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Poema En Invierno, La Lluvia Dulce En Los Parabrisas de Pere Gimferrer



En invierno, la lluvia dulce en los parabrisas, las carreteras
brillando hacia el océano,
la viajera de los guantes rosa, oh mi desfallecido corazón, clavel
en la solapa del smoking,
muerto bajo el aullido de la noche insaciable, los lotos en la niebla,
el erizo de mar al fondo del armario,
el viento que recorre los pasillos y no se cansa de pronunciar
tu nombre.

Ella venía por la acera, desde el destello azul de Central Park.
¡Cómo me dolía el pecho sólo con verla pasar!
Sonrisa de azucena, o jos de garza, mi amor,
entre el humo del snack te veía pasar yo.
¡Oh música, oh juventud, oh bullicioso champán!
(Y tu cuerpo como un blanco ramillete de azahar…)

Los jardines del barrio residencial, rodeados de verjas,
silenciosos, dorados, esperan.
Con el viento que agita los visillos viene un suspiro de
sirenas nevadas.

Todas las noches, en el snack,
mis ojos febrües la vieron pasar.
Todo el inviemo que pasé en New York
mis ojos la buscaban entre nieve y neón.

Las oficinas de los aeropuertos, con sus luces de clínica.
El paraíso, los labios pintados, las uñas pintadas, la sonrisa,
las rubias platino, los escotes, el mar verde y oscuro.
Una espada en la helada tiniebla, un jazmín detenido
en el tiempo.
Así llega, como un áncora descendiendo entre luminosos
arrecifes,
la muerte.

Se empañaban los cristales con el frío de New York.
¡Patinando en Central Park sería un cisne mi amor!

Los asesinos llevan zapatos de charol. Fuman rubio, sonríen.
Disparan.
La orquesta tiene un saxo, un batería, un pianista. Los cantantes.
Hay un número de strip-tease y un prestidigitador.
Aquella noche llovía al salir. El cielo era de cobre y luz
magnética.



Poema Yo, Que Fundé Todos Mis Deseos de Pere Gimferrer



Yo, que fundé todos mis deseos
bajo especies de eternidad,
veo alargarse al sol mi sombra en julio
sobre el paseo de cristal y plata
mientras en una bocanada ardiente
la muerte ocupa un puesto bajo los parasoles.
Mimbre, bebidas de colores vivos, luces oxigenadas, que chorrean despacio,
bañando en un oscuro esplendor las espaldas, acariciando
con fulgor de hierro blanco
unos hombros desnudos, unos ojos eléctricos, la dorada caída
de una mano en el aire sigiloso,
el resplandor de una cabellera desplomándose entre música suave y luces indirectas,
todas las sombras de mi juventud, en una usual figuración poética.
A veces, en las tardes de tormenta, una araña rojiza se posa en los cristales
y por sus ojos miran fijamente los bosques embrujados.
¡Salas de adentro, mágicas
para los silenciosos guardianes de ébano, felinos y nocturnos como senegaleses,
cuyos pasos no suenan casi en mi corazón!
No despertar de noche el sueño plateado de los mirlos.
Así son estas horas de juventud, pálidas como ondinas o heroínas de ópera,
tan frágiles que mueren no con vivir, no: sólo con soñar.
En su vaina de oscuro terciopelo duerme el príncipe.
Abandonados rizos en la mano se enlazan. Las pestañas caídas
hondamente han velado los ojos
como una gota de charol y amianto. La tibieza escondida de los muslos
desliza su suspiro de halcón agonizante.
El pecho alienta como un arpa deshojada en invierno;
bajo el jersey azul se para suave el corazón.
Ojos que amo, dulces hoces de hierro y fuego,
rosas de incandescente carnación delicada, fulgores de magnesio
que sorprendéis mi sombra en los bares nocturnos o saliendo del cine,
¡salvad mi corazón en agonía bajo la luz pesada y densa de los focos!
Como una fina lámina de acero cae la noche.
Es la hora en que el aire desordena las sillas, agita los cubiertos,
tintinea en los vasos, quiebra alguno, besa, vuelve, suspira y de pronto
destroza a un hombre contra la pared, en un sordo chasquido resonante.
Bésame entre la niebla, mi amor. Se ha puesto fría
la noche en unas horas. Es un claro de luna borroso y húmedo
como en una antigua película de amor y espionaje.
Déjame guardar una estrella de mar entre las manos.
Qué piel tan delicada rasgarás con tus dientes. Muerte, qué labios,
qué respiración, qué pecho dulce y mórbido ahogas.

