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Poema El Largo Angelus de José Lupiáñez



Aquí aguardo sentado
cerca del sol, sin prisa,
contra el muro de luz
que es parte de mi casa.
Aguardo a que termine
lo terminable un día;
mi sombrero me cubre,
apenas si levanto los ojos
hacia el cielo:
prefiero la victoria mil veces
de la cabeza baja,
y el corazón quebrado
en un sinfín de partes.

El tiempo
como incienso de gloria,
reclamará a mi alma nuevamente,
sin saber que por siempre
fueron los miembros torpes,
inútiles al mundo
y a la vida ordinaria,
inútiles a la extraña pobreza
de la gente.

Mejor aguardo aquí
(así os digo),
en esta esquina blanca de mi casa.
Seguid vosotros adelante,
el alma está vencida
para sufrir por íntimos caminos.
Yo he de llorar esta victoria solo.
Seguid vosotros adelante
y que vuestra canción
no turbe mi descanso.
Ahora, todo de amor,
de odio a un mismo tiempo,
seguiré sin moverme en mi triunfo,
libre de la sonrisa,
del suspiro de gracia,
lejano del elogio del hombre,
de la dicha y el goce
que aprisionan.

He de seguir aquí,
herida abierta,
que no sabe otro mundo
que su dolor continuo.
He de seguir aquí,
otoño que no acaba, pálido fuego,
árbol siempre llorando
sus hojas amarillas.

No miréis hacia mí
la puerta está cerrada. Dejadme
en mi silencio por los siglos,
amigo de mí mismo,
aislado de vosotros,
como barca perdida
en mitad de los mares.

A pesar del amor,
del odio incluso,
no acariciéis la frente,
dejadme adormecido
junto al muro olvidado
de mi casa.
Yo soñaré mejor
que el campo está tranquilo,
que no vendrá la sombra
prontamente,
que los días son largos
y hay luz hasta muy tarde…



Poema Tumbas En La Ciudad de José Lupiáñez



Repica el agua en la verde maleza
que ahoga las tumbas de los antepasados:
estelas inclinadas y hundidas en la tierra
llevan grabadas frases que en su vida
los muertos idearon. Sentencias y deseos,
sueños tallados en la piedra.
Y ahora la lluvia toca sus pensamientos
y resuena también, verde y furiosa,
en la maleza que es su única amiga.
Dentro parpadean las lámparas de la mezquita
y se inclinan las sombras de los fieles.
Aquí fuera la lluvia, la lluvia que viene
de ese cielo tan gris, como el polvillo viejo
de los huesos; tan gris como el destino
de ceniza que a todos nos espera.



Poema Sky Line de José Lupiáñez



Cantan dulces baladas con los labios pintados,
tienen los corazones rotos por el amor,
llevan gemas sombrías en sus dedos tan pálidos
y en sus frentes que un astro porque sí decoró.

En las noches siniestras beben su bebedizo
y pasean su amenaza con amargo desdén,
y ahora cantan sombríos lo fatal de su hechizo,
y ahora viven si mueren con eterno vaivén.

Van lanzando sus quejas con un triste derroche,
con las caras marcadas por la náusea sin par,
y te escupen, te besan, te acarician de noche,
y la fiesta es la noche que no puede parar.

Hoy se sienten perdidos y dolientes y altivos,
hoy parece que esconden de esa duda algo más,
van y vienen errantes y otrosí fugitivos,
hoy perdieron el rumbo de la dicha quizás.

Y es por eso que agitan su mayor desconsuelo,
por el largo desvelo que no causa rubor,
y por eso van torpes con las copas de hielo,
que vivir es acaso este escaso temblor.

Y sus frentes, miradlas, nada piensan ni sienten;
y sus labios, fijaos, qué maligno candor,
cantan pálidas gemas con palabras que mienten
que a la noche de olvido lanzarán sin temor.



Poema Sierra Nevada de José Lupiáñez



He vuelto a la blancura dolorosa
de las amadas cumbres,
que guardaron con celo
los días de la lejana juventud.
Aquellas blancas cimas que escondían
el milagro indeciso de un tiempo
al que, en vano, persiguen mis palabras.

Porque entonces la vida era esconderse
entre las blancas cotas de un milagro infinito
y respirar el raro perfume de las cosas,
en el reino sin nombre de las nieves efímeras.
Y era sentir un mar de olas silbantes
agitando las frágiles telas del corazón:
la libertad, esa bandera, ese destino
que ha soñado el insecto de fabulosos élitros,
encerrado por la mano gigante
en la pequeña caja de nácar…
La libertad, su frescor en el rostro;
la libertad al amparo de la inmensa oca blanca.

Hoy contemplo estas crestas
que fueron las almenas de la infancia remota.
He seguido las huellas
que dejaron mis plantas en la nieve
y aspiro el aire ígneo
donde aún vibra, misterioso y dorado, el pólen
de las dudas de antaño.
Nada ya se parece a la vieja quimera,
tan sólo la nostalgia aviva el espejismo.

Aquí en la cúspide,
esquivo los puñales del frío
y veo pasar las nubes hacia el ocaso hambriento.
Ya nada permanece sino este frío que alumbra
este gélido aliento de un titán dormitando.
Aquí en la cúspide, miro hacia esos confines
por donde se han perdido los días azarosos
y las noches de fiesta con estrellas por techo,
con estrellas errantes…

A mis pies ya el armiño, pues volar no es posible,
y la blanca locura de la nieve en el rostro.



