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Poema La Estación De Los Pájaros (i) de Nora Méndez



Ojos, tus ojos
Como el alba dormida
Tu boca quieta y pájara
Se desviste de asombros,
Me enredo y caigo
Sin piedad sobre ella
Recostados vamos
Viendo pasar metáforas
Por debajo de la carpa

En el incienso de la noche
Se sujetan entre sí nuestras caricias,
Quieto vas
Quieto te veo partir
Bajando tibio
En el puente imaginario de mis ritos

En ese cruce rítmico
De dos corazones
Que acaso aman
Escribo este poema,
Que será para ti
como
un
vestido
Ajustado a tus nervios
A tu olfato de fauno
Herido como tú en el centro
Tallado a tu estribillo
Perpetrado a tu piel

Con el irás a la tierra
Cama de nuestro encuentro
Con el te irás arropado
Desnudo itinerante
Completamente mudo
En nuestra última
noche de amo



Poema La Mujer Que No Vimos de Fernando Paz Castillo



Se alejó lentamente
por entre los taciturnos pinos,
de frente hacia el ocaso, como las hojas y como la brisa,
la mujer que no vimos.

Bajo una luz de naranja y de ceniza
era, como la hora, soledad y caminos;
armonía y abstracción como las siluetas;
esplendor de atardecer como los maduros racimos.

De lejos nos volvía en detalles
la belleza ignorada de la mujer que no vimos.

La tarde fue cayendo silenciosa
sobre el paisaje ausente de sí mismo
y floreció en un oro apagado y nuevo
entre el follaje marchito.

Hacia un cielo de plata
pálido y frío;
hacia el camino de los vuelos que huyen,
de las hojas muertas y del sol amarillo,
se alejó lentamente
la mujer que no vimos.

Sus huellas imprecisas las seguía el silencio,
un silencio ya nocturno, suspendido
sobre el recogimiento de la tarde,
huérfana de la prolongación de sus caminos…

Pero su voz, entre la sombra,
hizo vibrar la sombra, y era su voz un trino:
fúlgida voz que hacía pensar
en unos cabellos del color del trigo.

Recuerdos de las formas evocan las siluetas
de los apagados árboles sensitivos;
pero la voz que se aleja entre masas borrosas,
denuncia unos ojos claros como zafiros,
y unas manos que, trémulas, apartan los ramajes
como dos impacientes corderitos mellizos.

Ni pasos furtivos, ni voces familiares:
oquedad y silencio entre los altos pinos,
y en las almas confusas un ansia de belleza.

¿Pasó junto a nosotros la mujer que no vimos?



Poema La Otra de Elina Wechsler



Qué hubiera sido de ella si no se hubiera ido,
si las viejas caras a la entrada de los cines, odios y amores de antaño
acompañaran la última de Chabrol. Y los sueños.
Qué hubiera sido de ella si nadie hubiera muerto,
si los muertos fueran sólo los abuelos y la tía octogenaria.
?La muerte natural no escande de modo tan brutal la suerte en dos?
Qué hubiera sido de ella.
Qué si París siguiera en fiesta,
sin estar a dos horas de avión,
sin el rostro fatal que le otorgó verla por primera vez con nieve,
no esta nieve derretida que enfría las aceras.
Qué veo en la otra, que no se fue de ningún lado
y no fue poeta.
Camina la historia lineal sin más sobresaltos
que los que otorgan las muertes anunciadas,
los amores desteñidos en las mismas calles,
el asombro de que los hijos vayan al colegio que fue el nuestro.
Me veo como si fuera verdad y me estuviera viendo
caminando siempre caminando con los pájaros en la cabeza,
y no tengo libros publicados
y no tengo dos lenguas.



Poema La Lluvia de Jorge Luis Borges



Bruscamente la tarde se ha aclarado
porque ya cae la lluvia minuciosa.
Cae o cayó. La lluvia es una cosa
que sin duda sucede en el pasado.

Quien la oye caer ha recobrado
el tiempo en que la suerte venturosa
le reveló una flor llamada rosa
y el curioso color del colorado.

Esta lluvia que ciega los cristales
alegrará en perdidos arrabales
las negras uvas de una parra en cierto

patio que ya no existe. La mojada
tarde me trae la voz, la voz deseada,
de mi padre que vuelve y que no ha muerto.



