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Poema En El Final Era El Verbo de Olga Orozco



Como si fueran sombras de sombras que se alejan las palabras,
humaredas errantes exhaladas por la boca del viento,
así se me dispersan, se me pierden de vista contra las puertas del silencio.
Son menos que las últimas borras de un color, que un suspiro en la hierba;
fantasmas que ni siquiera se asemejan al reflejo que fueron.
Entonces ¿no habrá nada que se mantenga en su lugar
nada que se confunda con su nombre desde la piel hasta los huesos?
Y yo que me cobijaba en las palabras como en los pliegues de la revelación
o que fundaba mundos de visiones sin fondo para sustituir los jardines
del edén
sobre las piedras del vocablo.
¿Y no he intentado acaso pronunciar hacia atrás
todos los alfabetos de la muerte?
¿No era ese tu triunfo en las tinieblas, poesía?
Cada palabra a imagen de otra luz, a semejanza de otro abismo,
cada una con su cortejo de constelaciones, con su nido de víboras,
pero dispuesta a tejer y a destejer desde su propio costado el universo
y a prescindir de mí hasta el último nudo.
Extensiones sin límites plegadas bajo el signo de un ala,
urdimbres como andrajos para dejar pasar el soplo
alucinante de los dioses,
reversos donde el misterio se desnuda,
donde arroja uno a uno los sucesivos velos, los sucesivos nombres,
sin alcanzar jamás el corazón cerrado de la rosa.
Yo velaba incrustada en el ardiente hielo, en la hoguera escarchada,
traduciendo relámpagos, desenhebrando dinastías de voces,
bajo un código tan indescifrable como el de las estrellas o el de las hormigas.
Miraba las palabras al trasluz.
Veía desfilar sus oscuras progenies hasta el final del verbo.
Quería descubrir a Dios por transparencia.



Poema En Donde La Memoria Es Una Torre En Llamas de Olga Orozco



No, ninguna caída logró trocarse en ruinas
porque yo alcé la torre con ascuas arrancadas de cada
infierno del corazón.
Tampoco ningún tiempo pronunció ningún nombre
con su boca de arena
porque de grada en grada un lenguaje de fuego los levantó
hasta el cielo.

Nadie se muere aquí.
Una criatura vela
envuelta entre sus plumas de ángel invulnerable
jugando con ayer convertido en mañana.

Vuelve a escarbar con un trozo de espejo los terrenos prohibidos,
la oscuridad sin nombre todavía,
para entregar a cada huésped la llave al rojo vivo que
abrirá cualquier puerta hacia este lado,
una consigna de sobreviviente
y las semillas de su eternidad
-un áspero alimento con un sabor a sed que nunca cesa-.

Nadie se pierde aquí.
A la entrada de cada laberinto
la adolescente aguarda con un ovillo sin fin entre las manos.
Otra vez del costado donde perdura el eco,
una vez más del lado que se abre como un faro hacia
la soledad,
hay un hilo que corre solamente desde siempre hasta nunca,
que ata con unos nudos invencibles las ligaduras de la separación.
Con ese mismo hilo tejía sus disfraces de araña la impostura
y el estrangulador, noche tras noche, preparaba su
lazo mejor para mañana.
Pero ella sonríe aún detrás de su cristal de azul melancolía
escribiendo sobre el vaho de la nuevas traiciones las
más viejas promesas
con un tizón ardiendo,
para que nadie pierda la señal,
para que a nadie borre ni siquiera el perdón.

Nadie sale de aquí.
Yo convierto los muros en ansiosas hogueras que alimento
con sal de la nostalgia,
con raíces roídas hasta el frío del alma por la intemperie y el destierro.
Yo cierro con mis ojos todas las cerraduras.
No hay grieta que se entreabra como en una sonrisa
para burlar la ley,
ni tierra que se parta en la vergüenza,
ni un portal de cenizas labrado por la cólera, el sueño
o el desdén.
Nada más que este asilo de paso hacia el final,
donde siempre es ahora en todas partes al sol de la vigilia,
donde los corredores guardan bajo sus alas de ladrones de adiós
a todo mensajero del destino,
donde las cámaras de las torturas se abren en una escena
de dicha o infortunio que ninguna distancia consigue restañar,
y por cada escalera se asciende una vez más hasta el fondo
de la misma condena.

