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Poema Pequeños Crímenes de Juan Ramón Mansilla



Dos arañas en el lavabo:
Dudar un momento.
¿Salvarlas, llevarlas afuera?
El viento, la lluvia, la escarcha.
Las hormigas, los pájaros.
Demasiados peligros.
Una difícil supervivencia.
Pero entonces, ¿qué hacer entonces?
¿Aplastarlas entre los dedos,
abrir el grifo?

¡Claro, abrir el grifo!

Bajo el chorro, luchan por salir.
Un esfuerzo. Un último esfuerzo.
Luego, casi al unísono, ovillan
las patas sobre el abdomen.
¿Resignadas? ¿Afirmándose? ¿Muriendo?
Como espirales del agua
desaparecen por el desagüe.
Limpio. Limpio y sencillo.
Pequeños crímenes.



Poema No Es Lo Mismo de Juan Ramón Mansilla



Un sueño: cargas cajas en un coche.
Otro más: peldaños que nos alejan y aproximan.
Un tercero: en algún lugar me abrazas
mientras dices ?tranquilo, tranquilo?.
¿Cuál de los tres inicia la secuencia?
Busco interpretarlos. Nada. Nada.
Tengo treinta y nueve años, muchas dudas
y no es lo mismo ir al adiós o al encuentro.
No, no es lo mismo.
Y, como ante un tren que no sé si parte
o regresa, dispongo sólo de un cuerpo
que arrojar a las vías
e interponer a su marcha.
Tranquila, tranquila: es nada más que una metáfora,
y éstas no buscan cumplirse
a diferencia de, a veces, los sueños.
A veces, no siempre.
Y no es lo mismo.



Poema Nevada de Juan Ramón Mansilla



Nieve. Toda la tarde ha nevado.

Empezó primero por manchar la verja,
la acera, las ventanas.
Ha cubierto después los rosales,
los peldaños, las macetas.
Una sucesión precisa, matemática casi,
como las migrañas en la tarde:
pulsos en las sienes, dolor, aplastamiento.
Hasta que un calmante lo droga
y quedo inmóvil como un móvil de Calder
antes de que lo agiten unas manos o el viento.

Cefalea, nevisca, muerte, ¿por qué se asocian
en un motivo del arte contemporáneo?
¿Por qué si estás, estoy completamente vivo?

Pero anochece y sigue nevando. Una nieve
ajena a la de la infancia, cuando
la habitación, el día no quedaban oscuros
y el blanco era el blanco, lento deshacer del tiempo.
No, esta nieve es otra. Nieve que aleja y separa,
oculta los caminos, borra las huellas, ahuyenta
los pájaros. Es el presagio, la contingencia terrible
de que mañana no estés.

Nieve. Desde tu ausencia sigue nevando.



Poema Mañana de Juan Ramón Mansilla



Mañana. Dormir. Despertar.
La calle, las puertas. Unos peldaños.
Otra puerta más. Y tú.
A contraluz. Mañana.



Poema Invocación de Juan Ramón Mansilla



Queden estas palabras que no sé
si resistirán íntegras al tiempo.
Y con ellas, una visión del mundo
donde el recuerdo, si quiere, descifre
los antiguos mensajes ofrecidos
día a día por la vida.

Palabras que hablan con voces diversas,
como si al vaivén de cada momento
personajes distintos concitaran
sueños tornados realidad concreta,
quedamente ofrecida por la vida.

Para que cuando sientas esos cantos
de sirenas, sigas libre y consciente,
común a la flor y al pájaro,
del humano sueño en que nos buscamos.
Y halles el quid de lo que somos,
la verdad ofrecida por la vida.



Poema Fugaz de Juan Ramón Mansilla



Y no tendrá dominio la muerte
Dylan Thomas

No sé si este poema es el que tú necesitas,
si sus sonidos dicen más que sus silencios.

Tómalos como abrigo de lana, como plato caliente.
Si no en ti, en alguna parte de ti habrán de sonar,
aunque yo no sepa guiarlos.
¿Quién puede, con palabras, guiar una voz
cuando el decir y el sonar no son idénticos?

