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Poema Sueño, Porque Vivo En Mí… de Victoriano Cremer



Sueño, luego existo.
Pienso
que sueño tan hondo y cierto
que el sueño me despierta
en mitad del pensamiento.

Y me duele este soñar,
pensando que es tan sin sueño,
que los sueños se me rompen
?espumas del pensamiento?
en las arenas del mar
en que soñando, navego.

¿Pero existo? ¿Dónde y cómo?
Aquí, encerrado, me encuentro
en el sueño sin salida
que teje mi pensamiento,
preguntándome, doliéndome,
de ser, soñándome, cierto.

Soledad de soledades:
ya ni yo mismo me sueño,
pensando que existo y soy
sueño de mi pensamiento.



Poema Madrigal De Paz de Victoriano Cremer



Por esta paz, esposa, que te ofrezco,
ya madura en la sangre, hecha corteza,
qué paciente tributo de tristeza
pagué día por día.

¡No merezco
tanto dolor!

(El hombre, entre las manos
a veces tiene un corazón y quiere
morir con él intacto. Pero muere
lleno de soledad).

Ecos lejanos
traen mi voz antigua de metales;
mi fría voz de hielos transparentes.

¡Que hasta tu nombre, esposa, fue en mis dientes
tallo de amargas hieles minerales…!

Pero todo es ya campo sin orillas,
lleno de paz. El sol se transfigura
en la ceniza gris de esta clausura,
y abandona sus llamas amarillas.

Yo soy para ti, esposa, como un viento
que humildemente llega y se deshace
contra tus ojos; en agua que renace
entre sus piedras, sin color ni acento.

No es posible dar más de lo que he dado
para llenar el pozo al que me asomo.
El pan que yo te traigo; el pan que como
tiene sabor de trigo macerado.
Trigo soy con sustancia. Pan en duelo
para el desconocido.

(El hombre quiere
gritar «Amor» a veces, pero muere
en el silencio, en tanto el alto cielo
se llena de esta paz, esposa, de esta
consagración definitiva).

?¡Toma
mi paz de sangre!

¡Goce mi paloma
del esplendor caliente de su fiesta…!



Poema Canción Para La Guitarra de Victoriano Cremer



Y canto para adentro
porque no tengo afueras…
Me aprieto la guitarra
y siento la madera.
Se me llenan de música
las oscuras cavernas…
Yo soy yo, limitado
por carne sorda y venas.

Si alguna vez levanto
los ojos de las cuerdas,
me siento fugitivo
de lo que vale y cuenta.

Y no me reconozco,
y me doy tanta pena
que enmudezco y me duele
la raíz de la lengua

Por eso cuento y canto
para adentro las penas:
Porque me sueno a hombre
y me duelo de veras…

Y puedo decir: Hambres,
en plural; Vida Perra;
o simplemente Amor;
y escupir a la Tierra…

Canciones que me arranco
de las furiosas piedras
del montón de la sangre
que llevo siempre a cuestas.

Palabras con sentido,
efectivas vivencias.
No, Sol, Luna, Nenúfar
o Arcángel sin Fronteras.

Me escucho y no me importa
que los demás entiendan;
me basta con sentirme
el alma en la madera.

Que canto para adentro,
porque no tengo afueras.



Poema Sábado Amor de Victoriano Cremer



Pero el sábado es distinto. Viene
de muy lejos, con sol a las espaldas
y extrañas músicas entre los dientes
endurecidos de la madrugada.

Todos le miran y él sonríe. Pisa
la tierra y la acaricia; el eco alarga
la estela de su paso, tal un barco
abriéndose caminos en el agua.

Es como un muchacho, con las manos
metidas en los chorros de la mañana,
que abre los ojos de cristal y asombro
al vuelo de la luz desazulada.

El sábado es distinto, sí. De pronto,
el aire se hace mármol en la escarcha
del alto cielo, y una voz se enciende
poderosa, como una gran campana.

Todo parece nuevo, repentino,
¡hasta aquella alegría de las almas
que nadie sabe quién echó en la hondo
del charco amargo de las lágrimas!…

No es como los demás días. Trae al menos
algo que el hombre ha perseguido siempre,
sin mirar a los cielos, apretándose
el corazón con esperanzas:

Unas monedas y el silencio,
cuando la tarde pliega sus banderas.
Todo el amor, de pronto, rescatado
al yunque ya las nieblas.

Y una música antigua y un camino
para perderse.