«La muerte en Beverly Hills» 1968



Poema Unidad de Pere Gimferrer



A María José y Octavio Paz

Dictado por el ocaso,
por el aire oscuro, se abre el círculo
y lo habitamos: transiciones, espacio
intermedio. No el lugar
de la revelación, sino el lugar
del reencuentro. La espada
que divide la luz.
Del ojo a la mirada,
la claridad eterna, el país de los sonidos,
la campana que encierra la visión terrestre
como el ojo inexorable de la forma floral
fija el fuego de un carbunclo. Este ojo
¿ve a mi ojo? Es un espejo de flamas
el ojo que ahora me ve. Con sonido de poleas,
los ejes de la noche. Desarbolada,
naufraga la oscuridad y, a tientas,
el sol conoce a la noche.



Poema Una Sola Nota Musical Para Holderin de Pere Gimferrer



Si pierdo la memoria, qué pureza.
En la azul crestería la tarde se demora,
retiene su oro en mallas lejanísimas,
cuela la luz por un resquicio último, se extiende
y me delata
como un arco que tiembla sobre el aire encendido.
¿Que esperaba el silencio? Príncipes de la tarde,
¿qué palacios
holló mi pie, que nubes o arrecifes, qué estrellado país?
Duró más que nosotros aquella rosa muerta.
Qué dulce es al oído el rumor con que giran los planetas
del agua.



Poema Transfiguración de Pere Gimferrer



El animal muere en los límites de un país conocido
y allí los ojos se le abren: parece que esta nieve
-el silencio, más oscuro en los abetos- y el animal escucha
la significación de los árboles. El animal es un mundo
y sus costumbres discurren en el ámbito natural:
es opaco, transparente ya la vez denso- helado
o soplado el cristal: se trataba del cuerpo,
su olor más acre, cómo respira, los silencios,
lo que tenemos en los brazos, la palpitación intensa
de la que nunca se habla, el secreto de la piel
que no se entrega del todo, el vaho, lo tibio:
el animal acaso acepta el sentido de la vida,
como esta luz en los bosques expirantes
-y el animal, en el límite, y jadeante aún,
las escarchas de invierno-.
Los ojos, muy empañados, apenas ven
más que un verdor muy lejano y difuso,
como un puñado de nieve que nos arrojaran al rostro:
para el animal es dulce sentir ese frío -como cuando, durmiendo, responde
a un movimiento leve, sólo un estremecimiento,
y le palmeamos la espalda, y el animal se mueve,
y quién dirá que aquella cosa tibia nos pertenece,
porque es como si el mundo físico nos perteneciera: cuando muere,
el animal no conoce ni la idea de cambio:
estaba en el mundo y permanece en él. No, nunca puede sentir
como cosa a él ajena al aire helado de invierno
y los copos de nieve caduca en el esgrafiado de abetos:
es como volver al propio país -aunque muy difuso,
lo que ahoga el corazón, la nostalgia del cierzo, el viento, las viejas fábulas,
la llamada de una urraca en los bosques solitarios,
el silencio, las viejas escopetas de caza,
las nieblas en el pantano, los aguaceros de otoño,
un seco sonido de revólveres entre el pajar y la madera,
las tijeras hundidas en el pecho de una sola punzada.
Nunca hombre alguno piensa en la muerte tal como la ven,
los ojos del animal: una oscuridad azul,
los ojos del lobo, las aguas, y, ascendiendo como neblina,
temblorosas fresas en las manos: es la serenidad
de lo que morirá, y también su espasmo,
como cuando un animal buscaba el cuerpo de otro,
cuando se encuentran dos cuerpos, el pasado en los calderos,
como campana de bronce o quemado encinar,
con rumor de difuntos y raídos ropajes,
el badajo que convoca por la noche a las lechuzas,
una hoz en las gavillas de trigo y paja seca.
Y los dos cuerpos se recogen para dormir; cada uno siente el jadeo del otro;
acércate más, acércate más
-el invierno
cerrará las transiciones de los seres naturales,
sin serenidad sin esperanzas, sin
desesperación, sin amor, ni dolor, más allá
de la memoria, del cansancio: sólo
estos dos cuerpos mueren en la oscura fusión
de los metales y la nieve -y la mortaja es de oro.



