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Poema Un Cuerpo de Márgara Russotto



¿Cuántas veces has pecado?
¿Qué partes de ti has palpado
en medio de la noche?
¿Has sentido delectación al introducirte los dedos?
Oh, india libidinosa,
¿Has mirado con espejo invertido
tus partes vegonzosas?
¿Te has olido el sudor de los calzones
la sangre hedionda de tus menstruaciones?
Llora
llora condenada
padece el infierno de tus vicios
la caída en el fornicio
arrepiéntete
una y otra vez
De rodillas arrepiéntete
vamos
de rodillas
arrepiéntete
de tener un cuerpo

un cuerpo



Poema Un Cráneo En La Sombra de Manuel José Arce Leal



¿Dónde poner la cabeza?
Me dijeron:
-los pies sobre la tierra.
las alas en el viento
y las manos arriba!
¿Y la cabeza?
Se ha tejido teorías, se ha fabricado hipótesis:
-la cabeza debajo del sombrero
encima de los hombros;
al final del cogote;
detrás del mecapal;
bajo el cuchillo de la guillotina;
al encuentro de un tiro de pistola;
en medio de laureles;
bajo la lupa de un sicoanalista.
¡pero nunca en tus manos,
nunca en tu regazo,
nunca en la almohada, al lado de la tuya!

Y de no ser así
¿cómo justificarla?
ya no es bastante sólo decir:
gracias a ella existen las industria
de peines, de analgésicos, de anteojos,
libros y barberías,
los dentistas, los oculistas y los narizólogos
¡tanta gente viviendo de este redondo y complicado fruto!

Pero al final de cuentas
yo sólo estoy aquí preguntando una cosa:
si no es entre tus manos, si no es en tu regazo,
si no es sobre tu almohada, al lado de la tuya

¿dónde poner, entonces, la cabeza?



Poema Un Sueño de Manuel Acuna



A Ch….

¿Quieres oír un sueño?…
Pues anoche
vi la brisa fugaz de la espesura
que al rozar con el broche
de un lirio que se alzaba en la pradera
grabó sobre él un «beso»,
perdiéndose después rauda y ligera
de la enramada entre el follaje espeso.
Este es mi sueño todo,
y si entenderlo quieres, niña bella,
une tus labios en los labios míos,
y sabrás quién es «él», y quién es «ella».



Poema Usted, El Ángel De La Muerte de Luzmaría Jiménez Faro



Usted y yo tenemos una cita.
Sé que jamás se retrasó en la hora.
Tal vez pueda darme algo de tiempo
para mirar mi vida.
¿Podré volver la vista hasta mi patio?
Allí la madreselva era alegría,
su aroma rebalaba por los sueños
de mi sangre crecida.
Será muy puntual. Siempre lo ha sido.
Usted perdonará si me entretengo
y acaricio mis libros con ternura.
Comprenda usted ¡son tantas horas juntos!
que así, partir, tan fríamente,
no me parece bien. Se quedan solos…
Quiero que sepa que sé que ha de venir
para llevarme con usted,
y créame si le digo que estoy lista.
He tratado de aprovechar mi tiempo:
Amar. Vivir. Vivir y amar.
No puede imaginarse el equipaje
que llevo en la memoria…
Usted ¡qué culpa tiene!
Sólo es usted el ángel de la muerte,
y usted y yo tenemos una cita.



Poema Un Ángel Pasa de Luzmaría Jiménez Faro



Rosas con alas en el aire mudas.
Latido sin latido de la sangre.
Relámpago de pura luz sin trueno.
Música que, sin notas, acompaña.
La voz amada sin rumor alguno.
Hay un silencio pleno de alegría…
Y es que ha pasado un ángel.



Poema Una Moza De Alcobendas de Luis De Gongora



Una moza de Alcobendas
Sobre su rubio tranzado
Pidió la fe que le he dado,
Porque eran de oro las prendas;
Concertados sin contiendas
Nuestros dulces desenojos,
Me pidió sobre sus ojos
Por lo menos un doblón;
Yo, aunque de esmeralda son,
Se le libré en Tremecén.
¿Hice bien?

En el dedo de un doctor
Engastado en oro vi
Un finísimo rubí,
Porque es siempre este color
El antídoto mejor
Contra la melancolía;
Yo, por alegrar la mía,
Un rubí desaté en oro;
El rubí me lo dio Toro,
El oro Ciudad Real.
¿Hice mal?



Poema Un Buhonero Ha Empleado de Luis De Gongora



1

Un buhonero ha empleado
En higas hoy su caudal,
Y aunque no son de cristal,
Todas las ha despachado;
Para mí le he demandado,
Cuando verdades no diga,
Una higa.

2

Al necio, que le dan pena
Todos los ajenos daños,
Y aunque sea de cien años,
Alcanza vista tan buena,
Que ve la paja en la ajena
Y no en la suya dos vigas,
Dos higas.

3

Al otro que le dan jaque
Con una dama atreguada,
Y más bien peloteada
Que la Coruña del Draque,
Y fiada del zumaque
Le desmiente tres barrigas,
Tres higas.

4

Al marido que es tan llano
Sin dar un maravedí,
Que le hinche el alholí
Su mujer cada verano,
Si piensa que grano a grano
Se lo llegan las hormigas,
Cuatro higas.