Esta es la torre en llamas en medio de las torres fantasmas del invierno
que huelen a guarida de una sola estación,
a sótano cerrado sobre unas aguas quietas que nadie quiere abrir.
A veces sus emisarios vienen para trocar cada cautivo
ardiente por una sombra en vuelo.
Entonces oigo el coro de las apariciones.
Llaman áridamente igual que una campana sepultada.
Zumban como un enjambre elaborando para mi memoria
un ataúd de reina helada en el exilio.

Mis días en los otros ya no son nada más que una semilla seca,
un hilo roto,
la irrevocable momia del olvido.



Poema El Sello Personal de Olga Orozco



Estos son mis dos pies, mi error de nacimiento,
mi condena visible a volver a caer una vez más bajo las
(implacables ruedas del zodíaco,
si no logran volar.
No son bases del templo ni piedras del hogar.
Apenas si dos pies, anfibios, enigmáticos,
remotos como dos serafines mutilados por la desgarradura
(del camino.

Son mis pies para el paso,
paso a paso sobre todos los muertos,
remontando la muerte con punta y con talón,
cautivos en la jaula de esta noche que debo atravesar y corre
(junto a mí.

Pies sobre brasas, pies sobre cuchillos,
marcados por el hierro de los diez mandamientos:
dos mártires anónimos tenaces en partir,
dispuestos a golpear en las cerradas puertas del planeta
y a dejar su señal de polvo y obediencia como una huella más,
apenas descifrable entre los remolinos que barren el umbral.

Pies dueños de la tierra,
pies de horizonte que huye,
pulidos como joyas al aliento del sol y al roce del guijarro:
dos pródigos radiantes royendo mi porvenir en los huesos del presente,
dispersando al pasar los rastros de ese reino prometido
que cambia de lugar y se escurre debajo de la hierba a
(medida que avanzo.
¡Qué instrumentos ineptos para salir y para entrar!
Y ninguna evidencia, ningún sello de predestinación bajo mis pies,
después de tantos viajes a la misma frontera.
Nada más que este abismo entre los dos,
esta ausencia inminente que me arrebata siempre hacia adelante,
y este soplo de encuentro y desencuentro sobre cada pisada.
¡Condición prodigiosa y miserable!
He caído en la trampa de estos pies
como un rehén del cielo o del infierno que se interroga en vano
(por su especie,
que no entiende sus huesos ni su piel,
ni esta perseverancia de coleóptero solo,
ni este tam-tam con que se le convoca a un eterno retorno.
¿Y adónde va este ser inmenso, legendario, increíble,
que despliega su vivo laberinto como una pesadilla,
aquí, todavía de pie,
sobre dos fugitivos delirios de la espuma, debajo del diluvio?



Poema El Retoque Final de Olga Orozco



Es este aquel que amabas.
A este rostro falaz que burla su modelo en la leyenda,
a estos ojos innobles que miden la ventaja de haber volcado
(a ciegas tu destino,
a estas manos mezquinas que apuestan a pura tierra su ganancia,
consagraste los años del pesar y de la espera.
Ésta es la imagen real que provocó los bellos espejismos de la ausencia:
corredores sedosos encandilados por la repetición del eco,
por las sucesivas efigies del error;
desvanes hasta el cielo, subsuelos hacia el recuperado paraíso,
cuartos a la deriva, cuartos como de plumas y diamante
en los que te probabas cada noche los soles y las lluvias de tu
(siempre jamás,
mientras él sonreía, extrañamente inmóvil, absorto en el abrazo
(de la perduración.
Él estaba en lo alto de cualquier escalera,
él salía por todas las ventanas para el vuelo nupcial,
él te llamaba por tu verdadero nombre.