Poema Las Morillas De Jaén de Federico García Lorca



Tres moricas me enamoran
en Jaén:
Axa y Fátima y Marién.
Tres moricas tan garridas
iban a coger olivas,
y hallábanlas cogidas
en Jaén:
Axa y Fátima y Marién.
Y hallábanlas cogidas
y tornaban desmaídas
y las colores perdidas
en Jaén:
Axa y Fátima y Marién.
Tres moricas tan lozanas
iban a coger manzanas
y hallábanlas tomadas
en Jaén:
Axa y Fátima y Marién.
Díjeles: ¿Quién sois, señoras,
de mi vida robadoras?
Cristianas que éramos moras
en Jaén:
Axa y Fátima y Marién.



Poema La Lechera de Felix Maria De Samaniego



Llevaba en la cabeza
una Lechera el cántaro al mercado
con aquella presteza,
aquel aire sencillo, aquel agrado,
que va diciendo a todo el que lo advierte
«¡Yo sí que estoy contenta con mi suerte!»

Porque no apetecía
más compañía que su pensamiento,
que alegre la ofrecía
inocentes ideas de contento,
marchaba sola la feliz Lechera,
y decía entre sí de esta manera:

«Esta leche vendida,
en limpio me dará tanto dinero,
y con esta partida
un canasto de huevos comprar quiero,
para sacar cien pollos, que al estío
me rodeen cantando el pío, pío.

»Del importe logrado
de tanto pollo mercaré un cochino;
con bellota, salvado,
berza, castaña engordará sin tino,
tanto, que puede ser que yo consiga
ver cómo se le arrastra la barriga.

»Llevarélo al mercado,
sacaré de él sin duda buen dinero;
compraré de contado
una robusta vaca y un ternero,
que salte y corra toda la campaña,
hasta el monte cercano a la cabaña».

Con este pensamiento
enajenada, brinca de manera
que a su salto violento
el cántaro cayó. ¡Pobre Lechera!
¡Qué compasión! Adiós leche, dinero,
huevos, pollos, lechón, vaca y ternero.

¡Oh loca fantasía!
¡Qué palacios fabricas en el viento!
Modera tu alegría,
no sea que saltando de contento,
al contemplar dichosa tu mudanza,
quiebre su cantarillo la esperanza.

No seas ambiciosa
de mejor o más próspera fortuna,
que vivirás ansiosa
sin que pueda saciarte cosa alguna.

No anheles impaciente el bien futuro;
mira que ni el presente está seguro.



Poema La Muralla de Nicolas Guillen



Para hacer esta muralla,
tráiganme todas las manos:
Los negros, su manos negras,
los blancos, sus blancas manos.
Ay,
una muralla que vaya
desde la playa hasta el monte,
desde el monte hasta la playa, bien,
allá sobre el horizonte.

?¡Tun, tun!
?¿Quién es?
?Una rosa y un clavel…
?¡Abre la muralla!
?¡Tun, tun!
?¿Quién es?
?El sable del coronel…
?¡Cierra la muralla!
?¡Tun, tun!
?¿Quién es?
?La paloma y el laurel…
?¡Abre la muralla!
?¡Tun, tun!
?¿Quién es?
?El alacrán y el ciempiés…
?¡Cierra la muralla!

Al corazón del amigo,
abre la muralla;
al veneno y al puñal,
cierra la muralla;
al mirto y la yerbabuena,
abre la muralla;
al diente de la serpiente,
cierra la muralla;
al ruiseñor en la flor,
abre la muralla…

Alcemos una muralla
juntando todas las manos;
los negros, sus manos negras,
los blancos, sus blancas manos.
Una muralla que vaya
desde la playa hasta el monte,
desde el monte hasta la playa, bien,
allá sobre el horizonte…



Poema La Brumosa Casa de David Escobar Galindo



No hay para qué llamar, porque está franca
la puerta principal, de anciano cedro.
Hace un leve chirrido
al entreabrirse, a modo del lamento
de la seda graciosa que se rasga
por el imperio de las manos diestras.
Y de manos a boca está el vestíbulo
donde se alza un oscuro paragüero
de madera pulida,
frente al que un gran espejo veneciano
va guardando la historia
del día ?cada día?,
que en oblicuo lenguaje de reflejos
le cuenta el tragaluz.
Una hermosísima
sala de muebles blancos, impecables,
parece estar dispuesta
para la fiel visita de la tarde,
de seguro apacible y numerosa,
aunque al ver ese espacio tan armónico
uno presiente que alguien
vendrá con la inquietud a flor del ánima,
y acaso en algún gesto sin mesura
peligren las esbeltas porcelanas,
que están por eso en sitios resguardados,
como al amparo de los imprudentes.

