Poema Qasida En Nun de Traducciones



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Poema Qasida En Nun de Traducciones

Este poema es de Ben Zaydún, uno de los clásicos de la literatura árabe
medieval. Sus poemas inmortalizaron a la princesa Wallada, culta,
elegante y de costumbres libres -una verdadera mujer moderna -que
le amó primero apasionadamente para desdeñarle después.
Este desgraciado amor le inspiró las más bellas páginas.
«Qasida en Nun» es ritual entre los árabes.

La aurora del día de la separación que ha de reemplazar
el de nuestra unión, acaba de aparecer; ha llegado el momento
de alejarnos mutuamente de la dulzura de nuestras citas.

Pues, mientras surgía el alba tras de la noche,
hemos hallado la muerte, y el que se encarga
de las lamentaciones fúnebres se ha alzado para llorarnos.

¿Quién hará saber a aquellos cuyo alejamiento nos impregnó de tristeza
-tristeza que no consume el tiempo, pero que nos consume-
que el destino, sonriente cuando estábamos entre ellos
nos hace ahora verter lágrimas?

Nuestros enemigos se irritaron al vernos saciar mutuamente
nuestro amor y desearon vernos agobiados de pena.
Y la suerte ha dicho: «¡Que así sea!»

Entonces, la que estaba atado en nuestras almas, se ha desatado,
y se ha roto la que por nuestras manos fuera unido.

En otro tiempo no temíamos la separación;
henos hoy sin esperanza de reencuentro.

¿Puedo yo saber, yo que jamás he dado satisfacción a nuestros enemigos,
si mis enemigos han obtenido de ti algún favor?

Jamás creímos en nuestra separación, más que por nuestra voluntad,
jamás nuestra firmeza se debilitó con otra creencia.

Pensaba que la desesperación con sus crisis me procuraría el olvido.

Estoy desesperado. ¿Por qué, pues, la desesperación
ha excitado mis recuerdos?

Vos os habéis alejado y yo también; mis caderas se ha resecado
por el violento amor y mis lágrimas no se agostan.

Cuando mis íntimos pensamientos vuelan
para hablaros en secreto al oído, estoy próximo a morir de dolor,
mientras procuro sufrir con paciencia.

Al perderos, los días se han transformado, se han vuelto sombríos,
mientras que antes, gracias a vos,
incluso las noches eran resplandecientes.

Cuando el fin de la vida era desinteresarme de todo
que no fuera nuestro cariño, y la fuente donde abrebaba mi gozo
era pura por la sinceridad de nuestro amor.

Cuando inclinábamos hacia nosotros las ramas de la intimidad,
que nos tendían sus frutos maduros,
frutos que a manos llenas cogíamos.

Ojalá pueda mi fidelidad ser regada por la ola primaveral de la dicha!
Pues tú eres para mi alma el perfume que la embalsama.

No pienses que tu ausencia, lejos de mí, cambiará mi corazón,
aunque se prolongue; el alejamiento no cambia el corazón de los que aman.

¡Lo juro por Alá! Nada ha buscado mi deseo para reemplazarte;
mis votos no se han alejado de ti.

¡Oh relámpago que surcas la noche, vete de madrugada a palacio;
derrama el aura de la felicidad
sobre la que me daba a beber el vino puro del amor y la pasión!

Y allí, si el pensar en mí entristece a la amiga
cuyo recuerdo esta noche causa mis penas.

¡Oh soplo ligero del céfiro!, lleva mi saludo a quien, a pesar de la distancia,
me devolverá la vida, si me saludara.

A quien no ve que el destino me hace morir, el destino a quien ayuda,
cuando por mi parte no ha tenido motivo de queja.

Es de estirpe real y se creería que Dios la ha hecho de almizcle,
mientras a los demás mortales los hizo de limón.

O que la moldeó de plata sin mezcla y la ha coronado
con el más puro oro virgen, al hacerla y adornarla.

Si se inclina, halla pesadas las perlas de su collar,
a causa de su vida de bienestar;
los anillos ensangrientan su carne delicada.

El sol, embelleciéndola, ha sido para ella nodriza llena de ternura;
y sin embargo,
ella no ha ofrecido su bello cuerpo al sol más que algunos instantes.

Se diría que el sol ha fijado en medio de sus mejillas
la brillante marea de los astros, como un talismán benéfico,
como un adorno.

No nos estorbó el no haber sido su igual en nobleza;
pues, en la pasión, el mutuo abandono de amor es suficiente.

¡Oh jardín!, hace mucho tiempo que mis miradas
no han acariciado rosas ni englantinas,
arrebatadas por la brisa en pleno frescor.

¡Oh paraíso cuyos resplandores me han inundado con sus reflejos;
innúmeros deseos, infinitas delicias.

¡Oh mansión de felicidad! Viví en su bienestar,
bajo el manto de los favores cuyos pliegues sostuve
durante algún tiempo.

No te he nombrado por tu nombre; es por respeto a ti; porque te honor.
Tu alta situación me impide nombrarte.

Pues tú eres sin igual; no tienes par en cualquiera de tus cualidades.
Me basta con describirte clara y sencillamente.

¡Oh, Edén de la eterna felicidad!, en el que yo he cambiado
el agua de las fuentes y del río del paraíso, tan agradable,
por el fruto del árbol del infierno y el alimento de los condenados.

Pudiera decirse que no hemos pasado juntos una noche,
sin que nuestra unión haya estado de tercera, mientras nuestra dicha
hacía desviar los ojos de nuestros detractores.

Escondidos entre las benévolas tinieblas nocturnas,
que nos ocultaban hasta que el alba, al apuntar, amenazaba descubrirnos.

No es sorprendente que pregone la tristeza,
ya que se me ha obligado a alejarme de la amiga,
ni que haya olvidado la paciencia.

Ya recité mi dolor, como suras escritas, el día de la separación,
y tomé como norma la paciencia.

Pero tu amor… no, yo no puedo, con justicia, compararlo a un brebaje,
aunque cuando él me abrevaba me llenaba de alteración.

No he tratado con desprecio la morada de bellezas
en la que tú eres la estrella;
para consolarme del olvido no lo he rehuido por despecho.

No me he alejado voluntariamente de tu lado: las vicisitudes
de mi destino me han hecho partir en contra de mi voluntad.

Estoy triste por ti. Cuando el vino joven me excita,
al inundarme con sus reflejos; cuando hacemos cantar a los cantores,

ni las copas de vino calman mi espíritu, ni las cuerdas
de los instrumentos consiguen distraerme.

Sé fiel al pacto, puesto que yo continúo observándolo;
el ser bien nacido es aquel que trata con equidad tal como es tratado.

No he buscado compañía que pueda saciarme en tu lugar,
no me he servido de nadie para reemplazarte.

Aun cuando la misma luna llena, que ilumina las tinieblas,
descendiera por mi amor de los lugares por donde sigue mi curso,
no podría cautivarme como tú.

Cumple el pacto; mas si no me concedes el don de volver a reunirnos
me satisfaré con la ilusión y con el recuerdo.

Tu respuesta me será de gran provecho si aumentas con ella
los beneficios que no has cesado de prodigarme.

Que Dios, por mis súplicas, te conceda salud,
mientras dure en ti un ardiente amor.
Escóndelo a las miradas y no descubras mi retiro.

Ben Zaydún Arabia, siglo XI

Versión de L. S.





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