poemas vida obra o

Poema Ocurre A Veces de Juan Luis Panero



Ocurre a veces, en las calladas horas de la noche,
al filo mismo de la madrugada,
tras el telón caído de la euforia y del vino.

Unos ojos parpadean, se abren,
nos miran con su última transparencia
y un instante a nuestro lado
su doloroso transcurrir, su apretado paisaje de ternura
muestran, como un mendigo o un esclavo,
la humillada quietud de su tristeza.

Entonces, cuando no hay una sola palabra que decir,
con la avidez que lleva en sí lo fugitivo,
besar, unirse en la húmeda tibieza,
en empapada, áspero de arcilla de otra boca,
donde nada al fin y todo nos pertenece.

Después, igual que el viento
agitando fugaz unas cortinas
la claridad de la mañana nos muestra,
desvelar un instante en la memoria
aquello que una noche, una mirada,
la destruida posesión de unos labios, nos dio.

Lo que ahora ciego tropieza, resbala
por la gastada pared del corazón,
aferrándose terco hacia la muerte,
desplomándose sordo hacia el olvido.

«A través del tiempo» 1968



Poema Oración de Juan Gelman



Habítame, penétrame.
Sea tu sangre una con mi sangre.
Tu boca entre a mi boca.
Tu corazón agrande el mío hasta estallar.
Desgárrame.
Caigas entera en mis entrañas.
Anden tus manos en mis manos.
Tus pies caminen en mis pies, tus pies.
Árdeme, árdeme.
Cólmeme tu dulzura.
Báñeme tu saliva el paladar.
Estés en mí como está la madera en el palito.
Que ya no puedo así, con esta sed
quemándome.

Con esta sed quemándome.

La soledad, sus cuervos, sus perros, sus pedazos.



Poema Oración De Un Desocupado de Juan Gelman



Padre,
desde los cielos bájate, he olvidado
las oraciones que me enseñó la abuela,
pobrecita, ella reposa ahora,
no tiene que lavar, limpiar, no tiene
que preocuparse andando el día por la ropa,
no tiene que velar la noche, pena y pena,
rezar, pedirte cosas, rezongarte dulcemente.

Desde los cielos bájate, si estás, bájate entonces,
que me muero de hambre en esta esquina,
que no sé de qué sirve haber nacido,
que me miro las manos rechazadas,
que no hay trabajo, no hay,
bájate un poco, contempla
esto que soy, este zapato roto,
esta angustia, este estómago vacío,
esta ciudad sin pan para mis dientes, la fiebre
cavándome la carne,
este dormir así,
bajo la lluvia, castigado por el frío, perseguido
te digo que no entiendo, Padre, bájate,
tócame el alma, mírame
el corazón,!
yo no robé, no asesiné, fui niño
y en cambio me golpean y golpean,
te digo que no entiendo, Padre, bájate,
si estás, que busco
resignación en mí y no tengo y voy
a agarrarme la rabia y a afilarla
para pegar y voy
a gritar a sangre en cuello



Poema Ofelia de Juan Gelman



esta ofelia no es la prisionera de su propia voluntad
ella sigue a su cuerpo
espléndido como un golpe de vino en medio de los hombres
su cuerpo estilo renacimiento lleno de sol de Italia pasa por buenos
aires
ofelia yo en tus pechos fundaría ciudades y ciudades de besos
hermosas libres con su sombra a repartir con los amantes mundiales
ofelia por tus pechos pasa como un temblor de caballadas a medianoche
por Florencia
tus pechos altos duros come il palazzo vecchio
una tarde de verano de 1957
iba yo rodeado de tus pechos sin saberlo
era igual la delicia la turbación el miedo
las sombras empezaban a andar por las callejas con un olor
desconocido
algo como tus pechos después de haber amado
eras oscura ofelia para entonces y enormemente triste
una adivinación una catástrofe
un oleaje de olvido después de la ternura
una especie de culpa sin castigo
de furia en paz con su gran guerra
andabas por Florencia con tus pechos yendo y viniendo por sombras
con saudade de mí seguramente
tu hombro izquierdo digamos
lloraba a tus espaldas o largaba sus ansias lentas en el crepúsculo y
ellas venían a mi sangre
o eran un temblor como un presagio
gracias te sean dadas ojos míos
yo les beso las manos bésoles muy los pies
gracias narices muchas gracias oídos con que escucho
los ruidos
de la ofelia
antes apenas era una ciudad de Italia
sus tiros me llenaban de otra desgracia el corazón.