(La felicidad
necesita tan sólo unas monedas
y un camino de amor.)

Todo humilde y sencillo en este día
en que la piel del aire se descorre
y queda un mundo puro, en carne viva,
como un tierno cordero milagroso.

La casa se abre a su llegada.

El hombre
busca a la amada entre la sombra y, juntos,
entre besos, aprietan las monedas
de su felicidad de cada día.



Poema Novia Del Recuerdo Ya de Victoriano Cremer



Si acertara tu contorno
y pudiera recogerte
de tan lejos, negra novia,
inmóvil y permanente.

Si se me diera cubrir
el largo trecho de ausencia
en un galope de tactos
de labios y de violetas.

Si aún alcanzara el remate
delgadísimo del beso
perdido en la lejanía
aún viva de mi recuerdo…

…Serías mía de nuevo
-mi lejana negra novia-
con gallos y cascabeles
repicando tus alcobas

de espejos y de violetas.
Con tu mirada en el agua
viéndome venir de lejos
por los caminos del alba.

Serías mía de nuevo
con mi risa y tus ojeras;
con mi gloria y tu congoja
de pájaro sin vereda.

Con mi gloria y con la tuya;
con la gloria de las almas
nuevas, frenéticamente,
en un abrazo de espadas.

Porque es tiempo y mi mensaje
se va de mí, derramado;
negra novia del recuerdo,
lejana y sola, esperando.



Poema Mujer Redonda de Victoriano Cremer



Hasta los niños la miraban, cuando
doblaba las esquinas de la calle;
tan azul y radiante, que una llama
parecía tener entre los dientes.

Huía de la luz con la pereza
de una cierva cansada, y sonreía
sintiendo las miradas de las gentes
resbalar por su vientre abovedado.

Se llevaba las manos a la henchida
plenitud de su carne y las dejaba
allí sumidas, por sentir el eco
caliente y vivo del amor, haciéndose.

Hasta entonces, los hombres la siguieron
con ronca voz de barro; y los temía;
porque el hombre fue sólo para ella
lobo furtivo y sal de madrugada.

Pero ahora les miraba desde un cielo
grávido y fuerte. Ellos la veían,
redonda poderosa, como un puño
abriéndose caminos en la niebla.

Si entonces una voz gritaba:
-Mira;
tiene un hijo…
Se apretaba doliente
la cintura de vidrio, y, en la tarde,
era como una encina coronada.

Los oscuros balcones con geráneos;
los húmedos zaguanes; las buhardillas;
las frescas herrerías; las campanas
que las monjas tañían en el alba…

Todo, a su paso, sin cesar latía
al compás de su vientre… Todo, atento
al dulce peso de su vientre… El aire,
de cristal y de gloria, por su vientre…

Ya la carne de trigo se atiranta
y duele extensamente.
¡Cómo sabe
el dolor de los hijos!
¡Porque tienen
sabor a junco verde por la sangre!



Poema Mi Loba Blanca de Victoriano Cremer



(Primer poema de amor)

Ella, tan vaga e indecisa antes,
tiene escogido cuerpo, sitio y hora
Me ha dicho: «Voy», Soy ya su predestinada presa.»
Pedro Salinas

Me seguían sus ojos y yo era menos que un niño;
bosques y primaveras me arañaban el pecho
brotándome en los cauces borbotones calientes
en los que el alma yergue su furia fundadora.

Su gran calma de esposa apretaba los círculos
y me sentía centro de su raudal sangriento;
con el galope oscuro de la sangre apremiando
la altiva meta blanca de su dormida carne.

¿Fue su voz? De más hondo que el deseo, rompiendo
su corteza de plomo, me llegó aquel balido
que estrellaba su espuma, como un ala arrancada,
en mis rubias arenas palpitantes de soles.

¡Oh, sequedad del aire, oprimiendo el latido
con que la luz rehizo su primera llamada!
¡Fue su voz! Su inefable mensaje acordonado
por airados cuchillos de escarcha matutina.

El espanto y la tierra tiraban de mi cuerpo
y un altivo universo desgarraba mis hombros.
Sentí que entre los brazos florecían sus pechos
y que éstos me clavaban contra un aire reciente.

¡Huir! ¡Huir! Perderme por bruñidos desiertos.
Borrar de mis pupilas sus ojos insaciables
y sepultar su voz, su eterna voz marina
en mi hondón retorcido de caracola humana.

