poemas vida obra manuel jose othon

Poema La Llanura Amarguísima Y Salobre de Manuel Jose Othon



La llanura amarguísima y salobre,
enjuta cuenca de océano muerto,
y en la gris lontananza, como puerto,
el peñascal, desamparado y pobre.

Unta la tarde en mi semblante yerto
aterradora lobreguez, y sobre
tu piel, tostada por el sol, el cobre
y el sepia de las rocas del desierto.

Y en el regazo donde sombra eterna,
del peñascal bajo la enorme arruga,
es para nuestro amor nido y caverna,

las lianas de tu cuerpo retorcidas
en el torso viril que te subyuga,
con una gran palpitación de vidas.



Poema La Campana de Manuel Jose Othon



¿Qué te dice mi voz a la primera
luz auroral? «La muerte está vencida,
ya en todo se oye palpitar la vida,
ya el surco abierto la simiente espera».

Y de la tarde en la hora postrimera:
«Descansa ya. La lumbre está encendida
en el hogar…» Y siempre te convida
mi acento a la oración en donde quiera.

Convoco a la plegaria a los vivientes,
plaño a los muertos con el triste y hondo
son de sollozo en que mi duelo explayo.

Y, al tremendo tronar de los torrentes
en pavorosa tempestad, respondo
con férrea voz que despedaza el rayo.



Poema Invocación de Manuel Jose Othon



No apartes, adorada Musa mía,
tu divino consuelo y tus favores
del alma que, nutrida en los dolores,
abrasa el sol y el desaliento enfría.

Aparece ante mí como aquel día
primero de mis jóvenes amores
y tu falda blanquísima con flores
modestas u olorosas atavía.

¡Oh, tú, que besas mi abrasada frente
en horas de entusiasmo o de tristeza,
que resuene en tu canto inmensamente

tu amor a Dios, tu culto a la Belleza,
alma del Arte, y tu pasión ardiente
a la madre inmortal Naturaleza!



Poema Frons In Mare de Manuel Jose Othon



Cada vida mortal es una hoja
que el árbol guarda a octubre amarillento;
cuando secas están se agita el viento
y al bramador torrente las arroja.

Mas ¿por qué de la tuya nos despoja,
si era fronda que el aire tremulento
acariciaba con divino acento,
bajo un alba de abril dorada y roja?

Del huracán al golpe furibundo
cayó la verde hojita en la corriente
del manso río azul que, desde el mundo,

en sus ondas purísimas y bellas
la llevó, cariñosa y blandamente
hasta el sereno mar de las estrellas.



Poema ¡es Mi Adiós! de Manuel Jose Othon



¡Es mi adiós…! Allá vas, bruna y austera,
por las planicies que el bochorno escalda,
al verberar tu ardiente cabellera,
como una maldición, sobre tu espalda.

En mis desolaciones ¿qué te espera?
-ya apenas veo tu arrastrante falda-
una deshojazón de primavera
y una eterna nostalgia de esmeralda.

El terremoto humano ha destruido
mi corazón y todo en él expira.
¡Mal hayan el recuerdo y el olvido!

Aún te columbro, y ya olvidé tu frente;
sólo, ay, tu espalda miro cual se mira
lo que huye y se aleja eternamente.



Poema Envío de Manuel Jose Othon



En tus aras quemé mi último incienso
y deshojé mis postrimeras rosas.
Do se alzaban los templos de mis diosas
ya sólo queda el arenal inmenso.

Quise entrar en tu alma, y ¡qué descenso,
qué andar por entre ruinas y entre fosas
¡A fuerza de pensar en tales cosas,
me duele el pensamiento cuando pienso!

¡Pasó!… ¿Qué resta ya de tanto y tanto
deliquio? En ti, ni la moral dolencia
ni el dejo impuro ni el sabor del llanto.

Y en mí, ¡qué hondo y tremendo cataclismo!
¡Qué sombra y qué pavor en la conciencia,
y qué horrible disgusto de mí mismo!



Poema En Tus Aras Quemé Mi Último Incienso de Manuel Jose Othon



En tus aras quemé mi último incienso
y deshojé mis postrimeras rosas.
Do se alzaban los templos de mis diosas
ya sólo queda el arenal inmenso.

