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Poema Jornadas de Jaime Augusto Shelley



Es el tiempo inaplazable,
nuestro tiempo,
avejentado mirador hombro atrás
que mira tras de sí.
Sin palabras, sin sucesos.
Dejando atrás paradójicamente la mirada.

Rugosa piel interminable
humedecida entre jornadas.
Es el sol
y es el agua.
Hay desplomes salobres de la vista
y avidez.
Hay ansias aruñadas.
Y arena mordaz entre los dientes.
Pueblos in si tu sucumbidos,
y sondas transparentes de viento helado.

Renovadamente,
emprendemos las jornadas
y no es la fe la que nos mueve.
No es el goce de riquezas,
ni el cabo nombrado tras de sí;
hay un sur que nos conmueve,
una estación que nos atrae,
nos hace hijos,
para siempre, del camino.

Sur que es Norte
por su cortedad risueña muy al fondo.
Norte que es Este,
advenimiento
cotidiano y singular como un respiro.

Poniente
entre parpadeos
y lento titubear
a lanzazos contra el cielo,
espeso leño que nunca dejaría de arder.

Hay inevitables estaciones
y puntos del adiós
y formas de nombrar
a cada día el primero
como una forma de decir de cada muerte,
la más profunda.
Y no abandono mis frutos,
no me muevo de mis panes
en cualquier rincón bienoliente
al paso entre caminos de tierra.

Tomo de mi agua,
tomo la harina de mi pan
y amaso el fuego;
recojo su calor, pero hay ventanas.
Invento los espacios
por los que han de entrar todos,
los muertos y los vivos.
Y la mirada mejor
siempre al sur,
que es norte
y es este
y es poniente.



Poema Justicia de Ida Vitale



Duerme el aldeano en un colchón de heno.
El pescador de esponjas descansa
sobre su mullidísima cosecha.
¿dormirás tú, en lenta flotación,
sobre pael escrito?

De «Parvo Reino» 1984



Poema Jardín de Hilario Barrero



Facilius in morbos incidunt
adolescentes, gravius aegrobant,
tristius curantur.
De Senectute, Cicerón

Del esplendor de entonces nada queda.

La nieve ha silenciado el fuego del jardín,

las rosas bautizadas por la hermosa mirada

del jardinero muerte, convirtieron su esencia

al deseo pagano, apóstata la espina de su agua.

La casa se reviste de polvo venenoso

y la hierba del ocio florece entre la plata:

una lengua de ruina lamiendo los retratos.

Se acerca a la ventana lentamente

y descorre el visillo que tiembla polvoriento,

mira el jardín helado y maldice su suerte.

Siente un puño de sangre entre sus venas,

una rosa de ira entre su pecho,

un tiro entre la nuca despejada

y cierra la ventana para siempre.

De espaldas al jardín la luz es una gasa

que le ciega su firma y su palabra

abriéndole una deuda con la vida.

Tan sucio está de soledad y barro

que ya no ve la rosa del verano

que sentencia con fúnebre perfume

su desahuciado nombre en la navaja.

La azada de su sexo ya oxidada

no llegará a estrenar la primavera.



Poema Junto A La Puerta de Guadalupe Grande



La casa está vacía
y el aroma de una rencorosa esperanza
perfuma cada rincón

Quién nos dijo
mientras nos desperezábamos al mundo
que alguna vez hallaríamos
cobijo en este desierto.
Quién nos hizo creer, confiar,
-peor: esperar-,
que tras la puerta, bajo la taza,
en aquel cajón, tras la palabra,
en aquella piel,
nuestra herida sería curada.
Quién escarbó en nuestros corazones
y más tarde no supo qué plantar
y nos dejó este hoyo sin semilla
donde no cabe más que la esperanza.
Quién se acercó después
y nos dijo bajito,
en un instante de avaricia,
que no había rincón donde esperar.
Quién fue tan impiadoso, quién,
que nos abrió este reino sin tazas,
sin puertas ni horas mansas,
sin treguas, sin palabras con que fraguar el mundo.
Está bien, no lloremos más,
la tarde aún cae despacio.
Demos el último paseo
de esta desdichada esperanza.



Poema Joya Abolida Para El Alma de Giovanni Quessep



No todo está perdido, piensas,
aguijoneado por el impulso de una redención,
aún es tiempo de que renazca
el árbol sacrificado por el verano.

Así pasas la vida, la fortuna,
imaginando el azul y el mar por ti cantado,
miras la noche que transcurre
sin una blancura, joya abolida para el alma.

¿Dónde lo verdadero entonces, dónde
la rosa revelada por un sombrío arrepentimiento?
Tal vez no todo sea falso, quizá tenga
ese color que dura después de la muerte.