Construcciones en vilo,
sostenidas apenas por el temblor de un beso en la memoria,
por esas vibraciones con que vuelve un adiós;
cárceles de la dicha, cárceles insensatas que el mismo Piranesi
(envidiaría.
Basta un soplo de arena, un encuentro de lazos desatados,
una palabra fría como la lija y la sospecha,
y esa urdimbre de lámpara y vapor se desmorona con un crujido de alas,
se disuelve como templo de miel, como pirámide de nieve.
Dulzuras para moscas, ruinas para el enjambre de la profanación.
Querrías incendiar los fantasiosos depósitos de ayer,
romper las maquinarias con que fraguó el recuerdo las trampas
(para hoy,
el inútil y pérfido disfraz para mañana.
o querrías más bien no haber mirado nunca el alevoso rostro,
no haber visto jamás al que no fue.
Porque sabes que al final de los últimos fulgores, de las últimas nieblas,
habrá de desplegarse, voraz como una plaga, otra vez todavía,
la inevitable cinta de toda tu existencia.
Él pasará otra vez en esa ráfaga de veloces visiones, de días
(migratorios;
él, con su rostro de antaño, con tu historia inconclusa,
con el amor saqueado bajo la insoportable piel de la mentira,
bajo esta quemadura.



Poema El Obstáculo de Olga Orozco



Es angosta la puerta
y acaso la custodien negros perros hambrientos y
guardias como perros,
por más que no se vea sino el espacio alado,
tal vez la muestra en blanco de una vertiginosa dentellada.
Es estrecha e incierta y me corta el camino que promete
con cada bienvenida,
con cada centelleo de la anunciación.
No consigo pasar.
Dejaremos para otra vez las grandes migraciones,
el profuso equipaje del insomnio, mi denodada escolta
de luz en las tinieblas.
Es difícil nacer al otro lado con toda la marejada
en su favor.
Tampoco logro entrar aunque reduzca mi séquito al silencio,
a unos pocos misterios, a un memorial de amor, a mis
peores estrellas.
No cabe ni mi sombra entre cada embestida y la pared.
Inútil insistir mientras lleve conmigo mi envoltorio de
posesiones transparentes,
este insoluble miedo, aquel fulgor que fue un jardín
debajo de la escarcha.
No hay lugar para un alma replegada, para un cuerpo encogido,
ni siquiera comrimiendo sus lazos hasta la más extrema ofuscación,
recortando las nubes al tamñao de aglún ínfimo sueño
perdido en el desván.
No puedo trasponer esta abertura con lo poco que soy.
Son superfluas las manos y excesivos los pies para esta brecha esquiva.
Siempre sobra un costado como un brazo de mar o el eco
que se prolonga porque sí,
cuando no estorba un borde igual que un ornamento
sin brillo y sin sentido,
o sobresale, inquieta, la nostalgia de un ala.
No llegaré jamás al otro lado.



Poema Día Para No Estar de Olga Orozco



Vete, día maldito;
guarda bajo tus párpados de yeso la mirada de lobo
que me olvida mejor;
camina sobre mí con tu paso salvaje, simulando un
desierto entre el hambre y la sed,
para que todos crean que no estoy,
que soy una señal de adiós sobre las piedras;
cierra de para en par, lejos de mí, tus fauces sin crueldad
y sin misericordia,
como si fuera ya la invulnerable,
aquella que sin pena puede probarse ya los gestos de
los otros;
y tiéndete a dormir, bajo la ciega lona de los siglos,
el sueño en que me arrojas desde ayer a mañana:
esta escarcha que corre por mi cara.
Aun así, he de llegar contigo.
Aun así, has de resucitar conmigo entre los muertos.



