Poema Isadora de Hilario Ascasubi
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Poema Isadora de Hilario Ascasubi
PRIMERA PARTE
La Isidora regordeta
se va a embarcar al Buseo:
¡vieran con qué zarandeo
va arrastrando una chancleta!
Que lleva un pie desocao
de resultas de un fandango,
en que le rompió el changango
en la cabeza a un soldao;
Y en esa noche con Brun
bailando la refalosa,
anduvo poco mañosa
queriendo hacerle el betún.
Sabrán que esta moza al fin,
no es porteña, es arroyera,
pitadora y guitarrera
y cantora del Tin tin.
Que vino de la otra banda
junto con los invasores,
y que sabe hacer primores
por todas partes donde anda;
Y que hace mucho papel
como güeña federala,
pues se refriega en su sala
con la hija de Juan Manuel.
En fin, dicen que esta dama
del Miguelete se aleja,
y a mis paisanas les deja
los recuerdos de su fama.
También dicen de que al borde
ha estado de perecer,
y se quiere reponer
porque ha perdido el engorde
Pues no le asientan los pastos,
y luego con la escasez
que hay por ajuera, esta vez
se ha fundido en hacer gastos.
Así es que bien trasijada
se retira la infeliz,
echando por la nariz
como suero de cuajada.
Un ojo le lagrimea,
del aire, dice Garvizo;
que para él es un hechizo
otro que le centellea.
El Andaluz se hace almiba
por agradar a Isidora,
que es muchacha seguidora
y nunca se muestra esquiva.
Así es que a la despedida
la acompaña una patrulla,
marchando sir, hacer bulla
come gente dolorida.
Pero la Isidora marcha
sin demostrar sentimiento,
con un semblante contento
y más fresca que la escarcha.
Lleva el rebozo terciao,
airoso, a lo mazorquera,
y en la frente de testera
luce un moño colorao.
Marcha con aire gitano,
y una mano en la cadera,
que sacude sandunguera
con un garbo soberano.
Para lucir los encajes,
viste a media pantorilla
un vestido de lanilla
colorao y sin follajes.
Ella no gasta bolsita
como gasta una pueblera;
pero carga una jueguera
y también su barajita.
Todo el cortejo se empeña
en complacerla al partir,
pero ella se quiere dir
y a todo bicho desdeña.
Casi se cai de barriga
el cirujano, en mala hora
se le clavó a la Isidora
el cuchillo de la liga…
Que lo levanta el galán
trompezando, y cariñoso
se lo presenta gustoso
a la prenda de su afán.
La Isidora lo recibe,
y exclama: – ¡Cristo me valga!
antes perdiera una nalga
que no esta prenda de Oribe.
Con la cual he de volver
y a todas las unitarias,
de balde han de ser plegarias,
yo las he de componer.
¿Ha visto, dotor tuertero,
estas zonzas de orientalas,
que a todas las federalas
nos tratan como a carnero?
Esas mesmas que ahi están
faroliando en el Cerrito,
y haciéndole asco al moñito,
no sé lo que pensarán.
Pues mire, ¡a fe de Isidora,
me voy con sangre en el ojo!
y, he de volver por antojo
con mi comadre Melchora;
Y a toda la que se piensa
que me ha de andar con diretes,
le he de cruzar los cachetes
y le he de cortar la trenza.
¡Moño grande! que se vea,
se han de poner a la juerza:
y a la que medio se tuerza
se lo he de pegar con brea.
¡Caray! si me da una rabia
el ver que a mí ¡a la Isidora!
quieran ganarle a señora
porque tienen mejor labia.
¡Y porque gastan corsé,
y gorras a la francesa,
ni levantan la cabeza
a saludar! -Ya se ve…
Aun no están acostumbradas
a la mazorca y tin tin,
pero de todas, al fin,
me he de reír a carcajadas.
Deje nomás que entre Oribe
y tome a Montevideo,
que hemos de tener bureo
como Rosas me lo escribe.
Conque ansina, dotorcito,
a todas digamelés,
que he de volver otra vez,
¡que me anden con cuidadito!
. . . . . . . . . . . . . . . . . . .
En esta conversación
hasta la playa llegaron,
y en el momento mandaron
los rosines un lanchón.
Era preciso llevarla
cargada para embarcarse,
por no dejarla mojarse,
que eso podía resfriarla.
Entonces de la cadera
se la prendió el Andaluz,
y ella le gritó: ¡Jesús!
