poemas vida obra o

Poema Otoño de Manuel Machado



En el parque, yo solo…
Han cerrado
y, olvidado
en el parque viejo, solo
me han dejado.

La hoja seca,
vagamente,
indolente,
roza el suelo…
Nada sé,
nada quiero,
nada espero.
Nada…

Solo
en el parque me han dejado
olvidado,
…y han cerrado.



Poema Oriente de Manuel Machado



FLORES

A Ramón del Valle Inclán

Antonio, en los acentos de Cleopatra encantado,
la copa de oro olvida que está de néctar llena.
Y, creyente en los sueños que evoca la sirena,
toda en los ojos tiene su alma de soldado.

La reina, hoja tras hoja, deshojando sus flores,
en la copa de Antonio las deja dulcemente…
Y prosigue su cuento de batallas y amores,
aprendido en las magas tradiciones de Oriente…

Detiénese… Y Antonio ve su copa olvidada…
Mas pone ella la mano sobre el borde de oro,
y, sonriendo, lenta hacia sí la retira…

Después, siempre a los ojos del guerrero asomada,
sella sus gruesos labios con un beso sonoro…
Y da la copa a un siervo, que la bebe y expira…



Poema Ocaso de Manuel Machado



Era un suspiro lánguido y sonoro
la voz del mar aquella tarde… El día,
no queriendo morir, con garras de oro
de los acantilados se prendía.

Pero su seno el mar alzó potente,
y el sol, al fin, como en soberbio lecho,
hundió en las olas la dorada frente,
en una brasa cárdena deshecho.

Para mi pobre cuerpo dolorido,
para mi triste alma lacerada,
para mi yerto corazón herido,

para mi amarga vida fatigada…
¡el mar amado, el mar apetecido,
el mar, el mar y no pensar en nada!…



Poema Oasis de Manuel Machado



Sueña el león.
Junto a las tres palmeras
se amansa el sol. Existe
el agua. Y Dios deja un momento
que los pobres camellos se arrodillen…

Junto a las tres palmeras,
el árabe, tendido, al fin, sonríe
y suspira… Damasco
lejos aún le aguarda. Los confines
del horizonte brillan encendidos.
Un silencio terrible
llena el aire…En la arena
tiembla la sombra elástica de un tigre.



Poema Ocaso de Manuel Jose Othon



A un pintor

He aquí, pintor, tu espléndido paisaje:
un lago oscuro, ráfagas marinas
empapadas en tintas cremesinas
y en el azul profundo del celaje,

un tronco que columpia su ramaje
al soplo de las auras vespertinas,
y manchadas de verde las colinas
y de amarillo el fondo del boscaje;

un peñasco de líquenes cubierto;
una faja de tierra iluminada
por el último rayo del sol muerto;

y de la tarde al resplandor escaso,
una vela a lo lejos, anegada
en la divina calma del ocaso.



Poema Ondas Muertas de Manuel Gutierrez Najera



En la sombra debajo de tierra,
donde nunca llegó la mirada,
se deslizan en curso infinito
silenciosas corrientes de agua.

Las primeras, al fin, sorprendidas,
por el hierro de rocas taladra,
en inmenso penacho de espumas
hervorosas y límpidas saltan.

Mas las otras, en densa tiniebla,
retorciéndose siempre resbalan,
sin hallar la salida que buscan,
a perpetuo correr condenadas.

A la mar se encaminan los ríos,
y en su espejo movible de plata,
van copiando los astros del cielo
o los pálidos tintes del alba:

ellos tienen cendales de flores,
en su seno las ninfas se bañan,
fecundizan los fértiles valles,
y sus ondas son de agua que canta.

En la fuente de mármoles níveos,
juguetona y traviesa es el agua,
como niña que en regio palacio
sus collares de perlas desgrana;

ya cual flecha bruñida se eleva,
ya en abierto abanico se alza,
de diamantes salpica las hojas
o se duerme cantando en voz baja.

En el mar soberano las olas
los peñascos abruptos asaltan;
al moverse, la tierra conmueve
y el tumulto los cielos escalan.

Allí es vida y es fuerza invencible,
allí es reina colérica el agua,
como igual con los cielos combate
y con dioses monstruosos batalla.

¡Cuán distinta la negra corriente
a perpetua prisión condenada,
la que vive debajo de tierra
do ni yertos cadáveres bajan!

La que nunca la luz ha sentido,
la que nunca solloza ni canta,
esa muda que nadie conoce,
esa ciega que tiene esclava.

Como ella, de nadie sabidas,
como ella, de sombras cercadas,
sois vosotras también, las oscuras
silenciosas corrientes de mi alma.

¿Quién jamás conoció vuestro curso?
¡Nadie a veros benévolo baja!
Y muy hondo, muy hondo se extienden
vuestras olas cautivas que callan.