Poema Detrás De Aquella Puerta de Olga Orozco



En algún lugar del gran muro inconcluso está la puerta,
aquella que no abriste
y que arroja su sombra de guardiana implacable en el
revés de todo tu destino.
Es tan sólo una puerta clausurada en nombre del azar,
pero tiene el color de la inclemencia
y semeja una lápida donde se inscribe a cada paso lo
imposible.
Acaso ahora cruja con una melodía incomparable
contra el oído de tu ayer,
acaso resplandezca como un ídolo de oro bruñido
por las cenizas del adiós,
acaso cada noche esté a punto de abrirse en la pared
final del mismo sueño
y midas su poder contra tus ligaduras como un desdichado
Ulises.
Es tan sólo un engaño,
una fabulación del viento entre los intersticios de una
historia baldía,
refracciones falaces que surgen del olvido cuando lo
roza la nostalgia.
Esa puerta no se abre hacia ningún retorno;
no guarda ningún molde intacto bajo el pálido rayo
de la ausencia.
No regreses entonces como quien al final de un viaje
erróneo
-cada etapa un espejo equivocado que te sustrajo
el mundo-
descubriera el lugar donde perdió la llave y trocó por
un nombre confuso la consigna.
¿Acaso cada paso que diste no cambió, como en un
ajedrez,
la relación secreta de las piezas que trazaron el mapa
de toda partida?
No te acerques entonces con tu ofrenda de tierras arra-
sadas,
con tu cofre de brasas convertidas en piedras de expia-
ción;
no transformes tus otros precarios paraísos en páramos
y exilios,
porque también, también serán un día el muro y la año-
ranza.
Esa puerta es sentencia de plomo; no es pregunta.
Si consigues pasar,
encontrarás detrás, una tras otra, las puertas que
elegiste.



Poema Después De Los Días de Olga Orozco



Será cuando el misterio de la sombra,
piadosa madre de mi cuerpo, haya pasado;
cuando las angustiadas palomas, mis amigas, no repitan
por mí su vuelo funerario;
cuando el último brillo de mi boca se apague duramente,
sin orgullo;
mucho después del llanto de la muerte.

No acabarás entonces,
mitad de mi vida fatigada de cantar lo terrestre.
Nadie podrá mirarte con esa misma pena que se tiene
al mirar un pálido arenal interminable,
porque tú volverás, ¡oh corazón amante del recuerdo!,
a las tristes planicies.

Serás el mismo viento tormentoso de agosto,
huracanado y redentor como la plegaria de un tiempo
arrepentido;
serás, cuando la noche, esa visión luciente que responde
en la niebla
a una señal de oscuro desamparo;
tu voz tendrá un sonido humilde y temeroso
porque será el rumor doliente de los cercos
que guardaron tu infancia,
al desmoronarse;
y tu color será el color del aire, dulcemente amarillo,
que las hojas de otoño desvanecen para sobrevivir.

Detrás de las paredes que limitan los sueños
estarán todavía los hombres,
prisioneros de sus mismos semblantes;
aquéllos, los marchitos,
los que dicen adiós con su mirada única,
a cada nuevo paso del sombrío cortejo de su sangre,
mientras van consumiendo su destino de arena porque
su cielo cabe en una lágrima.

No te detengas, no, glorioso mediodía de mis huesos.
Ellos ven en el polvo un letárgico olvido tan largo
como el mundo,
y tú sabes, cuerpo mío dichoso desde el tiempo,
que no en vano mecieron tu corazón las lentas primaveras,
que tu pecho está unido a ese incesante aliento que
reconoce en él una guarida
que será necesario morir para vivir el canto glorioso
de la tierra.



Poema Desdoblamiento En Máscara De Todos de Olga Orozco



Lejos,
de corazón en corazón,
más allá de la copa de niebla que me aspira desde el fondo
del vértigo,
siento el redoble con que me convocan a la tierra de nadie.
(¿Quién se levanta en mí?
¿Quién se alza del sitial de su agonía, de su estera de zarzas,
y camina con la memoria de mi pie?)
Dejo mi cuerpo a solas igual que una armadura de intemperie
hacia adentro
y depongo mi nombre como un arma que solamente hiere.
(¿Dónde salgo a mi encuentro
con el arrobamiento de la luna contra el cristal
de todos los albergues?)