5

Al que pretende más salvas
Y ceremonias mayores
Que se deben, por señores,
A los infantados y Albas,
Siendo nacido en las malvas
Y criado en las ortigas,
Cinco higas.

6

Al pobre pelafustán
Que de arrogancia se paga,
Y presenta la biznaga
Por testigo del faisán,
Viendo que las barbas dan
Testimonio de las migas,
Seis higas.

7

Al que de sedas armado
Tal para Cádiz camina,
Que ninguno determina
Si es bandera o si es soldado,
De su voluntad forzado,
Llorado de sus amigas,
Siete higas.

8

Al mozuelo que en cambray,
En púrpura y en olores
Quiere imitar sus mayores,
De quien hoy memorias hay,
Que los sayos de contray
Aforraban en lorigas,
Ocho higas.

9

Al bravo que echa de vicio,
Y en los corrillos blasona
Que mil vidas amontona
A la muerte en sacrificio,
No tiniendo del oficio
Más que mostachos y ligas,
Nueve higas.

10

Al pretendiente engañado,
Que puesto que nada alcanza,
Da pistos a la esperanza
Cuando más desesperado,
Figurando ya granado
El fruto de sus espigas,
Diez higas.



Poema Una Avispa Cruzó El Himen De La Ventana de Luis Benítez



El astuto animal fue ingenuo dos horas por la casa:
antes del polvo de las cosas tocó los helechos salvajes,
los gruesos valles del jardín diminuto,
la piedra que es llanura de lava para su ojo infinito:
un viajero aprensivo por las habitaciones casi desiertas
alentó inútilmente las plantas prisioneras,
rondó la cabeza del perro semidormido
que lo espantó como a un remordimiento.
La antesala fue el Cañón del Colorado:
antes sus poderosos antepasados visitaron
otras comarcas ausentes de follaje.
Fue curiosidad: Rousseau no pensó
en la avispa negra que anida sólo en tierra
cuando labró la cara del salvaje conveniente, bondadoso;
curiosidad de ver dónde desova su estirpe
y cómo amasa el barro de sus habitaciones el gran animal blanco
que le teme y espanta desde el origen del tiempo.
Armado activista de otra casa,
antigua, abandonada,
donde fuimos el intruso,
curioso, como una avispa negra.



Poema Una Escena Del Mundo Flotante de Luis Antonio De Villena



Fue, en cierto modo, una historia trivial.
Yo tuve, hace años, algunas parecidas.
Si acaso, aquí no era común su insólita belleza,
ni tampoco su bondad, su grata camaradería.
Lo había mirado varias veces, en ese tiempo
en que la noche era para mí como una caja de sorpresas.
Alguien -no sé cómo- nos acercó un día
en un barito de esos, en calleja pobre y mal estilo
inglés… (Un lugar, incluso hoy, para el desdén absoluto
de la burguesía.) Y todo fue fácil y en seguida.
Tomamos una copa, repasamos los sitios
en que sin duda, días atrás, nos habríamos visto,
y un rato después entrábamos en una cama fría.
Pero era tanta su belleza, había tanta perfección
y calor en su joven cuerpo colmado de delicia,
que recuerdo que al meterme en sus brazos,
al besarnos, y sentir el tacto de su piel total
por vez primera, me estremecí absolutamente,
y me dije que sí, que era verdad, que estaba allí,
y que su boca, su cálida boca, buscaba la mía…



Poema Un Cuento En Azul de Luis Antonio De Villena



Seguramente estaba sola.
Llevaba los ojos muy cercados de negro.
Era mayor, vieja, con ropas gastadas.
Por la noche -más aún en invierno-
se acercaba a los jardines del convento o del parque
con su bolsa de plástico
llena de despojos para gatos.
Junto a las verjas, entre las plantas, por las aceras
nocturnas,
la vieja dama de los ojos negros,
más sola que el más solo de la tierra,
buscaba a los gatos.
Bonito ven. Ven, mi rey. Para ti también, mimosa.
Toma, linda. Ay, qué bueno, tesoro…
y los gatos callejeros, los gatos atigrados del jardín,
la iban rodeando zalameros, altivos, dulces,
formando una Piedad extraña
de una madre y sus hijos, en el fin de los tiempos.
Mira a la gatera (oí decir otra noche
a unos que pasaban) vaya vieja loca…
Pero la vieja dama de los ojos negros,
con su bolsita de plástico y despojos,
ya no oía. Nunca oía. Porque el mundo
-desde hacía mucho tiempo-
no era afortunadamente real para ella.
Por ello nos sorprendió saber
que una noche de aquellas,
un hermoso muchacho con uniforme azul
se acercase a la dama y le dijese:
Soy el Rey de los Gatos, madame.
Y se cruzaron sus miradas.
Y el muchacho de los ojos gatunos la besó en la boca.
Los gatos se restregaban en sus piernas.
Y tomó de la mano a la dama.
Y se fueron hacia un mundo perfecto,
un maravilloso mundo de luz
que un benévolo dios creó para las viejas locas,
donde los gatos son chicos
y los chicos son gatos
que tienen siete almas, y no envejecen nunca,
como quiso aquel Rey
del Día Primero del Antiguo Mundo Bien Hecho.



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