Y si paso os abrieran, saldríais,
como chorro bullente de agua,
que en columna rabiosa de espuma
sobre pinos y cedros se alza.

Pero nunca jamás, prisioneras,
sentiréis de la luz la mirada:
¡seguid siempre rodando en la sombra,
silenciosas corrientes del alma!



Poema Origen Del Rímac de Manuel Gonzalez Prada



I

El viejo Rey de la Costa
Atribulado camina,
Que desoló sus regiones
Interminable sequía.

Con su prole y sus mujeres,
Domeñando la fatiga,
Va de ardientes arenales
A nevadas serranías.

-«No los Andes trasmontemos,
Que en las nieves de sus cimas,
A mi pecho falta el aire,
Falta el calor a mi vida.

Hijos, abrid en las rocas
Profunda cueva sombría:
Quiero tener en su fondo
Mi sepulcro y mi guarida».

Desciende a cueva profunda
Y allá, del fondo, suspira:
-«Con peñasco inamovible
Emparedad la salida».

II

El viejo Rey de la Costa
Siglos de siglos habita,
Sin que el sueño de la muerte
Cierre nunca sus pupilas.

Y soterrado en las sombras,
Llora tanto noche y día,
Que el torrente de sus ojos
Por grietadas peñas filtra:

A las tristes pampas lleva
El torrente la alegría,
Lleva el agua que es la madre
Misteriosa de la vida.

Si la nieve del Invierno
Amortaja las colinas,
Merma el agua del torrente,
Que el antiguo Rey dormita.

Mas si el Sol de Primavera
Candentes rayos fulmina,
El antiguo Rey despierta
Llorando a lágrima viva.



Poema Origen Del Oro de Manuel Gonzalez Prada



Sacrifica el Rey anciano
Un llama negro y lustroso,
Y hacia los cielos eleva
El corazón y los ojos.

-A ti, Sol inmaculado,
Padre fecundo de todo,
A ti consagro la ofrenda
De mi culto fervoroso.

En vano tribus salvajes
Adoran sierpes y monstruos:
Yo mi único Dios te aclamo,
Yo te venero y te adoro.

-«Tú, que primero me adoras,
Dice el Sol, oh Rey devoto,
Padre serás de un Imperio
Rico, vasto y poderoso.

Si me ofreces negro llama,
Te doy inmenso tesoro,
Que hará tus hijos potentes,
Que hará tu Reino famoso».

Llora el Sol en larga vena,
Y tierras, lagos y arroyos
Beben con sed insaciable,
Que sus lágrimas son oro.



Poema Oda Escrita A La Piedra de Manuel Del Cabral



Hay algo mas que el viento buscando ser instinto,
algo más que la ola
que quiere andar de pie como la sangre.
Hay algo más que aquello que rezaba a las piedras,
suave como la muerte del cabello del indio,
simple como el secreto transparente del agua.

Hoy aquellos que fueron siempre mudos,
los que siempre llevaron en la sombra
la dignidad del loto que crece sobre el cieno,
se acercan a la tierra,
y echan voces por granos, como quien va regando
la conciencia.

Llegan horas que nacen para la alondra insigne.
La tierra tiene ahora la cualidad del ave.
Y el horizonte crece, crece en aquellas manos
que saquearon a sangre la esperanza.

Aquellas manos simples,
que traen en los filos de picas y hachas
el oro de las minas de los amaneceres.

Es la América inédita,
la que estaba en el tacto,
la que estaba en la carne,
como aquello que a veces se nos queda
en el vientre materno que se revienta en vida.

La América que un día se quedó entre los hombres
y creció entre sus manos como el río en el mar.

América también:
la que pinta de verde el aguacero,
la que suena en el fuerte como un tiro de paz,
la que muerde en la miga dura de tiempo el negro,
la que un poco se duerme tirada en una esquina
mientras la sangre antigua moja aun las espadas,
mientras todos los siglos caben en la garganta,
mientras el indio andino no conoce a Bolívar,
mientras por los caminos de los Andes las llamas
bajan a paso manso sin que lo sepa el mundo
una pequeña caja de pino en donde viene
tal vez no un niño muerto, sino el sueño profundo
de toda la montaña.

Ya la mañana viene sobre carretas pobres,
carretas que traen de lejos su catedral de fatiga.

Parece gente el aire que da contra la frente.
Viene la sangre niña como el agua primera.
Raíz de madrugada, canta el indio remoto.
La sonrisa se ha puesto de pie como una hazaña.
La mañana de ahora trae durezas de estatua.
Hoy la tierra que sube municipal es cósmica.
Nadie fundó la urbe… Fueron antiguas rocas
que crecieron a fuerza de pensar en las alas.
Hoy no lanza el hondero la piedra suelta al tiempo
sino que se levanta con ella misma el hombre.

Mientras pasa la muerte resucitando espadas.