Poema Jamás, Con Ese Final de Gastón Baquero



Si tomas entre los dedos
la palabra amor,
y la contemplas de derecho a revés,
y de arriba abajo,
verás que está hecha de algodón,
de niebla,
y de dulzura.

Si después aprisionas
la palabra música,
sentirás entre tus dedos
el crujir de una frágil
lámina de arena.

Si cae entre tus manos
la palabra jamás,
la terrible palabra
que pone punto final a la pasión
y al destino,
sentirás que está lleno de infinito,
y que la serpiente inmóvil de la S
es un eslabón entre el fuego y la nieve,
entre el infierno y el cielo,
entre el amor y la música.

La palabra jamás con ese al final
no termina nunca;
rodea la tierra y salta luego,
perdiéndose en el océano
de las estrellas.



Poema Junto Al Mar de Francisco Villaespesa



Todo en silencio está. Bajo la parra
yace el lebrel por el calor rendido.
Torna a la flor la abeja, el ave al nido,
y a dormir nos invita la cigarra.

La madreselva que al balcón se agarra,
vierte como un suave olor a olvido;
y a lo lejos escúchase el quejido
de una pena andaluza, en la guitarra.

Del mar de espigas en las áureas olas
fingen las encendidas amapolas
corazones de llamas rodeados…

¡Y el sudor, con sus gotas crepitantes,
ciñe a tus bucles, como el sol dorados,
una regia corona de diamantes!



Poema Juntos de Francisco Alvarez



Por cauce horizontal y paralelo,
mi mano, cabalgando en tu figura,
baja de la cadera a la cintura,
ronda los senos y ensortija el pelo.

Tu intimidad sensual levanta el vuelo
descubriendo vibrante una estructura
con ansiedad de entrega y de aventura
y la agresión de una leona en celo.

He de hacer de tu cuerpo una mordaza,
y formarán tus labios un camino
de humedad, arrastrándose en mi piel.

Verás mi círculo de amor que abraza
tu temblor en furioso torbellino,
y plantaré mi flor en tu vergel.



Poema Junto Al Fuego de Francisco Alvarez



Ven hacia mí en silencio, con la sonrisa abierta,
absorbiendo en los ojos la noche iluminada;
deslízame en la mano la imperceptible oferta
del rayo que la luna depositó en tu almohada.

Reclínate en la alfombra y oye el rumor del fuego
cuyas lenguas nerviosas erotizan el leño;
que su calor tu cuerpo revitalice, y luego
encienda tu mirada y acaricie mi sueño.

A tu lado en el suelo veré los diablos rojos
de las llamas inquietas, con tu mano en mi mano,
y las chispas revueltas danzarán en tus ojos
como estrellas fugaces en un cielo lejano.

Descenderá mi brazo de tu hombro a tu cintura,
despertando temblores en tu piel descubierta,
y acercarás el rostro bañado de ternura
para aspirar los besos de mi boca entreabierta.

Las cien lenguas del fuego se deslizan lascivas
en torno al tronco envuelto por el abrazo ardiente,
y tus trémulas manos se arrastrarán furtivas
asiendo el miembro erecto gentil y firmemente.

En tu mirar directo flotan complicidades
que acercan a mi mundo tu intensidad de amante,
y percibo tu entrega y calmo tus ansiedades,
mientras entre tus dedos me retienes vibrante.

Lame incesante el fuego, y es cálida tu boca,
en aquel, sequedades, y humedades en ésta;
labios que se resbalan, y paladar que toca,
y relieves e impulsos que el amor manifiesta.

Arde el leño sin tregua, con ligeros chasquidos,
y se elevan las llamas en ondas desiguales;
y en tu ascenso y descenso hay rítmicos sonidos
de profundos y tensos contactos guturales.

El leño se retuerce bajo el calor intenso
y explota en la alegría de una amplia llamarada;
y tus ojos revelan el repentino y denso
fluir de surtidores en garganta infiltrada.

La lumbre ya se extingue, y el tronco está deshecho;
ven, mujer, y sonríe, y abrázame apacible,
reposa tu cabeza gentil sobre mi pecho,
y soñemos el sueño de un futuro tangible.



Poema Jardín Nocturno de Fernando Charry Lara



La mancha del cielo azul, sombras de árboles, sombras de nubes,
y alrededor muros, ruinas, piedras que en el silencio
son frío, si la mano, si el pensamiento las roza.
De noche, retraído y apasionado,
contemplar desde allí lo lejano.
Olvidado de sí, hambriento del mundo,
vagar entre luces, ciudades, veranos. Mas luego como
cuando uno, sin saberlo,
extiende por mares su corazón
y regresa al solo sitio en que sueña:
ha pasado
el tiempo, y sin embargo
está el fulgor lunar sobre la vida. Así ilumina,
así entristece viril
al hombre la soledad de su delirio.

De «Los adioses» 1963



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