Su garra fue primero. Su garra, no su mano,
que dos fuentes de sangre llenaron mi costado
desbordándome en ellas como una madre nueva
a quien los mares dieran un hijo de su carne.

Y luego, fue su luz. Su inmenso mediodía,
creciéndose en mis ojos como un bosque incendiado,
ardiéndose en las llamas mis tigres y mis dudas,
con sus flancos rotundos y su feroz aullido.

¡Oh, irremediable abrazo! ¡Oh, desolado beso!
¡Oh, arcángeles pastores de mi sangre en derrota!
¡Oh, cuerpo fulgurante apretándome el pecho
como un mármol o un mundo, y en él Dios empinado!

Fui pasto de su furia. Su mirada y sus dientes
implacables hicieron tajadas de mi alma.
Mis vestidos rodaron como musgos antiguos
y sentí deshacerme como un barco de niebla.

Yo veía sus manos sortearme las venas
y herir con sus cuchillos mi corazón menudo,
y azuzar mis dormidos afanes como galgos
llenando de ladridos mi apacible ribera.

Yo sentía -la siento- abrevar en mi sangre.
Romper mi dura piel. Darme muerte lentísima…

¡Y no eludo sus saltos de terciopelo y sueño!
¡Y no huyo! ¡No huyo!… ¡Mi feroz loba blanca!



Poema Frente A Frente, Los Dos de Victoriano Cremer



Los dos damos igual: pálpito y celo.
El corazón nos juega su sonrisa
y un sol titiritero da en el suelo
desnucado, de su áurea cornisa.

Ni luna enardecida, ni alta brisa:
firmamentos de cal a tu recelo
y una hora inmóvil, silenciosa y lisa
desgranando en mis pulsos su desvelo.

frente a frente los dos, con nuestro beso
embridado de dientes y de brumas,
dudando en decidirse -libre o preso-
por lecho de cristal, nardos o espumas.



Poema Dulce Amor de Victoriano Cremer



Las cosas suceden así,
sencillamente:

Vuelven del trabajo
con sabor de cal viva entre los dientes.
la esposa les contempla con costumbre.
-¿Quién dice amor, si la palabra estalla?-.

Y cogen del pan,
como si fuera barro y arena,
un puñado tan sólo.
(Es pan de pobres, desalado y negro
y triste como el silencio de la casa toda.)

Y se marchan.

(La esposa les oye cerrar la puerta,
pero no dice nada. ¡Está tan cansada!
Prefiere aquella fría soledad
con olor de abandono.

Pudiera recordar su juventud y dormir,
pero ¿quién sueña o duerme?
Los pobres no recuerdan;
mueren como las piedras roídas de las murallas.

Ellos, en tanto, beben
un agrio vino con sabor de azufre;
y si ríen y gritan y golpean,
es porque -¡Dios, qué vida!-
da rabia beber sin alegría.

Acaso entonces lleguen hombres
de esos que velan por la paz de las familias,
y les hablen del dulce amor de las esposas
y del descanso junto al fuego,
escuchando, por la radio, una dulce canción,
mientras los niños buscan en el atlas
países coronados de yedras o corales…

Si esto sucede, gritan con más fuerza
y beben más vino agrio con sabor de azufre,
hasta que ya no saben dónde tienen los ojos,
ni por qué les duele el corazón.

Les arrojan con prisa.
La calle es larga, y en el firmamento
las estrellas relucen.

Regresan a la casa -¡oh dulce hogar!- llorando.
La esposa les contempla con costumbre.
-¿Quién dice amor, si la palabra estalla?-.



Poema Cansancio de Victoriano Cremer



A tu embate me rindo. Ya no lucho
por conseguir tu beso. Estoy cansado,
y a través de la carne luminosa
he conseguido ver. Saber de ti.

Tú, tan remota, tan alejada siempre
del caudal de esta sangre, te has entrado
como un viento en las venas y tu furia
desordenó la gracia de mis trigos.

Me llegan las palabras, de ti misma,
y en ti, cuajada, queda la mirada.
Soy un ajeno mármol que rechaza
tus calientes caricias de pantera.

Perseguías girar en mis hogueras,
azotarte en mis llamas, reclinarte
sumisa entre mis cardos violentos,
mientras la sangre choca y se devela.

Pero ya no es posible. Estoy cansado;
seco como una estrella. Ya no lucho.
Sonrío, contemplando hombres de sueño,
buscándote en callejas temerarias.



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