Abro con otras manos la entrada del sendero que no sé adónde da
y avanzo con la noche de los desconocidos.
(¿Dónde llevaba el día mi señal,
pálida en su aislamiento
la huella de una insignia que mi pobre victoria arrebataba al tiempo?)
Miro desde otros ojos esta pared de brumas
en donde cada uno ha marcado con sangre el jeroglífico de su soledad,
y suelta sus amarras y se va en un adiós de velero fantasma
hacia el naufragio.
(¿No había en otra parte, lejos, en otro tiempo,
una tierra extranjera,
una raza de todos menos uno, que se llamó la raza de los otros,
un lenguaje de ciegos que ascendía en zumbidos y en
burbujas hasta la sorda noche?)
Desde adentro de todos no hay más que una morada
bajo un friso de máscaras;
desde adentro de todos hay una sola efigie que fue
inscrita en el revés del alma;
desde adentro de todos cada historia sucede en todas partes:
no hay muerte que no mate,
no hay nacimiento ajeno ni amor deshabitado.
(¿No éramos el rehén de una caída,
una lluvia de piedras desprendida del cielo,
un reguero de insectos tratando de cruzar la hoguera del castigo?)
Cualquier hombre es la versión en sombras de un
Gran Rey herido en su costado.
Despierto en cada sueño con el sueño con que Alguien
sueña al mundo.
Es víspera de Dios.
Está uniendo en nosotros sus pedazos.



Poema Densos Velos Te Cubren, Poesía de Olga Orozco



No es en este volcán que hay debajo de mi lengua falaz

donde te busco,

ni es esta espuma azul que hierve y cristaliza en mi

cabeza,

sino en esas regiones que cambian de lugar cuando se

nombran,

como el secreto yo

y las indescifrables colonias de otro mundo.

Noches y días con los ojos abiertos bajo el insoportable

parpadeo del sol,

atisbando en el cielo una señal,

la sombra de un eclipse fulgurante sobre el rostro del

tiempo,

una fisura blanca como un tajo de Dios en la muralla del

planeta.

Algo con que alumbrar las sílabas dispersas de un código

perdido

Para poder leer en estas piedras mi costado invisible.

Pero ningún pentecostés de alas ardientes desciende

sobre mí.

¡Variaciones del humo,

retazos de tinieblas con máscaras de plomo,

meteoros innominados que me sustraen la visión entre

un batir de puertas!

Noches y días fortificada en la clausura de esta piel,

escarbando en la sangre como un topo,

removiendo en los huesos las fundaciones y las lápidas,

en busca de un indicio como de un talismán que me

revierta la división y la caída.

¿Dónde fue sepultada la semilla de mi pequeño verbo

aún sin formular?

¿En que Delfos perdido en la corriente

suben como el vapor las voces desasidas que reclaman

mi voz para manifestarse?

¿Y cómo asir el signo a la deriva

-ese y no cualquier otro-

en que debe encarnar cada fragmento de este inmenso

silencio?

No hay respuesta que estalle como una constelación

entre harapos nocturnos,

¡Apenas si fantasmas insondables de las profundidades,

territorios que comunican con pantanos,

astillas de palabras y guijarros que se disuelven en la

insoluble nada!

Sin embargo

ahora mismo

o alguna vez

no sé

quién sabe

puede ser

a través de las dobles espesuras que cierran la salida

o acaso suspendida por un error de siglos en la red del

instante

creí verte surgir como una isla

quizás como una barca entre las nubes o un castillo en

en el alguien canta

o una gruta que avanza tormentosa con todos los

sobrenaturales fuegos encendidos.

¡Ah las manos cortadas,

los ojos que encandilan y el oído que atruena!

¡Un puñado de polvo, mis vocablos!



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