Poema Si Sientes Que Te Llama El Abismo Del Cielo de Pere Gimferrer



Si sientes que te llama el abismo del cielo,
con un grito de abismo, si te aspira
a lo alto, a lo hondo, donde más se oscurece
la melena de nieve de los astros
o el escamoso hielo de la noche,
o si, con voz más ruda aún, te llamas tú mismo
y no puedes dejar de oir tu grito, áspero
como al oído pálido de un sordo,
o insidioso y desnudo como un agua
que con un resplandor de hacha hiere la luna:
si te llamas al centro de ti mismo, si sientes
que todo aquel llamarte es encontrar un centro
y tú mismo apareces en tu nudo de luz;
si te llaman desde dentro de ti, cuando te mires
¿verás el sueño que soñé yo anoche?
No es ver exactamente, porque no lo veía,
sino que más bien yo era mi sueño.
No era que me viese a mí mismo; era ser
algo que existía y era yo.
Porque el tema de las apariciones
es el tema del yo. Pero esa vez
no vi ninguna identidad concreta:
no se me apareció ninguna imagen.
No hubo desdoblamiento ni hubo mirada. Era
el negativo de la vida, estado nulo,
el silencio del río despoblado de agua,
la claridad de un cielo que desviste su azul
y es cielo aún: fulgores invisibles,
que siento en un vacío de visibilidad.
Así el lecho de Un río: tierra, piedra, reposo,
sequedad devastada, rama, verde rencor
que desertó del mundo vegetal, humedades
bebidas por el yermo. Mirad, la luz rebota
y todo son peñascos, polvareda famélica:
pero ahí vive el agua. Es una ausencia,
violenta como el sol, que nunca fluye
petrificada, un hierro que se incrusta en lo inmóvil,
agua ya liberada de ser agua, pesando
en el lecho del río. Como el rumor de un agua
que no pasa en el lecho de este río agostado.

«Apariciones y otros poemas» 1982



Poema Rondó de Pere Gimferrer



Quisiera tener un revólver para escuchar solamente
el sonido de la sangre, y saber que no moriré:
que el chasquido de las cápsulas o el fogonazo sulfúreo,
como guardado por ángeles, no arrasarán mi jardín.
Qué claridad de relámpagos cuando mis ojos se cierran.
Tan cercanas las imágenes del amor, aquí, en mi pecho,
como canto de sirenas o recuerdos de niñez.
Con paso quedo, despacio: no despertéis a las rosas.
El momento de la lluvia tras los cristales velados,
y el momento en que se escuchan tu mirada y tu sonrisa,
y el momento en que tu voz descubre cielo y planetas,
y el momento en que tu piel gime un fulgor susurrante,
y el momento en que tus labios, y tus ojos, y la lluvia…
Quisiera tener un revólver para escuchar solamente
el sonido de la sangre, y saber que no moriré.

«Extraña fruta y otros poemas» 1968 – 1969



Poema Retornos de Pere Gimferrer



…Y aquel antiguo amor me vuelve, aquel
en tarde más propicias esparcido a voleo,
cuando regía el alto designio del otoño
la parábola azul de los vencejos.
Oh gentes del mercado, de las rúas umbrosas,
del soportal angosto, de la noria, del puerto,
¿quién os dijo mi nombre?, ¿en qué gris baraúnda
se blasfemó de mí sin yo saberlo?
Callad si es vuestro gusto. No os conozco.
Me sellaré los ojos con cemento.
Mas escuchad: palabras de justicia,
palabras de verdad para vosotros tengo.
Harto camino recorrí callándolas.
Ya padecí sobrados contratiempos.
Es llegada la hora del heraldo,
del que difunde nuevas en el viento.
Es llegada la hora de abrir ojos y oídos.
El segador ya tiene en sus manos el bieldo.
Sí, seréis aventados. Sí, seréis aventados.
Desnudo estará el mundo como un estéril cerro.
Os anuncio el adviento de la noche.
¡De nuevas de verdad soy mensajero!

…Las hogueras consagran el patrullar nocturno,
la sibilina ronda de la muerte en acecho.
La más antigua máscara trenza y destrenza el baile.
Sobre el estuco pesa la sombra de un murciélago.
¿Y quién recuerda ahora los augurios?
¿Y quién sabe a qué vino el mensajero?
¿Y de quién son los pasos que ahora suenan
y abren todas las puertas, como un aire siniestro?
Yo nada sé. Yo vine. Mis palabras
se me dictaron hace mucho tiempo.

