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Poema La Sexta Voz Del Coro De Este Lago de Miguel Otero Silva



En mi vasta extensión de llanto y plata,
en el asalto azul de mis espadas,
en mis enardecidos bosques de agua,

arteria soy para latir su muerte.

En las fauces del sol, jaguar de fuego,
en las alas del sol, gallo del cielo,
en las crines del sol, caballo suelto,

antorcha soy para alumbrar su muerte.

En el rumbo oloroso de los lirios,
en el dulce llegar del fugitivo,
en la leche caliente de los ríos,

camino soy para encontrar su muerte.

En el polen astral de la garúa,
en el chubasco de cristal y furia,
en el claro plumaje de la lluvia,

semilla soy para sembrar su muerte.

En los manglares de raíz descalza,
en las islas de entraña calcinada,
en el silencio blanco de las playas,

arena soy para secar su muerte.

En el potro de luz encabritado,
en la noche cruzada por un látigo,
en la lumbre azorada del relámpago,

candela soy para quemar su muerte.

En la palma rasgada por el viento,
en los muñones de los troncos secos,
en el cansancio de los cocoteros,

cogollo soy para tejer su muerte.

En el revuelo de las velas altas,
en el escorzo de las botavaras,
en la lenta evasión de las balandras,

cortejo soy para llevar su muerte.

En los labios callados de los indios,
en la mirada de estancados siglos,
en el sediento corazón guajiro,

guarura soy para ulular su muerte.

En el grasiento hervor de noche y lodo,
en los oscuros sumideros torvos,
en mis pupilas turbias de petróleo,

aceite soy para encender su muerte.

En los motores roncos de los barcos,
en el puñal hundido en mi costado,
en el ávido arpón de los taladros,

palabra soy para negar su muerte.



Poema La Poesía de Miguel Otero Silva



III

Tú, poesía,
sombra más misteriosa
que la raíz oscura de los añosos árboles,
más del aire escondida
que las venas secretas de los profundos minerales,
lucero más recóndito
que la brasa enclaustrada en los arcones de la tierra.

Tú, música tejida
por el arpa inaudible de las constelaciones,
tú, música espigada
al borde de los últimos precipicios azules,
tú, música engendrada
al tam-tam de los pulsos y al cantar de la sangre.

Tú, poesía,
nacida para el hombre y su lenguaje,
no gaviota blanquisima sobre un mar sin navíos,
ni hermosa flor erguida sobre la llaga de un desierto.



Poema Letanía Del Imperfecto de Miguel Labordeta



Sed antigua abrasa mi corazón de lentitudes.
En música y llanto mi ubre roída de pastor.
Tumbas de aguas y sueño,
soledad, nube, mar.
Doncellas en flor, cementerio de estrellas,
cuadrúpedos hambrientos de paloma y de espiga,
en náusea y en fuga de amargos pobladores oscuros,
mineros desertores de la luz insaciable.
Cráteres de lluvia. Volcanes de tristeza y de hueso,
despojos de pupilas y hechizos desgajados.
«Me gustas como una muerte dulce…»
Arrebatado. Sido. Aurora y espanto de mí mismo.
Viejos valses con calavera de violín
en la cintura de capullo con sol ciego de ti.
«Pero me iré…
debo irme… pues el jardín no es leopardo aún
y tu caricia una onda vaga tan sola
en los suelos secretos del atardecer…»
Canes misteriosos devoran mi perdón.
Mi distancia se pierde en las columnas de tu abril jovencito.
Cero. Vorágine. Desistimiento.
Nueva generación de hormigas dulces cada agosto.
Viento y otoños por los puentes romanos derruidos.
Golpeo a puñetazos besos de miel y desesperanza
en pavesas radiantes de futuras abejas.
Veintisiete años agonizantes
sonríen largamente a lo lejos.
Buceo. Soles y órbitas indagando los cubos del olvido.
El misterio. Eso siempre.
El misterio a las doce en punto del día
y en su centro de asfalto
yo
impertérrito.



Poema La Voz Del Poeta de Miguel Labordeta



En lo alto del Faro,
viendo ir y venir
a las pobres gentes en sus navegaciones de un día.
En lo alto del Faro,
contemplando el abismo de las criaturas y el vértigo de los astros.
En lo alto del Faro,
escuchando llegar a los rostros futuros
y oyendo en lo hondo de las aguas las voces de los muertos.
En lo alto del Faro,
amando,
sabiendo que el amor es un fracaso,
y cantando,
sabiendo que su canto no ha de ser comprendido.
Vestirse, alimentarse,
ganarse el pan de cada día,
discutir de las cosas banales,
endomingarse como cada cual
y hacer el amor a una dulce estudiante,
como cualquier empleado de Banca.

