poemas vida obra marosa di giorgio

Poema Era La Noche De Mi Casamiento… de Marosa Di Giorgio



Era la noche de mi casamiento.
Aunque, asombrosamente, los preparativos hubieran empezado años antes; antes de que yo naciese, antes de las bodas de mis padres.
Pero, esa noche, bajo los dorados soles, y entre las berenjenas, que de tan azules, daban resplandores rojos, se atraparon criaturas inocentes y legítimas; se les sacaba el pelo y el sexo, y eran tendidas sobre las grandes asaderas.
Por lo menos, eso fue lo que vi en un cuadro, mucho tiempo después: mis familiares, de pie, ante la Divinidad de los tomates.
Y toda la noche se oyó una música grave, inexplicable; como si sonaran juntos, o fueran uno solo, la Danza del Fuego y el Bolero de Ravel.



Poema Cuando Nací Había Muchísimos Higos… de Marosa Di Giorgio



Cuando nací había muchísimos higos. No puede ser, me diran, si era invierno y hacía frío.

Sin embargo fue así; estaban en todos los árboles, áun los que no eran higueras, y en medio de las floes. Oscuros, celestes o rosados; algunos desde el origen, traían adherida una violeta o una mosca. O en el punto central entresacaban una perla (nunca lla dieron del todo). O se desprendían girando como astros envueltos en anillos de colores, hasta que casi exánimes tornaban al lugar.

Se sentía un aroma a almíbar y azucenas.

Yo, en medio de mi primer lloro, pues era a los pocos minutos de nacer, dije a mi madre: Hay higos.

Y mi madre miró sonriendo a mi Rosa abuela, y le dijo: Mira lo que dice.

Y mi abuela se aproximó, demasiado, con los ojos bajos, la sonrisa fija, y una tremenda corona de higos negros, gruesos y atormentados.



Poema Anoche Realicé El Retorno… de Marosa Di Giorgio



Anoche realicé el retorno; todo sucedió como lo preví. El plantío de hortensias. La Virgen ?paloma de la noche? vuela que vuela, vigila que vigila. Pero, los plantadores de hortensias, los recolectores, dormían lejos, en sus chozas solitarias. Y mi jardín está abandonado. Las papas han crecido tanto que ya asoman como cabezas desde abajo de la tierra, y los zapallos, de tan maduros, estiran unos cuernos largos, dulces, sin sentido; hay demasiada carga en los nidales, huevos grandes, huevos pequeñitos; la magnolia parece una esclava negra sosteniendo criaturas inmóviles, nacaradas.

Toqué apenas la puerta; adentro me recibieron el césped, la soledad. En el aire de las habitaciones, del jardín, hasta han surgido ya, unos planetas diminutos, giran casi al alcance de la mano, sus rápidos colores.

Y el abuelo está allí todavía ¿sabes? como un gran hongo, una gran seta, suave, blanca, fija.

No me conoció.



Poema Al Asomarme, Te Vi, Rocío, Y Recordé El País De Antes… de Marosa Di Giorgio



Al asomarme, te vi, rocío, y recordé el país de antes.

Antes es el más hermoso país.

Cuando por sobre todo ponías t blanca fantasía, tu oscura confitura; hasta los mágicos claveles guerreros amanecían con un copete de plata, velada su taza de rojo café, de canela ardiendo.

Sobre la albahaca, el ?diente de león?, las ciruelas, las milenarias hadas jovencitas que pululaban entre nosotros, allá, junto a los castaños y los robles.

Tu bordadura de luna asustaba a las arañas, que quedaban inmóviles; alhelí sobre alhelíes; lirio sobre lirios, lila de nieve. Por tus reflejos se perdía el rumbo de la escuela; llovías sobre las manos de mamá, que preparaba el desayuno, fuera, hacía los ramos ?con su gran traje de baile y capelina? hacía las ensaladas de celeste lechuga y diabólico ají, las grandes ensaladas verdes y granates, con las cuales crecimos, vimos pasar los años y las clases, las muertes y las bodas, la vida de los cielos y la tierra.



Poema A La Hora En Que Los Robles Se Cierran Dulcemente… de Marosa Di Giorgio



A la hora en que los robles se cierran dulcemente, y estoy en el hogar junto a las abuelas, las madres, las otras mujeres; y ellas hablan de años remotos, de cosas que ya parecen de polvo; y me da miedo, y me parece que esa noche sí va a venir el labriego maldito, el asesino, el ladrón que nos va a despojar de todo, y huyo hacia el jardín y ya están las animalejas de subtierra ?yo digo?, ellas tan hermosas, con sus caras lisas, de alabrtro, sus manos agudas, finas, casi humanas, a veces, hasta con anillos. Avanzan por senderos, diestramente.

Asaltan la violeta mejor, la que tiene un grano de sal, la celedonia que humea como una masita con miel, el canastillo de los huevos de mariposa ?oh, titilantes?.

Actúan con tanta certeza.

Una vez mi madre dio caza a una, la mató, la aderezó, la puso en mitad de la noche, de la cena, y ella conservaba una vida levísima, una muerte casi irreal; parecía huída de un banquete fúnebre, de la caja de un muerto maravilloso. La devorábamos y estaba como viva.

El anillo que yo ahora uso era de ella.



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