Ahora pienso en ti. Es bondadoso este evocar
venido con el frío como el mejor regalo.
¿Pensarás tú en mí? ¿En qué porción
del espacio se unirán los recuerdos?

Debe de existir algo sagrado
si este pensar te trae y me lleva.
Un dios manchado con mi misma carne,
respirando con tu mismo aliento.

Nada es firme, ya sé, los vientos pasan
trayendo vientos de otras tierras.
También este viento con pájaros
que me estrecha contigo como si tuviera miedo.

Miedo a nombrar y romper estos días,
miedo de que te canses y vayas de pronto,
miedo a no saber despedirme
y a carecer de antídoto contra el miedo.

Ya he dicho demasiadas veces adiós
y todas esas veces he muerto un poco.
No me digas adiós, quédate siempre,
y no tendrá dominio la muerte.

En la hora suprema sabremos por fin
lo que el tiempo ha hecho de nosotros.



Poema Estornudos de Juan Ramón Mansilla



Salir al sol, estornudar tres veces.
Que este acto sencillo, tan común,
tan nuestro, repita su mecánica
cada mediodía, casi a las tres,
de este verano que aún, como
nosotros o el verde de la hierba,
o el calor o las rosas,
no se ha cumplido del todo.
Y así, no importa el lugar,
en qué plaza, con qué otra gente,
eso que , bien mirado,
no pasa de ser una alergia,
sea un aviso, el rezo, la llamada
de algo que en el interior
se mueve, agita, se rebela
porque quiere crecer,
porque quiere salir,
porque desea, desea y desea
verdecer con el césped,
abrirse en las rosas,
estallar al calor pleno de julio
en cada julio, en cada enero
y a tu lado.



Poema Escuchando La Noche Transfigurada De Schoenberg de Juan Ramón Mansilla



Escasas fueron las noches que me gustaron.
Cada mañana el humo del café caliente
evocaba la bruma de la noche anterior,
restos de demasiadas imágenes,
lejanas como soles pasados,
luces venidas de cosmos extintos.

Heridos por el daño con que a solas
inquieta lo que no consumamos
o de ahogados fuegos se elevan fumarolas,
¿qué diremos de la noche si aún gotean
en el alba sus momentos,
y en el nuevo despertar
nos hablan en voz ronca,
con algo más vivo aún que las palabras,
de un rostro, una voz, una piel
y piden que palpiten
de nuevo por nosotros?

Viajeros con una brújula antigua
que el rumbo equivoca, los días
caen heridos como pomas.
Ley de la gravitación de un destino
que mira lentamente al poniente,
como si la figura recostada en el tronco
hubiera de levantar la mano, asir
el fruto, convertir el azar en creencia.

Y sin embargo hoy vuelvo a la noche
maldiciendo la experiencia del día,
y esta maldita luz, sobre todo,
que tanta oscuridad deja en las cosas.
De esta mañana sin importancia
desertan las luces como humo
llevado por el gran viento del norte,
girando como un timón
hacia las inexpresables ansias de la noche.

Pero el humo es apenas una señal de las cosas.
Y mientras asciende y se inclina
la realidad se fragmenta
como un río que desciende sobre el mapa,
como senderos al comenzar
los alcores, como brazos de estatuas
tallados con la fragilidad del tiempo,
rotos como nieve abolida
en la sucesión congelada del tiempo.

Después de todo no existe piedad en la vida.
Apenas unas migajas de compasión
que a menudo llamamos amistad,
ternura, consuelo, cariño. Días
que se cierran como puertas. ¿Podremos
empujarlas y abrirlas? ¿Qué resistirá
al recuerdo en cada uno de nosotros?
Inútiles hipótesis sobre lo irremisible.

He parado el reloj y desconectado el teléfono
(en estricta observancia de un verso de Auden),
cerrado la ventana y apagado los focos
bajo la persuasión de esta música
y sus notas dentelleadas como frutos
mordidos en otro lugar y a deshora.
Y ya que no tenemos un destino asignado,
que nadie nunca se preocupó de fijar
nuestro lugar entre estrellas,
baste el roce de una piel,
el susurro de una voz para iluminarlo
todo, aunque sea el destello
de un brillo ilusorio y al albor
se abra como tapón de desagüe.

