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Poema El Mismo Nombre de Ricardo Dávila Díaz Flores



Tanto tiempo buscándola y ella estaba aquí,
en mis ojos cerrados,
en la noche sola;
aquí,
detrás de lo visible,
en la edad antigua de la niebla.
La amé ese día por toda la eternidad.
Yo llevaba un ramo de palabras cuando caminé hacia ella.
-No las pondré en agua -me dijo-, ni he de secarlas para el recuerdo. Se morirán cuando las toque el aire.

Nos vestimos con fuego
y levantamos nuestros cuerpos con el viento.
– Te haré un vestido de tierra -le dije-,
con la humedad del mar lo zurciré y con la piel de cielo.
– Aquí no existen las palabras ?insistió-.
– ¿Y en dónde sí?-le pregunté-.
– Allá, en la mentira.
La amé ese día, todo el día,
en la niebla, en la nada.

Quise hablar,
en verdad deseaba curar mi voz en su alma.

– Silencio- me dijo-, en mis ojos están todas las cartas de amor que se han escrito sobre la tierra.

La amé ese día,
y era mía como la vida misma,
pero me atreví a preguntarle su nombre.
-¿Eres mío, y no sabes que mi nombre es el tuyo?
¡Despiértate! No me volverás a ver.



Poema Duda de Ricardo Dávila Díaz Flores



¿Cuantos insomnios me hacen falta para
derrumbar el muro de la duda?
¿Cuántas sombras? ¿Cuántas luchas?
Hoy tengo que saber -antes que despiertes-
si la mañana es la que alumbra,
o si eres tú la que alumbra la mañana.



Poema Balada Del Despierto de Ricardo Dávila Díaz Flores



Tengo sueño pero nunca duermo.
Te miro.
Duermes a mi lado.
Ronroneas bajito y haces ruidos de ángel.
De pronto despiertas,
tus brazos se abren en un largo bostezo.
Mis manos pasan por tu cuello y tú preguntas.
No hablo, sigo leyendo tu cuello.
Te miro sin cansarme.
Tomas mi mano y desenredas tu silencio con la orilla
de mis dedos.

Comienza a hablar tu respiración,
tú lenguaje de gestos y suspiros.
Te mueves como si te acariciara un aire lento.
Te recuestas otra vez y me hundes en tus labios, lentamente.
Te acaricio el rostro como si en él latiera el corazón del mundo,
mientras tus ojos, lentos, guardan la luz dentro de tu alma.
?No te duermas?, me dices
con una voz que viene desde lejos;
y yo te lo prometo,
te prometo que no voy a dormirme,
y aún cuando caes dormida,
te lo sigo prometiendo.



Poema Balada Del Amor Pasado de Ricardo Dávila Díaz Flores



Eras como el agua:
No te detenías ante la piedra
y rodeabas jardines y vientos
para llegar a la rama o al canto.

Igual que las niñas
jugabas al filo de las ventanas,
peligrosa,
desnuda,
estrella que brinca descalza.

Tu alma era tu red
y caíste en ella tantas veces que aprendiste mi nombre.
?He vuelto a caer?, me decías.

Eras el pie que tropezaba con la misma huella
y te buscabas en mi piel cada noche
(¿En qué parte de mis latidos entraba tu risa,
en qué lugar de mi voz erraba tu nombre,
a qué hora decidías venir que mis brazos se abrían antes de verte?)

Besabas como buscando salidas,
como un ciego que salta de una avioneta y espera.
Después me mirabas con la mirada cerrada
y sólo tú sabes lo que mirabas por dentro.

Caías directa a mi tierra
buscando raíces como la lluvia:
llovías entre niebla, caricias y rayos
y te ibas azul, transparente y lejana.

Soñabas lo que soñó la poesía
y te dio miedo que se cumplieran las palabras entre tus piernas.
Dijiste que nunca te di nada.
Es verdad,
yo sólo te rodeé con tus brazos,
te rodeé con tu alma,
para que no te pasara nada
mientras te dabas.

Eras ritmo, mujer, música.
Yo sólo abrí la puerta,
acerqué la silla
y me senté a escucharte.



Poema Balada De La Casa Ii de Ricardo Dávila Díaz Flores



Estábamos tan bien ahí…
el árbol, el agua y nosotros tres.
Comíamos juntos toda la semana,
nos reíamos repartiendo disparates en la mesa.

A ellas las vi desde niño…
jugábamos a brincar en las camas y a escuchar detrás de las paredes.
El árbol hacía magias que nosotros descubríamos:
?Ya vimos la moneda, cayó detrás de la cama?.
Y el árbol se caía sobre sus ramas
mientras el agua dejaba su mirada en el paisaje.

Un día salí para mirar el cielo,
y cuando volví ya habían cambiado.
Pasaban horas frente al espejo,
hablando de cosas que yo no entendía.