¡No me ruempa la pollera!
Con todo se la echó al hombro,
y hasta el lanchón la llevó;
y al dejarla suspiró
el tal Garvizo, ¡qué asombro!
Conque ansina desde ahora
es bueno que se prevengan,
y las orientalas tengan
¡cuidado con la Isidora!
SEGUNDA PARTE
Por un duende que ha venido
y que estuvo en lo de Rosas,
ésta y otras muchas cosas
diz que Anastasio ha sabido;
Porque me escribe el Chileno,
con respeuto a la Isidora,
de que tuvo la señora
un viaje pronto y muy güeno;
Pues la tarde del embarque
alzó moño la Palmar,
y a Güenos Aires fue a dar
con la Arroyera y su charque.
Y con viento rigular
amaneció la Boleta,
frente de la Recoleta
aonde empezó a sujetar.
Por supuesto, en la cruzada,
la muchacha se almareó,
y cuasi, cuasi largó
la panza y la riñonada.
Pero le dieron giniebra
que cura la indigestión;
y diz que sopló el porrón,
y se lo limpió de una hebra.
Luego le ofrecieron té;
pero ella dijo: -No quiero
ningún remedio extranjero,
como no sea el culé…
O mate de manzanilla
junto con flor de mosqueta,
que cuando estoy indigesta
¡me asienta a la maravilla!
Quién sabe al fin si tomó
a bordo esa medicina;
pero luego en la cocina
de golpe se amejoró:
Comiéndose allí una tripa
que le brindó el cocinero,
con más de medio carnero
y de galleta una tipa.
Últimamente llegaron
hasta dentro con el barco,
y en lo más hondo del charco
a soga larga lo ataron.
Y al echar un bote al río
le dijeron a Isidora:
Venga a embarcarse, señora,
con su petaca y su avío.
Mesmamente la embarcaron
en la culata del bote,
y más ligero que al trote
hasta la orilla llegaron.
De allí la montó a babucha
un marinero fornido,
que llegó a tierra rendido
y soltó a la camilucha:
Cuando llegó un adecán
flauchoncito y muy viejazo,
que al soltarle ella un abrazo,
le dijo: ¡Che, Corbalán!
¿Cómo estás? ¿Y Juan Manuel?
¿siempre con salú? contáme,
o más bien acompañáme,
voy a platicar con él.
¡Isidora de mi vida!
díjole el viejo moquiando;
¡pues no! vamos disparando
y que sea bien venida.
Y ya también la sacó
de bracete acollarada;
que salió medio trabada
desde el punto en que partió.
¡Qué de noticias traerás
-le dijo- de esos parajes!
Y ¿se aguantan los salvajes
Rivera y el manco Paz?
Nada te puedo contar
ahora, dijo la Arroyera,
pues se me anda la vedera
y ya me voy por echar.
Apuráte por favor:
vamos ligero, viejito,
y lleguemos, hermanito,
a lo del Restaurador.
Llegó la yunta, y adentro,
en la puerta de la sala
ya tuvo la federala
su primer feliz encuentro.
Pues salió la Manuelita,
y en cuanto la divisó;
luego vino y se abrazó
de firme con su amiguita,
Queriéndola comer
con los besos que le dio,
hasta que le preguntó:
-¿De dónde salís, mujer?
¡Mirá que sos una ingrata!
pues ni de mí te acordás
queriéndote mucho más
que lo que me quiere tata.
-Salí, porteña pintora,
federala zalamera;
que si yo no te quisiera,
velay, ¡dijo la Isidora!…
No te trujera esta lonja
que le he sacao a un francés,
para vos, ahi la tenés:
esto es querer, no lisonja.
Ansí es que me acuerdo yo,
tomá, y dejáte de quejas;
juntalá con las orejas
que Oribe te regaló.
-Ya no las tengo, hermanita,
le respondió la pichona
pues como eran cosa mona
se las regalé a tatita.
Ahora mesmo las verás
en su cuarto, adonde tiene
todo lo que lo entretiene:
vení, mujer, te reirás.
Entonces se despidió
Corbalán de Isidorita:
que a un tirón de Manuelita
para el cuarto cabrestió.