En contraste sutil
con el temor del hielo quebradizo,
se reparten los búcaros repletos,
sobre todo los nidos de jazmines,
de los que sube el vuelo del aroma
con timidez de pájaro extasiado.

Adentro tiemblan ruidos
de premura doméstica,
algún roce instantáneo de cristales,
una curiosa animación de lozas,
como si dedos finos aprestaran
los ofertorios del café o del vino,
según el temple de los allegados
y la tranquila veleidad del tiempo.
La luz es tenue, huraña,
repetida en cornisas y rincones,
para que se diluya entre los rostros
una gasa foliar, discreta y mágica.
Al fondo, tras la puerta transparente,
puede verse la pérgola arreglada
con un esmero de jardín nostálgico,
y más allá, la nitidez del campo
bordeado de cipreses,
altos como los negros campaniles
de una ciudad perdida en la memoria.

En el clima interior todo reposa,
como si el aire apenas recordara
que es fluido respetable;
pero al sentir la paz del hondo aliento
que adormece los pulsos de la sangre,
casi se escucha un giro de vilanos
en torno a la agonía del silencio.

Se puede entrar, entonces,
sin que se oigan los pasos.
Está abierta
la puerta, suave y sólida.
Algo impulsa hacia adentro, aunque algo frene
ese impulso sensible y poderoso.
Y es natural que haya un pavor inerme
al trasponer la línea del umbral.
Porque es antigua casa es el Olvido.



Poema La Casa Abandonada de César Dávila Andrade



(Entré al atardecer, con sol perdido)

El patio lloraba una estatua vacía.
Profundos caballos de polvo viajaban
hacia los lugares más vagos del moho.

Un hoyo remoto pasaba a la nada.

El vacío entraba con sus muchedumbres
y con sus inmensas campanas ya mudas.

Oí un paso dado en otra centuria
y vi en una cisterna el muñón de mi alma.

Un viento blanquísimo dormía doblado
en un seco lienzo de aves olvidadas.

Un reloj yacía en ácidos profundos
y el peso de un pájaro recorría el muro.

Una niña muerta soñaba en un cuento
dicho desde una alta ventana de niebla.

Hacia atrás viajaba un abecedario,
los días antiguos eran los primeros
por una pequeña compuerta de naipes…

(En un muro blanco, hallé esta leyenda:
«El 7 de marzo murió María Eugenia»).

Arriba en la tarde flotaban obispos
con lámparas llenas de azufre y de trigo.
Arriba en la tarde.

Y no era yo mismo el que había vuelto.
Era un extranjero al que a veces lloro

y en el que ya he muerto



Poema La Veleta Del Pueblo de Delfina Acosta



Nos íbamos a casar.
Teníamos los anillos.
La fecha fijada en Pascuas,
y por supuesto, padrinos.
Fue tras la misa del gallo
cuando a una cita nos fuimos.
Estrellas ya trasnochadas
entonces fueron testigos.
Señor cura, nos queremos
como mujer y marido.
Señor juez, habrá una boda
dentro de cuatro domingos.
Cuánto gira la veleta
cuando el viento no es el mismo.
Él guiñó el ojo a mi hermana,
y yo a su mejor amigo.
Se rompió como un espejo
maléfico el compromiso,
y un as de espadas llevó
la carta de mi destino.
Después del último beso
al pie de un cielo sombrío,
se puso triste la tarde,
más triste por ser domingo.
La plaza extendía sombra
y daba el reloj las cinco.
Le devolví las alhajas,
el chal y los abanicos,
pero no le devolví
porque me daba lo mismo,
las veinte cartas de amor
quemadas con el olvido.
La luna impar se dibuja
en cielo de doble filo.
Tirita buscando a ratos
mantón que le dé cobijo.
Las seis. Suenan las campanas
del ángelus vespertino,
y el pueblo se va de fiesta
al escuchar sus tañidos.
Nos íbamos a casar
a la luz llena de cirios.
Yo, con un traje muy largo.
Él, con pañuelo de lino.
Yo, con ajuar de mi madre.
Él, de uniforme marino.
Se rompió como un espejo
maléfico el compromiso,
y ajuar y traje rasgué,
haciendo de él tres vestidos.



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