Y sin embargo,
velar largamente en duelo,
oír en los silencios el ritmo pavoroso de los tiempos,
acariciar la marea de las edades inmensas,
rompiéndose en quejidos y maravillosas melodías
contra el humilde corazón infortunado
en lo alto del Faro.
En lo alto del Faro,
mientras todos se emborrachan en los festines,
o corroen su envidia en las duras jornadas de trabajo,
o acaso buscan sus puñales secretos
para degollar al niño desconsolado que ellos fueron,
la mirada rauda de visiones
persigue el rumbo, en intemperie desconsolada y altiva
de los navíos futuros.
Y preguntar a la sangre el porqué del olvido
e indagar las primaveras que nacen del sollozo terrestre
y la melancolía que hila el atardecer solitario de los cielos.
Acariciándolo todo, destruyéndolo todo,
hundiendo su cabeza de espada en el pasmo del Ser
sabiendo de antemano que nada es la respuesta.
En lo alto del Faro.
La voz del poeta.
Incansable holocausto.



Poema Lanzar Un Zapato de Miguel Huezo Mixco



El poema de esta tarde es un sordo rumor que trepa
en las esquinas de esta mujer alerta
bajo el árbol frondoso de los cables
las lámparas de mercurio
las sirenas de los fuegos

¿De dónde vendría
el ánimo como un potro
a echarse a mis pies
vuelto un perro de mirada seria?
¿O el águila afilada que resplandece
en el costado de esa máquina que brama y salpica las buenas conciencias?

Es como lanzar un zapato a la otra orilla
apoyado en un pie
descalzo sin camisa

Al evocar el rumor de la ciudad que celebra la nueva noche
agarrada a las raíces echadas en silencio
vive mi pasión en el centro de una rosa
Y escribo un poema secreto
donde evoco su aparición
y canto mi fortuna



Poema La Partida de Miguel Huezo Mixco



Nuestro sol declina formando una cúpula
en el espacio
¿Por qué las sombras son grises apariciones convocadas al alba
fardo de ceniza arrojado contra el agua?

Sombras
Así recuerdo bajo las velas bogando la rebosada panza de agua
la quilla enredada con los reflejos salados
batidos por los aletazos de los peces

Podría ser Odiseo de vuelta con Medusa
tras la pesca
la noche de un día difícil
la red sin una sola altizeja

Soy nada más el hombre a solas
que contempla este pequeño barco
RECUERDO DEL PUERTO DE VERACRUZ
antiguo mensaje en una botella
llegado intacto hasta mis islas

¿Por qué mi choza tiene máscaras
que cuelgan del techo y pronuncian sus voces remotas
cual si invitaran a la memoria a lanzar sus guijarros contra el oleaje?

¿Por qué no encontré antes el instante
que rasga el espejo de la memoria
abriendo una grieta al agua?

Tenso el arco donde el sol declina
tenso como una linga de acero sobre un abismo
tenso sobre la combustión de una playa donde habita la flor de las arenas

La historia dobla cada página como una débil mariposa
Cada invierno cada verano son reales
y amenazan con ser los últimos pero su belleza seguirá

Ahora que los hijos nos empujan
y el cuadro anudado con cinta tras la puerta
recuerda que el amarillo es sólo el color de la mañana
me siento a gozar privilegios de dolor y felicidad
reunidos en esa pequeña tachuela que sostiene la gavia de mi barco

Soy un hombre con el lecho roto
bajo los rayos del porvenir que ruge
un pedazo de arcilla, que quisiera su flor
y voy a donar mi libertad
para que el bien v el mal se trencen en mi lecho
como aquellos que sin conocerse
se besan desesperadamente



Poema La Edad Del Hielo de Miguel Huezo Mixco



El poder
de la palabra nunca
lo aspiro
en el olor que sube
del arroz que se prepara

La zanahoria amistada al grano
arrojada de manera arroz sobre el aceite
en carne viva
Escucho el retintín de los vasos en jabón
y el hielo
que cruje aplastado en la bandeja de mi aurícula derecha
entre el duro cristal que lagrimea
sobre la servilleta

Tiene un ojo suplicante la cuchara
y el otro se refleja plano v largo en el cuchillo

Esta rosa desvaída
es la esperanza en su lejano campamento



Poema Llegó Tan Hondo El Beso de Miguel Hernandez



Llegó tan hondo el beso
que traspasó y emocionó los muertos.

El beso trajo un brío
que arrebató la boca de los vivos.

El hondo beso grande
sintió breve los labios al ahondarse.

El beso aquel que quiso
cavar los muertos y sembrar los vivos.



Poema Llamo Al Toro De España de Miguel Hernandez



Alza, toro de España: levántate, despierta.
Despiértate del todo, toro de negra espuma,
que respiras la luz y rezumas la sombra,
y concentras los mares bajo tu piel cerrada.