Quizá sólo esté entregado a apegos extraños,
y en mis palabras haya un código oculto,
algo que excede a sí mismo y se extiende
como círculos concéntricos al caer una piedra
sobre las aguas verdosas, o el sonar
de un señuelo que convence a los pájaros
antes de contagiarnos también la feliz
añagaza de sus cantos de viaje.

Cruza la calle y el patio, pon la mano
en el pomo, gira la llave. ¿Se ha abierto
otra puerta? ¿Hacia dónde?
¿Ha entrado luz o negrura en el aire?

La pregunta es absurda.
Tal vez tú sepas de qué habla este poema,
versos que trazan su deriva
entre la materia y el anhelo;
versos descreídos buscando obtener
permanencia de la brevedad,
un don de lo caído como manzana en la vida.
Versos que ahora, simplemente,
recobran la ternura
de una de las pocas noches que me gustaron.



Poema Diciembre de Juan Ramón Mansilla



Este poema es la trágica historia del olvido de un poema.
Brotaron sus palabras como voz que brotaba del sueño.
Bellas estrofas perdidas, inquietantes imágenes
rezumando silencio, borradas como nombres
escritos una tarde de estío en la arena y que la pleamar se llevó.

No hay espacio aquí para el desencanto
(Yo, como ese poema, también soy silencioso)
Tan sólo la reflexión, la terrible constatación
del final de tantos, tantos versos,
y la debilidad con que se asume lo inefable
como un poso de pureza imposible,
semejante a esos días en que el trastorno
nos desvanece y algo interior,
girando donde nada gira, grita ¿dónde estás?
para que algo, igualmente interior, descubra
en la respuesta un umbral que nunca franquearemos,
temerosos de hallar que las palabras son una cortina
de humo, fragmentos volátiles
como vilanos en una tempestad.

¿Y si cerrara los ojos?
¿Y si dejara que el vacío llenase esta página
como el agua los huecos de árboles desarraigados?

No, no es la palabra escrita sino la ausente
la que perdura. Y esa ausencia tiene una forma,
y esa forma tiene un color, y ese color
tiene, posiblemente, un destino.

Ahora es de noche y escribo.
Escribo caído en la trampa de la costumbre
como una ave migratoria que, a ojos
de las otras, es sólo un bicho perdido,
demasiado confuso para volar. Volar, errar
detrás del agua sólo para constatar la sed
y darle un rincón,
el mismo que a la forma que en el lecho
el pensamiento deja de un cuerpo inalcanzable.

Sí. Es de noche. Y escribo este poema.
Mañana, pájaro de alas rotas, narrará la historia
de otro poema sin existencia
Lo poseeré mientras surja.
Luego será, seré abandonado.
¿Cómo podría ser de otro modo?



Poema Después de Juan Ramón Mansilla



Será un día cualquiera, vacío
como la habitación que amanece
vacía, y las cortinas velarán el cielo
limpio del alba.

En las calles, otra vez, como hace tiempo,
seremos unos desconocidos.
Unos que la vida juntó en la vida
como a viajeros que comparten vino
y posada antes de proseguir su ruta.

Si volvemos a encontrarnos, si de pronto el azar
pespunta sus sedas entre nosotros,
¿cómo mirarte sin pensar que malgastamos
el amor de tanto preocuparnos el amor?
¿Y cómo despedirme e impedir
que, más dentro aún que en las entrañas,
algo se mueva, se inquiete, desgarre
mientras te vas, quién sabe dónde,
calle adelante, tan fuera del tiempo?

Después, de nuevo ya todo fundido
en la sombra, despertaré una mañana
en la claridad de un viejo sueño:
un surco blanco atravesará las cortinas
y entibiará el cuarto y mi piel
como ascua lenta.
El recuerdo, después, será la chispa
que antes rutilaba en nuestros ojos
tras el cielo limpio del alba.



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