Después llegaron dos hombres
que venían a conquistarlas.
Ellas llevaban el rostro diferente,
y aquellos jóvenes mostraban rostro de hombres afeitados.
Después las raíces dispersaron su semilla,
y otros fueron agregándose a la casa.
Hubo que volver a ser niño,
porque llegaban a la mesa
nuevas voces de infancia.
Así la casa tuvo un nuevo brillo,
y otra vez hubo risillas que brincaban en las camas.

Pero el tiempo, siempre el tiempo…
pasó la vida…
tuvimos que hacer un silencio prolongado,
para entender que no todo es para siempre…
quedamos solos,
abandonados de algo,
alejados de nuestro centro.
El árbol se quedó sin agua,
«muriendo de pie», como dicen.

La casa lleva meses callada.
Pero el árbol, lleno de silencios y memorias,
dice que a veces,
sólo a veces,
nos mira en ella,
escuchando detrás de las paredes.



Poema Balada A Una Morena de Ricardo Dávila Díaz Flores



Morena como tus ojos y tu cabellera.
Tus ojos como tu piel y como tus ojos.
Tus manos pequeñas y finas como tus manos.
Tu cuello se parece a tu cuello.
Tu cuello en el que quiero dejar, por siempre,
el collar de mi tiempo a destiempo, a tu tiempo;
a tu tiempo que vas trazando con tus piernas,
a tu ritmo, a tu tono.
A tu ritmo que sólo puede parecerse a tu ritmo.

Como tu cadera pequeña tu cintura;
tu cintura que quiero levantar para beber tu vida;
tu vida simple y delgada como tus brazos,
como el perfil de tus uñas,
como las líneas de tus pestañas y las de tu mano.

Morena.
Morena como tus ojos y tu cabellera
y tu cabellera alegre como tu voz que canta,
que vuela como tus manos y como tu mirada.
Tu mirada que mira como mira tu alma;
tu alma discreta y escondida como tu cuerpo.

Tu rostro igual a la luz de tu rostro,
a la luz que gira y rueda como tu risa.
Tu risa idéntica a tu risa,
a tu alegre cabellera y a tu prisa.

Tu frente alta como tu espalda.
Tus hombros abismados como tu barbilla;
tu barbilla graciosa y noble como tus pestañas,
tus pestañas parecidas al recuerdo de cuando eras niña.

Y tus labios, ah, tus labios,
y el perfume que persigue a tu perfume,
y la sombra que persigue a tu presencia.

Eres un recuerdo tuyo;
un recuerdo parecido a tu ausencia.
Me recuerdas a ti cuando te miro,
sola, simple,
infinita en tu propia belleza.



Poema Amaneceres De Noche de Ricardo Dávila Díaz Flores



Tu cuerpo dormido me lo dice todo,
como el mar de aquella tarde que no volví a ver.

Y yo te miro como si te mirara un muerto,
como si hoy fuera la noche. La única noche.
Yo no quiero que me descubra el sol aquí,
como siempre,
a la orilla de tu piel,
cansado, tembloroso, colgando de la última nota de tu voz,
cayendo de la última nota de tu voz.
No quiero que sea mañana;
no quiero que sea otro día y otro y otro,
avanzando, rodando,
buscando el camino de uñas
que dejamos atrás
para intentar volver a nuestra piel.
No hay regreso, aurora, todo empuja hacia adelante,
y todo lo que somos pertenece a la duda.
No quiero que amanezca.
No quiero saber si hay algo después de ti;
no quiero saber si detrás de tu cuerpo hay otra vida:
no es cierto, no la hay.
No quiero que amanezca.
Esto es lo mismo que la paz.
Hace un rato,
cuando nuestros ojos eran brazos
y nuestros brazos se hundían hasta las raíces,
me pedías que hablara.
Yo sostenía tu cuello para que supieras.
¿No te basta este silencio de mil voces,
esta palabra envuelta en piel de niño,
este látigo de aire?
Ay, aurora,
si supieras,
si pudiera yo decir esa palabra,
esa nota que me trago, que te doy y que tú cantas;
si pudiera decir tu voz, tu perfume, tu mirada
¿Cuánto dura tu piel en mis manos?
Mis manos: he aquí los espejos de tu cuerpo.
Pero estás dormida.
No quiero despertarte.
Dormida eres lo mismo que un árbol,
más grande, más alta;
caen de tu cuerpo estrellas, hojas de lluvia.
Eres como una gran ventana hacia la luz,
hacia el milagro,
hacia la vida.
Dormida eres como la huella de ti misma
y estás así, silenciosa, como las huellas.

Mientras la noche avanza,
te cristalizas más
y estoy seguro que de pronto,
por los rincones de tu piel,
te brotará la luna.



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