Despiértate.

Despiértate del todo, que te veo dormido,
un pedazo del pecho y otro de la cabeza:
que aún no te has despertado como despierta un toro
cuando se le acomete con traiciones lobunas.

Levántate.

Resopla tu poder, despliega tu esqueleto,
enarbola tu frente con las rotundas hachas,
con las dos herramientas de asustar a los astros,
de amenazar al cielo con astas de tragedia.

Esgrímete.

Toro en la primavera más toro que otras veces,
en España más toro, toro, que en otras partes.
Más cálido que nunca, más volcánico, toro,
que irradias, que iluminas al fuego, yérguete.

Desencadénate.

Desencadena el raudo corazón que te orienta
por las plazas de España, sobre su astral arena.
A desollarte vivo vienen lobos y águilas
que han envidiado siempre tu hermosura de pueblo.

Yérguete.

No te van a castrar: no dejarás que llegue
hasta tus atributos de varón abundante
esa mano felina que pretende arrancártelos
de cuajo, impunemente: pataléalos, toro.

Víbrate.

No te van a absorber la sangre de riqueza,
no te arrebatarán los ojos minerales.
La piel donde recoge resplandor el lucero
no arrancarán del toro de torrencial mercurio.

Revuélvete.

Es como si quisieran arrancar la piel al sol,
al torrente la espuma con uña y picotazo.
No te van a castrar, poder tan masculino
que fecundas la piedra; no te van a castrar.

Truénate.

No retrocede el toro: no da un paso hacia atrás
si no es para escarbar sangre y furia en la arena,
unir todas sus fuerzas, y desde las pezuñas
abalanzarse luego con decisión de rayo.

Abalánzate.

Gran toro que en el bronce y en la piedra has mamado,
y en el granito fiero paciste la fiereza:
revuélvete en el alma de todos los que han visto
la luz primera en esta península ultrajada.

Revuélvete.

Partido en dos pedazos, este toro de siglos,
este toro que dentro de nosotros habita:
partido en dos mitades, con una mataría
y con la otra mitad moriría luchando.

Atorbellínate.

De la airada cabeza que fortalece el mundo,
del cuello como un bloque de titanes en marcha,
brotará la victoria como un ancho bramido
que hará sangrar al mármol y sonar a la arena.

Sálvate.

Despierta, toro: esgrime, desencadena, víbrate.
Levanta, toro: truena, toro, abalánzate.
Atorbellínate, toro: revuélvete.
Sálvate, denso toro de emoción y de España.

Sálvate.



Poema Las Manos de Miguel Hernandez



Dos especies de manos se enfrentan en la vida,
brotan del corazón, irrumpen por los brazos,
saltan, y desembocan sobre la luz herida
a golpes, a zarpazos.

La mano es la herramienta del alma, su mensaje,
y el cuerpo tiene en ella su rama combatiente.
Alzad, moved las manos en un gran oleaje,
hombres de mi simiente.

Ante la aurora veo surgir las manos puras
de los trabajadores terrestres y marinos,
como una primavera de alegres dentaduras,
de dedos matutinos.

Endurecidamente pobladas de sudores,
retumbantes las venas desde las uñas rotas,
constelan los espacios de andamios y clamores,
relámpagos y gotas.

Conducen herrerías, azadas y telares,
muerden metales, montes, raptan hachas, encinas,
y construyen, si quieren, hasta en los mismos mares
fábricas, pueblos, minas.

Estas sonoras manos oscuras y lucientes
las reviste una piel de invencible corteza,
y son inagotables y generosas fuentes
de vida y de riqueza.

Como si con los astros el polvo peleara,
como si los planetas lucharan con gusanos,
la especie de las manos trabajadora y clara
lucha con otras manos.

Feroces y reunidas en un bando sangriento
avanzan al hundirse los cielos vespertinos
unas manos de hueso lívido y avariento,
paisaje de asesinos.

No han sonado: no cantan. Sus dedos vagan roncos,
mudamente aletean, se ciernen, se propagan.
Ni tejieron la pana, ni mecieron los troncos,
y blandas de ocio vagan.

Empuñan crucifijos y acaparan tesoros
que a nadie corresponden sino a quien los labora,
y sus mudos crepúsculos absorben los sonoros
caudales de la aurora.

Orgullo de puñales, arma de bombardeos
con un cáliz, un crimen y un muerto en cada uña:
ejecutoras pálidas de los negros deseos
que la avaricia empuña.

¿Quién lavará estas manos fangosas que se extienden
al agua y la deshonran, enrojecen y estragan?
Nadie lavará manos que en el puñal se encienden
y en el amor se apagan.

Las laboriosas manos de los trabajadores
caerán sobre vosotras con dientes y cuchillas.
Y las verán cortadas tantos explotadores
en sus mismas rodillas.



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