Colaboración poema con voz: Juan Daniel Perrotta



Poema Otra Vez de Juan Domingo Argüelles



Lo mejor del amor es la distancia
y el encuentro otra vez,
cuando ya nada tengo que decirte
y los dos recordamos
aquellos años que se han ido,
aquel tiempo feroz que temblaba en tus manos
y esa imagen de ayer
(recordarla es vivirla)
marcada para siempre en la memoria,
impresa a fuego vivo en el pasado.

Hoy por esos recuerdos puedes decir que existes.
Y si valió la pena haber vivido
es por ese temblor que regresa a tus manos,
la certeza de haberte equivocado,
el día que pudiste ser feliz
y algún largo silencio que nunca olvidas.

Estuviste tú allí,
bajo el sol y en las ruinas un mediodía;
contemplabas tú el cielo
y ella también el cielo…
Luego un silencio largo,
como un hondo suspiro,
y después el retorno:
verde veloz el auto en el camino.

Si por ello has sabido que no fue en vano
la existencia feroz y amorosa y temida
guardas como tesoros esas migajas
de un pan que no fue tuyo ni fue de ella,
de un pan que se quedó sobre la mesa
intacto, apetecible, sin siquiera un mordisco.

No obstante no dirás ni ella dirá
que no estuvieron cerca de su aroma.
El olfato probó
esa imposible, absurda felicidad
que de haber sido tuya
recuerdos no tendrías
ni la certeza
de que fuiste feliz y a un tiempo desdichado,
y al menos un motivo
movió tu mano para que escribieras
sin ira, sin rencor,
casi sereno,
leve como el amor que se detiene
para que lo contemples
otra vez.



Poema Otra Vez, Al Lector de Juan Domingo Argüelles



Tú me pedías poesía
como quien frutos desespera
del olmo viejo del camino.
Cada mañana amanecía
y el árbol peras no arrojaba.
Cuando vivir no es necesario
escribe el cerdo, lee el puerco
y se emocionan los marranos.
Escucha bien: no hay moraleja:
es otra voz la poesía.



Poema Oración De La Noche de Juan Domingo Argüelles



Otra vez para ella, la que sabe por qué

I

Ella, la más salaz,
sangra en la luna,
y sabe del honor de merecer
la gracia de los dioses
y el castigo
de ser mujer.

II

Ella, la más salaz,
bebe esta gracia
y goza el paraíso del infierno:
entre las llamas arde,
se consume,
y es esta condición,
desesperada,
la que nos une.

III

La limpia seducción
es una enfermedad,
y tú lo sabes.

La más limpia inclusive
es la más visceral,
y tú lo sabes…

IV

Ardemos hasta el punto
de la consumición,
y cuando ya el dolor
destruyó nuestros cuerpos,
ahí donde creemos
que ya no hay nada,
como un virus fatal
brota el deseo.

V

En la luz
del dolor
arde
una llama.

VI

Que el fuego del amor
por siempre nos devore.

Que el fuego del amor
nos ilumine
y nos condene.

VII

En la noche, tu nombre,
una flor encarnada,
abre su resplandor,
enardecido:
el cuarto se ilumina
y su fulgor
ciega mi entendimiento
y su sentido.

VIII

No sirven las palabras,
no funcionan
para decir aquello que sentimos.

¡Qué pésimo lenguaje, tartamudo!
(El de la poesía, incluso.)

La única elocuencia:
La de tu lengua.

IX

El paso hacia el amor
es sobre brasas,
y andas en llamas
y nada duele más:
El paso del amor
es sobre llamas.

