caminando.



Poema Infancias Y Suicidios de Luis Antonio De Villena



Sí, claro que pensé en el suicidio. Tenía dieciséis años
y habían logrado -tras un aparente primera felicidad-
mancharme de mí mismo hasta lo abyecto…
Ser como era me condenaba, me hundía.
La verdad es que antes, cuatro años atrás,
ya podría, consecuentemente, haber pensado en desaparecer.
¿Me salvaron los libros, la fantasía, los sueños?
¿La falsa maravilla acaso con que pensaba edificar mi vida?
Todo me condenaba. ¿Lo sabías?
Pese al silencio, pese a las ofensas, pese a la oscuridad
tan sola, llegué a pensar en el suicidio.
Es extraño que lograra sobrevivir.
Lo pienso ahora, lejos. Insólito haber llegado acá,
Si bien se mira.
Algunos también como yo, se ahogaron casi en sus islas.
Alguien me dio el nombre y la seña salvadora:
los proscritos tenemos también un reino.
La seña de Caín. Algo parecido.
Los deshauciados por el infame reino del Bien.
En los ojos un vago nublo de melancolía…
Acaso me lo dijo el decadente, sólida y rotunda efigie.
Somos tu mundo. No estás solo.
El reino de los réprobos. La raza de los acusados.
¿Te acuerdas?
Saberme en el mal
me devolvió entonces a la bondad de la vida.
Del suicidio no quedó, lógicamente,
más que una notoria disposición a la bruma
y la fraternal nostalgia hacia todas las caídas.



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