A uña de caballo, desvivido,
la nueva trasmití de pueblo en pueblo.
Yo sembré la amenaza en cada hombre.
De alarmas inflamé a cuantos me vieron.
Que nadie me escuchó, que fueron todos,
que unos sí y otros no, que esto y aquello,
¿qué se me da, ni a qué traerla ahora
a discusión, jamás tan a destiempo?
Si ya todos se van sin esperarme,
si ensillan, si se calan los sombreros,
si espolean con saña, si ya casi
dejan atrás los límites del pueblo,
si ya ríen de mí, tan rezagado,
si no hay nadie conmigo, si en el cielo,
como en aquel otoño de mi gloria,
sólo queda el clamor de los vencejos…



Poema Recuento de Pere Gimferrer



Ensayos he escrito desvaídos borradores esbozos
a la luz de una lámpara
apenas un valor decorativo
como figuras pintadas en la pantalla de una lámpara
piscinas con cisnes de plástico
me muerdo los labios y una gota de sangre vacila
besar al leproso
horror de los contrarios la caverna plutónica el vendaval sulfúreo
el otoño como un órgano profundo en las catedrales del agua
vivo de imágenes son mi propia sangre
la sangre es mi idioma ciego en la luz del planeta
buceando en la tiniebla con rifle submarino
un arpón oh sombras de delfines en mi vida
oh sombras de delfines
van y vienen en la verdosa oscuridad
cuánto quise decir que mis versos no dicen
cuánto mis versos dicen que yo no sabría decir
como una máquina tragaperras en Las Vegas o Phoenix City
y el fullero de smoking sale a una luz de carrusel
Cuando envejezca pensaré en mis versos
como en esas inacabadas historias de familia
con cenas y despachos y salones
las sonrisas de mis primas muertas hace tantos años
envejecidas como un vestido de encaje apolillado
una muñeca abandonada en los desvanes
la sonrisa de una muñeca
sus ojos como canicas o vidrios de colores
como canicas o vidrios de colores mis versos
pero todo adquirirá otra luz una nueva perspectiva
como la sala en penumbra desde una cabina de proyección
las sombras plateadas de los mares del Sur
con guirnaldas de flores las canoas en el Pacífico
este azul tan intenso que por las noches fosforece
versos fosforescentes en la noche
emitiendo señales de radio bajo las aguas como un submarino perdido
el Scorpion de la VI Flota ante los cabos de Virginia
Norteamérica un nido de escorpiones
no regresan sus señales de radio se pierden en la noche
se hunden en la pesada oscuridad de las olas
emitiendo mis versos
ya desde la vejez versos de veinte años
con palabras de entonces que se han vuelto románticas
como automóviles de principios de siglo
charolados y oscuros y encendidos
mis versos
como en el teatro Kabuki o en una obra griega
maquillajes y máscaras siempre máscaras
Personae dijo Pound
amarillos y azules y encarnados
colores vivos de instantánea Kodak
algunos no regresan se han ido las imágenes
mariposa en cenizas
otros aún fosforecen sobre la noche de los rascacielos
regresan como muchachos heridos en la ciénaga
pólvora y ojos verdes
un guerrillero bajo las estrellas metálicas
fuego de granadas Primavera
mis ojos han visto la hoguera de Savonarola
la muerte de Ernesto Guevara
y como Sandro Botticelli la fría luz de una plaza desnuda
edificios vacíos como un esbozo de arquitecto
Los milagros de san Zenobio pintado hacia 1500
ya no tenía fe
se desvanece el verde sombrío de las hojas y las diáfanas cabelleras de oro
sirenas de ambulancias vienen de Luna Park
aúllan en la noche
y a lo lejos la rueda luminosa
música toboganes laberintos
la lluvia en Luna Park y el frío de la Morgue y los recuerdos



Poema Pequeño Y Triste Petirrojo de Pere Gimferrer



Oscar Wilde llevaba
una gardenia en el pico.
Color gris, color malva en las piedras y el rostro,
más azul pedernal en los ojos, más hiedra
en las uñas patricias, ebonita en las ingles de los faunos.
No salgáis al jardín: llueve, y las patas
de los leones arañan la tela metálica del zoo.
Isabel murió, y estaba pálida,
una noche como ésta.
Hay orden de llorar sobre el bramido estéril de los acantilados.
Un violín dormirá? Unas camelias?
Y aquel pijama rosa en pie bajo la lluvia.



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