Poema Oda de Manuel Acuna



Leída en la sesión que el Liceo Hidalgo celebró en honor de Doña Gertrudis Gómez de Avellaneda.

De los tres cielos que recorre el hombre
de la existencia en la medida impía,
cuando la gloria me enseñó tu nombre
yo estaba en el primero todavía.
La pena que del pecho
hasta el abismo lóbrego desciende,
y del cadáver de un amor deshecho
finge flotando en derredor del lecho
la aparición bellísima de un duende;
la sombra a cuyo peso aborrecido
muere el placer y el alma se acobarda,
tratando de evocar en el olvido
el recuerdo dulcísimo y querido
de los besos del ángel de la guarda;
todo eso que en la frente
deja un sello de luto y desconsuelo,
cuando en el alma pálida y doliente
no queda ni la fe. que es del creyente
la última golondrina que alza el vuelo,
todo eso que de noche
baja hasta el corazón como una sombra,
y que terrible y sin piedad ninguna,
sus ilusiones todas despedaza,
aún no era sobre el cielo de mi cuna,
ni la pálida nube que importuna
se levanta enseñando la amenaza.

Dichoso con la dulce indiferencia
del que al amor de su callado asilo
ha vivido a la luz de la inocencia,
acostumbrado a ver en la existencia
la imagen de un azul siempre tranquilo,
yo entonces ignoraba
que, más allá de aquel humilde techo
que sus caricias y su amor me daba,
clamando al cielo y suspirando en vano
desde el rincón sin luz de la vigilia,
hubiera en otro hogar una familia
de la que yo también era un hermano…

Mi amor no sospechaba que existiera
más ilusión, ni cariñoso exceso,
que la mirada dulce y hechicera
de la santa mujer que la primera
nos anuncia a la vida con un beso…
Y hasta que al ducle y mágico sonido
del arpa que temblaba entre tus manos,
dejé mi rama, abandoné mi nido
y te segué hasta ese árbol bendecido,
donde todos los nidos son hermanos,
fue cuando despertando de la calma
en que flotaba la existencia mía,
sentí asomar en lo íntimo de mi alma
algo como la luz de un nuevo día.

Tu voz fue la primera
que me habló en la dulzura de ese idioma
que canta como canta la paloma
y gime como gime la palmera…
las cuerdas de tu lira,
como la voz de la primera alondra
que llama a las demás y las despierta,
fueron las que al arrullo de tu acento
sonaron sobre mi alma estremecida,
como si siendo un pájaro la vida
quisieran despertarlo al sentimiento…

Tu nombre va ligado en mi cariño
con los recuerdos santos y amorosos
de mis tiempos de niño,
con los placeres dulces y sabrosos
de esa época sonriente,
en la que es cada instante una promesa
y en la que el ángel de la fe aún no besa
las primeras arrugas de la frente;
tu nombre es la memoria
del pueblo y del hogar adonde un día
fue a estremecerse el eco de tu gloria
y el trino arrullador de tu poesía;
la evocación de todo lo más santo
en medio de mis noches desmayadas,
que aún tiemblan a las dulces campanadas,
de aquellas horas en que amaba tanto…

Y así, cuando yo supe
que abandonada a tu dolor morías,
y que en tu muda y lánguida tristeza
renunciabas a ver junto a tu lecho,
quien, al rodar sin vida tu cabeza,
recogiera el laurel de tu grandeza
y el último sollozo de tu pecho;
cuando yo supe que en la huesa insana
te inclinabas por fin pálida y sola,
sin que el adiós de tu alma soberana
se enlutara la cítara cubana,
ni gimiera la cítara española;
al darte mis adioses, los adioses
de la eterna y postrera despedida,
sentí que algo de triste sollozaba
de mi dolor en el oscuro abismo,
y que tu sombra que flotaba arriba,
al extinguirse y al borrarse se iba
llevándose un pedazo de sí mismo,
y entonces al poder de los recuerdos,
borrando la distancia,
tendí mis alas hacia el nido blando
de los primeros sueños de la infancia;
llegué al rincón modesto
donde tus dulces páginas leía,
a la fe y al amor siempre dispuesto,
y allí de pie frente a la blanca cuna
donde en sus flores me envolvió el destino,
busqué en su fondo alguna
que aún no cerrara su oloroso broche,
y en él hallé dormida,
esta con la que el alma agradecida
viene a aromar las sombras de la noche.

Deuda en mi cariño
contraje desde niño con tu nombre,
esa flor es el cántico del niño
mezclada con las lágrimas del hombre;
esta flor es el fruto de aquel germen
que derramaste en mi niñez dichosa,
y que al rodar sobre la humilde fosa
donde tus restos duermen,
entre sus piedras ásperas se arraiga
recogiendo su jugo en tus cenizas,
y esperando en su cáliz a que caiga
la gota de los cielos que le traiga
la esencia y el amor de tus sonrisas.



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