Poema Mirador Umbrío de José Lupiáñez



Desde la torre observas cómo cae la tarde,
las últimas montañas perdidas con la niebla,
los árboles que ascienden levemente, el abismo,
el fulgor de los astros que brillan por tus ojos.
Cerca quedan las playas del Sur, amplias
y lentas, vacías a esta hora en que el mar
se desvanece en fuegos. Vive el mar en la brisa,
su mágico vaivén como tus pasos, firmes,
en este oscuro mirador, alto, insomne,
distante como el humo de la ciudad en calma.
Y es el tiempo que inventa su eterno desvarío,
tu sombra, ya fundida con las sombras del mundo.



Poema Marie Claire de José Lupiáñez



Una noche en París me raptó Marie Claire;
me tomó de la mano, me llevó a su mansión,
me tendió sobre un lecho, se quitó el camisón
y mostró sus encantos, que eran dignos de ver.

Derramó sus oscuros cabellos sobre mí
y abrazó bien mi vida, que no vale un real.
Se ofreció sin reservas, turbadora, ideal
y apretó entre sus muslos mi liviano existir.

Oh sultana divina, qué pasión, qué placer
galopar sobre un cuerpo de tan firme esplendor;
oh amazona de un cuento, tú sí sabes de amor,
de ese amor que nos hace invencibles, tal vez.

Hoy me acuerdo del triunfo de Les Champs Elysée
y del Sena y tus labios, de tu olor de azahar,
y me pongo muy triste, y me pongo a pensar
en un lecho, una noche de París, Marie Claire.



Poema Mañana En Kovalam de José Lupiáñez



Asisto al despertar del nuevo día
en las hermosas playas de Kovalam.
Saludan a mis ojos las palmeras
agitando sus ramas solemnes como brazos
y el mar, el Mar de Arabia, con sus peldaños
de espuma hacia el infinito.
Sobre la orilla lenguas de sal que se suceden
en un vaivén sin tregua: mueren, viven,
vienen del horizonte borroso por la bruma,
desde aquel horizonte que el misterio ha trazado
y hasta mis plantas llegan en su oscilar salvaje.
Cuervos azules graznan en las copas
y esta brisa tan dulce va aliviando las sienes
en el amanecer majestuoso.
Cruzan barcas oscuras a lo lejos,
mientras el mar me dice furioso su mensaje.
El sol, tímido ahora, hace de oro las rocas
por momentos. El sol, el mar, la vida que comienza
en las hermosas playas de Kovalam.



Poema La Despedida de José Lupiáñez



Aquí en lo oscuro
quedo pulsando mi dulcémele,
mientras veo que te alejas
feliz, contra la línea del horizonte.
Mueves el cuerpo al son de mis acordes,
cada vez más distante, más cómplice,
y un ritmo de secreto te hace tan diminuto.
sí, te alejas de esta pequeña hoguera
que hemos prendido juntos,
y en la alcoba, se extingue la ardentía,
como hermoso extinguirse era bajo tu cuerpo.
Hay un sol tibio que camina delante,
y una brisa en el rostro de quien amé;
mis besos lleva en él como prendidos,
hoy que se aleja,
feliz, contra la línea del horizonte.



Poema Jardín de José Lupiáñez



Delgada es esta tarde de julio,
inmóvil,
asida a las columnas
que se alzan
sobre la hierba blanda

Delgada es esta tarde de julio
que decae con dulzura,
como las manos
que no atienden al sol,
ni están alerta
al paso de las horas…

¡Qué tristes dan los cuerpos
una vez y otra vez
contra esta paz eterna,
para perderse ardientes
por la trama olvidada
del asombroso cielo!…

(Sentados en el banco del parque
se presiente la noche
tras de la luz en calma,
desnuda, sorprendida
en su propia penumbra
y silenciosa):

Las palabras, la gente,
en su nuevo color
la misma tarde ahora,
nuestro amigo que calla:
todo se borra al filo de los árboles,
todo es oscuridad que se remonta
azul, veladamente,
lo mismo que el Jardín
cerrado, se suelta en el olvido
para perderse
en la aventura del ensueño.



Poema Jardín De Colva de José Lupiáñez



Guarda mi corazón el balanceo
de las altas palmeras, que un aire azul
agita en la noche benigna.
Siento en mí sus raíces nutrirse de mi sangre
y que sus altos troncos, ingrávidos, insomnes,
llevan las cicatrices, las marcas cenicientas
de mi alma, que un día tatuaron los dioses.
En las copas se mecen frutos siempre dorados
y un sol rojizo y tibio dialoga con sus ramas,
en las que trinan pájaros diáfanos:
unos tienen alas turquesa y otros son negros,
con los ojos chispeantes de verde musgo.
Oh sí, por el jardín de Colva,
aún siguen paseándose las serpientes del Génesis…
Y en sus veredas ladran los perros salvajes
enloquecidos por los insectos.
Un jardín que da al mar, a otra edad imprevista.
Son sus arenas de oro molido que la mano recoge.
Sobre ellas se alzan cabañas ensimismadas
por el rumor continuo de las olas,
cabañas que esconden muchos fuegos secretos.
Ahora atardece y languidezco.
El inmenso puñal que acribilló a la tarde
me alcanza en esta hora con su filo de lumbre.
Oh sí: oro molido entre las manos
y el sol cegándote; oro molido, granos de oro…



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