Quise entrar en tu alma, y qué descenso,
¡qué andar por entre ruinas y entre fosas!
¡A fuerza de pensar en tales cosas
me duele el pensamiento cuando pienso!

¡Pasó…! ¿Qué resta ya de tanto y tanto
deliquio? En ti ni la moral dolencia,
ni el dejo impuro, ni el sabor del llanto.

Y en mi ¡qué hondo y tremendo cataclismo!
¡Qué sombra y qué pavor en la conciencia,
y qué horrible disgusto de mi mismo!



Poema En La Estepa Maldita de Manuel Jose Othon



En la estepa maldita, bajo el peso
de sibilante brisa que asesina,
irgues tu talla escultural y fina
como un relieve en el confín impreso.

El viento, entre los médanos opreso,
canta como una música divina,
y finge bajo la húmeda neblina,
un infinito y solitario beso.

Vibran en el crepúsculo tus ojos,
un dardo negro de pasión y enojos
que en mi carne y mi espíritu se clava;

y destacada contra el sol muriente,
como un airón, flotando inmensamente,
tu bruna cabellera de india brava.



Poema Crepúsculos de Manuel Jose Othon



I
Rubia la aroma luce en el oriente
sus galas más espléndidas de fiesta,
que amorosa y rendida ya se apresta
del esposo a besar la roja frente.

Para verle asomar alza su ingente
tajada cumbre la montaña enhiesta;
prepárale su incienso la floresta,
su trino el ave y su rumor la fuente.

El cielo gotas de cristal rocía
en corolas y muérdagos. Los vientos
tañen las ramas de la selva umbría.
Y alza a su Dios en rítmicos acentos,
como grata oración del nuevo día,
himnos la tierra, el hombre pensamientos.

II
Tramonta el sol. Esmalta la colina
de su postrera luz con el escaso
fulgor, que va envolviendo en el ocaso
con su túnica blanca la neblina.
Desbarátase la húmeda calina
en la llana extensión del campo raso,
y ya por el oriente, paso a paso,
la silenciosa noche se avecina.

Todo es misterio y paz. El tordo canta
sobre los olmos del undoso río;
el hato a los apriscos se adelanta,
flota el humo en el pardo caserío,
y mi espíritu al cielo se levanta
hasta perderse en Ti. ¡Gracias, Dios mío!



Poema Canto Nupcial de Manuel Jose Othon



A Ladislao Gómez Palacio

Un nuevo hogar es huerto florecido
de jazmines, y lirios, y azahares,
entre cuyas alburas estelares
se estremece el amor como un latido.

Surge de cada flor, de cada nido,
un verso del Cantar de los Cantares
y pasan, del Hermón por los pinares,
suspirando los vientos un gemido.

De Galaad por los collados bajan
triscando las ovejas. En las viñas
de Engaddi el zumo los racimos cuajan;
mientras la esposa ve, desde el umbroso
retiro, que atraviesa las campiñas
y se acerca a sus puertas el esposo.

Oh esposa virgen y radiante!, mira:
el amor en sus ojos centellea
y el coro de los sueños le rodea
y a su oído solícito suspira.

A infundirte su alma sólo aspira.
Su cerebro, que es urna de la idea,
cual una forja ignífera chispea.
Canta su corazón como una lira.

¡El coro de los sueños! Los amigos
del esposo, que en júbilo inundados,
de su dicha inmortal serán testigos…

Los recuerdos del niño, los anhelos
viriles que le ascienden, ya encarnados,
en su viaje contigo, hasta los cielos.

Y a ti, joven y fuerte, en los umbrales
del sagrado refugio, jubilosa
te espera amante la rendida esposa
bajo los resplandores otoñales.

Tampoco sola está: las virginales
compañeras, de frente ruborosa,
tienden sobre ella su dosel de rosa
al compás de los cánticos nupciales.

Son las ansias sin fin, las esperanzas,
las ilusiones del amor, venidas
de azules y profundas lontananzas.

Todas alzan un himno al varón fuerte
que ha de llevar dos almas y dos vidas
a través de la vida y de la muerte.



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