Se colaron, ¡Virgen Santa!
en ese cuarto que espanta
de pensar que vive en él
el tirano Juan Manuel,
restaurador de las leyes,
entre jeringas y fuelles,
puñales, vergas, limetas,
armas, serruchos, gacetas,
bolas, lazos maniadores
y otra porción de primores;
pues lo primero que vió
Isidora en cuanto entró,
fue un cartel,
con grandes letras sobre él,
y una manea colgada
de una lonja bien granada:
y el letrero
decía así: «¡Esta es del cuero
del traidor Berón de Astrada!
lonja que le fue sacada
por unitario salvaje,
en el paraje
del Pago Largo afamado,
donde fue descuartizado!»
-Con razón:
por malvao y salvajón,
dijo la recién venida.
Y en seguida,
miró encima de una mesa,
y entre un nicho, una cabeza
cortada,
y con la lengua apretada
mordida,
y la vista ennegrecida
y con rastros de llorosa.
Al pie tenía una losa
escrita, y decía así:
«Zelarrayán
Los salvajes temblarán
cuando se acuerden de ti».
¿Pues no?
la Arroyera dijo: y vio
ahi nomás, en seguidita,
colgada en una estaquita
una cola o cabellera:
y al preguntar de quién era
pudo ver sobre un papel
esta letra: «¡De Marciel!
Esta es la barba y bigote,
que con lonja del cogote
le manda al Restaurador:
Oribe, su servidor».
– ¡Qué bonito,
dijo Isidora, el versito!
Y agarró
un puñal, que reparó
en diez o doce que había,
que sobre el cabo tenía
en la chapa este letrero:
«Yo soy el verdadero
recuerdo en homenaje
del infame salvaje
Manuel Vicente Maza.
Si salgo de esta casa,
¡tiemble algún Presidente
que no sea obediente,
y, altanero se oponga,
cuando Rosas disponga!».
-¡Qué receta para Oribe,
dijo Isidora, que vive
sirviéndole a Juan Manuel,
y queriendo hacer papel
de Presidente legal,
cuando en la Banda Oriental
tan sólo el restaurador
debe ser amo y señor,
aunque el diablo se sacuda
las orejas!… ¡Ah, mujer!
hacéme al momento ver
las de Borda: ¿dónde están?
¿Qué sequitas no estarán?
Entonces la Manuelita
las sacó de una cajita,
y cuando se las mostró,
la gaucha las escupió,
y pensó hacer otras cosas:
pero en esto dentró Rosas
en camisa y calzoncillos
golpiándose los tobillos,
con la cabeza amarrada,
una cara endemoniada,
y en la cintura una verga.
Tendió en el suelo una jerga,
puso al lado una botella,
y se acostó cerca de ella
sin soltar una expresión…
y cuál fue la confusión
de Isidora y Manuelita
al sentir que su tatita
redepente dio un bramido
como tigre enfurecido,
y echando espuma se alzó,
y estas palabras soltó:
«¡En la Horqueta del Rosario!
¡Flores, salvaje unitario!
¡Núñez, salvaje traidor!…
Entonces le dio un temblor,
y rechinando los dientes,
y con gestos diferentes:
«¡Asesina!» le gritó
a Isidora; y la mandó
degollar con sus soldaos,
que acudieron asustaos.
Cayó entonces desmayada
la Arroyera, y arrastrada
fue por dos indios; y al rato
degollada como un pato.
Cuando la iban a matar,
Manuela se echó a llorar
a los pies de Juan Manuel,
suplicándole, pero él
dijo: «¡Muera la ovejona!
pues, si no, sale y pregona,
que ya tengo convulsiones,
de ver que los salvajones,
se lo limpian a Alderete;
y después, que lo sujete
el demonio al Pardejón,
que viene, y en un cañón
de taco me hace meter,
y ahí nomás lo hace prender;
cosa que en cuanto reviente
¡a los infiernos me avente
donde con vergas y fuelles
vaya a restaurar las leyes!…
Luego pidió una botella
de bebida, y se arrimó
a Isidora; la miró,
y de ahí se sentó sobre ella.
¡Fría estaba y desangrada!
Pero Rosas, con todo eso,
se agachó, le pegó un beso,
y largó una carcajada.
Luego acabó de beber
muy ufano, y se paró,
y a los indios les gritó:
«Saquen de aquí esta mujer;
llevenlá a la sepultura;
vamos, prontito, al instante,
y que venga y la levante
el carro de la basura».
Ansí la triste Arroyera
un fin funesto ha tenido,
sin valerle el haber sido
federala y mazorquera.
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