X

Al igual que la carne,
yo era débil:
no opuse voluntad
a la pasión.

XI

Ella, la más salaz,
arde en las llamas
del deseo,
sin importar
su voluntad.

XII

¡Qué terrible destino el del instinto!
¡Qué terrible destino
en las frágiles ansias
del muy civilizado!
¡Qué delirante paradoja!
¡Y pensar que el hambriento
tan sólo piensa en devorar!

XIII

Mentira:
El centro de la dicha
no era miel;

no era miel sobre hojuelas:
ni siquiera era miel…

El centro de la dicha
era fuego y ardor;
ardor sin fin y llagas,
y el corazón te duele…
si tienes corazón…

El centro de la dicha
lo palpas dulcemente
pero su nombre es Brasa;
su signo, Intensidad.

XIV

Tu corazón está donde tu boca
lame, gusta, deshiela.

Lo demás no ha existido:
es tan sólo un pretexto
de la canción.

XV

Lo sabes, lo sabemos,
y a veces lo podemos balbucir:
la herida que te duele
y por la cual respiras
es una condición para vivir.

XVI

En tu corazón, guárdame,
en tu deseo más salaz,
y no hagas caso a las promesas.
El que promete,
nada da.
Todo lo que se cumple,
se da sin más.

XVII

No hay que confiarse
a la felicidad,
pues la felicidad
es un relámpago
en medio de la espesa oscuridad.

XVIII

Cuando la más salaz
se recuesta en mi pecho,
queda una quemadura
como recuerdo.

XIX

Arde el amor,
escuece, quema,
como un chorro de alcohol
en la herida profunda
que no cierra.

XX

Ella, la más salaz,
habita el más ardiente firmamento,
el que con tinta negra aquí trazó
la mano oscura del deseo.

El otro cielo,
ella lo llena con su luz,
ella lo baña con su fuego.



Poema Otra Vez Invoca de Juan De Mena



VI

E ya, pues, desrama de tus nuevas fuentes
en mí tu subçidio, inmortal Apolo;
aspira en mi boca por que pueda sólo
virtudes e viçios narrar de potentes.
A estos mis dichos mostradvos presentes,
o fijas de Tespis, con vuestro thesoro,
y con armonía de aquel dulçe choro
suplid cobijando mis inconvenientes.



Poema Oriental de Jose Zorrilla



Dueña de la negra toca,
la del morado monjil,
por un beso de tu boca
diera a Granada Boabdil.

Diera la lanza mejor
del Zenete más bizarro,
y con su fresco verdor
toda una orilla del Darro.

Diera la fiesta de toros,
y si fueran en sus manos,
con la zambra de los moros
el valor de los cristianos.

Diera alfombras orientales,
y armaduras y pebetes,
y diera… ¡que tanto vales!,
hasta cuarenta jinetes.

Porque tus ojos son bellos,
porque la luz de la aurora
sube al Oriente desde ellos,
y el mundo su lumbre dora.

Tus labios son un rubí,
partido por gala en dos…
Le arrancaron para ti
de la corona de Dios.

De tus labios, la sonrisa,
la paz de tu lengua mana…
leve, aérea, como brisa
de purpurina mañana.

¡Oh, qué hermosa nazarena
para un harén oriental,
suelta la negra melena
sobre el cuello de cristal,

en lecho de terciopelo,
entre una nube de aroma,
y envuelta en el blanco velo
de las hijas de Mahoma!

Ven a Córdoba, cristiana,
sultana serás allí,
y el sultán será, ¡oh sultana!,
un esclavo para ti.

Te dará tanta riqueza,
tanta gala tunecina,
que ha de juzgar tu belleza
para pagarle, mezquina.

Dueña de la negra toca,
por un beso de tu boca
diera un reino Boabdil;
y yo por ello, cristiana,
te diera de buena gana
mil cielos, si fueran mil.



Poema Ojo Dócil de José Miguel Ullán



*
Humo de la mirada, crimen cóncavo cuando el agua amanece.



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